Orlando

Orlando Resumen y Análisis Capítulo 6

Resumen

Orlando vuelve a encontrar su pluma y su manuscrito tal como los dejó. Mira el anillo en su dedo y se pregunta acerca del matrimonio. ¿Sería aprobado por el Espíritu de la Época en tanto su marido estaría siempre en el mar, en tanto su mayor deseo en el mundo siguiera siendo escribir versos? Quizás sí, quizás había conseguido la aprobación del Espíritu de la Época. Orlando continúa su poema.

Un año después, Orlando sigue escribiendo. El biógrafo lamenta no tener contenido sobre el cual escribir, y reflexiona acerca de qué es la vida, y si estar sentado pensando lo es. Termina concluyendo en que, en tanto Orlando es mujer, el amor bien puede sustituir a la acción, y que está bien que escriba siempre, y que lo haga sobre un hombre al que ama. Pero Orlando no escribe sobre eso. En un momento termina unos versos y se dirige a la ventana. Se da cuenta de que la vida siguió su curso mientras ella estaba escribiendo, y que lo mismo sucedería si ella muriera. El recuerdo del manuscrito recién terminado le hace recobrar el humor, al mismo tiempo que se da cuenta de que precisa que otras personas lo lean (ni los árboles ni los pájaros leen). Les pide a sus sirvientes un carruaje, pero estos le recomiendan tomar el tren. Orlando había olvidado la existencia de ese invento.

Llega en tren a Londres, muy confundida por los diferentes vehículos que componen el tráfico, así como por las multitudes de personas caminando apuradas, gritando, no prestándose atención entre sí. Camina un largo tiempo, aturdida, hasta que recuerda el manuscrito que lleva en el pecho. De pronto, en una calle vacía, se encuentra con un hombre que le resulta conocido. Es Nick Green, el escritor con quien había pasado unos días más de un siglo atrás. Ahora, Nick Green es autor de veinte volúmenes y es también el crítico más respetado de la época victoriana. Se saludan y Orlando lo invita a almorzar. Green ahora vanagloria a los poetas isabelinos, como Shakespeare, Marlowe y Jonson, y critica, en cambio, a los victorianos, sus contemporáneos. Dice, al igual que lo hizo trescientos años antes, que la época actual está muerta y que se debe venerar el pasado.

Orlando padece el desencanto: durante años pensó que la literatura era libre, inestable, imprescindible, pero ahora ve que es ese señor vestido de traje gris. De pronto, deja caer “La encina” sobre la mesa. Green se entusiasma al ver el manuscrito. A diferencia de la vez anterior, el crítico declara que el poema le recuerda a un trabajo de Addison y otro de Thompson, ve como positivo que no haya un verso con rastros del “espíritu moderno” (p.204) y anuncia su pronta publicación. Green le da alguna explicación sobre derechos de autor, pero Orlando no entiende. El crítico se va con el manuscrito, dejando a Orlando sin él por primera vez en cientos de años.

Orlando camina por la ciudad. Le envía un telegrama a Shelmerdine con sus pensamientos sobre la literatura y Greene en un lenguaje cifrado establecido entre ambos. Luego entra en una tienda y se sorprende al ver que venden libros y en cantidad (ella solo conocía manuscritos). Entusiasmada, encarga al librero “todo lo que sea importante” (p.206) y sale. Se sienta en el parque a leer un ensayo de Greene sobre John Donne, pero continuamente se distrae con los colores y sonidos que la rodean. Orlando reflexiona debatiéndose entre la Vida y la Literatura, y se angustia pensando que se espera que los escritores escriban como otros escritores. De pronto observa un buque de juguete flotando en el lago Serpentine y se une en su imaginación con el barco de su marido. El buque brilla y Orlando se siente extasiada y corre a enviar a Shel otro telegrama contándole lo que vio, y esto se le aparece ahora como la clave de la literatura y de la vida: el éxtasis de la experiencia viva.

Orlando vuelve a su casa y se encuentra con cientos de libros que envió el librero. Se sienta entonces a leer (y luego solo hojear) varios ejemplares de literatura victoriana. En resumen, Orlando descubre que los autores ya no escriben financiados por aristócratas, y que el mundo literario está ahora lleno de cenas, lecturas, eventos. Orlando mira por la ventana y ve a un músico callejero tocando un organillo. El biógrafo describe el sonido del organillo y sigue el movimiento del músico por las calles, entrando así en un flujo de descripciones y observaciones sobre la música, las imágenes de la ciudad, las personas, la naturaleza de la felicidad. De pronto, el organillo deja de sonar y Orlando está recibiendo en brazos al bebé que acaba de dar a luz.

Orlando mira por la ventana y el biógrafo asegura que esta vez tiene mucho para describir, puesto que el tiempo y la tecnología volvieron a progresar. Orlando se maravilla al ver carros moviéndose sin ser tirados por caballos; ve al rey Eduardo, sucesor de la reina Victoria, parado, mirando a la nada. Orlando hizo entrada al siglo XX y nota nuevos cambios en el clima: el cielo le parece más metálico, siente que todo se redujo. Observa también los cambios en la sociedad: la delgadez de las mujeres, la carencia de sombreros en los varones, la iluminación eléctrica en las casas, los ascensores. Todo le parece a la protagonista como desesperado y tenso.

De pronto Orlando siente como si la golpearan diez veces en la cabeza: los tic-tac del reloj dan las diez de la mañana del 11 de octubre de 1928, “el momento actual” (p.217). Entonces recuerda que está llegando tarde para algo. Baja corriendo, se sube a su automóvil y se va. Atraviesa las calles abarrotadas, les dice a otros transeúntes frases como “¿Por qué no miran a dónde van?” (p.217). Llega a Marshall & Snelgrove’s y entra en la tienda. Saca una lista de cosas a comprar, incluyendo zapatos de varón, sales de baño y sardinas. Sube a un ascensor que considera mágico por ofrecerle una visión distinta cada vez que se abre la puerta. Baja en el último piso y pregunta a un vendedor por sábanas. Mientras espera, se empolva la nariz. A los 36 años, dice el biógrafo, Orlando es muy atractiva y jovial. En un momento cree ver en la tienda a Sasha, y después, al bajar por el ascensor, imagina que está volviendo atrás en el tiempo, y confunde lo que ve a su alrededor con el día de la fiesta de la Gran Helada.

Orlando viaja en su automóvil de vuelta a casa con su mente en el pasado. El biógrafo comenta que muchas personas viven con sus mentes en diferentes períodos de tiempo en simultáneo. La protagonista sale de Londres comportándose con cierta agresividad y solo se calma cuando llega a un área más rural. Allí, grita con voz dudosa su propio nombre. El biógrafo menciona que Orlando, al igual que el resto de las personas, se compone de muchos “yo” distintos. El “yo” al que Orlando llamaba no aparece, y ella intenta llamar a otro “yo”. Busca ser un “yo” único o al menos acceder a su “yo” verdadero que controle y contenga a los demás, pero acaba estableciendo una conversación entre sus varios “yo”. La conversación es difícil de seguir en tanto se oscila entre varios “yo” y van cambiando los tópicos, pero el narrador intenta explicar lo que sucede haciendo aclaraciones entre paréntesis. Durante la conversación, Orlando se entera de que su poemario “La encina” fue muy bien recibido, a la vez que reeditado siete veces y premiado. Piensa entonces en la fama y luego recuerda al pobre poeta que vio cuando tenía dieciséis. De pronto, el “yo” al que Orlando intentaba llamar originalmente (el verdadero, que unifica a todos los demás) aparece, y en Orlando se instalan la calma y el silencio.

Orlando camina luego por su casa rememorando a todas las personas que pasaron por sus habitaciones, recordándose a sí misma a lo largo de los varios siglos de vida. Piensa en su muerte. El reloj marca las cuatro y las imágenes de las personas y los eventos del pasado se vuelven polvo. Orlando, con calma, toma sus perros, sale de la casa y se dirige a la encina, nuevamente revisitando otros tiempos en su mente. Su poemario, ahora célebre, cae de su chaqueta al suelo. Piensa en enterrarlo, pero luego siente que esa celebración simbólica no tendría sentido. La fama, los premios, el dinero, piensa, no dicen nada sobre la verdad del poema. Lo deja en el suelo. Observa el paisaje y ve el paisaje de Constantinopla; oye las voces de los gitanos diciéndole que sus posesiones materiales no tienen valor comparadas con la vastedad de la naturaleza.

El reloj vuelve a sonar señalando algún momento de la noche. Orlando ve una sombra oscura donde se conjuran imágenes de Sasha, de Shakespeare, del buque en el Serpentine, de Shelmerdine en su barco. Orlando grita el nombre de su marido y este cae del cielo.

Orlando observa su casa. Le parece preparada para la llegada de una reina muerta. Una reina aparece y Orlando le dice que la casa no ha cambiado. El reloj marca la medianoche y Orlando oye un avión pasando cerca. Cree que Shelmerdine está en ese avión. Orlando se posiciona ofreciendo su pecho a la luna y sus perlas brillan con la luz de la medianoche. Shelmerdine salta del avión y un pájaro vuela sobre su cabeza. “¡Es el pato!”, grita Orlando, “¡La desatinada empresa de cazar al pato salvaje!” (p.239). La última campanada de la medianoche suena, es el jueves 11 de octubre de 1928.

Análisis

En un momento de este último capítulo, Orlando compara las creencias y comportamientos que alberga de siglos anteriores con el contrabando. Aunque la protagonista logró dejar de sentirse fuera de lugar en el siglo XIX, todavía acumula creencias y comportamientos privados del siglo XV y especialmente del siglo XVIII, un período formativo para sus ideas sobre su feminidad y su consecuente lugar en la sociedad. La metáfora del contrabando describe de algún modo la complejidad de adaptarse a un nuevo tiempo o de adentrarse en una nueva cultura, en la medida en que nunca se pueden erradicar por completo los pensamientos y sentimientos profundamente arraigados. Es notorio cómo Orlando percibe el siglo XX a la luz de haber vivenciado épocas anteriores:

entró en el ascensor, por la buena razón de que estaba abierto, y fue proyectada hacia arriba, sin una desviación. Ahora la sustancia de la vida (reflexionó al subir) es mágica. En el siglo dieciocho, sabíamos cómo se hacía cada cosa; pero aquí subo por el aire, oigo voces de América, veo volar a los hombres -y ni siquiera puedo adivinar cómo se hace todo. Vuelvo a creer en la magia (p.218).

Por otro lado, en el caso de Orlando, este capítulo deja en claro cómo en gran medida su habla y su comportamiento se ven modificados por las costumbres de los siglos XIX y XX. Por ejemplo, la protagonista se siente cómoda conduciendo, una señal importante de la independencia femenina en el siglo XX. Además, cuando grita agresivamente por la ventanilla del automóvil, demuestra la ruptura de algunas normas sociales arcaicas en Inglaterra con respecto al comportamiento femenino, a la vez que el modo en que se infiltran los comportamientos comunes a lo urbano en los individuos. También es significativa la publicación de su obra por parte de Nick Greene, ya que en capítulos anteriores se evidenciaba cómo no se valoraba la escritura ni intelecto de Orlando por su condición de género.

La reaparición del personaje de Nick Greene es interesante por varias razones. La novela continúa parodiando a los críticos literarios que repudian a todos los escritores contemporáneos por carecer de habilidad o por hacer su trabajo simplemente con fines de lucro, mostrando cómo Nick Greene ahora venera a los autores que alguna vez criticó y aplica exactamente las mismas críticas a una nueva generación de escritores. “¡Ah!, mi querida señora, pasaron los grandes días de la literatura. Marlowe, Shakespeare, Ben Jonson -esos fueron los gigantes. Dryden, Pope, Addison, esos fueron los héroes. Todos, todos han muerto. ¿Quiénes nos quedan? ¡Tennyson, Browning, Carlyle!” (p.202), despotrica Greene, y agrega que “todos los escritores jóvenes están a sueldo de los libreros. Frangollan cualquier disparate que les ayude a pagar la cuenta del sastre” (p.202).

Por otra parte, debido a que el estilo de escritura de Orlando está fuertemente influenciado por los autores que leyó y con los que pasó tiempo en siglos anteriores, su escritura ahora tiene un estilo que los críticos asocian a la nostalgia. Greene encontrará un valor en la obra de Orlando justamente porque no parece regirse por las leyes de la literatura contemporánea: “la nuestra es una época (…) caracterizada por lindezas alambicadas y por experimentos extravagantes que los isabelinos no hubieran tolerado un solo momento” (p.202). La parodización del crítico encarnado en Nick Greene se completa en este capítulo por el hecho de que el mismo personaje que tiempo atrás criticaba el estilo de vida de Orlando como lujoso, ahora disfruta de una vida de clase alta. De algún modo, esto revela cierto nivel de hipocresía en el personaje que continúa, en su discurso, despreciando el dinero: “vivimos en tiempos degenerados. Debemos venerar el pasado y honrar a aquellos escritores (…) que toman por modelo la antigüedad y escriben no por dinero, sino por’- Aquí Orlando casi gritó ‘¡Glor!’ Podía jurar que había escuchado las mismas palabras trescientos años antes” (p.202). Finalmente, el hecho de que Nick Greene todavía esté vivo para reunirse con Orlando varios siglos después de quedarse por primera vez en su casa funciona para evidenciar que no solo a Orlando afecta la escala temporal no realista de la novela.

La escena final de la novela se compone de imágenes confusas y desordenadas de la vida de Orlando. La protagonista escucha la voz de los gitanos diciéndole que su riqueza, sus tierras y sus posesiones no valen nada, algo que ella no quiso creer en aquel entonces y que ahora se le aparece desde una nueva perspectiva. Como en un sueño, ante Orlando se reproducen imágenes relevantes de su vida —los rostros de Sasha y Shelmerdine— mezcladas con otras quizás más lejanas a su ser, como Shakespeare y el buque de juguete. Mediante esta inundación de emociones y estímulos visuales y auditivos, el relato parece intentar ilustrar el modo en que la vida se reproduce ante los ojos de quien está pronto a la muerte. Se podría pensar entonces que Orlando está habitando los últimos momentos de su vida, aunque también es posible que se encuentre en el pasaje a una nueva fase de su vida, como sucedió en su renacimiento en el tercer capítulo.

La novela culmina con una marca temporal: "Y la campanada duodécima de la medianoche sonó: la campanada duodécima de la medianoche del jueves once de octubre del año mil novecientos veintiocho" (p.239). La fecha coincide con el momento de publicación de la novela, lo cual podría leerse como una voluntad autoral, por parte de Virginia Woolf, de hacer coincidir el final de la historia con el presente del lector contemporáneo. Es necesario tener esto en cuenta para no considerar arbitraria la marca temporal con la que culmina la novela: podría pensarse que la historia de Orlando no continúa porque la Historia, aún, no continuaba, y que, por ende, la protagonista se encuentra tan expectante como el lector, con quien comparte su presente. Por otra parte, la decisión de terminar el relato de esta manera estaría funcionando también para sellar la importancia de lo temporal en la novela. Este último capítulo concentra dos datos temporales que no parecerían coincidir en términos lógicos: se dice que Orlando tiene 36 años, a la vez que la fecha señalada al final por el narrador da cuenta de que, en términos cronológicos, han pasado más de 400 años desde el momento en que se inicia la historia relatada. La no correspondencia entre el tiempo cronológico y el tiempo de la protagonista se mantiene, entonces, de principio a fin en una novela que sugiere que el género, el sexo y la edad poco tienen para decir, en términos definitorios, sobre la vida y la identidad de una persona.