Orlando

Orlando Resumen y Análisis Capítulo 4

Resumen

En el bote hacia Inglaterra, Orlando debe empezar a aprender a comportarse como una mujer inglesa. En el campamento gitano las mujeres y los hombres eran generalmente considerados lo mismo, pero ahora, en el barco, a Orlando se le conceden ciertos privilegios por vestir como una mujer elegante de la nobleza inglesa. Por ejemplo, le corresponde sentarse bajo un toldo en la cubierta.

Orlando comienza a aprender la importancia de aparentar modestia y castidad para la reputación y valía de una mujer inglesa. Aprende la danza de flirteo, que se debe hacer cuando a una le ofrecen comida: primero rechazar para, luego, terminar aceptando. Recuerda aventuras del pasado y considera que ahora no sería capaz de salvarse a sí misma si cayera al agua, a causa de su vestido pesado y largo. Recuerda también cómo ella, siendo un joven varón, tenía la misma opinión sobre las mujeres que la que ahora escucha en otros hombres, es decir, la suposición de que estas deben ser obedientes, castas, delicadas. Al darse cuenta de que estas cualidades no son naturales en la mujer, piensa cuánta energía y trabajo le costará cumplir con las expectativas de la sociedad.

Mientras piensa, Orlando accidentalmente patea su pie de tal manera que su pantorrilla queda a la vista de un marinero que, al verla, se cae del mástil del barco. El hecho de que ella tenga que mantener cubierta la mejor parte de su cuerpo, sus piernas, le indigna. Orlando critica en su mente a hombres y mujeres: ella conoce las debilidades de ambos géneros.

Reflexiona sobre estos asuntos durante días, hasta que concluye que es mejor ser mujer, porque aunque a las mujeres se les niega la educación y la autonomía, están libres de los deseos varoniles de poder y violencia, y pueden usar esa energía para la contemplación, la soledad y el amor. Orlando ahora tiene que lidiar con el hecho de que ella, una mujer, ha amado a mujeres en el pasado. Todavía siente algo por ellas, particularmente por Sasha, y estos sentimientos se profundizan al comprender sus experiencias siendo mujer: ahora siente que, además, entiende a Sasha, y la quiere aún más.

El capitán le avisa a Orlando que están llegando a Inglaterra. Ella se pregunta cómo volverá a integrarse a la sociedad cuando, siendo mujer, no pueda mantener los títulos que antes ostentaba. Piensa también en Sasha, y se entristece al imaginarse teniendo que casarse con algún príncipe para tener una vida estable como mujer de la nobleza. Se lleva la mano al pecho y toca el manuscrito de "La encina", que guarda escondido dentro de su vestido; cuando piensa en la poesía, sus preocupaciones disminuyen.

El capitán señala los lugares de interés de Londres a medida que aparecen a la vista; Orlando se entera de que se produjo una plaga y un gran incendio mientras ella estaba fuera. Rememora luego vívidamente el Londres que dejó tiempo atrás y nota cambios en las calles, los negocios, las cafeterías en donde antes había tabernas.

Apenas pisa Londres, Orlando es informada acerca de un embrollo legal en el que está envuelta: no puede conservar su título de propiedad porque, según se dice, es incierto si está viva o muerta, si es varón o mujer, si es Duque o no es nada. Además, tres hijos de Rosina Pepita reclaman su propiedad porque creen que su padre (Orlando) murió. De todos modos, le permiten a Orlando volver a su casa. Allí es recibida con alegría por los sirvientes: ninguno de ellos se impresiona por el hecho de que ahora sea mujer; de hecho, encuentran esto conveniente, puesto que pondrá en orden la casa.

Orlando se sienta a fumar un cigarrillo que compró en Constantinopla y piensa en Dios, en la religión y en la poesía. Concluye que los poetas son más poderosos e influyentes que los líderes religiosos. Vuelve a pensar en los gitanos, que no se impresionaron por su linaje ni sus posesiones, y se dice a sí misma que está creciendo, perdiendo sus ilusiones, quizás para adquirir otras nuevas. Luego declara para sí que Inglaterra es mejor que Constantinopla.

Orlando empieza a trabajar en “La encina” cuando ve por la ventana a la Archiduquesa Harriet, quien no deja de observarla. Orlando la invita a pasar. Ambas se echan cumplidos como se supone que las señoritas hacen entre sí, hasta que pronto Orlando descubre que la Archiduquesa es ahora un hombre. El biógrafo comienza a llamar a este personaje Archiduque Enrique. El Archiduque explica que se hizo pasar por mujer porque se sentía atraído por Orlando, pero no iba a poder acercarse a él siendo hombre. El Archiduque ahora se arrodilla y le propone matrimonio a Orlando. Luego se recompone y promete volver al día siguiente para recibir la respuesta a su propuesta.

El Archiduque vuelve los días siguientes y pasa tiempo con Orlando, que sigue sin aceptar la propuesta. Orlando se aburre durante estas reuniones y hace trampa en los juegos a los que ella misma propone jugar, con el claro objetivo de que el Archiduque se ofenda y la deje sola. Este la deja ganar y, aunque se enoja, la disculpa, dice, porque es mujer. Orlando finalmente logra que el Archiduque se vaya colocando un sapo en su ropa y riéndose de él cuando se asusta.

Orlando está contenta por estar finalmente sola, aunque lamenta sentir que con el Archiduque parte “la vida y un amante” (p.136), lo cual ansía tener. Orlando se viste elegantemente y se admira en el espejo; luego toma un carruaje y se dirige a Londres. El biógrafo reflexiona acerca del género y la ropa, y el hecho de que en el barco Orlando fue tratada de determinada manera por su vestido. A la vez, dice, la ropa según el género hace creer que el género es fijo, cuando en verdad las personas vacilan de un sexo al otro, y muchas veces solo su vestuario conserva la etiqueta de lo femenino o lo masculino. Orlando, dice, nunca tuvo género fijo: aunque su sexo haya cambiado, ella siempre estuvo hecha para cosas que son tradicionalmente masculinas, como vestirse rápido y saber de agricultura, a la vez que tiene aptitudes femeninas, como confundirse con las direcciones y sentir simpatía por los animales.

Orlando se traslada a su casa en la ciudad y comienza su búsqueda de una vida y un amante. A su segundo día en Londres, Orlando camina sola cuando un conjunto de personas se agolpa alrededor de ella para observar a “Lady Orlando” (p.140), y en ese momento es rescatada por el Archiduque, que a su vez le regala una joya con forma de sapo, para demostrar que la perdonó por su travesura. Orlando se siente asfixiada.

Los días siguientes debe ser partícipe de numerosos eventos de sociedad. El biógrafo compara la sociedad y sus eventos con un “espejismo” (p.141), ya que todo parece divertido e interesante pero no se puede recordar nada particularmente interesante al día siguiente.

Durante este tiempo Orlando tiene varios amantes, pero sigue sintiendo que no encuentra la vida que busca. El 16 de junio de 1712, aclara el biógrafo, Orlando siente que todo lo que hacen las personas de sociedad es inútil, y las conversaciones que tienen son repulsivas. Orlando piensa que nunca volverá a integrarse a la sociedad porque las personas y las fiestas le resultan aburridas y sin sentido, pero luego recibe la invitación a una fiesta de la Condesa de R., a cuyas fiestas asisten las personalidades más geniales y destacadas, por lo que Orlando acepta de inmediato. Sin embargo, en la fiesta las personas le resultan igual de aburridas, a excepción de Mr. Pope, a quien encuentra completamente genial (Pope causaba que, luego de que él hablara, la gente se mantuviera en silencio por un tiempo y luego se retirara). Orlando invita a Mr. Pope a su casa.

En el camino a la casa, el carruaje que lleva a Orlando y a Mr. Pope atraviesa áreas de luz y otras de oscuridad (donde no hay faroles). En los momentos que están a oscuras, Orlando piensa que Mr. Pope es muy interesante y ella, muy afortunada de estar con él. En los momentos de luz, Orlando ve a su lado a un hombre grotesco y se avergüenza de venerar cuestiones como la fama y la celebridad. Al llegar a la casa ya es de día y Orlando se decepciona y alivia pensando que incluso los genios no son genios todo el tiempo.

Orlando comienza a rechazar invitaciones a eventos de sociedad y opta por invitar autores a su casa. El biógrafo incluye pasajes de las obras de Pope, Addison y Swift, y explica al lector que bien puede ver el alma del escritor leyendo lo que han escrito, y que los autores no son tan misteriosos como para precisar que un crítico o biógrafo los explique. Orlando, a su vez, comienza a mejorar su escritura, especialmente sus habilidades para el estilo naturalista.

Un día, Orlando toma el té con Mr. Pope y piensa: “¡qué envidia me tendrán las mujeres del porvenir!” (p.155). El biógrafo apunta que en la expresión puede ver cuán incómoda se siente Orlando en su presente. La protagonista se da cuenta de que nuevamente está demasiado enfocada en la celebridad y la fama, y que Mr. Pope en verdad carece de muchas características positivas, como la caridad y la tolerancia. Piensa también que muchos poetas tienen una opinión muy alta sobre sí mismos y muy baja sobre otros, especialmente si esos otros son mujeres. Con esto en mente, Orlando deja caer un terrón de azúcar en la taza de Mr. Pope de modo que el líquido salpique. Mr. Pope se ofende, le muestra un verso injuriando a las mujeres (incluido en su futuro libro Retratos de Mujeres) y se va. Orlando se siente abofeteada y sale a sentarse en la naturaleza, donde se queda pensando hasta la noche. Luego entra a su habitación y se viste con un traje que usaba cuando era hombre. Pasea así por la ciudad.

Se encuentra a una prostituta (que lo ve como un hombre) y entra a la pieza de esta. Sospecha que la timidez y torpeza de la muchacha son consecuencias de su intento por halagar la hombría de su cliente. Efectivamente, cuando Orlando le revela que es mujer, la muchacha, Nell, se relaja de inmediato, comienza a hablar fuerte, a reírse y a contar la historia de su vida. Orlando disfruta oírla hablar, sobre todo después de haber oído tanto a personas de alta sociedad. En los días siguientes, Orlando conoce a todas las amigas de Nell. Ellas le cuentan sus malas experiencias con hombres, quienes piensan que las mujeres no tienen deseos reales, sino simplemente “simulaciones” (p.160), y que cuando están solas, sin hombres, no tienen nada que decirse.

El biógrafo dice que este es otro período de la vida de Orlando del cual no se sabe mucho. Se viste como mujer o como hombre según le parece, a veces cambiándose varias veces en el mismo día. También disfruta de observar a las personas reunidas en cafeterías e imaginar lo que dicen. Una noche observa durante un tiempo a tres personas, a quienes llama doctor Johnson, Mr. Boswell y Mrs Williams, y considera esta experiencia más emocionante que cualquier obra que haya visto. Otra noche mira la ventana mientras se desviste. Con la primera de las doce campanadas que indican la medianoche, una nube crece rápidamente, y hacia las últimas campanadas la negrura tiñe Londres hasta sumirla en la oscuridad: “Todo era sombra; todo era duda; todo era confusión. El siglo dieciocho había concluido; el siglo diecinueve empezaba” (p.164).

Análisis

Recién cuando emprende su regreso a Inglaterra, Orlando comienza a enfrentarse a las implicancias que acarrea su nuevo género sexual. “Es raro, pero es cierto: hasta ese momento, apenas había pensado en su sexo. Quizá las bombachas turcas la habían distraído; y las gitanas, salvo en algún detalle importante, difieren poquísimo de los gitanos” (p.113). Tan poco natural le resulta a Orlando la asociación entre un género y determinado rol en la sociedad que la protagonista no se había detenido a pensar en que algo debería modificarse en su comportamiento debido a su nueva condición de mujer. En efecto, esta no había percibido ningún cambio en la percepción de los demás hacia ella en la comunidad gitana, donde no hay distinciones de importancia respecto a la sexualidad. “Sólo cuando sintió que las faldas se le enredaban en las piernas y el galante Capitán ordenó que le armaran en la cubierta un toldo especial, sólo entonces, decimos, comprendió sobresaltada las responsabilidades y privilegios de su condición” (p.113), dice el narrador, dejando en claro la importancia que la sociedad inglesa en la época adjudicaba a los símbolos identificativos de género.

Pero es interesante que en el intento de Orlando por comprender sus nuevas “responsabilidades y privilegios” vuelve a ponerse en escena, en la novela, la apertura en términos sexuales de su protagonista. Orlando de pronto se ve reflejada en Sasha, la mujer a la que amó en su vida de varón, y no siente más que un aumento en su atracción por ella. De hecho, Orlando se da cuenta de que es capaz de empatizar más con Sasha, en tanto ahora conoce y comprende lo que una mujer debe enfrentar en la vida.

En varios momentos del cuarto capítulo se establece una suerte de asociación entre la transformación de género de Orlando y un renacimiento juvenil. Al exponer los primeros pensamientos de Orlando en respuesta al modo en que es tratada por los demás, el biógrafo explicita: “Debemos recordar que era como un niño, que toma posesión de un jardín o de un armario de juguetes: sus razonamientos no podían ser los de una mujer ya madura que ha disfrutado de esas cosas toda la vida” (p.115). Más tarde, el carácter infantil de Orlando se pone en evidencia en sus escenas con el Archiduque Enrique, cuando la protagonista hace trampa en los juegos o coloca un sapo sobre la pierna de su compañero para que la deje sola. Las alusiones al renacimiento juvenil conducen, según evidencia gran parte de la crítica, a análisis religiosos y psicoanalíticos de la novela, pero también ayuda a construir la relación particular que Orlando tiene con la edad, el género y la sexualidad, y el modo en que eso entra en conflicto con los valores y las costumbres de la sociedad. Efectivamente, la comparación de Orlando con un niño apunta al hecho de que, como los niños, la protagonista no tiene aún interiorizadas y automatizadas las normas sociales que los adultos criados en determinadas culturas reproducen sin cuestionar.

Sin embargo, este carácter infantil de Orlando no es una cualidad que la protagonista haya adoptado como producto de su transformación de género. Ya desde el inicio de la novela pareciera que Orlando encuentra placer en burlar ciertas normas sociales, particularmente aquellas que procuran mantener claras delimitaciones y distancias, incluso físicas, entre las clases altas y bajas. Orlando mantiene desde su juventud relaciones románticas o sexuales con personajes de clase baja, como Sukey o Rosina Pepita. La experimentación en términos sexuales y de género en Orlando, como el hecho de alternar el vestuario femenino y el masculino, o involucrarse sexualmente con prostitutas con las que luego traba una amistad, parece encaminarse en la misma dirección en tanto incumplimiento de normas sociales establecidas.

En la crítica que la novela realiza de las normas sociales relativas a los roles de género, el vestuario tiene un lugar de relevancia. “Orlando había halagado el humor del buen hombre: lo que no hubiera sucedido si el capitán en vez de pantalones hubiera llevado faldas, y confirma la tesis de que son los trajes los que nos usan, y no nosotros los que usamos trajes” (p.138). Aunque luego planteará una tesis distinta, en una primera instancia el narrador establece una relación causal entre los "trajes" y el comportamiento de quienes los usan. Ilustra el modo en que el vestuario, en tanto distingue géneros, direcciona los comportamientos entre las personas: “A fuerza de usar faldas por tanto tiempo, ya un cierto cambio era visible en Orlando” (p.138). Según esta primera tesis que expone el narrador, el vestuario sería el modelador del carácter del individuo, quien adaptaría su comportamiento según si usa falda o un traje de hombre.

Aunque sosteniendo un tono satírico, la novela critica el hecho de que esta repartición de comportamientos de acuerdo al género no pareciera ser equitativa, mucho menos justa. Esto puede verse, por ejemplo, en la descripción que el narrador hace de los retratos de Orlando a lo largo de su vida, cambio de género incluido:

Si comparamos el retrato de Orlando hombre con el de Orlando mujer, veremos que aunque los dos son indudablemente una y la misma persona, hay ciertos cambios. El hombre tiene la mano para empuñar la espada, la mujer debe usarla para retener las sedas sobre sus hombros. El hombre mira el mundo de frente como si fuera hecho para su uso particular y arreglado a sus gustos. La mujer lo mira de reojo, llena de sutileza, llena de cavilaciones tal vez. Si hubieran usado trajes iguales, no es imposible que su punto de vista hubiera sido igual (p.138).

Sin embargo, el biógrafo (quien es, no debe olvidarse, un personaje ficcional) desecha esta primera tesis según la cual el vestuario es el que condiciona el modo de ser de las personas. “Tal es el parecer de algunos filósofos, que por cierto son sabios, pero nosotros no lo aceptamos”, sentencia, y asegura que “la diferencia de los sexos es más profunda” (p.138). La tesis alternativa que propone entonces el narrador determina que “fue una transformación de la misma Orlando la que determinó su elección del traje de mujer y sexo de mujer” (p.138). Y con esto, dice el biógrafo, Orlando expresó algo que les “ocurre a muchas personas y que no manifiestan” (p.138). Este “algo” es que los sexos se confunden: “No hay ser humano que no oscile de un sexo a otro, y a menudo sólo los trajes siguen siendo varones o mujeres, mientras que el sexo oculto es lo contrario del que está a la vista” (p.139). Como sea, tanto una como la otra de las tesis presentadas toman como eje el régimen de vestimenta como algo que, lamentablemente, simboliza cuestiones arraigadas al género en quienes visten. Esta condición del vestuario parece en ambos casos inconveniente: o bien determina el comportamiento de una persona o bien hace aparentar en una persona un género que no le pertenece.

Otra crítica fundamental de la novela se concentra en el capítulo cuarto, y es aquella que se dirige a la alta sociedad inglesa. El relato ridiculiza los usos y costumbres de la alta sociedad mostrando cómo Orlando siente que asiste a eventos importantes, distinguidos, aunque al día siguiente no puede recordar nada importante ni distinguido que haya tenido lugar en la reunión. La novela expone también un retrato satírico de los escritores y críticos célebres como individuos aburridos y pretenciosos la mayor parte del tiempo, lo que contrasta con las expectativas que Orlando tiene sobre ellos. Al conocer a Alexander Pope, la protagonista espera que el hombre sea brillante y maravilloso en todo momento, y rápidamente descubre que los momentos geniales de un hombre supuestamente genial son significativamente pocos y, al parecer, los reserva para su escritura. Orlando llega también a la conclusión de que los escritores varones del siglo XVII no respetan realmente a las escritoras mujeres (ni a las mujeres en general). Esto último será planteado por la novela como una cuestión constitutiva de la época, en tanto en el último capítulo, que tiene lugar en el siglo XX, Orlando finalmente logrará ser reconocida por su escritura.

Durante este capítulo, sin embargo, Orlando gozará de ciertas libertades que le serán restringidas más adelante, cuando abandone el siglo XVIII y se adentre en la sociedad victoriana del siglo XIX, cuyas normas sociales, sobre todo en lo que respecta al rol de la mujer, sean mucho más estrictas.