Los recuerdos del porvenir

Los recuerdos del porvenir Temas

El tiempo

El tiempo es uno de los temas fundamentales en Los recuerdos del porvenir. Ya desde el título puede pensarse en una forma de entender al tiempo diferente de la tradicional, de manera cronológica y progresiva. En Ixtepec, el tiempo funciona de otro modo. Por momentos se detiene, como sucede al final de la primera parte, con la huida de Felipe y Julia, o en cada uno de los recuerdos de los personajes. El propio Ixtepec inaugura la historia desde su presente pero a través de su pasado, que es donde sus habitantes cobran vida. Así, habilita la idea de un tiempo mítico.

Muchos de los personajes del libro se desarrollan en esa relación especial con el tiempo, pero tal vez Martín Moncada sea el que más lo manifiesta. Él expresa una evidente incomodidad con el paso del tiempo y la idea del porvenir, algo que se ve en la escena en la que despotrica contra el reloj de su casa y en la que se revela su desagrado para con los calendarios.

Asimismo, los personajes parecen estar ubicados fuera de la realidad. En la novela se los define como “fuera del tiempo”. Ocurre con el general Rosas, cuya primera descripción señala que “vivía fuera del tiempo, sin pasado y sin futuro” (Primera parte, Cap. II), y con Isabel mientras espera el fusilamiento de su hermano Nicolás: “Fuera del tiempo, de espaldas a la luz, se descomponía en otras Isabel que tomaban formas inesperadas” (Segunda parte, Cap. XIII).

Por último, la idea de recordar el porvenir, presente en el título del libro, subraya la noción del tiempo mítico y circular, que se explicita con la decisión de Elena Garro de que la novela empiece y termine con la imagen de la piedra.

La memoria

La memoria es otro de los temas principales de la obra. Esto es algo que se anticipa desde el pasaje inicial, cuando Ixtepec dice: "Sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo (...). Yo solo soy memoria y la memoria que de mí se tenga" (Primera parte, Cap. I).

El tema de la memoria está directamente relacionado con el tiempo, ya que Ixtepec -el narrador- se expresa como un ser intemporal, con una memoria que parece ilimitada y que se manifiesta desde un presente infinito.

Además, la memoria funciona como el mecanismo que permite a los personajes conectar su pasado con el presente y el futuro. Así lo explicita Ixtepec en este fragmento: "Y como la memoria contiene todos los tiempos y su orden es imprevisible, ahora estoy frente a la geometría de luces que inventó a esta ilusoria colina como una premonición de mi nacimiento" (Primera parte, Cap. I).

Esta idea se profundiza, por ejemplo, con el personaje de Martín Moncada, para quien pasado y futuro se confunden en un tiempo cíclico: en vez de concebir el futuro de manera progresiva y lineal, Martín lo entiende más bien como un eterno retorno, un retroceso hacia un estadio inicial, que es la muerte (lo que normalmente, en la concepción tradicional del tiempo, se percibiría como un fin). Así lo explica el narrador: "Él [Martín Moncada] sabía que el porvenir era un retroceder veloz hacia la muerte y la muerte el estado perfecto, el momento precioso en que el hombre recupera plenamente su otra memoria" (Primera parte, Cap. IV).

Por otro lado, la memoria puede ser considerada incluso como un personaje, ya que muestra voluntad propia. Tiene relación con los demás y, cuando actúa, los deja en segundo plano.

Son los hechos memorables, ya sean buenos o malos, los que terminan de caracterizar a los personajes. Ellos mismos se reconocen hechos en esa memoria cíclica, como sucede con Isabel cuando le explica a Rosas: “—Francisco, tenemos dos memorias... Yo antes vivía en las dos y ahora sólo vivo en la que me recuerda lo que va a suceder. También Nicolás está dentro de la memoria del futuro…” (Segunda parte, Cap. X).

A su vez, la memoria constituye un peso para algunos personajes. Por eso la desprecian. Es el caso del general Rosas, que no puede olvidar a Julia y, por eso, sentencia que “‘La memoria es la maldición del hombre’” (Primera parte, Cap. VIII).

En definitiva, la memoria es la que permite que Ixtepec cuente su historia, una historia que se forma a partir de los recuerdos de sus habitantes, pero no de manera individual, sino a través de una especie de narración colectiva de los acontecimientos.

El rol de la mujer

Los personajes de mujeres cumplen un papel primordial en el desarrollo de la historia. Con Julia e Isabel a la cabeza, puede decirse que uno de los rasgos salientes de Los recuerdos del porvenir es el protagonismo femenino.

Desde una perspectiva feminista, Elena Garro construye personajes femeninos decididos y de acción, en contraste con la quietud que muestran los hombres. La autora visibiliza a las putas, las viejas, las queridas, las beatas, las hijas, las criadas, etc.; todas sumamente importantes en los acontecimientos narrados, que están enmarcados en el periodo posrevolucionario y la Guerra Cristera de México.

En la segunda parte del libro, son las mujeres las que encabezan la resistencia y oposición al régimen militar mediante la organización de la fiesta y el plan de huida, la invitación al general Rosas, el ocultamiento de los perseguidos. En estas tareas, ponen incluso en juego sus propias vidas.

Además de esto, la novela problematiza el rol de la mujer en aquel contexto histórico. Aparecen mujeres sometidas -Julia, las amantes o Elvira Montúfar antes de enviudar- y se grafican varios actos de violencia de género, siempre desde una mirada crítica. Hay también cuestionamientos a ciertos mandatos -como el matrimonio- y personajes que se salen de los estereotipos.

La Revolución mexicana y la Guerra Cristera

Los recuerdos del porvenir es una obra completamente atravesada y marcada por el contexto histórico al que hace referencia. La historia que cuenta se ubica en la primera mitad del siglo XX, luego de la Revolución mexicana y durante la Guerra Cristera (1926-1929).

La Revolución mexicana fue un conflicto armado que se desarrolló entre 1910 y 1917, que empezó con el descontento por la perpetuación en el poder del general Porfirio Díaz y las desigualdades resultantes de su gobierno. El conflicto luego derivó en una guerra civil violenta encabezada por revolucionarios como "Pancho" Villa y Emiliano Zapata.

En tanto, la Guerra Cristera se desató luego de que, en 1924, Plutarco Elías Calles fuera elegido presidente, patrocinando diferentes reformas con un cariz fuertemente anticlerical, entre ellas, la promulgación de la Ley de la Tolerancia de Cultos (1926), que significó, en realidad, una persecución a los cultos religiosos. Esto produjo un enfrentamiento armado entre el gobierno y las milicias de religiosos católicos, cuyo grito de guerra era "Viva Cristo Rey", y terminó dándoles el apodo de "cristeros".

Estos dos episodios de la historia mexicana afectan y definen a los personajes de la novela. Ixtepec presenta una realidad que responde a la época mencionada: es un pueblo devastado, gobernado por una tiranía de militares, habitado por familias de aristócratas y mestizos que sufrieron pérdidas -tanto sentimentales como materiales- tras el periodo revolucionario, y una población de indios pobres que trabajan en el campo o como servidumbre.

El tema de la historia política que rodea a esos acontecimientos es algo que incluso los mismos personajes discuten, como sucede en la primera parte durante las reuniones en casa de los Moncada. La autora utiliza algunos de esos diálogos para dejar en claro su postura en torno a los hechos históricos que trae a colación.

La alusión a la Guerra Cristera se hace todavía más patente en la segunda parte del libro, donde los hechos del conflicto impulsan la trama. La decisión de los militares de convertir la iglesia en Comandancia Militar profundiza la oposición entre ellos y el pueblo y desata una serie de acontecimientos trágicos hacia el final de la novela.

La ilusión

La ilusión se vuelve protagonista de la novela más por ausencia que por presencia. Ixtepec y sus habitantes parecen sumidos en la quietud, la angustia y la melancolía, “fuera del tiempo” y atados a una memoria que parece anticipar más desdichas. Es justamente esa condición la que realza los -pocos- momentos de ilusión que viven los personajes.

Uno de ellos es la llegada de Felipe Hurtado que, al igual que Julia, genera una curiosidad que activa la imaginación de los vecinos y les permite ilusionarse con un tiempo diferente al presente en el que viven.

En la primera parte de la novela, esa ilusión se hace carne en los ensayos para la obra de teatro y en el desenlace de la historia entre Julia y Felipe, pero también a través del personaje Juan Cariño, quien, a pesar de su locura, se muestra como el único capaz de vivir con mayor libertad.

Aunque imaginarios, esos mundos tienen un impacto real en la vida de los personajes. Así sucede en la segunda mitad del libro, cuando la ilusión se deposita en la organización de la fiesta y la concreción del plan de huida.

En tanto, además de estos hechos puntuales, la ilusión de algunos personajes sobrevive en sus recuerdos de infancia. Por eso, Ixtepec y sus habitantes (sobre todo Isabel) en múltiples ocasiones recuperan recuerdos de la niñez donde todavía era posible imaginar otros mundos.

La culpa

En diversas formas, la culpa atraviesa gran parte del libro. Por un lado, muchos de los personajes son acompañados por ese sentimiento y parecen estar apesadumbrados por su presente, consecuencia de ciertas acciones (ajenas o propias) que los hacen sentir responsables. Sirven de ejemplo Martín Moncada, cuando reflexiona sobre su decisión de haber enviado a sus hijos varones a las minas de Tetela; las “queridas”, cuando están por escapar y recuerdan su pasado; el propio general Rosas, antes y después de ejecutar a Nicolás Moncada; o Isabel, tras haber consumado su traición.

Por otro lado, la culpa también juega un papel destacado como excusa y justificación de las desdichas. Son muchas las veces que distintos personajes señalan a Julia como culpable de lo que ocurre en Ixtepec.

En este sentido, la culpa también es importante al momento en que los militares juzgan a Nicolás y esperan probar su falta, pero no lo logran porque antes él confiesa y se declara culpable. En esa confesión, también inculpa a su hermana Isabel, quien, por su parte, está viviendo otro tipo de culpa debido a su traición.

Los indígenas en la sociedad mexicana

Si bien los indígenas no tienen un rol protagónico en la novela, su presencia es permanente: aparecen en la vida cotidiana de las familias de Ixtepec, en los comercios y calles del pueblo, y son las principales víctimas de las injusticias y de la crueldad militar.

Hay varias escenas que rememoran la situación de los indígenas en el contexto histórico del relato. Una de ellas se produce en una reunión de vecinos de Ixtepec en casa de los Moncada. Allí, varios de ellos expresan su desprecio para con los nativos, incluso a pesar de que comparten raíces ancestrales. "¡Ah, si pudiéramos exterminar a todos los indios! ¡Son la vergüenza de México! (…) Todos los indios tienen la misma cara, por eso son peligrosos" (Primera parte, Cap. IV). Frente a esto, Félix, reflexiona: "Para nosotros, los indios, es el tiempo infinito de callar" (Primera parte, Cap. IV).

Estos episodios aluden al modo en que la sociedad mexicana de principios del siglo XX percibía a los indígenas, principalmente como amenaza y mal ejemplo. Esta mirada puede resumirse en los dichos de Tomás Segovia, el boticario del pueblo: "¡No tiene remedio, el mejor indio es el indio muerto!" (Primera parte, Cap. VII).

Si bien Elena Garro no hace una bajada de línea directa, utiliza la trama de la novela para dejar ver la hipocresía y contradicciones que el tema de los indios suscita en el sentido común de la sociedad mexicana de aquel tiempo. Así sucede con el asesinato de Ignacio: “¡Pobre Ignacio! ¡Pobres indios! ¡Tal vez no son tan malos como creemos!” (Primera parte, Cap. VII).

En definitiva, a través de la hipocresía de los mestizos -que reniegan de sus raíces-, las degradaciones de los indígenas y la humanización de personajes como Ignacio o Félix, Garro expone y critica el racismo en México durante la primera mitad del siglo XX.