Los recuerdos del porvenir

Los recuerdos del porvenir Resumen y Análisis Segunda parte, Capítulos I-III

Resumen

Segunda parte

Capítulo I

Después de la misteriosa desaparición de Felipe y Julia, el pueblo queda en silencio, según cuenta el narrador. Los vecinos quedan nuevamente tristes y amargados. La novedosa alegría que había traído Felipe Hurtado al pueblo y el encanto de Julia ya no están, y se han llevado consigo la ilusión.

Mientras tanto, Matilde y Joaquín (que cae enfermo) quedan aislados en su casa, con miedo a las reprimendas que pueda tomar el despechado General. Sus sobrinos, Nicolás y Juan, se van a Tetela sin despedirse. Isabel, sin sus hermanos, queda cada vez más solitaria y deprimida. Rosas, mientras tanto, es visto por el pueblo cada vez más borracho y consumido por el rencor.

También se cuenta el trasfondo político de creciente tensión: las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia se vuelven cada vez más tirantes, mientras la gente sigue sin tierra y sin trabajo: “Entre los porfiristas católicos y los revolucionarios ateos preparaban la tumba del agrarismo” (Segunda parte, Cap. I). Comienzan las persecuciones religiosas. El descontento con los gobernantes es generalizado. Finalmente, cuando llega la noticia de la muerte de Álvaro Obregón (personaje real de la política mexicana, asesinado el 2 de julio de 1928), la gente se alegra.

Capítulo II

Llega al pueblo la noticia de la suspensión de los cultos religiosos. Los soldados rodean la iglesia, pero se forma una muchedumbre alrededor, incluyendo gente de pueblos vecinos. Don Roque, el sacristán, y el padre Beltrán se apostan frente a la multitud para dar un último oficio y bendecir a los inocentes antes de la prohibición.

Dorotea y Ana van a ver a Rosas, pero este ni siquiera las recibe.

Cuando intentan finalmente desalojar la iglesia y cerrarla para siempre, la gente se resiste y comienza la represión, dejando múltiples muertos y heridos. Finalmente, logran el desalojo, cierran la iglesia y le ponen una cadena. Dorotea, en negación, va al día siguiente con su guirnalda de flores e intenta traspasar la puerta. Los soldados se burlan, la humillan y le rompen las flores.

En los días que siguen el pueblo queda con un ambiente tenso e iracundo. El padre Beltrán desaparece. En las calles comienzan a aparecer carteles y pintadas con la leyenda “¡Viva Cristo Rey!”.

Un viernes a la madrugada, por la calle del Correo, se escucha cómo unos soldados persiguen, azotan y apedrean a un hombre que pide clemencia. Matilde, que vive sobre esa calle, sale en la oscuridad para intentar ayudar al hombre, pero solo encuentra un rastro de sangre: el cuerpo no está. También es testigo la familia Montúfar, que vive enfrente. Cuando vuelven los soldados, tampoco encuentran el cuerpo y se retiran.

Media hora después, en las Trancas de Tetela, Nicolás y Juan esperan a unas personas (no se dice a quiénes). Al no llegar esas personas, deciden entrar al pueblo. Al ingresar, unos soldados los interceptan y los detienen por circular en toque de queda. Los llevan a la Comandancia, donde los retienen hasta que llega Rosas y ordena liberarlos, pero les quita las armas. Antes de que se retiren les pregunta si no vieron a Abacuc, un ex zapatista, ahora líder de “los cristeros”.

Capítulo III

Al día siguiente, Ixtepec amanece con dos rumores: que asesinaron a don Roque y que Rosas teme el avance de Abacuc y su guerrilla. Mientras tanto, los militares se debaten acerca de la misteriosa desaparición del sacristán, a quien juran haber dejado sin vida, y se dispone una campaña de allanamientos en las casas de los vecinos de la cuadra. Crece el resentimiento y las sospechas de Rosas hacia los vecinos, convencido cada vez más de que traman algo en su contra.

El coronel Corona es el encargado de registrar las viviendas junto a sus subordinados. Comienza en lo de las Montúfar, a quienes les revuelven toda la casa, y luego van hacia lo de Matilde y Joaquín Meléndez, que están muy atemorizados, y, por último, a la casa de Dorotea. No encuentran nada y se sienten burlados.

Crece la sensación de una guerra implícita entre los militares y la gente de Ixtepec. A su vez, los vecinos y vecinas aguardan con esperanza la llegada de Abacuc para liberarlos del yugo de la opresión y la violencia militar.

Análisis

En el primer capítulo se retoma el tema de la ilusión al mostrar cómo un pueblo, despojado nuevamente de la posibilidad de soñar e imaginar, vuelve a la quietud: una temporalidad suspendida que va consumiendo a los pobladores. A su vez, se hace referencia explícita al contexto político de la época, incluyendo nombres propios y acontecimientos de la historia mexicana, como las persecuciones religiosas y el asesinato de Obregón.

También se muestra la preocupación y la tristeza de la gente ante tal escenario, como en esta escena donde don Martín Moncada lee el diario:

Martín Moncada leyó la noticia en el periódico y se quedó cabizbajo. El pueblo hostigado por la miseria entraba en esa lucha. Mientras los campesinos y los curas de pueblo se preparaban a tener muertes atroces, el arzobispo jugaba a las cartas con las mujeres de los gobernantes ateos.

—¡Esto es muy triste!

Y el padre de Isabel arrojó con violencia el periódico que hablaba del 'progreso de México'. Su tarea era sembrar la confusión y lo lograba (Segunda parte, Cap. I).

Un recurso muy utilizado en el realismo mágico es el de mezclar las historias personales de los personajes (ficción) con la historia real. Esto no cumple la función únicamente de aportar verosimilitud al relato, sino que permite una perspectiva de los acontecimientos más profunda que la que puede figurar en un libro de historia. Darle voz a personas comunes de un pueblo perdido, mostrar cómo el curso de las intrigas y decisiones políticas (tan ajenas a ellos, incluso al mismo general Rosas) afectan sus vidas privadas, permite a los lectores un acercamiento a la experiencia de esos años mucho más genuina y vívida.

En los dos capítulos siguientes hay una profundización de las tensiones y el odio entre las autoridades militares y el pueblo. La prohibición de la práctica religiosa (también ocurrida en la realidad) se representa como un límite que los vecinos no están dispuestos a aceptar. La iglesia significa mucho más que una institución o una religión: se trata del corazón de la comunidad. Es el único lugar donde la gente puede encontrarse, festejar, llorar a sus muertos, conversar.

En un pueblo donde no hay ilusión, la iglesia es el único espacio de distracción y canalización de las angustias de una vida amarga y nostálgica, como ya se expone varias veces en el libro. Quitarle ese espacio único a los vecinos de Ixtepec, lejos de aleccionarlos o apaciguarlos, hace que se enfurezcan y que sientan declarada una guerra en la que ya no tienen nada que perder. Así lo siente el narrador:

En mi larga vida nunca me había visto privado de bautizos, de bodas, de responsos, de rosarios. Mis esquinas y mis cielos quedaron sin campanas, se abolieron las fiestas y las horas y retrocedí a un tiempo desconocido. Me sentía extraño sin domingos y sin días de semana. Una ola de ira inundó mis calles y mis cielos vacíos. Esa ola que no se ve y que de pronto avanza, derriba puentes, muros, quita vidas y hace generales" (Segunda parte, Cap. II).

Por otro lado, los militares sienten la presión de este caldo de cultivo iniciado por ellos mismos y comienzan a verse en una encerrona donde el oprimido se convierte en una amenaza:

—Otra vez se burlan de usted, mi general, eso es lo que a mí me duele—dijo haciendo una alusión pérfida a Julia. Francisco Rosas detuvo su paseo circular y miró con fijeza a su ayudante. ¡Era verdad! Corona tenía razón. La burla de Ixtepec era el origen de su desdicha. Se acercó rencoroso a la ventana y miró las idas y venidas de mis gentes" (Segunda parte, Cap. III).

Esto se ve claramente en el cambio de actitud de los vecinos, que se muestran más unidos y con menos miedo. Los rumores de la rebelión de Abacuc, por su parte, hacen que la esperanza les dé aún más coraje para la guerra silenciosa que se libra dentro del pueblo:

Alguna noche Ixtepec oiría su grito [de Abacuc]:

«¡Viva Cristo Rey!», y eso sería la última noche de Francisco Rosas.

—¡Ya no tarda en venir! Y nos reíamos saboreando el nuevo incendiode Ixtepec.

—¡De que llega… llega!

Y ni siquiera mirábamos a las ventanas de la Comandancia Militar donde estaban los militares espiándonos; el general y sus ayudantes eran nuestros presos (Segunda parte, Cap. III).

Como se hace evidente en estos pasajes, Abacuc representa, para el pueblo de Ixtepec, más que una fuerte convicción política concreta, la fantasía del héroe que vendrá a salvarlos del tirano. De hecho, algunos críticos de la novela de Garro señalan que el personaje de Abacuc hace alusión a Habacuc, un profeta hebreo del Antiguo Testamento que justamente es conocido por protestar ante la injusticia y proteger a las víctimas de la tiranía de los poderes humanos, interviniendo siempre en favor de los débiles. Abacuc no representa otra cosa que la esperanza, el mito del salvador que llegará y librará al pueblo de todos sus males.

Como se puede ver, la esperanza, aunque sea imaginaria (solo se escuchan historias y rumores de Abacuc; nunca nadie lo ve ni aparece en el pueblo), genera un efecto real en las personas, tanto en los militares -que empiezan a tener miedo, aunque no lo reconozcan- como en los vecinos, que se sienten envalentonados y comienzan a desafiar al tirano.

Es interesante cómo los vecinos solo comienzan a actuar en este momento. Ixtepec es un pueblo caracterizado por la inmovilidad: sus habitantes viven paralizados por el miedo, nunca se animan a actuar, hasta este momento. Incluso son cómplices de muchas injusticias. Por ejemplo, esto sucede con Julia, a quien ven maltratada y dicen que se lo merece, aunque bien saben que no es así (incluso esperan que Rosas la mate). Del mismo modo, cuando hay ahorcados o crueldad injustificada, también le echan la culpa a ella, en vez de hacer algo para evitarlo o culpar al ejército. Cuando comienzan las manifestaciones se hace patente que el pueblo tiene un poder y que, si se unen pueden, hacer frente a la tiranía.