Los pasos perdidos

Los pasos perdidos Símbolos, Alegoría y Motivos

El rol de los personajes. (Alegoría)

Existe un proceso propio de toda la obra de Carpentier que también puede comprobarse en Los pasos perdidos; se trata de la alegorización de las funciones de los personajes al colocar sus nombres en mayúsculas. Este macanismo produce una idea de generalización sobre lo concreto que dota a la novela de una dimensión simbólica, o de sentidos absolutos: como si se tratara de arquetipos, los personajes aparecen tipificados según la función que cumplen en el relato. Por ejemplo, el Adelantado no recibe nombre hasta el final de la novela, y los rasgos que lo definen son, justamente, los que sugiere su condición de "adelantado": un aventurero que se ha internado en la selva más allá de los límites conocidos y ha fundado una ciudad en las Grandes Mesetas. Otros personajes que aparecen nombrados por su función son: El Curador (el encargado de la organización y el mantenimiento organográfico), el Kappelmeister (el director de orquesta que muere al recibir el impacto de una bala perdida dentro del hotel en la capital latinoamericana), el Carpintero o el Pescador de Toninas. Incluso Rosario, cuando comienza su romance con el protagonista, se refiere a sí misma en tercera persona, llamándose "tu Mujer", como si la condición de Mujer de alguien definiera mejor a su persona que el nombre recibido.

El alcohol. (Motivo)

El alcohol es un motivo que atraviesa toda la novela y que también está presente en los recuerdos del protagonista. El narrador demuestra tener cierta propensión hacia el consumo de alcohol y hay varios momentos en los que hace referencia explícitamente a su estado de ebriedad. Como se manifiesta en sus recuerdos, el gusto por la bebida se asocia a las experiencias traumáticas del protagonista durante la guerra. Después de visitar los campos de concentración y quedar totalmente impactado por ellos: "Por pensar menos en la Danza Macabra que me envolvía cobré mentalidad de mercenario, dejándome arrastrar por mis compañeros de armas a sus tabernas y burdeles. Me di a beber como ellos, sumiéndome en una suerte de inconsciencia mantenida" (p. 95).

Durante su viaje, el narrador destaca en muchas ocasiones qué tipo de alcoholes se producen en la selva y cómo se beben. La ingesta de alcohol aparece en los comentarios del narrador asociada siempre a una situación escabrosa o dolorosa. Por ejemplo, mientras los personajes están encerrados en el hotel de la capital latinoamericana debido a la revolución que se desarrolla en las calles, el narrador y Mouche beben hasta emborracharse; durante el velorio del padre de Rosario, el narrador también comenta sobre el alcohol que está bebiendo: el sabor avellanado del aguardiente de agave es una imagen particularmente recurrente, y vuelve a aparecer cuando los personajes se encuentran en las Grandes Mesetas.

La ´Novena Sinfonía´ de Beethoven. (Motivo)

Como motivo, la Novena Sinfonía vincula la dimensión musical y artística del relato con el profundo malestar que el narrador siente por la modernidad.

En primer lugar, la música es una expresión de los sentimientos humanos y de la humanidad en sí. Como demuestra Carpentier, la música es algo que han compartido generaciones y generaciones de personas desde el principio del tiempo, y lleva dentro de sí la memoria antigua de la humanidad. Sin embargo, el protagonista desprecia la música romántica por su sensibilidad asociada al efecto dramático de lo sublime, y la Novena Sinfonía de Beethoven se le figura como el mejor ejemplo de aquello.

Es por esta obra por la que el narrador manifiesta la más profunda aversión. La Novena Sinfonía es, sin duda, la obra más famosa de Beethoven, particularmente conocida por su último movimiento: “El himno a la Alegría.” Esta obra—la última de Beethoven—provocó una especie de escándalo público cuando se estrenó por primera vez porque cambió radicalmente las normas establecidas por la música clásica. Para el narrador, la Novena Sinfonía representa la máxima concreción de lo sublime romántico, y produce en el siglo XX una determinada sensibilidad contradictoria en Europa, preparando el terreno para las grandes dictaduras que derivaron en la Segunda Guerra Mundial. Con este trasfondo, dicha sinfonía se transforma, a los ojos del protagonista, en una muestra del fracaso de todas las esperanzas de la humanidad; así lo manifiesta cuando recuerda a los soldados nazis cantando el Himno a la Alegría (el último movimiento de esta sinfonía) en un campo de concentración, tras haber completado su jornada de trabajo dedicada al exterminio de los prisioneros.

Como motivo, la Novena Sinfonía está presente a lo largo de toda la novela e interviene en dos momentos fundamentales: en el Capítulo 1, cuando el protagonista entra a una sala de conciertos y la orquesta comienza a ensayarla. Al escapar de allí a toda prisa es que el narrador se topa con el Curador y comienza toda la aventura del viaje. El segundo momento principal tiene lugar en el Capítulo 3, cuando el narrador se queda solo en la sala principal de la posada y escucha la sinfonía en la radio. Esta pieza, en aquel contexto tan extraño, le trae los recuerdos de su padre y su juventud. En ese sentido, la Novena Sinfonía tiene el poder de despertar en el narrador las memorias olvidadas de su pasado, por lo que se transforma en un motivo de gran importancia para comprender su psicología.

El 'Prometeo desencadenado" de Percy Shelley. (Motivo)

La obra teatral versificada de Percy Shelley, Prometeo desencadenado, es uno de los tres motivos mitológicos que componen el trasfondo simbólico del narrador protagonista. Se lo menciona por primera vez en el Capítulo 1, cuando el narrador cuenta su pasado frustrado como compositor y su interés trunco en realizar una obra musical en torno a la figura del Titán liberado. A partir del Capítulo 5, el motivo vuelve a aparecer de forma recurrente, especialmente cuando el protagonista recupera la inspiración y quiere volver sobre su composición.

En la mitología griega, Prometeo es el Titán amigo de los hombres que roba el fuego a los dioses y lo entrega a los mortales, motivo por el cual es castigado luego por Zeus, quien lo encadena en el Cáucaso y envía cada día un águila a que le devore el hígado (que vuelve a crecerle cada noche). Prometeo ha sido tomado en la cultura occidental como la figura del benefactor de los hombres y el promotor del progreso y de la tecnología. A lo largo de las épocas, su figura ha sido utilizada como símbolo de la opresión de los dioses y, en el siglo XIX, los románticos la asociaron al espíritu encadenado que busca liberarse. En ese sentido, el Prometeo desencadenado de Shelley propone esta liberación del Titán como una alegoría de la emancipación del ser humano –y también del genio creativo– de todas las cadenas y los yugos con que las religiones y los sistemas políticos lo oprimen.

Este es el trasfondo simbólico que la imagen de Prometeo confiere al protagonista. Él también, en cierto aspecto, tenía una esperanza ciega en el progreso, y estaba atravesado por la fantasía de liberarse de todas las formas de opresión de la modernidad. Sin embargo, aquella idea es destruida por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Al regresar a la capital occidental después de los horrores contemplados en todo el mundo, el protagonista no puede regresar sobre aquel proyecto, como tampoco puede recuperar sus esperanzas.

'La Odisea' de Homero. (Motivo)

El poema épico de la antigüedad griega atribuido a Homero, Odisea, es otro de los tres motivos mitológicos que componen el trasfondo simbólico del narrador protagonista. Se lo menciona a partir del encuentro, en el Capítulo 3, con el minero griego, Yannes, quien viaja con un viejo ejemplar del poema, única pertenencia que lo liga a su cultura mediterránea.

La Odisea es uno de los poemas más famosos de la cultura clásica, y una de las más grandes referencias para toda la cultura de occidente. En sus 24 cantos, Homero refiere las aventuras de Ulises, uno de los héroes de la guerra de Troya, quien tarda diez años en regresar a su hogar en Ítaca. En sus aventuras, Ulises –también llamado Odiseo –atraviesa un sinfín de peligros y se enfrenta a dioses y hechiceras. La historia del narrador y su viaje a la selva traza una suerte de paralelismo que lo equipara en varios puntos al héroe griego.

El protagonista es muy consciente del sentido simbólico de su viaje y de la dimensión mítica de las tierras en las que se adentra, por lo que la Odisea se transforma para él en una obra a la que recurre frecuentemente en busca de referencias y de formas de comprender su propio viaje. Como motivo, la Odisea propone una múltiple conexión: por un lado, conecta al narrador con su trasfondo intelectual y la cultura letrada de Occidente, ya que las aventuras de Ulises están muy presentes en todas las manifestaciones artísticas y culturales a lo largo de casi 3000 años de historia. Por otro lado, el sentido del viaje hacia lo desconocido y el camino de pruebas que tiene que superar el propio narrador lo conectan con el personaje de Ulises y le devuelve un sentido mítico que poco a poco colma su vida y su forma de ver el mundo.

El mito de Sísifo. (Motivo)

El mito de Sísifo es el primero de los tres motivos mitológicos que componen el trasfondo simbólico del narrador protagonista. Se lo menciona por primera vez al inicio de la novela, en el Capítulo 1, y compone un motivo recurrente en las reflexiones del personaje, al punto de que la novela cierra con una frase alusiva: "(...) las vacaciones de Sísifo han terminado".

Según la mitología griega, Sísifo había sido condenado por los dioses a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de llegar a la cima la piedra siempre resbalaba hacia abajo y Sísifo tenía que comenzar de nuevo con su tarea una y otra vez. En El mito de Sísifo, obra fundamental del siglo XX, el famoso filósofo Albert Camus utiliza la figura de Sísifo para representar lo absurdo de la vida en la modernidad. La rutina es uno de los temas más importantes en la obra de Camus y se plasma en la idea de lo absurdo: tal como manifiesta en El Mito de Sísifo (1942), para Camus el hombre absurdo del siglo XX está condenado a repetir su rutina de forma mecánica, automatizada. Al igual Sísifo en la mitología griega, que había sido castigado a subir cada día una roca a lo alto de una colina solo para verla caer luego y recomenzar al día siguiente, así debe levantarse el hombre cada día para cumplir con su horario laboral, regresar a su casa, repetir las acciones recreativas como ir al cine, cenar y acostarse para levantarse al día siguiente y repetir la misma jornada.

Esta falta de sentido se encarna en la repetición de actividades día a día y también se extiende al ocio y a las horas de recreación: el fin de semana no es una liberación; trae un respiro sobre la semana laboral, sí, pero representa en sí misma otra forma de la rutina para el hombre moderno. Saber que la vida es una repetición de jornadas laborales y fines de semana libres hunde también al hombre en la angustia existencial. El protagonista entonces experimenta lo absurdo de su vida y así lo manifiesta. Es el peso de la rutina lo que empuja al narrador a deambular por la ciudad sin rumbo y a despreciar a la modernidad.