Los pasos perdidos

Los pasos perdidos Ironía

Mouche, la astróloga, no sabe reconocer las constelaciones en el cielo nocturno.

Mouche, amante del protagonista, es astróloga y se gana la vida haciendo cartas natales por correspondencia. Sin embargo, como el narrador manifiesta, es totalmente incapaz de reconocer las constelaciones -incluso las que adornan su estudio, pintadas en la pared -en el cielo. Como expresa el narrador: "Allá, más arriba del tejado, las estrellas presentes pintaban tal vez los vértices de la Hidra, el Navío Argos, el Sagitario y la Cabellera de Berenice con cuyas figuraciones se adornaría el estudio de Mouche. Pero hubiera sido inútil preguntarle, pues ella ignoraba como yo -fuera de las Osas -la exacta situación de las constelaciones" (p. 49).

El narrador escucha "El himno a la alegría" de la ´Novena Sinfonía´ de Beethoven cantada por los nazis en un campo de concentración.

Resulta trágicamente irónico para el protagonista escuchar el último momento de la Novena Sinfonía, el famoso Himno a la Alegría, interpretado por los soldados nazis alemanes en el contexto de un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Según el narrador, las estrofas de aquella pieza "eran la culminación de una ascensión de siglos durante la cual se había marchado sin cesar hacia la tolerancia, la bondad, el entendimiento de lo ajeno" (p. 94), pero interpretadas por un régimen totalitario que había sistematizado la muerte para hacerla lo más económica posible y aplicarla así sobre las poblaciones minoritarias, aquella sinfonía se transforma en un sarcasmo absoluto y lacerante que destruye la fe del narrador en la humanidad.

El protagonista comienza a componer su obra musical en una región donde no podrá ser ni ejecutada ni escuchada.

En sus propias reflexiones, le resulta irónico al protagonista que la inspiración necesaria para componer su obra musical surja en medio de la selva, en la aldea del Adelantado, donde no hay ni músicos que puedan interpretarla ni un público que pueda escucharla y apreciarla. Y sin embargo, a pesar de esa imposibilidad, el narrador se entrega a su escritura.

La modernidad europea busca la barbarie en cosas que nunca han sido bárbaras.

Cuando el protagonista regresa a la capital occidental, la cultura occidental le parece más contradictoria que nunca. Pensando en cómo aquella cultura ha comerciado los objetos de los pueblos bárbaros con afán exotista y explotando la idea de lo "bárbaro", manifiesta que nada tienen esos objetos de bárbaro, sino todo lo contrario: son elementos rituales, utilizados para establecer un orden cósmico. "Pero ahora me resultaba risible el intento de quienes blandían máscaras del Bandiagara, ibeyes africanos, fetiches erizados de clavos (...) sin conocer el significado real de los objetos que tenían entre las manos. Buscaban la barbarie en cosas que jamás habían sido bárbaras cuando cumplían su función ritual en el ámbito que les fuera propio" (p. 238).