Los pasos perdidos

Los pasos perdidos Resumen y Análisis Capítulo Quinto

Resumen

XXV

(24 de junio)

El grupo se despide de Yannes, que sigue las señas del Adelantado hacia una región en la que puede seguir buscando oro. Antes de irse, el minero griego abraza al narrador y, a falta de un mejor regalo, le obsequia su única posesión: un edición en español de la Odisea. Cuando se marcha, la estampa de aquel hombre recio, de torso desnudo y remo al hombro, recuerda al narrador la figura de Ulises, el héroe viajero.

El protagonista cuenta entonces que el secreto que el Adelantado le ha confiado es que ha fundado una ciudad en las Grandes Mesetas, y la mantiene en secreto para que no se llene de buscadores de oro que puedan importunar la paz de sus gentes. Esa ciudad, a la que el narrador llama la ciudad de Henoch, en referencia al personaje bíblico hijo de Caín y profeta reconocido por algunas doctrinas cristianas, fue nombrada por el Adelantado, en honor a su madre, como Santa Mónica de los Venados, y está constituida por una casa grande que sirve a modo de Casa de Gobierno, dos viviendas más pequeñas, un almacén y luego unas diez chozas que constituyen el barrio de los indios. El narrador queda decepcionado por la pequeñez de aquella ciudad, pero comprende entonces que así debieron ser también los asentamientos de los conquistadores a medida que avanzaban sobre tierras para ellos vírgenes.

En la tierra del venado rojo, el Adelantado espera que su ciudad crezca y prospere. Fray Pedro ha llegado con el objetivo de instalarse allí y construir la iglesia del pueblo, además de una plantación de cebollas. Al narrador le parece extraño que el Adelantado, quien ahora revela que se llama Pablo, quiera una religión para su ciudad, siendo que él no es particularmente religioso, sino más bien todo lo contrario.

Pablo les cuenta ese día parte de su historia: siendo un joven de 20 años, trabajaba en una herboristería y estaba en constante trato con los mineros que llegaban, afiebrados y con paludismo, para curarse y volver a la selva en busca de piedras preciosas. Un día, desinteresado por la vida de pueblo que llevan los hombres de su edad, se escapa de la farmacia e intercambia algunos remedios en el puerto para que unos mineros lo embarquen junto a ellos. Así llega a la región de las Grandes Mesetas, por donde camina 90 días, perdido y alimentándose de larvas y hormigas, con una seria herida en una pierna, hasta desembocar en el valle donde se encuentra ahora y ser curado por los indios de aquel lugar. En esa zona encuentra luego algo de oro, y lo lleva a Puerto Anunciación para cambiarlo por semillas, animales e instrumentos, con los que vuelve al valle a instalarse entre los indios. Allí toma mujer y continúa el intercambio con Puerto Anunciación hasta que, en un momento, se da cuenta de que ha fundado una ciudad. Firma entonces un acta de fundación y la entierra bajo una lápida en la Plaza Mayor. Delimita luego parcelas para los barrios y organiza un cementerio. Así queda fundada Santa Mónica de los Venados.

Luego cuenta que un día, al regresar de un viaje, su hijo mayor, Marcos, lo sorprende con la narración de un mito que en mucho se parece al del Diluvio Universal y el Arca de Noé, con la sola diferencia de que la paloma y la rama de olivo han sido remplazadas por una rata y una mazorca. Entonces, para que sus hijos y su gente no siga escuchando historias modificadas, decide traer al cura, quien al menos se encargará de transmitirlas tal como él mismo las ha aprendido.

XXVI

(27 de junio)

Algunos días han pasado y el protagonista sigue sintiendo su viaje como una regresión temporal. Ahora se entrega a las prácticas de los habitantes de la ciudad y abandona su ropa. Este nudismo se transforma en una revelación de su propio cuerpo y parece que lo hace vivir en el tiempo solar, profundamente afectados sus apetitos y sus energías por la luz y el calor. Así, continúa sintiendo su profunda transformación cultural, escapando del destino repetitivo que su antigua vida tenía para él e ingresando al tiempo mítico, magnificado, que comparte con Rosario. Ese mismo día toma también la decisión de permanecer en aquella ciudad, renunciando definitivamente a su vida pasada “allá” y abrazando esta nueva forma de la existencia.

Hojeando la Odisea, se encuentra con el capítulo de los lotófagos, que narra las aventuras de los compañeros de Ulises llegados a una isla cuyos frutos prodigan el don del olvido. Contrariado frente a una tripulación que ya no recuerda ni a sus familias ni sus casas y que solo desea aquella vida sencilla, Ulises obliga al resto de sus hombres a volver a las naves y partir de aquellas tierras, algo que ahora a los ojos del narrador se presenta como una decisión espantosa y cruel.

Tras su lectura, el narrador se abstrae en reflexiones sobre la música y comprende que sus primeras ideas eran absurdas: la música no pudo haber nacido como imitación del canto de los pájaros y del andar de animales, en un intento de los hombres prehistóricos por copiar aquello que es bello, porque justamente para aquellos hombres, los ruidos cotidianos de la naturaleza nada de bello pueden haber tenido. No, ahora está seguro de lo que el episodio con el hechicero le ha revelado: la música tiene que haber nacido como elemento ritual en las prácticas chamánicas de milenios atrás; sin embargo, el narrador se prohíbe ir más lejos en su pensamiento, puesto que al haber decidido quedarse allá corresponde también que abandone su vida de intelectual.

Lo único que preocupa al narrador, dentro de su nuevo plan de vida, es cumplir con el encargo que lo ha llevado hasta allí y enviar a la universidad los instrumentos que ha encontrado. A este dilema le encuentra rápida solución Rosario: cuando el Adelantado baje a Puerto Anunciación la próxima vez, podrá llevar con él los instrumentos y acercarlos hasta un sitio donde funcione el correo y pueda enviarlos al Curador. Con esta idea en mente, el protagonista siente que puede ser feliz en aquel sitio.

XXVII

El narrador asciende junto al fraile Pedro hasta la zona en la que hay tallados en la piedra una gran cantidad de representaciones de animales. Los hombres no pueden imaginar cómo habrán logrado realizarse aquellas tallas, tan alto en la roca y sin tecnología, y este misterio los llena de respeto y zozobra. Aquella zona es descripta como las "Tierras del Ave", por la enorme variedad que cubre los cielos. Si para otras civilizaciones los animales solares como el toro y el caballo han sido los símbolos empleados en sus mitologías, no hay dudas de por qué las civilizaciones de la selva han transformado a las aves en sus símbolos. Frente a estas reflexiones, fray Pedro de Henestrosa le pregunta al narrador si conoce el Popol-vuh, y le cuenta ante su negativa que se trata de una serie de relatos mitológicos que conforman las cosmogonías de aquellos indios. Fabulosamente, en aquellos relatos parece haber una predicción muy apropiada sobre la modernidad, porque algunas historias refieren a un momento en que los objetos creados por el hombre se revelan contra sus amos y los atacan, llevando a la ruina toda una generación humana. Esto conmueve hondamente al narrador, quien se queda pensativo, dando vueltas alrededor de todas aquellas ideas y poniendo nuevamente a consideración sus tradiciones culturales y las de los indios que habitan aquellas mesetas.

XXVIII

Sentado en una tabla y valiéndose de una libreta de colegial, el Adelantado está legislando: en presencia de fray Pedro, escribe una serie de edictos que deben cumplirse en su ciudad. Entre ellos destaca la prohibición de la caza del venado hembra y de los cervatillos, con el objetivo de no diezmar sus poblaciones. Entre las leyes que se dictan, también se dan las órdenes de construir la iglesia de la ciudad y de destinar una parcela de territorio para el cultivo de la cebolla.

Como se aproximan las lluvias, algunas tareas deben realizarse con urgencia para proteger los granos y evitar que las tierras se aneguen. El fraile intenta convencer al Adelantado que la finalización de la iglesia también debe ser considerada dentro de los decretos de emergencia, pero el gobernante rechaza esta idea, abocado como está a preparar las tierras para evitar que el almacén se inunde y se eche a perder el grano.

En una de esas tardes, luego del trabajo intenso de la tierra, el narrador se percata de lo cambiado que está su cuerpo: la alimentación magra y el ejercicio físico han hecho desaparecer las grasas sobrantes, y siente cómo los músculos se aprietan contra sus huesos. Eso lo lleva nuevamente a considerar cuánto se ha transformado toda su persona.

En esas jornadas también descubre que los indios del lugar relatan una suerte de epopeya épica que han heredado de algún pueblo del caribe y constituye una saga de relatos con guerras, raptos de princesas y portentos maravillosos. Esta dimensión épica del relato nuevamente le demuestra al narrador la complejidad y la solidez de aquella cultura que siempre ha visto menospreciada por el pensamiento occidental, por el simple hecho de que sus modos de vida difieren enormemente de los de aquellos.

XXIX

Hace dos días que llueve sin cesar. Los techos de palma están llenos de goteras, y pronto el piso de las chozas se transforma en un torrente fangoso en el que los personajes andan chapoteando. Media iglesia se ha caído por los efectos de la lluvia y fray Pedro anda de pésimo humor, tratando de sostener los restos y enfurecido contra el Adelantado por no haber declarado la protección de la iglesia como necesidad de urgencia.

El protagonista duerme con dificultad, pero en medio de la noche marcada por el sonido constante del agua que corre por doquier, siente que en su mente madura una idea enorme: una composición musical toma forma y crece dentro de sí, se ordena y desarrolla absorbiendo todo su ser. Se trata de una obra para la que el protagonista busca partir de la palabra desnuda, anterior a la música, como lo ha visto en el ritual oficiado por el hechicero. Así, piensa una composición polifónica en la que un personaje comience a declamar en total silencio un poema muy simple cuyas palabras y entonaciones poco a poco vayan complejizándose hasta afirmarse en una melodía sencilla. Luego entrarían los instrumentos, como una puntuación sonora según la materia de cada uno: metales, cuerdas, maderas o parches tensos. A ello sumaría luego una segunda voz que adornaría, con luces y sombras, la melodía principal. Así se generaría el ritmo general que la orquesta diversificaría y colorearía. A esta obra la llamaría simplemente Treno –como se les llama a ciertos cantos fúnebres griegos de la antigüedad–.

Impelido por esta obra que su mente ha comenzado a idear, el narrador le pide al Adelantado uno de los cuadernos como los que usa para legislar, y este se lo entrega, aunque de mala gana. Así, en un cuaderno de colegial y en medio de las Grandes Mesetas, el protagonista comienza la composición de su obra musical.

XXX

Mientras se dedica a su nueva idea, el narrador piensa que le gustaría trabajar sobre el Prometeo desencadenado de Shelley, tal como había sido su proyecto de la adolescencia. Sin embargo, sabiendo que esto no será posible, busca inspiración en el único libro que posee: la Odisea que le obsequiara Yannes. Allí, encuentra apropiado para su composición el canto dedicado al descenso al Hades, episodio particular por sus matices, su polifonía y su temática. Movido por una profusión incontenible, rápidamente llena con su Treno todo el cuaderno que le ha dado el Adelantado.

XXXI

El Adelantado ha accedido a darle al narrador un segundo cuaderno, pero le asegura que ese será el último. Esto preocupa al narrador, puesto que rápidamente llena un tercio y sabe que necesitará muchos cuadernos más para completar su obra.

Mientras tanto, el fray Pedro ha empezado a mirar mal el concubinato del narrador con Rosario, y le indica que debería casarse para dar buen ejemplo al resto de la ciudad. El protagonista se ríe de esta orden y no le presta atención, aunque rápidamente reconoce que la risa ha sido una fácil salida para un problema moral que lo aqueja: si decide rechazar el matrimonio, sabe que en verdad lo hace porque ya está casado. Como no quiere iniciar su nueva vida con ningún engaño, se niega a casarse sin antes divorciarse de su mujer, cosa que no puede hacer allí donde se encuentra. Por otro lado, si confiesa que ya está casado, teme decepcionar profundamente a Rosario. Acuciado por este dilema, un día decide preguntarle a Rosario si ella desea casarse, cosa que él da por descontado. Sin embargo, su concubina le revela con total naturalidad que de ninguna manera se casaría ella. Como le explica, el matrimonio es algo inventado por los hombres para poder dominar a las mujeres y tenerlas a su lado de forma obligada. Si se casaran, Rosario no podría escapar, por ejemplo, ante un marido violento y golpeador. Por eso, le parece que la mejor forma de convivir es sin esa estructura, así, ante el menor signo de abuso o violencia, será libre de abandonar a su marido, sin reglas que puedan utilizar para retenerla. El narrador comprende que la postura de Rosario es totalmente lógica y madura, pero algo en su interior se siente ofendido, y ahora quisiera casarse sólo para poder imponerse ante aquella mujer libre. Sin embargo, nada de esto le dice a su amante, y el tema queda olvidado por el momento.

Rato después de la discusión, el narrador es alertado por los gritos de Rosario y nota una horrible figura contra la ventana de la choza: una cabeza desfigurada, con la carne putrefacta a medio desprenderse de los músculos y los huesos, se asoma y gime. Se trata de Nicasio, un leproso al que tienen prohibido acercarse a la ciudad, pero que cada tanto aparece por allí. Marcos, el hijo del Adelantado lo echa tras arrojarle una mazorca, le explica al protagonista la historia de Nicasio y luego se queda a acompañar a la pareja y a tocar la guitarra para ellos.

XXXII

Al ver que el narrador está escribiendo en cortezas y en el cuero de venado que alfombra su choza, el Adelantado se compadece y le regala un tercer cuaderno, aunque le advierte que es el último. Cuando terminen las lluvias viajará a Puerto Anunciación, pero antes deberá realizar muchas tereas de planificación y organización de su ciudad.

Las lluvias continúan y los habitantes de Santa Mónica de los Venados, encerrados en sus chozas, se aburren. Aquel es un tiempo muerto, pero participa del orden natural de las cosas y nada se puede hacer al respecto. Rosario manifiesta que es el tiempo del “empreñamiento” y el narrador piensa que le gustaría tener un hijo.

Una tarde, un llanto horrorizado rompe la calma de la ciudad. Una niña de unos ocho años se aproxima a las chozas, ensangrentada de las ingles a las rodillas. Nicasio, el leproso, ha tratado de violarla. Fray Pedro contiene la hemorragia y aplica ungüentos preparados con las hierbas de la selva, mientras que los hombres organizan una batida para encontrar al leproso.

Marcos le da un fusil al narrador y le pide que lo acompañe. Ambos andan por la selva un buen rato, siguiendo al principio los rastros de Nicasio, aunque los pierden luego. Cuando ya están por regresar vencidos, Marcos detecta un sendero recién abierto en la maleza, y no lejos de allí encuentran al leproso. Éste les pide, con gemidos apenas comprensibles, la confesión religiosa antes de morir, pero Marcos insta al narrador a que dispare. Sin embargo, éste apunta pero no se atreve a descargar el arma sobre el leproso indefenso, y sabe que, de hacerlo, algo en él cambiaría para siempre. Finalmente, Marcos le quita el arma de las manos y dispara dos veces sobre la cabeza deformada del hombre.

XXXIII

Un avión aparece en el cielo y da vueltas alrededor de la ciudad. Las lluvias se han detenido de momento, aunque el cielo está totalmente cubierto y continuarán por la noche. El narrador sale a la Plaza Mayor y agita un pañuelo hacia el avión, que entonces comienza a planear cada vez más bajo y termina aterrizando en el valle. Dos hombres descienden y se comunican en inglés con el narrador. Alertados por el Curador y la gente de la universidad, han estado buscándolo desde hace días. La noticia de su desaparición ha salido en todos los diarios de “allá” y se ha creado toda una fábula en torno a su persona. Tras el relato, los hombres le dicen que agarre sus cosas, puesto que tienen que remontar vuelo cuanto antes, o la lluvia luego se los impedirá. El narrador duda; no quiere volver a la civilización pero, por otro lado, sabe que sería muy útil para entregar los instrumentos musicales, pedir el divorcio a su mujer, y abastecerse de papel y libros para poder seguir componiendo. Finalmente, decide que eso es lo que hará, y calcula que en no más de tres semanas estará de vuelta. Así se lo manifiesta al Adelantado y a Rosario, a quien le pide que lo espere y trata de hacerle comprender que es un viaje solo impulsado por la necesidad de abastecimiento. La mujer le contesta que puede hacer lo que quiera, que a ella no le importa. Para demostrar que sus intenciones de volver son reales, el protagonista trata de darle los cuadernos con su composición, pero ella lo rechaza, le dice que se los puede llevar y luego huye del abrazo.

El narrador no tiene tiempo para reflexionar sobre el asunto y debe subir al avión, que ya se prepara para despegar. Ya en el aire, mientras toda la ciudad saluda con júbilo, el narrador puede distinguir la figura de Rosario, caminando cabizbaja hacia las afueras de la ciudad, con el cabello negro tapándole el rostro como si fuera un velo.

Análisis

En el capítulo anterior el narrador ya ha encontrado los instrumentos musicales que habían motivado el viaje a la selva. Sin embargo, el viaje lo ha cambiado tanto que regresar en ese momento a la capital occidental le parece un despropósito, por lo que se propone acompañar al Adelantado hacia las Grandes Mesetas. Rosario decide acompañarlo, y el capítulo cierra con una consideración final sobre el tiempo: al adentrarse más allá de los límites de la selva, la regresión al pasado es casi total y el protagonista dice encontrarse en el cuarto día del Génesis, esto es, según las religiones judeo-cristianas, antes de que Dios creara a los hombres.

A lo largo del capítulo, el narrador se acostumbra a vivir con los indios de Santa Mónica de los Venados y termina por lograr una comprensión profunda de su cosmovisión. Las reflexiones que el protagonista realiza en función de los actos que presencia cotidianamente ponen de manifiesto la visión totalizante de mundo de aquellos pueblos y el contraste con las formas de comprender la realidad de la cultura occidental. Un claro ejemplo se le presenta cuando el Adelantado le demuestra su desinterés por la explotación de las minas que preocupan a Yannes, y le explica que el oro es algo que sólo interesa a la gente de “allá”. Ese “allá” pronunciado con menosprecio hace pensar al narrador en cómo la cultura estructura las formas de pensar.

Con este extrañamiento cultural operando sobre sus concepciones heredadas, vuelve sobre la noción de naturaleza:

“Es indudable que la naturaleza que aquí nos circunda es implacable, terrible, a pesar de su belleza. Pero los que en medio de ella viven la consideran menos mala, más tratable, que los espantos y sobresaltos, las crueldades frías, las amenazas siempre renovadas, del mundo de allá. Aquí, las plagas, los padecimientos posibles, los peligros naturales, son aceptados de antemano: forman parte de un Orden que tiene sus rigores. La Creación no es algo divertido, y todos lo admiten por instinto, aceptando el papel asignado a cada cual en la vasta tragedia de lo creado” (pp. 184-185).

El hecho de aceptar el papel que a cada uno le toca en la creación pone de manifiesto una visión totalizante de mundo: para las culturas primitivas, cada elemento de la creación está interconectado con el resto en un equilibrio particular y delicado. La creación, entonces, se define de esta manera:

“(...) es tragedia con unidades de tiempo, de acción y de lugar, donde la misma muerte opera por acción de mandatarios conocidos, cuyos trajes de veneno, de escama, de fuego, de miasmas, se acompañan del rayo del trueno que siguen usando, en días de ira, los dioses de más larga residencia entre nosotros. A la luz del sol o al calor de la hoguera, los hombres que aquí viven sus destinos se contentan de cosas muy simples, hallando motivo de júbilo en la tibieza de una mañana, una pesca abundante, la lluvia que cae tras de la sequía, con explosiones de alegría colectiva, de cantos y de tambores, promovidos por sucesos muy sencillos como fue el de nuestra llegada” (p. 185).

Lo que a ojos del narrador aparece como simpleza de pensamiento, en verdad da cuenta de todo un sistema de creencias que sostiene y cohesiona la vida social en las Grandes Mesetas. La visión totalizante del mundo pone de manifiesto toda una cosmogonía operando como base de los sistemas de pensamiento de aquellos grupos humanos.

La Cosmogonía (del griego: Cosmos, orden, universo armónico, y Agone, lucha) es la teoría que tiene un pueblo o civilización acerca del origen y formación del cosmos y sus habitantes, generalmente relatadas en mitos que cuentan la historia de la creación protagonizada por familias de dioses. El acto cosmogónico se refiere a la creación del mundo, y los mitos representan una forma de transmitirlos, en un principio de forma oral y luego escrita. Como el protagonista puede comprobarlo al escuchar las historias que los indios cuentan durante la temporada de lluvias, aquellos pueblos también poseen extensos relatos épicos que hablan de la creación del mundo y del origen de los pueblos.

“Una tarde descubrí con asombro que los indios de aquí conservan el recuerdo de una oscura epopeya que fray Pedro está reconstruyendo a fragmentos. Es la historia de una migración caribe, en marcha hacia el Norte, que lo arrasa todo a su paso y jalona de prodigios su marcha victoriosa. Se habla de montañas levantadas por la mano de héroes portentosos, de ríos desviados de su curso, de combates singulares en que intervinieron los astros. La portentosa unidad de los mitos se afirma en esos relatos, que encierran raptos de princesas, inventos de ardides de guerra, duelos memorables, alianzas con animales” (p. 198).

Toda comunidad se asienta sobre una serie de relatos que cohesionan la vida social y dan cuenta de su origen.

En Santa Mónica de los Venados, la regresión temporal que ha realizado el protagonista llega a su fin y lo pone cara a cara con aquel pensar y obrar mítico que en la modernidad se encuentra desdibujado e irreconocible. Ese vivir sujeto a los ritmos primordiales y en contacto profundo con el orden de la creación aparece como una respuesta frente al tedio que el narrador siente por la vida en la capital occidental.

Otra dimensión importante a analizar en el Capítulo 5 se relaciona con los libros que funcionan como motivos simbólicos durante toda la novela y que vuelven a aparecer en la vida del narrador en Santa Mónica de los Venados.

El Capítulo 5 inicia con la despedida de Yannes: el minero sigue la huella que le indica el adelantado y se pierde en la vegetación en busca de piedras preciosas y de oro. El protagonista lo ve partir y lo compara con Ulises. En su visión, la cultura clásica que ha alimentado toda su formación intelectual atraviesa aquellas imágenes y lo provee del marco de referencia a través del cual continúa interpretando la realidad que lo rodea. Así, sobre Yannes dice: “Hoy lo guía la codicia del metal precioso que hacía de Micenas una ciudad de oro” (p. 179). Esta referencia a la Grecia antigua se complementa con la propia estampa de Yannes, quien no solo aparece como un Ulises frente al protagonista, sino que también regala al narrador una edición de la Odisea de Homero, que es la única pertenencia que llevaba consigo.

La Odisea es uno de los poemas más famosos de la cultura clásica, y una de las más grandes referencias para toda la cultura de occidente. En sus 24 cantos, Homero refiere las aventuras de Ulises, uno de los héroes de la guerra de Troya, quien tarda diez años en regresar a su hogar en Ítaca. En sus aventuras, Ulises –también llamado Odiseo –atraviesa un sinfín de peligros y se enfrenta a dioses y hechiceras que se oponen a su objetivo. La Odisea es un buen ejemplo del esquema del viaje del héroe que ha alimentado a la literatura a lo largo de los siglos: el héroe que debe superar un camino lleno de obstáculos que lo ponen a prueba para obtener una recompensa y lograr así una comprensión profunda del mundo y de la vida en sociedad. La historia del narrador y su viaje a la selva traza una suerte de paralelismo que lo equipara en varios puntos al héroe griego, no solo por la evidente travesía en una selva llena de peligros, sino también por la comprensión particular de la realidad a la que llega finalmente en Santa Mónica de los Venados.

El protagonista es muy consciente del sentido simbólico de su viaje y de la dimensión mítica de las tierras en las que se adentra, por lo que la Odisea se transforma para él en una obra a la que recurre frecuentemente en busca de referencias y de formas de comprender su propio viaje. Como motivo, la Odisea propone una múltiple conexión: por un lado, conecta al narrador con su trasfondo intelectual y la cultura letrada de occidente, ya que las aventuras de Ulises están muy presentes en todas las manifestaciones artísticas y culturales a lo largo de casi 3000 años de historia. Por otro lado, el sentido del viaje hacia lo desconocido y el camino de pruebas que tiene que superar el propio narrador lo conectan con el personaje de Ulises y le devuelve un sentido mítico que poco a poco colma su vida y su forma de ver el mundo.

Cuando se encuentra en Santa Mónica de los Venados y experimenta ese modo de vida fuera del tiempo que los indios sostienen allí, el narrador lee un pasaje de la Odisea que, por supuesto, Alejo Carpentier cita intencionalmente para equiparar el mito griego a las aventuras y los sentires del héroe de su novela.

“(...) tomo la vieja Odisea del griego, tropezando, al abrir el tomo, con un párrafo que me hace sonreír: aquel en que se habla de los hombres que Ulises despacha al país de los lotófagos, y que, al probar la fruta que allí se daba, se olvidan de regresar a la patria. «Tuve que traerlos a la fuerza, sollozantes —cuenta el héroe— y encadenarlos bajo los bancos, en el fondo de sus naves.» Siempre me había molestado, en el maravilloso relato, la crueldad de quien arranca sus compañeros a la felicidad hallada, sin ofrecerles más recompensa que la de servirlo” (p. 188).

Con esta imagen, el narrador presagia ya su propio futuro: él también ha conocido la dicha en aquel viaje, y se encuentra a gusto en la ciudad del Adelantado, gracias a que puede olvidar y desaprender la carga de la modernidad que lleva consigo. Sin embargo, antes de poder realizar la conversión definitiva, los aviadores enviados por su mujer lo encuentran y lo llevan de vuelta hacia la ciudad. El protagonista, en este sentido, no se asocia a Ulises, no quiere regresar con Ruth, su mujer, como el héroe griego que añora a Penélope, sino que es más bien uno de los tripulantes que ha probado la flor del olvido y desea permanecer en el nuevo estado de conciencia descubierto.

Si se ha mencionado en el Capítulo 1 que el mito de Sísifo es uno de los mitos fundamentales de la obra, la Odisea es el segundo en aportar a la construcción de la dimensión simbólica en la vida del personaje. Estando en Santa Mónica de los venados, el protagonista es asaltado por la necesidad de componer aquel Treno que la guerra había dejado truncado. En la selva, sometido a los ritmos primordiales de la vida, la inspiración regresa y lo empuja a llenar un cuaderno tras otro con una extensa pieza musical construida sobre la base de un pasaje de la Odisea. En verdad, el protagonista quería trabajar sobre su idea original, el Prometeo desencadenado de Percy Shelley, pero como no tiene el texto consigo, se limita a trabajar con los materiales disponibles.

El pasaje de la Odisea sobre el que trabaja es el canto XI, en el que Ulises realiza el descenso al Hades –el mundo de los muertos –por medio de la intervención del adivino Tiresias. Al protagonista le parece que este es el adecuado para su treno, puesto que en él encuentra “el tono mágico, elemental, a la vez preciso y solemne” (p. 206). El rito de descenso a los infiernos, un motivo muy explotado en la cultura occidental, se asocia también en el protagonista al rito fúnebre que ha contemplado en el Capítulo 4, y le permite trabajar sobre una estructura musical que emule el nacimiento de la música a partir del trasfondo ritual.

“A medida que el texto cobra la consistencia requerida, concibo la estructura del discurso musical. El paso de la palabra a la música se hará cuando la voz del corifeo se enternezca, casi imperceptiblemente, sobre la estrofa en que se habla de las vírgenes enlutadas y de los guerreros caídos bajo el bronce de las lanzas. El elemento melismático que habré de colocar sobre la primera voz será traído por la queja de Elpenor, que llora de no tener ” (p. 206).

La descripción que realiza el narrador de su proyecto musical es extensa y cubre todos los aspectos de la composición. Una vez que ha definido su proyecto, se entrega a él con ardorosa pasión.

El tercer motivo mitológico que opera dentro del universo simbólico del personaje es la figura de Prometeo a partir de las referencias, como se ha dicho anteriormente, al Prometeo desencadenado de Percy Shelley. En la mitología griega, Prometeo es el titán amigo de los hombres que roba el fuego a los dioses y lo entrega a los mortales, motivo por el cual es castigado luego por Zeus, quien lo encadena en el Cáucaso y envía cada día a un águila a que le devore el hígado (hígado que volvía a crecerle cada noche). Prometeo ha sido tomado en la cultura occidental como la figura del benefactor de los hombres y el promotor del progreso y de la tecnología. A lo largo de las épocas, su figura ha sido utilizada como símbolo de la opresión de los dioses y, en el siglo XIX, los románticos la asociaron al espíritu encadenado que busca liberarse. En ese sentido, el Prometeo desencadenado de Shelley propone esta liberación del titán como una alegoría de la emancipación del ser humano –y también del genio creativo– de todas las cadenas y los yugos con que las religiones y los sistemas políticos lo oprimen. Prometeo se convierte así en el mejor ejemplo de rebeldía audaz que desafía a un poder tiránico (como el ejercido por Zeus). El impulso del robador del fuego aparecía a su vez como un símbolo del poeta y del revolucionario ansioso de más libertad, más luz y fraternidad en un mundo colmado de angustia. Contra la tiranía del antiguo régimen, los románticos anhelaban una nueva época del progreso humano que rompiera con las trabas represivas del poder tradicional. Poco más de un siglo después del escrito por Shelley, el joven protagonista se había propuesto utilizar al Prometeo desencadenado para su composición musical. Él también, en cierto aspecto, tenía una esperanza ciega en el progreso, y estaba atravesado por la fantasía de liberarse de todas las formas de opresión de la modernidad. Sin embargo, aquella idea es destruida por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Al regresar a la capital occidental después de los horrores contemplados en todo el mundo, el protagonista no puede regresar sobre aquel proyecto, como tampoco puede recuperar sus esperanzas. Así, la composición musical sobre la liberación de Prometeo queda trunca y el narrador se vuelca hacia el mito de Sísifo: la repetición inútil colma sus días.

Después del viaje y la regresión tanto a su pasado personal como a una instancia de la cultura previa a la modernidad, revive en el protagonista la imagen del Prometeo desencadenado y su ilusión por liberarse del yugo de la modernidad, solo que los métodos ahora son totalmente diferentes: para escapar de la opresión de occidente, lo mejor que puede hacer es quedarse en la selva e integrarse a los ritmos de vida primordiales de la gente en Santa Mónica de los Venados.

Sin embargo, este proyecto no es alcanzado por el narrador, quien termina encontrándose en un punto medio entre dos mundos, sin llegar a pertenecer a ninguno. En la aldea, rodeado del pueblo del Adelantado, quiere dedicarse a las tareas que realiza el resto de los indios, pero termina por entregarse a la inspiración musical y dedicar sus días a la composición, sobre las obras que la cultura occidental ha idealizado. Aunque el narrador quiere quedarse en las Grandes Mesetas, la necesidad de papel e instrumentos para la escritura lo empuja a aceptar el viaje en avión de regreso a la ciudad. Si bien su intención es regresar inmediatamente a la selva, en el Capítulo 6 se verá que aquello no es del todo posible.