Los pasos perdidos

Los pasos perdidos Resumen y Análisis Capítulo Sexto

Resumen

XXXIV

(18 de julio)

El narrador regresa a su ciudad después de las seis semanas que ha vivido en la selva, “fuera del tiempo de los de allá”, como sigue refiriéndose a la sociedad occidental que había creído dejar atrás para siempre. El narrador explica que fue Ruth, interpretando de pronto el rol de buena esposa, la que llevó su historia a los diarios. Los reporteros rápidamente tomaron aquel drama, lo magnificaron y lo hicieron masivo: todas las fotografías del protagonista fueron publicadas en diversos medios, el Curador apareció en muchas entrevistas televisadas, elogiando la tesis musical del narrador, esa que a él le parece ahora tan errada.

Lo que realmente irrita al protagonista es que el periódico, que acaba de premiar a los aviadores que lo han encontrado, lo quiera presentar al público como una persona ejemplar: un mártir de la investigación científica que regresa al hogar, junto a su esposa admirable. Y todos los esfuerzos hechos para sacarlo de la selva lo avergüenzan y mortifican: no puede creer que el país haya gastado tanto dinero en ello, cuando hay tantas familias que pasan hambre. Esto le parece totalmente absurdo y contribuye al hastío que siente por aquella sociedad.

De nuevo en la capital latinoamericana, el narrador se hospeda en el mismo hotel donde estuvieron encerrados con Mouche los días de revolución. Allí recibe el llamado de su esposa, que le dice que saldrá en el primer avión para encontrarse con él. Sin embargo, el narrador no quiere tenerla allí, prefiere volar él a la ciudad en donde vivía –el narrador no ha dicho de qué ciudad se trata, pero por algunas descripciones parece ser Nueva York –porque allí será más fácil hacer los papeles para el divorcio (aunque no le dice este detalle a Ruth).

En el avión de regreso, el narrador decide escribir y publicar su relato para dejarle el dinero a Ruth y que pueda vivir con eso el resto de su vida. Así, abandonarla se le hará más fácil. Ni bien baja del avión es recibido por su esposa y una comitiva de gentes entre las que destacan el rector de la universidad, el Curador, algunos funcionarios del gobierno y su jefe de la agencia publicitaria. Tras la recepción, en la que Ruth es el centro del espectáculo e interpreta el papel de esposa con más matices que cualquier otro rol que haya llevado al teatro en su vida, la pareja se retira a la intimidad de su hogar.

Al entrar a la casa, Ruth levanta del piso un recorte de diario dejado allí por algún vecino, en el que hay publicada una entrevista realizada a Mouche. La examante del narrador cuenta a la prensa una historia falsa, en la que ella acompaña al especialista en instrumentos musicales para estudiar la relación de la música y la astrología, pero que deja entrever, en cada línea, que en verdad eran una pareja de amantes. Ruth entiende este doble sentido instantáneamente y estalla en un acceso de ira hacia su marido. Según el narrador, la mujer, al notar que todo el teatro de esposa que había interpretado cae en un absoluto ridículo, interpreta ahora el rol de despechada; para no darle tiempo a entrar en uno de sus papeles, el narrador decide entonces echarle en cara toda la verdad, e incluso dañarla adrede, mostrando el desprecio que siente ahora por su cuerpo avejentado y por la vida conyugal reducida al sexo de los domingos.

Ruth escucha todo el relato de su marido, y sus ánimos pasan de la ira a la comprensión y se aproximan al perdón. Como esto no es lo que quiere el narrador, cuentan entonces su romance con Rosario y manifiesta el amor que siente por ella, tras lo cual le pide el divorcio y le anuncia que su plan es volver a la selva. Ruth se queda paralizada ante esta perspectiva, hasta que el acceso de furia la saca de su pasividad. Entonces, le dice a su esposo que hará todo lo posible para que el divorcio se haga tan lento y complicado que le impedirá el regreso a la selva. Frente a aquellas palabras, el protagonista le pregunta si es cierto lo de su embarazo, tras lo cual su mujer rompe a llorar y luego se marcha a su habitación y se encierra. El narrador aprovecha y sale a la calle para cambiar tomar un poco de aire.

XXXV

(Más tarde)

El protagonista camina por la ciudad sintiéndose fuera del ritmo de la gente que lo rodea. Llega a una iglesia y se queda a escuchar la liturgia. Los segmentos oficiados en latín, que la gente repite sin comprender, le parecen un rito occidental totalmente vaciado de sentido, una repetición mecánica que hace mucho que no significa nada. Todos los ritos occidentales, piensa entonces, son una práctica ridícula al lado del sentido magnificado que cada uno de sus gestos cobraba en la selva. La arquitectura de la ciudad también le parece una clara imagen de la decadencia: todas aquellas épocas y estilos superpuestos, venidos a menos, que sirven como escenario a la rutina y el tedio de los hombres que lo habitan.

En su caminata llega a Venusberg, una suerte de bar y galería artística llena de instalaciones que cuestionan y ponen en jaque aquellos elementos que forman el baluarte de la “alta cultura”; hay, por ejemplo, un templo griego cuyas columnas son piernas de mujer vestidas de medias negras, con una liga roja como elemento decorativo que reemplaza al astrágalo de las columnas.

Luego continúa su caminata y sigue reflexionando. Piensa que el problema de aquella sociedad es que los hombres se dedican a repetir acciones que de ningún modo lo definen. Lo que comprendió, por el contrario, junto al Adelantado, es que la máxima propuesta que se le puede hacer al ser humano es la de forjarse su destino, y por eso mismo siente la necesidad imperiosa de regresar a la selva.

XXXVI

(20 de octubre)

Al enterarse del divorcio del narrador, la prensa ataca su figura y la desprestigia de forma implacable. El narrador debe vender su relato a una revista poco importante que no le da mucho dinero. La lucha con Ruth se hace encarnizada. El embarazo había sido una falsa alarma, pero igual el abogado de ella se encarga de hacer el proceso arduo y complejo. El narrador se transforma en un hombre abominable para la opinión pública, pierde su trabajo y debe mudarse a una pensión barata y derruida para sobrevivir, ya que solo consigue pequeños encargos de composiciones por los que le pagan muy poco dinero. En su tiempo libre, se la pasa leyendo el Popol-Vuh, las crónicas del Inca Garcilaso y los viajes de Fray Servando de Castillejos, y soñando con el regreso a la selva.

Sus caminatas por el Parque Central son el único contacto que sostiene ahora con la naturaleza. En la calle, lee presagios en cada gesto: una araña puede ser un mal agüero, o la piel de una serpiente expuesta en una vitrina, al igual que un perro que se le acerca en busca de caricias le parece una indicación de que todo mejorará.

En uno de sus paseos erráticos, es sorprendido por Mouche. La mujer le miente en la cara al decirle que los periodistas han tergiversado su relato para destruir su figura, pero que de ninguna manera había sido esa su intención. El narrador está acostumbrado a las falsedades de Mouche, pero no puede evitar despreciarla por eso. Sin embargo, enardecido por la abstinencia de encuentros sexuales, termina acompañándola a su casa, donde hacen el amor de forma desapasionada y mecánica. En la casa de Mouche, cuando el narrador ve las constelaciones pintadas en la pared, recuerda la noche en que el viaje comenzó a tomar forma, y ve en aquellas estrellas los presagios de su viaje: el navío Argos representando el viaje, la cabellera de Berenice como la aparición de Rosario, y la constelación de Hidra como la batalla a librar con Ruth. Mouche le muestra allí una revista editada por una congregación religiosa que recibe por suscripción en la que se habla de la muerte de fray Pedro de Henestrosa, flecheado y mutilado por una tribu salvaje de la selva. El narrador recuerda un día en que subió junto a fray Pedro a una gran explanada de piedra, llena de petroglifos, desde donde Pedro le señaló una región y le contó que allí moraban unos indios que nadie nunca había podido evangelizar. Al parecer, el religioso se había colocado esa tarea sobre sus hombros y había fracasado.

Asqueado por la presencia de Mouche, le narrador abandona el departamento y se pierde en la noche, pensando en su amigo Pedro.

XXXVII

(8 de diciembre)

El narrador se ha salvado de los problemas legales de forma repentina gracias a un acuerdo de un falso concierto romántico destinado a venderse al cine. Ahora se encuentra en Puerto Anunciación, hospedado en la posada nueva, que fuera la casa en la que habían velado al padre de Rosario. Don Melisio, el posadero, le explica que le compró la casa a la madre de Rosario y que la mujer se ha marchado, junto a todas sus hijas, a reunirse con una hermana que tiene tras los Andes, a unas doce jornadas de viaje. Allí también se encuentra con algunos personajes que conoció en su viaje anterior: el Pescador de Toninas y el Carpintero, por ejemplo, quienes le confirman la muerte de fray Pedro de Henestrosa. Uno de los hermanos de Yannes había hallado el cuerpo, flotando a la deriva en una curiara, como señal de advertencia de los indios. También se entera que el Adelantado ha estado en Puerto Anunciación hace unos quince días, por lo que pasará mucho tiempo antes de que vuelva.

XXXVIII

(9 de diciembre)

En los siete meses que ha pasado “allá”, la selva ha cambiado completamente. La última crecida del río fue particularmente caudalosa y sus aguas aun no terminan de descender a su nivel habitual. Ese día se embarca junto a Simón y recorren el río buscando la bifurcación señalada por las tres “V” inscriptas en un tronco que lleva hacia el Gran Río y, de allí, a las Grandes Mesetas. Sin embargo, tras recorrer un importante trecho y llegar a un lugar que ya el narrador está seguro de no haber visto nunca, el narrador comprende que no podrá encontrar las marcas en el tronco porque el río sigue crecido y probablemente estén bajo el agua. Simón le dice que lo más probable es que las aguas no bajen hasta abril o mayo, lo que desalienta sobremanera al narrador, quien entiende que nada puede hacer más que esperar a que aquello suceda.

XXXIX

(30 de diciembre)

Para pasar el tiempo de espera, el narrador se entrega a la composición musical en torno al Prometeo desencadenado de Shelley, aunque más quisiera trabajar sobre el Treno que ha quedado en manos de Rosario. Un día, Yannes lo toma por sorpresa en la calle y rápidamente el narrador lo lleva a la posada con la intención de convencerlo de que lo lleve hasta las Grandes Mesetas. En la posada, beben y charlan en la sala común, pero Yannes se muestra esquivo y parece poco concentrado en la charla que mantienen. En un momento, el minero le dice que debe contarle algo, y ambos suben a la habitación, donde se encierran y se aseguran de que nadie los escuche.

Yannes le cuenta entonces que ha encontrado una región donde hay diamantes y que lleva algunas muestras a la ciudad, para poder tramitar los derechos de explotación de esa mina. El narrador quiere convencerlo de que posponga ese viaje y primero lo ayude a llegar hasta las Grandes Mesetas, pero Yannes ya tiene un pasaje para partir al día siguiente, al mediodía, por lo que aquello será imposible. Sin embargo, el minero griego le dice que ha pasado por Santa Mónica de los Venados, de regreso de su mina de diamantes; lleno de expectativas el narrador le pregunta por Rosario, y su amigo le dice que la mujer se ha casado con Marcos y que están esperando su primer hijo. Yannes no comprende la desolación profunda del narrador, y le dice simplemente que Rosario no es Penélope –en referencia a la heroína griega que esperó diez años el regreso de Ulises –y que las mujeres necesitan de los hombres. Esto hace comprender al narrador que, en realidad, aquellas gentes jamás tuvieron esperanzas de que él regresara a la selva, y de que en verdad él nunca dejó de ser un extranjero, un turista en ese tiempo mítico de la selva.

El fracaso queda revelado ante sus ojos. El narrador comprende que ha quedado varado entre dos mundos, sin lograr pertenecer cabalmente a ninguno de ellos. En los párrafos finales, comprende también que los hombres pueden escapar a su época, como lo demuestran aquellos pueblos perdidos en la selva, pero que los artistas, no. Atravesados por la historia, los artistas encuentran en ella la materia para sus obras, y él parece estar condenado a ello. Con ironía, expresa que las vacaciones de Sísifo han terminado. Yannes le ofrece entonces un pasaje para que se embarque junto a él rumbo a la ciudad y la aventura de los diamantes. En el último momento, alguien dice, detrás del narrador, que las aguas han bajado en los últimos días. El narrador piensa entonces que, en cierto tronco se empezará a ver, cuando la corriente se aclare, el signo de la puerta dibujado en la corteza.

Análisis

El Capítulo 6 propone tres momentos para la conclusión de la historia del protagonista: su llegada triunfante que lo transforma en el héroe de los medios de comunicación; la publicación de la verdad y el repudio que sufre tanto por su mujer como por la sociedad; y su regreso final a la selva latinoamericana, marcado también por el fracaso de sus deseos y expectativas.

El primer momento está marcado por el extrañamiento que siente el personaje ante un gobierno capaz de gastar tantos recursos en su búsqueda, mientras que no los invierte para mejorar las condiciones de ciertos suburbios; extrañamiento que también aparece frente a una sociedad que festeja, inconsciente, lo que su gobierno ha hecho por "rescatar" al narrador. Este extrañamiento se presenta como una crítica a la sociedad:

“(...) me sobrecoge el absurdo de una sociedad capaz de soportar fríamente el espectáculo de ciertos suburbios —como ésos, sobre los cuales estamos volando, con sus niños hacinados bajo planchas de palastro—, pero que se enternece y sufre pensando que un explorador, etnógrafo o cazador, pueda haberse extraviado o ser cautivo de bárbaros, en el desempeño de un oficio libremente elegido, que incluye tales riesgos en sus reglas, como es albur del toreo recibir cornadas. Millones de seres humanos han sido capaces de olvidar, por un tiempo, las guerras que se ciernen sobre el orbe, para estar pendientes de noticias mías” (p. 227).

Toda la visión de la cultura que se despliega ante los ojos del narrador se reviste en verdad de un matiz negativo. Frente al papel que juega su mujer en todo aquello, llorando y riendo, dando entrevistas a la prensa y atendiendo a las comitivas del gobierno, el protagonista también piensa en ello como una apostura, una puesta en escena absurda, cargada de engaño. Ruth interpreta su mejor papel, pero al narrador aquello lo llena de asco: no puede tolerar más aquella cultura del engaño y de las máscaras.

La representación del “buen matrimonio” acaba cuando la pareja logra encontrarse en la intimidad: Ruth lee la noticia que ha vendido Mouche a la prensa y se entera de que su marido en verdad se había escapado junto a su amante. El protagonista aprovecha entonces para contar toda la verdad a su mujer y pedirle el divorcio. Sin embargo, ahora son las estructuras sociales las que lo aprisionan y no lo dejan concretar sus objetivos, puesto que Ruth, vejada y ridiculizada después de todo lo que hizo para encontrarlo, le jura que hará todo lo posible para retrasar el divorcio y arruinar el regreso del narrador a la selva.

Esto es un duro golpe para el narrador, puesto que ya nada en la capital occidental o en su antigua casa le interesa. Es tan profundo el cambio que se ha operado sobre su persona que su pasado intelectual y artístico parece quedar suspendido y carecer de sentido. Al llegar a su casa, expresa que vuelve “como si entrara a casa de otro” (p. 230). Nada de la cultura occidental lo atrae.

“Ninguno de los objetos que aquí veo tiene para mí el significado de antes, ni tengo deseos de recuperar esto o aquello. Entre los libros alineados en los entrepaños de la biblioteca hay centenares que para mí han muerto. Toda una literatura que yo tenía por lo más inteligente que hubiera producido la época, se me viene abajo con sus arsenales de falsas maravillas. El olor peculiar de este apartamento me devuelve a una vida que no quiero vivir por segunda vez” (p. 230).

Es que, una vez que el narrador se ha sometido al tiempo magnificado del mito y ha experimentado la vida desde la visión totalizante de las culturas primitivas, todos los objetos de la modernidad solo le devuelven la idea de decadencia.

Una vez que la verdad sobre su viaje sale a la luz y el proceso de divorcio ha comenzado, la fama del protagonista se ve arruinada, hasta el punto de que pierde su trabajo y solo logra sobrevivir gracias a pequeñas composiciones que le encargan y que le pagan muy poco. En esos meses que el narrador pasa en la capital, viviendo en una pensión miserable, la ciudad se despliega ante sus ojos como un paisaje extraño cuyo ritmo es incapaz de comprender y que se le aparece como forzado y poco natural.

“Los hombres que me rodean van, vienen, se cruzan, sobre la ancha acera llevando un ritmo ajeno a sus voluntades orgánicas. Si andan a tal paso y no a otro, es porque su andar corresponde a la idea fija de llegar a la esquina a tiempo para ver encenderse la luz verde que les permite cruzar la avenida. (…) como no logro ajustarme ya a las leyes de ese movimiento colectivo, opto por progresar muy lentamente, pegado a las vitrinas…” (p. 234).

Esas caminatas que ya revelan un ritmo totalmente extrañado llevan al narrador a presenciar los rituales de la cultura occidental a los que está acostumbrado.

Al salir de una misa que lo ha impactado profundamente por cómo los feligreses repiten los latines del sacerdote sin comprender una palabra de lo que dicen, reflexiona sobre el vaciamiento de sentido de los ritos en las sociedades modernas. Los hombres y mujeres de aquella sociedad están atravesados por una inconsciencia que se manifiesta en todo lo que hacen.

“(...) cuando aquí se casan, intercambian anillos, pagan arras, reciben un puñado de arroz en la cabeza, ignorantes de la simbólica milenaria de sus propios gestos. Buscan el haba en la torta de Epifanía, llevan almendras al bautismo, cubren un abeto de luces y guirnaldas, sin saber qué es el haba, ni la almendra, ni el árbol que enjoyaron. Los hombres de acá ponen su orgullo en conservar tradiciones de origen olvidado, reducidas, las más de las veces, al automatismo de un reflejo colectivo” (p. 235).

Esta visión crítica de la cultura y la sociedad occidental demuestra la profundidad del cambio experimentado por el narrador en su viaje. La forma de ver el mundo y la cultura que se le reveló en la selva le impide integrarse nuevamente como un miembro efectivo de la sociedad. Ahora, cada rasgo, cada elemento de la cultura que se perfile ante sus ojos aparece como una muestra de la degradación del sistema occidental. En el pastiche de estilos que son las fachadas de la ciudad, lee la agonía y la enfermedad de una sociedad sin futuro. Así, la capital occidental termina figurándose en las representaciones del narrador como la ciudad del Apocalipsis.

Por ello, la única posibilidad de renacimiento y supervivencia que contempla el protagonista es la de un futuro actualizado en el pasado al que llama “los Recuerdos del Porvenir”: las nociones de pasado, presente y futuro han sido puestas a prueba en su viaje, que le ha enseñado cómo pueden convivir. Por eso sentencia que ya no acepta un presente en el que el ritmo de las existencias sea marcado por los patrones de las empresas o los dictadores políticos. El único presente en el que cree el narrador es el de lo intacto, y en el futuro que se crea en regresión, “de cara a las luminarias del Génesis”. Ese presente solo puede alcanzarlo en las formas de vida que se conservan en la selva.

El tercer y último momento del capítulo propone la conclusión a la novela. El protagonista ha logrado arreglar los trámites del divorcio y ha regresado a la selva. Esta evasión busca romper con la noción ilustrada a través del mito de Sísifo: el personaje huye “de los oficios inútiles, de los que hablan por aturdirse, de los días huecos, del gesto sin sentido” (p. 248) con la secreta esperanza de hallar, en Santa Mónica de los Venados, un ámbito propicio para la composición de su treno. “En Santa Mónica de Los Venados, mientras estoy con los ojos abiertos, mis horas me pertenecen. Soy dueño de mis pasos y los afinco en donde quiero” (p. 249). Esta es una noción que vuelve sobre el sentido del título de la novela: los pasos como metáfora del viaje empujan al protagonista hacia el pasado, el suyo propio y el de toda la humanidad. En esos “pasos perdidos” es posible hallar un nuevo camino para salvarse del absurdo de la modernidad y romper con el esquema repetitivo de Sísifo. Ser dueño de sus propios pasos significa, en este contexto, superar la repetición carente de sentido y recuperar una forma de vida magnificada, integrada al orden de la creación como un elemento más.

Sin embargo, el regreso del protagonista está marcado por el fracaso de sus ambiciones y deseos: en primera instancia, al llegar a Puerto Anunciación comprueba que las aguas de los ríos están todavía demasiado crecidas, y que el Adelantado no visitará el pueblo en los próximos meses. De todas formas, contrata a un remero, Simón, para que lo lleve en su embarcación en busca de la puerta con las tres “V” que marcan el camino hacia las Grandes Mesetas. Aunque suben y bajan por el cauce fluvial, las “V” no aparecen ante los ojos del protagonista, quien termina por comprender que aquello se debe a la creciente de las aguas, y se resigna a la espera en Puerto Anunciación, aunque todo indica que recién en cuatro o cinco meses los cursos serán navegables como para volver a intentarlo.

El narrador comprende entonces que ha tenido la posibilidad de vivir, casi sin percatarse de ello, en lo maravilloso, y reflexiona sobre su suerte:

“(...) se llega tan lejos, más allá de lo repartido, que el hombre, envanecido por los privilegios de lo descubierto, se siente capaz de repetir la hazaña, cuando se lo proponga —dueño del rumbo negado a los demás—. Un día comete el irreparable error de desandar lo andado, creyendo que lo excepcional pueda serlo dos veces, y al regresar encuentra los paisajes trastocados, los puntos de referencia barridos, en tanto que los informadores han mudado el semblante” (p. 253).

Y esto es lo que sucede con ese regreso: el paisaje ya no es el mismo, la selva ha cambiado su fisonomía y las huellas que lo conectan con el mundo que desea recuperar han sido borradas.

Lo que es más, cuando se encuentra con Yannes, que vuelve tras haber encontrado una presunta mina de diamantes, se entera de que Rosario se ha casado con Marcos, y está esperando un hijo de dicho matrimonio. En su español rudimentario, Yannes expresa la gran verdad que termina por destruir las esperanzas del protagonista: “Ella no Penélope, mujer joven, fuerte, hermosa, necesita marido. Ella no Penélope. Naturaleza mujer aquí necesita varón” (p. 257). Frente a esta verdad, el protagonista comprende que está atrapado entre dos mundos: nunca podrá pertenecer a aquellos pueblos de la selva, puesto que la cultura occidental lo ha marcado irreversiblemente. Sin embargo, tampoco podrá regresar a la vida de la gran ciudad, puesto que la dimensión mítica que ha conocido en su viaje no se lo permitiría.

Así, quien ha tenido la posibilidad de experimentar los dos mundos, descubre que su lugar es el interregno, un espacio de paso entre las dos realidades que no está completamente en ninguna de ellas. Este parece ser el tiempo y el espacio que corresponde al artista:

“(…) la única raza humana que está impedida de desligarse de las fechas es la raza de quienes hacen arte, y no solo tienen que adelantarse a un ayer inmediato, representado en testimonios tangibles, sino que se anticipan al canto y forma de otros que vendrán después, creando nuevos testimonios tangibles en plena conciencia de lo hecho hasta hoy. Marcos y Rosario ignoran la historia (…) y yo hubiera podido permanecer a su lado si mi oficio hubiera sido cualquier otro que el de componer música” (pp. 258-259).

Con estas palabras, el narrador expresa su imposibilidad última de sustraerse a los problemas de su época y su cultura. Él es, ante todo, un artista, y está condenado a interpretar y reflexionar sobre la cultura para componer su arte. Por eso no puede vivir junto a Rosario, porque sus mundos son en un punto irreconciliables. “Hoy terminaron las vacaciones de Sísifo” (p. 259), con esta sentencia del fracaso, el narrador pone fin a su historia.