Los pasos perdidos

Los pasos perdidos Resumen y Análisis Capítulo Segundo

Resumen

IV

(Miércoles, 7 de junio)

El narrador llega junto a Mouche, su amante, a la capital del país latinoamericano en el que tiene que realizar su investigación. Aunque en la novela no se dice en ningún momento, se comprende que el país es Venezuela. Mientras el narrador reflexiona sobre aquella geografía y la distribución urbana de la ciudad, también menciona un fenómeno al que los locales llaman “el Gusano”: En la ciudad se percibe algo descripto como un polen maligno que genera confusión al inmiscuirse en todas partes y echar a perder los elementos más diversos. Por ejemplo, un día aparecen hongos en los sueros de un hospital, otro se encuentran parásitos alimentándose de los cuadros en los museos, o los licores comienzan a burbujear en sus botellas, o todos los aparatos de precisión se desajustan.

Mientras aterrizan, el narrador repara en una enorme mansión llena de estatuas que no es otra que la residencia presidencial. El compañero de asiento le dice entonces que por pocos días no llegan para ver el cambio de mando y los desfiles en honor al nuevo presidente. Cuando aterrizan y comienzan a caminar por la ciudad, el español que se escucha y se lee en todas partes trae a la memoria del narrador una infancia perdida hace mucho tiempo y lo sume en la reflexión. A su vez, se le ocurre que quizás no tiene que engañar a la universidad y puede encontrar los instrumentos musicales en algún anticuario de la ciudad, sin necesidad de internarse en la selva. Incluso antes de llegar al hotel, se detienen un momento en una casa de antigüedades, donde no encuentran ningún instrumento, pero Mouche se compra un hipocampo porque le recuerda a un poema de Rimbaud.

V

(Jueves, 8)

Una vez instalados en el hotel, la pareja de amantes decide ir al teatro, donde observan una ópera hasta que Mouche se cansa y pide abandonar el lugar. Esto fastidia al narrador, pues piensa que a su amante no le gusta la ópera solo porque en su generación está de moda criticarla. A él, todo el vestuario de las cantantes lo remite a su infancia, especialmente a su bisabuela, quien había sido actriz de teatro. Una vez en la calle, la pareja camina por la ciudad desierta a esas horas de la noche y los dos se sorprenden por el silencio y la pesadez que se respira en la ciudad.

A la mañana siguiente, el narrador se despierta relativamente temprano y, viendo que Mouche seguirá durmiendo por un tiempo, decide salir y comenzar a explorar la ciudad en busca de más vendedores de antigüedades. Mientras camina por una calle llena de puestos de comida, se sorprende al percibir entre todos esos aromas el del pan recién horneado, y se da cuenta de que hacía mucho que no sentía aquellos olores, lo que le recuerda nuevamente a su infancia. En ello está pensando, cuando siente una descarga de ametralladoras que desgarra el aire. Piensa que se trata de una escuela militar que debe haber en las cercanías y sigue caminando, pero de pronto se choca contra una multitud que huye por la avenida, derribando todo a su paso. Tras la multitud vuelven a oírse los disparos, y de pronto las balas comienzan a surcar el aire e impactar contra los negocios, las casas y las personas. En medio del caos, el narrador corre hacia el hotel y atraviesa una calle llena de aves en jaulas que chillan y se sacuden al ser abatidas por las balas.

Una vez dentro del hotel y de comprobar que Mouche se encuentra bien, pide explicaciones a los locales, pero nadie le puede explicar qué está pasando exactamente. Parece que ha comenzado una revolución contra el gobierno del presidente electo, pero no se comprende qué es lo que la ha desatado. Algunos hablan de un movimiento de socialistas contra conservadores, o de comunistas contra católicos, y otros citan apellidos como causas de los enfrentamientos. Como conclusión, el narrador entiende que es una lucha entre un grupo que representa una posición avanzada contra otro más conservador. Durante todo el día se escuchan las ametralladoras en las calles, y las balas impactan contra las paredes del hotel. En medio del caos, el narrador y Mouche se encierran a beber alcohol y luego hacen el amor de forma apasionada y urgente, mientras sienten los impactos de las balas a su alrededor.

VI

(Viernes, 9)

El día siguiente deben pasarlo adentro del hotel, pues la revolución continúa. Los últimos sirvientes del hotel se han sumado al enfrentamiento, por lo que solo queda el gerente para ocuparse de todo. Al poco tiempo, todo el edificio se queda sin agua y, horas después, por las tuberías comienzan a emerger un sinfín de insectos de todo tipo que rápidamente se adueñan del hotel sin personal de limpieza. Encerrados, los huéspedes se empiezan a conocer entre sí y a hablar de sus trasfondos; Mouche traba amistad con una pintora canadiense que en el pasado estuvo casada con un diplomático latinoamericano, pero que vive soltera desde hace años.

De pronto, una gran explosión suena cerca del hotel, y todos se reúnen en el hall de entrada, preocupados y con los nervios crispados. Allí, un hombre mayor y de figura autoritaria, Kappelmeister (es decir, maestro de capilla en español, músico y compositor de gran prestigio), se hace cargo de la situación y organiza un comité de hombres para bajar a las bodegas y revisar de cuántos víveres disponen. Tras este chequeo, los ánimos se distienden, puesto que en el hotel hay comida para varias semanas. Sin embargo, lo que más atrae al grupo es la enorme cantidad de alcohol que tienen a su disposición y que comienzan a catar.

Horas después, el narrador comienza a recorrer el hotel, totalmente ebrio, buscando a Mouche, que estaba con la pintora canadiense. Mientras va y viene por aquellos pasillos, reflexiona sobre la libertad, su infancia y aquel laberinto que es la vida. Cuando encuentra a su amante, esta le dice que la revolución ya ha terminado y que los miembros del gobierno anterior están encarcelados. Sin embargo, de momento rige un toque de queda, y nadie puede andar en la calle después de las seis de la tarde. El narrador entonces piensa en volver a su país, pero Mouche le dice rápidamente que aquello no será posible por un buen tiempo, puesto que las compañías aéreas ya deben estar colapsadas con una enorme cantidad de gente que quiere abandonar el país. La pintora canadiense interviene entonces y propone a la pareja que viajen con ella a Los Altos, una población de veraneo donde ella tiene su casa y su estudio.

En los días siguientes, si bien la revolución ha terminado, los conflictos en la calle continúan. Agobiado por la falta de tabaco, el narrador sale del hotel y se adentra en una tienda medio escondida que había visto por la ventana de su cuarto. Allí logra obtener tabaco, pero no puede regresar inmediatamente porque un tiroteo se desata justo en la calle, y el negocio debe cerrar sus puertas. Después de mucho rato, puede cruzar hacia el hotel, escoltado por un sargento a cargo de los soldados que sofocan el enfrentamiento, y se encuentra entonces que en el hotel están velando al Kappelmeister, alcanzado por una bala perdida y muerto casi en el acto. Frente a ese panorama, la pareja decide instalarse en Los Altos junto a la pintora canadiense cuanto antes.

VII

(Sábado, 10)

La pareja se instala en Los Altos junto a la pintora canadiense. Los Altos es un pueblo de provincia, pintoresco pero para nada monumental. Lo único que el narrador destaca en una larga descripción son los quince faroles que iluminan la calle principal y que se le figuran como quince estaciones de un aleluya o retablo religioso, dispuestas para edificar moralmente a la población: el primer farol ilumina lo más bajo y amoral de la sociedad: una pulpería; el segundo farol lo que parece ser un prostíbulo, el tercero un tiovivo (o carrousel), y así hasta llegar a los últimos faroles, que iluminan la iglesia, las estatuas de próceres militares y una logia masónica.

Mientras pasan los días, el narrador nota cómo su amante se preocupa en complacer a su anfitriona, mientras que eso implica contradecirlo a él constantemente. Cuando esta actitud se transforma en rutina, el narrador ya no sabe qué hacer y comienza a hartarse de estar pasando su tiempo allí. Una noche, mientras está caminando por el pueblo, a la casa de la pintora llegan tres artistas escapados de la ciudad, como ellos: un músico blanco, un poeta indio y un pintor negro. Como nota el protagonista al regresar de su caminata, los tres artistas están encantados con Mouche, que se ha transformado en una embajadora cultural europea y a quien le festejan cada cosa que dice. Mouche disfruta siendo el centro de atención de aquellos jóvenes, pero al narrador le molesta la situación e intenta entablar con ellos una conversación sobre Latinoamérica. Sin embargo, no tiene éxito, puesto que los tres artistas están encandilados por las promesas de Europa y nada quieren hablar sobre la realidad social de su país, mucho menos del estado del arte en aquella región.

Ofuscado y enojado con esta imagen de Europa idealizada que sostienen los artistas latinoamericanos, el protagonista abandona la casa y sale a pasear por el pueblo durante la noche. Se detiene al escuchar en la pulpería a un joven músico que entretiene a los parroquianos. Mientras lo escucha y sigue reflexionando sobre su conflicto con la pintora canadiense y los tres artistas, decide que al día siguiente emprenderá el viaje hacia la selva. Antes de arrepentirse, compra dos boletos de autobús para la madrugada siguiente.

Análisis

Cada capítulo de Los pasos perdidos presenta una unidad espacio-temporal y de acción definida. El Capítulo 2 comienza con el protagonista y Mouche llegando a la capital latinoamericana -el lector puede comprender que se trata de Caracas, aunque Carpentier no lo explicita- y hospedándose en un hotel del centro de la ciudad. Es interesante notar que estas nuevas secciones del diario del narrador están fechadas, por lo que es fácil para el lector acceder al marco temporal de esta etapa del viaje.

La llegada a Latinoamérica introduce una nueva dimensión en la vida de los personajes, marcada primero por el extrañamiento cultural y luego por la recuperación paulatina de las memorias de infancia del narrador. El español que se habla en las calles y que colma los carteles y las vidrieras de los negocios devuelve rápidamente al protagonista a su lengua de la infancia, aquella que hablaba con su madre en Cuba y que abandonó al mudarse al hemisferio norte con su padre. Sin embargo, le resulta extraño encontrarse en ese contexto que lo empuja a otra etapa de su vida. Para Mouche el golpe cultural es de una magnitud mayor: la joven necesita que su amante oficie de traductor de forma constante y se encuentra fuera de su elemento en aquella cultura que le parece rústica y atrasada.

Ni bien aterrizan en la capital latinoamericana, esta dimensión cultural extraña que irrumpe y pone en tensión los sistemas de intelección de los personajes se pone de manifiesto e introduce también lo real maravilloso como una categoría inherente de Latinoamérica. El narrador indica que si bien el progreso se reflejaba en la fisonomía de la ciudad, “había algo como un polen maligno en el aire –polen duende, carcoma impalpable, moho volante –que se ponía a actuar, de pronto, con misteriosos designios, para abrir lo cerrado y cerrar lo abierto, embrollar los cálculos, trastocar el peso de los objetos, malear lo garantizado” (pp. 42-43). Este elemento extraño e inexplicable se presenta como una característica propia de la ciudad, contra la que nada se puede hacer, por lo que tampoco se le busca una explicación o una justificación, simplemente forma parte constitutiva de aquella geografía.

“Una mañana, las ampolletas de suero de un hospital amanecían llenas de hongos; los aparatos de precisión se desajustaban; ciertos licores empezaban a burbujear dentro de las botellas; el Rubens del Museo Nacional era mordido por un parásito desconocido que desafiaba los ácidos; la gente se lanzaba a las ventanillas de un banco en que nada había ocurrido; llevada al pánico por los decires de una negra vieja que la policía buscaba en vano. Cuando esas cosas ocurrían, una sola explicación era aceptada por buena entre los que estaban en los secretos de la ciudad: «¡Es el Gusano!» Nadie había visto al Gusano. Pero el Gusano existía, entregado a sus artes de confusión, surgiendo donde menos se le esperaba, para desconcertar la más probada experiencia” (p. 43).

Para Carpentier, lo real maravilloso se encuentra en su estado bruto y omnipresente en todo lo latinoamericano y tiene que ver con la naturalización del milagro que sucede en dichas tierras, donde los eventos inexplicables quedan integrados a lo cotidiano de la vida. Otro elemento para definir lo real maravilloso es la desmesura de la naturaleza contemplada desde la óptica europea. Para él, lo maravilloso se genera cuando se produce una alteración de la realidad -el milagro- o una revelación particular y privilegiada de la realidad, como si se tratase de una iluminación inhabitual de las riquezas de la realidad que en lo cotidiano pasan inadvertidas, o de una ampliación de las escalas y de las categorías con las que se piensa lo cotidiano. Por ejemplo, el narrador trata de explicar las particularidades de la región a la que acaba de llegar escribiendo en su diario: “las lluvias de rayos en tormenta seca eran frecuentes y, cada diez años, centenares de casas eran derribadas por un ciclón que iniciaba su danza circular en algún lugar del Océano” (p. 43). Esta forma de presentar el nuevo espacio en que se mueven los personajes implica una primera irrupción en un mundo extraño que desplegará sus complejidades paulatinamente a lo largo de los siguientes capítulos.

Una vez instalados en el hotel, los personajes visitan la ciudad y asisten esa primera noche a la ópera. Contemplando el espectáculo en aquellas tierras, el narrador manifiesta: “me sentía dominado más bien por un indefinible encanto, hecho de recuerdos imprecisos y de muy remotas y fragmentadas añoranzas” (p. 47). Los recuerdos imprecisos empiezan a aflorar, recuperados repentinamente de lo que parece ser, por su lejanía, otra vida, y colman el pensamiento del protagonista. A partir de este momento, el tiempo del narrador comienza a fragmentarse y los elementos del pasado frecuentan el presente.

Esa representación tradicional de la ópera le trae los recuerdos de su bisabuela.

“Ese complejo de tradiciones, comportamientos, maneras de hacer, imposible ya de remozar en una gran capital moderna, era el mundo mágico del teatro, tal como pudo haberlo conocido mi ardiente y pálida bisabuela, la de ojos a la vez sensuales y velados, toda vestida de raso blanco, del retrato de Madrazo que tanto me hiciera soñar en la niñez, antes de que mi padre tuviera que vender el óleo en días de penuria. Una tarde en que estaba solo en la casa, yo había descubierto, en el fondo de un baúl, el libro de cubiertas de marfil y cerradura de plata donde la dama del retrato hubiera llevado su diario de novia. En una página, bajo pétalos de rosa que el tiempo había vuelto de color tabaco, encontré la maravillada descripción de una Gemma di Vergy cantada en un teatro de La Habana, que en todo debía corresponder a lo que contemplaba esta noche” (p. 47).

La memoria se presenta en el relato y abre en él nuevas capas de significado que vienen a constituir un nuevo entramado textual. Así, el narrador comienza a realizar un viaje que no está marcado sólo por el desplazamiento geográfico, sino también por la movilidad temporal: la nueva geografía le devuelve también parte de su pasado. A partir de este momento, las capas de la memoria van a superponerse cada vez con mayor frecuencia en el relato del protagonista y van a instaurar el primer movimiento hacia el pasado. Como se verá en los próximos capítulos, la regresión del mundo interior del personaje tendrá su parangón en la interpretación de la cultura que realizará al internarse en la selva y sentirse en otra época.

Mouche rompe el ensueño del protagonista cuando manifiesta su aburrimiento y le exige abandonar la representación musical. Según el narrador, su amante no desprecia la ópera por una cuestión de gustos musicales, sino porque es una consigna de su generación. En ese sentido, la conducta de Mouche le parece una apostura propia de los intelectuales y artistas burgueses. Sin embargo, antes de poder comenzar una discusión con ella, la particularidad de la noche en la ciudad absorbe su atención: una noche honda, “más honda que la noche del teatro, una noche que se nos impuso por sus valores de silencio, por la solemnidad de su presencia cargada de astros” (p. 48). Esta percepción extrañada de la noche introduce una nueva dimensión de significados sobre los contextos naturales que rodean al narrador: el sentido magnificado de la noche, su carácter de absoluto, aparece como el primer movimiento hacia un espacio y un tiempo míticos, en los que el narrador recuperará paulatinamente la potencia y la profunda significación de todo aquello que ha perdido en la gran ciudad. Así, la noche mítica que se abre frente a él implica un contacto mucho más profundo con el mundo; contacto cargado de nuevos significados y en el que surge la primera intuición de un cierto orden cósmico en el que cada elemento de la creación de este mundo magnificado juega un rol definido.

Al día siguiente, el narrador abandona temprano el hotel y se dedica a explorar la ciudad. En un momento, lo sorprende el ruido de disparos, como de descarga de ametralladora, y poco tiempo después es sorprendido en medio de una revolución que pone en estado de sitio a toda la ciudad por los próximos días. En el hotel, el narrador intenta comprender qué es lo que está sucediendo en la ciudad, pero nadie puede explicárselo. Así, Carpentier introduce la dimensión política de Latinoamérica en su relato, haciendo una generalización que es aplicable a cualquiera de los países que la conforman: “Traté entonces de conocer las tendencias de los anhelos de los bandos en pugna, sin hallar más claridad. Cuando creía comprender que se trataba de un movimiento de socialistas contra conservadores o radicales, de comunistas contra católicos, se barajaba el juego, quedaban invertidas las posiciones, y volvían a citarse los apellidos, como si todo lo que ocurría fuese más una cuestión de personas que una cuestión de partido” (p. 53). A los ojos del narrador, los móviles que impulsan a los grupos en pugna se presentan inaccesibles. De esta forma, queda implícita la crítica del autor a los estallidos políticos y las revoluciones que históricamente han convulsionado a Latinoamérica durante el siglo XX. Lo que sí parece comprender, finalmente, el narrador, es que se trata de una lucha entre un grupo de tendencia avanzada y otro de tendencia conservadora que, a su vez, parecen grupos de épocas distintas. Un abogado que está con él en el hotel le indica que su observación es muy justa: “piense que nosotros, por tradición, estamos acostumbrados a ver convivir Rousseau con el Santo Oficio, y los pendones al emblema de la Virgen con El Capital” (p. 53). Lo que este abogado resalta con sus referencias cultas es el sincretismo cultural que en América Latina conlleva, necesariamente, un sinfín de contradicciones ideológicas. A ojos de las estructuras políticas tradicionales de Europa y Estados Unidos, los procesos políticos del siglo XX en América Latina se revelan como una mezcla incomprensible de creencias, prácticas y modelos de gobierno.

Los empleados han abandonado el hotel, el suministro de agua corriente se ha interrumpido y en tan solo un día las condiciones de higiene del edificio son deplorables. Una vez más, la desmesura instaura la dimensión de lo real maravilloso en el relato. Los problemas se le atribuyen al ya mencionado “Gusano”, que hace estragos más allá de cualquier posible control:

“Por las cañerías sin agua, llenas de hipos remotos, llegaban raras liendres, obleas grises que andaban, cochinillas de caparachos moteados y, como engolosinados por el jabón unos ciempiés de poco largo, que se ovillaban al menor susto, quedando inmóviles en el piso como una diminuta espiral de cobre. De las bocas de los grifos surgían antenas que avizoraban, desconfiadas, sin sacar el cuerpo que las movía… Había alimañas debajo de las alfombras y arañas que miraban desde el ojo de las cerraduras. Unas horas de desorden, de desatención del hombre por lo edificado, habían bastado, en esta ciudad, para que las criaturas del humus, aprovechando la sequía de los caños interiores, invadieran la plaza sitiada” (p. 57).

La velocidad descomunal con la que las alimañas invaden el hotel instaura con naturalidad la dimensión inconmensurable que le corresponde a esas geografías. Estos elementos, que podrían ser considerados una exageración fantasiosa, son dadas, en el contexto natural descripto por el autor, como cuestiones naturales que no sorprenden más que a los extranjeros.

La revolución llega a su fin tras el derrocamiento del gobierno, aunque en las calles de la capital aún son frecuentes los enfrentamientos armados y el estado de sitio continúa por algunos días más. Comprendiendo que allí no podrá encontrar los instrumentos que ha ido a buscar, el narrador acepta la invitación hecha por la pintora canadiense que ha entablado amistad con Mouche y se propone acompañarla a su casa de campo en Los Altos, en cuanto les sea posible utilizar el transporte.

En Los Altos no pasa mucho tiempo hasta que el protagonista vuelve a sentirse inquieto con su pasividad y toma la decisión definitiva de internarse en la selva y buscar realmente los instrumentos. Esta decisión se debe en parte al deterioro de la relación entre el narrador y Mouche. A sus ojos, la mujer se desvive por complacer a la pintora canadiense, y eso muchas veces implica entrar en conflicto abierto con él y con sus planes. Finalmente, la noche que escucha a los tres artistas latinoamericanos hablando con su amante y los ve totalmente embelesados con las cosas que ella cuenta de Europa y de sus amigos artistas, el tedio y la decepción que ya había manifestado por la modernidad vuelven a invadirlo y lo empujan a tomar una decisión drástica: esa misma noche compra dos pasajes en autobús para viajar hasta el último pueblo al que llega el transporte dentro de la selva.