La muerte de Artemio Cruz

La muerte de Artemio Cruz Resumen y Análisis Capítulos 1915 - 1939

Resumen

1915: 22 de octubre

Artemio Cruz se encuentra en las sierras junto a su batallón, prestando servicio a Carranza contra Francisco Villa. Las tropas revolucionarias se encuentran deshechas y en fuga, y las fuerzas leales a Carranza avanzan por la región de Chihuahua persiguiéndolas.

La tropa se interna en un cañón rocoso de la sierra, con Cruz a la cabeza; el silencio absoluto alarma a todo el mundo, y Cruz cabalga con el cuerpo tenso, la mano lista para desenfundar sus pistolas. De repente, una descarga de fuego resuena en el desfiladero, y la tropa villista se arroja contra ellos desde todas partes. Los hombres de Cruz se encuentran atrapados en la estrechez del cañón y, antes de que puedan maniobrar, los soldados enemigos les caen encima y los acribillan a balazos. El caballo de Cruz es alcanzado por las descargas, y el capitán, herido también, se desploma contra el piso. A su lado, Tobías, el yaqui, cae también y sus piernas quedan aplastadas por la montura.

Cuando la batalla cesa, el comandante villista se dirige a Cruz y le exige que salga y se entregue, puesto que está solo y rodeado. Cruz se niega en un principio y anuncia que se moverá para liberar a su compañero yaqui del peso de su caballo muerto; los soldados villistas lo dejan hacer y luego, enviados por el coronel Zagal, los toman prisioneros y los cargan sobre el mismo caballo. Cruz recordará, en su lecho de muerte, aquella marcha forzada, con la mitad de su cuerpo entumecida por las heridas y el peso muerto del yaqui, colocado a la grupa de su montura.

El Coronel Zagal acompañó a Pancho Villa desde sus primeras persecuciones, por lo que llevaba más de 20 años recorriendo aquellas sierras y las conocía como la palma de su mano; gracias a ello se adelantó al batallón de Cruz y lo emboscó en el cañón, en su momento de mayor vulnerabilidad. Cuando el grupo villista está atravesando la sierra, Tobías le susurra a Cruz que pronto pasarán por una mina abandonada cuyos túneles serpentean bajo la tierra; él tiene las piernas rotas, por lo que se le hace imposible escapar, pero Cruz podría dejarse caer del caballo, rodar al interior de la mina y esconderse en alguno de sus pasillos para salvarse de la muerte a manos de los villistas.

Cruz ejecuta la propuesta del yaqui, y al pasar por la entrada de la mina se deja caer y corre hacia su interior. Los villistas lo buscan por un buen tiempo, pero no lo gran hallarlo. Cruz no sabe cuántas horas permanece tirado en un oscuro pozo antes de atreverse a salir. Cuando finalmente decide que ha pasado un tiempo prudencial, vuelve sobre sus pasos y busca la entrada de la mina, pero descubre que esta fue sellada por los hombres de Zagal con el objetivo de dejarlo morir allí dentro.

Sin embargo, durante su escape por los túneles, Cruz detectó un pasillo por el que corría aire fresco, indicio de una posible conexión con el exterior. A oscuras, guiándose por el olfato y los cambios de temperatura de los túneles, logra encontrar otra boca que da al exterior y sale repentinamente de la mina. La luz de la tarde lo ciega al salir, y Cruz corre sin escuchar ni ver y se da de lleno con el campamento de un grupo de soldados, que son, desafortunadamente, los hombres de Zagal.

Cruz termina otra vez prisionero junto a Tobías y continúa la marcha hasta el próximo pueblo, donde Zagal envía a encerrar al yaqui, pero deja a Cruz afuera para entrevistarse con él. Zagal le habla francamente y le dice que, aunque sabe que los villistas están perdidos y Carranza terminará por derrotarlos, él desea defenderse hasta el último momento. Por eso, si Cruz quiere conservar su vida, podría colaborar y contarle los planes que tienen los carrancistas, así sus hombres pueden adelantárseles y al menos darles pelea. Cruz se niega a colaborar con Zagal, por lo que es enviado al calabozo, a la espera de la orden de fusilamiento.

En la pequeña celda se encuentra con el yaqui y con otro hombre, un licenciado llamado Gonzalo Bernal. Bernal fue enviado por Carranza en una misión diplomática y los villistas lo tomaron prisionero. Mientras los tres hombres esperan su muerte, el yaqui comienza a hablar sobre la Revolución y el papel que jugó en ella su pueblo indígena. Antes de la Revolución, el gobierno les había quitado ya sus tierras para dárselas a los gringos. Luego, la tropa federal los persiguió por los montes y aniquiló cruelmente a sus jefes. Cuando todo el pueblo tuvo que exiliarse en Yucatán, la gran mayoría pereció en el camino, y los que sobrevivieron fueron utilizados como mano de obra barata para trabajar los nuevos campos de cultivo.

Luego de esta confesión, Bernal cuenta su historia: Carranza lo envió en una misión para que el ejército villista lo capturara y lo matara, puesto que se le había metido en la cabeza que él era un traidor. Ante la pregunta de Cruz, Bernal explica que está con Obregón y Carranza como bien podría estar con Zapata o Villa, puesto que no cree en ninguno de ellos. Para él, el gran problema es que la Revolución se degradó a una pelea enloquecida entre caudillos que solo están interesados en el poder y en el sometimiento de la población a su voluntad. Su filiación a Carranza solo se debe a que este le parecía el más decente de todos los caudillos, pero pronto comprendió su error y comenzó a despreciarlo. Para sacárselo de encima, Carranza lo envió entonces a Perales a convencer a los villistas de rendirse, aunque bien sabía que, en su desesperación, asesinan a quien caiga en sus manos.

Luego de contar su historia, Bernal le pregunta a Cruz por qué no se pasa él al bando de Villa y así salva su pellejo, a lo que este le contesta de mala manera, diciéndole que se guarde sus comentarios, que él no se asusta ante la inminencia de la muerte y que nunca se cambiaría de bando para salvarse. Luego Bernal le pregunta por su pasado y sus mujeres, y esto molesta tanto a Cruz que lo arroja contra una pared y comienza a golpearlo con violencia, mientras recuerda a Regina, quien a esas alturas probablemente esté muerta.

Al rato, un guardia busca a Cruz y lo lleva ante Zagal, quien le pregunta si no ha cambiado de opinión y quiere ayudarlos. Cruz entonces decide contarle un plan falso a cambio de su vida y la del yaqui. Zagal lo escucha y le dice que enviará dos destacamentos para comprobar si lo que le ha contado es verdad; en caso de ser una mentira, Cruz solo habrá ganado algunas horas de vida. Luego, da la orden de que fusilen a Bernal y al yaqui.

Momentos después del fusilamiento, las tropas de Carranza irrumpen en el pueblo con abrumadora violencia, y todo el cuartel villista se vacía de golpe para salir al encuentro del enemigo. Mientras Zagal grita órdenes a viva voz, Cruz se abalanza sobre él, le quita la pistola y comienza a asfixiarlo. Sin embargo, antes de dejarlo sin vida, Cruz lo libera y le ofrece, como le había ofrecido antes al ser capturado, batirse a duelo. Esta vez, Zagal acepta, toma una pistola y los dos salen al patio. Una vez afuera, cada uno se coloca en una esquina, avanzan y Zagal dispara sin éxito. Cruz sigue caminando sin disparar, y su rival piensa que le ha perdonado la vida; cuando están a mitad del patio, le sonríe y le hace un gesto de amistad, pero en ese momento Cruz dispara dos veces sobre él y luego arroja su pistola contra el cuerpo desplomado en el piso. Mientras contempla el cuerpo muerto del coronel, piensa que vuelve a ser libre.

La narración regresa al presente de Cruz y retoma la primera persona. Se repite la escena en que Gloria, su nieta, se acerca a la cama y le habla, aunque él no es capaz de responderle de forma audible. Cruz recuerda que Gloria es la novia del hijo de Padilla, y luego se concentra en la voz de este último, que en alguna parte de la habitación está hablando con Teresa.

Padilla explica que él es quien está más capacitado para tomar el lugar de Cruz en sus empresas y sacar adelante los negocios, algo con lo que las mujeres parecen concordar. Los ruidos de la habitación comienzan a mezclarse con los recuerdos de Cruz, quien recuerda su supervivencia cuando todos los demás murieron, y se repite una y otra vez que él se hizo solo, sin necesitar de nadie. Luego piensa en su hija y su yerno, que heredarán una buena parte de sus bienes, aunque no hayan hecho nada para merecérselos. La charla en inglés de míster Corkery lo saca de su ensimismamiento: el hombre le habla de preparar el clima para que su aliado en la embajada de Estados Unidos dé un discurso sobre la actualidad de México, comparándola con Cuba, y exalte a la Revolución mexicana como si hubiese sido un proceso ordenado y pacífico llevado a cabo por la clase media para proteger la propiedad privada. Total, la gente es de memoria corta y no se percatará de la falsificación de la historia que están haciendo.

El relato pasa una vez más a la segunda persona y vuelve a narrar el pasado como si se tratara de hechos que van a ocurrir. Cruz se dice a sí mismo que él sobrevivirá, movido ante todo por su voluntad indómita y su deseo de vivir. Sobrevivirá y se impondrá al azar del universo, conocerá su propio deseo y elegirá su camino, movido por sus intereses, sus miedos y su orgullo. Seguirá deseando hasta el último momento, hasta hacer suya la cosa deseada, y al final podrá decir que la memoria -su memoria- es el deseo satisfecho, y que su vida y su destino han llegado a ser la misma cosa.

1934: 12 de Agosto

Artemio Cruz se encuentra junto a Laura, escuchando discos de Händel y bebiendo whisky. Recuerda que la conoció en una sala de conciertos, y que luego de aquella noche se dieron cita para el mes siguiente, en que ambos estarían en París. En esa primera ocasión juntos pasaron el fin del verano recorriendo los cafés y los palacios de la capital francesa.

La pareja se prepara para salir de la casa, y Cruz le dice que el apartamento recién amueblado le quedó muy bien. Lo que más le gusta a Laura de sus ornamentos es un cuadro de la terminal Saint Lazare pintado por Monet. Antes de salir, mirando el cuadro, Laura sugiere que podrían regresar a Nueva York al año siguiente, y Cruz secunda la idea.

El teléfono suena. Cruz atiende y siente del otro lado la voz de su mujer, Catalina. Sin decir nada, pasa el teléfono a Laura, quien se pone a hablar con su amiga sobre los muebles. Catalina le pide a Laura un sofá que quiere para su vestíbulo, y no acepta la negativa cuando esta le dice que ya lo ubicó en su nuevo departamento; Catalina parece obsesionada con que ese sofá es el ideal para combinar con unos gobelinos que compró, por lo que convence a su amiga de que se lo venda. Antes de cortar, quedan en que se verán el jueves siguiente, para que Laura conozca la nueva casa de Catalina.

Cuando termina la llamada, Cruz le dice a Laura que su mujer no sabe nada; Laura, sentada en el sofá, lee parte de un poema de Calderón de la Barca sobre el placer prohibido. Luego le dice a Cruz que tiene 35 años y que a esa edad cuesta empezar de nuevo. También le dice que lo quiere y que él le ha dicho que la quiere. La pareja ya no va a salir esa noche. Luego de hablar sobre el sofá que quiere Catalina, Cruz le dice que puede hacer lo que desee. La pareja sigue tomando whisky y escuchando música, hasta que Laura le dice que Cruz que ya no puede más, y que él tiene que elegir entre ella y Catalina. Cruz le contesta que así están bien, que él la quiere así, tal cual están en ese momento, pero Laura le hace notar que las cosas ya no son como cuando se conocieron y que está cansada, en definitiva, de mantener las apariencias.

Cruz dice que se suponía que saldrían esa noche, pero Laura le retruca que ya no, y le pide que ponga más alta la música. Luego de hacerlo, Cruz toma su sombrero y se marcha del departamento sin decir una palabra más.

La narración regresa a la primera persona y al presente de Cruz. El convaleciente sigue postrado y comienza a vomitar con violencia; siente el vientre hinchado y todo su cuerpo lleno de gases que no es capaz de expulsar; el hedor fétido que emana de su interior le da arcadas.

A su lado, Teresa lo culpa de haber matado a Lorenzo, pero Catalina le prohíbe que siga hablando. Cruz se retuerce, el dolor se le hace insoportable y no encuentra manera de mitigarlo. Mientras Catalina se le acerca y le acaricia una mano, sus recuerdos se le mezclan. Otra vez hace referencia al cruce del río junto a su hijo, y luego se dice a sí mismo que él sobrevivió donde tantos otros murieron.

Más médicos llegan a la habitación y revisan el cuerpo de Cruz. Uno de ellos asegura que el hombre padece de cólicos nefríticos y que hay que inyectarle morfina, aunque esto puede ser peligroso. Finalmente, deciden consultar a otros médicos antes de actuar, y le piden a Catalina que le coloque un recipiente para juntar su orina, así también la pueden analizar.

El relato pasa a la segunda persona y se enuncia en futuro, aunque se trata de los recuerdos que Artemio presenta ante sí mismo. Cruz recuerda las cabalgatas con su hijo, Lorenzo, en Cocuya, la estancia que compra para él. Allí Lorenzo es feliz, dedicándose a la caza y a cabalgar. Cruz recuerda con particular nitidez la felicidad de su hijo cabalgando con el torso desnudo contra el mar. Cruz decide sin consultar a nadie que Lorenzo viva en Cocuya y aprenda a administrar sus campos, mientras que Catalina, impotente, espera en su casa el regreso de su hijo. Dos años transcurren hasta que Lorenzo regresa al lado de su madre, aunque con proyectos que lo alejarán de México. Ese día, después de cabalgar y cruzar el río, Lorenzo le dice a su padre que ya ha tenido suficiente de todo aquello y que no quiere vivir la vida de su padre. Por eso, ha decidido mudarse a Europa.

1939: 3 de febrero

La narración en tercera persona se enfoca en Lorenzo, el hijo de Cruz, que se encuentra en España y participa de la Guerra Civil junto a los republicanos. Lorenzo se encuentra junto a Miguel, un soldado español, disparando una ametralladora desde la azotea de un edificio. Cuando se quedan sin balas, y ante el avance de la tropa fascista, los dos amigos bajan del tejado y se reúnen en la calle con un grupo de chicas que también participan de la resistencia.

Lorenzo recuerda su llegada a España y la vida social de Madrid cuando recién comenzaba a hablarse de la guerra y todo el mundo andaba eufórico por los cafés hasta la madrugada. Sin embargo, el desenlace del conflicto es desalentador. El grupo de Lorenzo huye de una ciudad tomada, armado tan solo con un fusil y dos balas.

Miguel y Lorenzo se presentan ante el grupo de chicas que encuentran en la calle, y todos juntos se preparan para huir. Nuri, María y Dolores se muestran como tres jóvenes aguerridas y les cuentan a los muchachos cómo eran sus vidas antes de la guerra, cuando estudiaban en la universidad y tenían grandes expectativas para el futuro.

El grupo llega hasta un puente sobre un río turbulento y se detiene allí, preguntándose si el cruce no estará minado. Finalmente, Dolores toma de la mano a Lorenzo y ambos avanzan paso a paso por los tablones viejos del puente. Al llegar al otro lado sanos y salvos, corren exultantes y se abrazan a un olmo congelado, mientras esperan que lleguen los demás. Esa noche, alrededor de un fuego que apenas calienta, Dolores y Lorenzo hablan de sus vidas, y él le cuenta cómo le gustaba cabalgar en las haciendas de México, junto al mar. Luego, los jóvenes se besan y se entregan al amor. Al día siguiente, antes de reanudar la marcha, ambos fijan puntos de encuentro para después de la guerra, por si los avatares del camino terminan por separarlos.

Lorenzo, a medida que avanza en la fuga, escribe una carta a su padre donde lo pone al tanto de cómo es su vida en medio del conflicto español. En su camino hacia Francia, el grupo se suma a una gran cantidad de familias que escapan llevando sus pocas posesiones con ellos. En un momento, Miguel distingue a lo lejos la presencia de un avión enemigo y grita que todo el mundo se tire de boca para protegerse de las ráfagas de metralla. Lorenzo, sin embargo, empuña el rifle y se aparta de la comitiva para hacerle frente al avión; los amigos tratan de detenerlo, pero es inútil: el joven mexicano es alcanzado por las balas y muere al momento.

El relato regresa a la primera persona y al presente de Cruz. Teresa y Catalina odian a Cruz y le echan la culpa por la muerte de Lorenzo, algo que nunca le perdonarán. Cruz sigue tendido y todas sus funciones fisiológicas parecen fallar; por más que lo intente, no logra recordar el rostro de su hijo, y se siente mal con eso. Lo que recuerda es la carta que recibió por parte de los amigos de Lorenzo en la que le avisaban de su muerte y le enviaban la carta que su hijo había estado escribiéndole.

La conversación que sostienen los médicos interrumpe sus recuerdos. Cada uno de ellos tiene su hipótesis sobre la enfermedad que está matando a Cruz, pero no llegan a decidir cómo actuar para salvarlo. Cruz comienza a vomitar y las mujeres se alteran y gritan cosas a los médicos, pero Artemio no llega a comprender nada más, ya que está al borde del desmayo.

El relato pasa a la segunda persona y se enuncia en futuro. Cruz lee la carta de Miguel y deja todo el asunto de la muerte de su hijo en manos de Catalina. Luego, piensa toda su vida en el sentido inverso de lo que en realidad hizo: dice que él elegirá salvar al soldado herido en aquel bosquecillo (mientras que el lector sabe que lo dejó morir), y que elegirá también morir junto a Gonzalo y Tobías.

Cruz recuerda el "De profundis", un salmo penitencial católico, e imagina ritos y ceremonias de entierro y cremación. También cree escuchar la voz de Laura, de pequeña, estudiando su catecismo, y piensa en la muerte, a la que no debería tenerle miedo, puesto que así está dispuesta por Dios. También recuerda los lujos que lo rodearon en vida y enumera los objetos fastuosos que ornamentaron su casa. De allí, su memoria se fija en la noche de fin de año de 1955.

Análisis

Esta sección está compuesta por tres capítulos: 1915, 1934 y 1939.

1915 regresa a los años de la Revolución mexicana, cuando Cruz dirige un regimiento carrancista contra Pancho Villa y es apresado por el teniente Zagal, a quien luego mata durante un duelo. En este episodio, Cruz conoce a Gonzalo Bernal, el hermano de Catalina, quien le sugiere que se cambie de bando para salvar el pellejo. En esta ocasión, Cruz rechaza de plano la idea de cambiar de bando, pero más adelante en su vida lo hará sistemáticamente cada vez que convenga a sus planes políticos y económicos.

1934 recupera un episodio de la vida de Cruz junto a Laura, su amante. La pareja ha viajado y pasado tiempo en París y en Nueva York, y Cruz quiere más a Laura que a su esposa, Catalina. Sin embargo, cuando Laura le dice que no puede continuar con esa doble vida, Cruz elige mantener su matrimonio con Catalina, aunque solo sea por una cuestión de apariencias.

1939 revela cómo ha sido la muerte de Lorenzo, el hijo de Cruz y Catalina. El muchacho viaja a Europa para escapar del mandato familiar y del destino de seguir los pasos de su padre y participa en la Revolución española del bando de los republicanos. Mientras huye junto a otros compañeros y compañeras, es alcanzado por la ráfaga de metralla de un caza enemigo. Cruz se entera de su muerte por medio de una carta que le hacen llegar los amigos de Lorenzo.

El capítulo dedicado a 1915 resuelve uno de los misterios de la novela: qué ha pasado verdaderamente con Gonzalo Bernal, ¿fue Cruz quien lo asesinó, como sostiene Catalina, o tan solo lo vio morir? Lo verdaderamente interesante de este capítulo, sin embargo, es la dimensión ideológica que se transparenta a partir del diálogo que Cruz y Bernal sostienen en su celda.

Mientras aguardan su ejecución, Cruz escucha la interpretación ideológica del proceso revolucionario que hace Bernal y en el que ambos están inmersos. En este periodo, cabe recordar, Artemio todavía es un pelado, un hijo de la chingada, para retomar las expresiones que él mismo utiliza, sin fortuna ni blasón familiar. Bernal declara que le resulta absurdo morir a mano de uno de los caudillos y no llegar a creer en ninguno de ellos y luego contrasta su situación actual con su pasado reciente, cuando la Revolución aun no se había convertido en una guerra entre caudillos y realmente se intentaba liberar al pueblo de la corrupción. “Una revolución empieza a hacerse desde los campos de batalla, pero una vez que se corrompe, aunque siga ganando batallas militares, ya está perdida. Todos hemos sido responsables. Nos hemos dejado vivir y dirigir por los concupiscentes, los ambiciosos, los mediocres” (pp. 241-242).

Estas ideas de Bernal repiten una postura muy difundida frente a lo que fue la Revolución mexicana y que constituye el discurso de los oprimidos que las novelas de la Revolución han popularizado. Pero Bernal continúa y manifiesta:

Los que quieren una revolución de verdad, radical, intransigente, son por desgracia hombres ignorantes y sangrientos. Y los letrados solo quieren una revolución a medias, compatible con lo único que les interesa: medrar, vivir bien, sustituir a la elite de don Porfirio. Ahí está el drama de México. Mírame a mí. Toda la vida leyendo a Kropotkin, a Bakunin, al viejo plejanov, con mis libros desde chamaco, discute y discute. Y a la hora de la hora, tengo que afiliarme con Carranza porque es el que parece gente decente, el que no me asusta (…) Les tengo miedo a los pelados, a Villa y a Zapata. (p. 242)

Estos comentarios justifican la posición de Bernal de querer salvarse y regresar a Puebla para reunirse con su familia, y también ayudan a entender por qué describe a su padre -que es un terrateniente explotador- como “tan noble, tan ciego” (p. 243). Bernal es un joven que pertenece a la oligarquía mexicana cuyas lecturas anarquistas lo llevan a unirse a la Revolución (algo que su padre, como ha dicho en capítulos anteriores, no puede comprender). Sin embargo, cuando participa en la Revolución, se alía ideológicamente con los representantes del liberalismo reformista que aspiran a convertir México en una democracia con características europeas.

La posición de Bernal es una muestra de la ideología que dominaba la época, y su discurso evidencia el faccionalismo de la escena política que caracterizó a la Revolución. Los vaivenes ideológicos entre el anarquismo y el liberalismo económico de Bernal corresponden a los vaivenes propios de la juventud de la oligarquía, empapados en las ideas revolucionarias, pero reacios a arriesgar sus posiciones privilegiadas.

Artemio manifiesta una cierta animadversión hacia Bernal desde que se lo encuentra en la celda, pero esta se agrava a medida que Gonzalo le revela su pasividad dentro del conflicto y le pide que se abra emocionalmente y le cuente su vida sentimental. Cruz rechaza de plano la sugerencia de Bernal de cambiarse de bando y lo acusa de rajado (es decir, de cobarde); luego, cuando Bernal se inmiscuye en su vida sentimental, lo golpea con violencia, se lo saca de encima y toma la resolución de obtener su libertad y la del yaqui a cambio de darle información falsa al teniente Zagal, pero no pedir por la vida de Bernal.

Si el lector revisa el segundo capítulo de la novela, dedicado al año 1919, en el que Cruz se presenta en lo de don Gamaliel Bernal y utiliza el recuerdo de Gonzalo para casarse con Catalina, podrá comprender que Cruz abandonó sus ideales revolucionarios y terminó por buscar el enriquecimiento personal por sobre cualquier causa social. Cruz pierde la relación ideológica con la Revolución cuando se enamora de Regina y la pierde. Desde ese momento, su vínculo con los ideales revolucionarios se deshace y en el futuro se dedicará a explotar a los campesinos y a utilizarlos para entrar en la política. Quizás, Fuentes insinúa en este capitulo que el rechazo de Cruz de la experiencia de la Revolución como una fuerza liberadora encuentre parte de sus razones en las observaciones de Gonzalo Bernal sobre la corrupción de todos sus caudillos. Si esto fuera así, es interesante pensar que Gonzalo, en vez de haber sido asesinado por Cruz (como piensa Catalina), destruyó sus ideales y, en un sentido figurado, “mató” al Cruz revolucionario.

Los dos capítulos que siguen, 1934 y 1939 están dedicados a resolver el otro misterio de la novela: qué sucedió con Lorenzo, el primogénito de Cruz y Catalina. El motivo del cruce el río como expresión de cambio y evolución está presente en la memoria de Cruz, pero con relación a un momento concreto: una jornada en la que cabalgó con su hijo, Lorenzo, por la hacienda de Cocuya y luego este le dijo que deseaba viajar a Europa. Lorenzo decide irse para no repetir los pasos de su padre. En el capítulo siguiente, Lorenzo muere mientras abandona España durante la Guerra Civil. Catalina nunca perdona a Cruz por haber dejado que su hijo se marche, y en el lecho de muerte, mientras Cruz revisa su vida, la escena en la que su hijo le revela sus planes de marcharse a Europa se repite una y otra vez, como un recuerdo doloroso que no puede procesar y que lo atraviesa dolorosamente.

A nivel estilístico, entre los capítulos dedicados a 1934 y a 1939 puede comprobarse una estética del collage que ubica a La muerte de Artemio Cruz dentro de la categoría del neorrealismo, como se explicará a continuación.

En el capítulo de 1934 el lector se encuentra con un Cruz acomodado a los lujos de la vida, que viaja a París junto a Laura, su amante. Este episodio demuestra la capacidad de Cruz para cambiar de máscaras y revela al personaje como un vehículo para la presentación de una serie de escenas cuya dinámica puede asociarse al fotomontaje que el arte contemporáneo emplea profusamente. La técnica del montaje es utilizada por el neorrealismo, tanto en la novela como en el cine, para presentar una nueva forma de la realidad, que es dispersiva, elíptica y errante, que avanza en bloques de significado fragmentados entre los cuales no se puede establecer una vinculación lineal y progresiva.

En el neorrealismo, las situaciones no suelen presentarse según el orden cronológico de los relatos tradicionales, sino en función de sus cualidades y de los efectos que pueden causar en un lector o espectador. El relato tampoco se ordena según una lógica de causas y efectos, sino que propone una superposición de escenas según la similitud u oposición de los elementos que la componen. Esto puede observarse con claridad en La muerte de Artemio Cruz en la estructura de los capítulos, que además de mostrar una temporalidad fragmentada, presentan escenas que no se vinculan necesariamente entre sí y en función de las cuales el lector debe sacar sus propias conclusiones. Por ejemplo, de la imagen de Cruz con Laura se pasa a la muerte de Lorenzo, en España, y luego a una fiesta de Fin de Año que se celebra en la residencia de Cruz. Este mismo procedimiento de superposición de escenas es lo que se ha planteado en la sección anterior, cuando de un capítulo al siguiente de la audiencia de Cruz con el presidente en el apogeo de su poder se pasa a sus vacaciones en Acapulco y a su vejez.

En este sentido, el episodio de Laura sirve para presentar a Artemio convertido en un caballero a la europea, mientras que la participación de Lorenzo en la Guerra Civil Española introduce nuevas referencias a la novela (como las alusiones a los estrenos de Lorca en el teatro) y dialoga con otros famosos textos de la literatura del siglo XX, como las novelas de Hemingway y de Faulkner. Por ejemplo, el cruce de la frontera con Francia de los restos del grupo republicano guarda cierta reminiscencia con la forma de representar la Guerra Civil Española realizada por Ernst Hemingway en novelas como Por quien doblan las campanas. De la misma manera, el anteúltimo capítulo que presenta a la familia Manchaca caída en desgracia guardará cierta reminiscencia con la familia protagonista de la famosa novela de Faulkner, Mientras agonizo.

El procedimiento de montaje y la superposición de capas demuestra, una vez más, cómo se vincula la estructura de la novela con su contenido: en su lecho de muerte, Cruz recuerda su vida sin la coherencia de una representación lineal y cronológica; a su memoria acuden fragmentos, escenas inconexas, destellos de sentidos, y es tarea del lector encontrar el hilo que los une.