La muerte de Artemio Cruz

La muerte de Artemio Cruz Resumen y Análisis Capítulos 1913 - 1924

Resumen

1913: 4 de diciembre

Artemio Cruz recuerda -en tercera persona- el tiempo que pasó junto a Regina. Cruz se despierta en la cama compartida y busca el calor del cuerpo que tiene a su lado; tras despertarlo, la pareja tiene sexo y vuelve a dormirse un rato más. Al despertar otra vez, Regina promete seguirlo, vaya a dónde vaya. Cruz, soldado de la Revolución, se mueve con su batallón de pueblo en pueblo, y la muchacha le promete que ella se colará en cada pueblo antes de que lo tomen para esperarlo.

La muchacha le pregunta si recuerda cuando se encontraron por primera vez: ella estaba en una roca, dentro del mar, y la cara de Cruz apareció a su lado, reflejada en el agua. Cruz había pasado toda la tarde peleando contra los federales y de pronto se encontró solo, con aquella chica en el mar. Está amaneciendo, y Cruz debe levantarse. Los dos jóvenes se expresan su amor y la felicidad de estar juntos, y Regina habla de su vida de niña, cuando todo era más bonito. Al separarse, Regina le pregunta si la tropa saldrá pronto, algo que Cruz no puede contestarle, puesto que no sabe qué piensa el general.

La pareja sale junta a la calle y pronto el ayudante del general, un soldado llamado Loreto, los intercepta. Cruz debe reportarse en el cuartel, por lo que se despide de Regina y le dice que a la noche, a más tardar, estará de regreso. En el cuartel, el general explica los próximos movimientos: los federales han lanzado una contraofensiva y están volviendo a ocupar los territorios liberados por la Revolución. Por eso, el batallón se dividirá y una mitad, comandada por el Mayor Gavilán y los tenientes Aparicio y Cruz, regresará a ayudar al coronel Jiménez.

Al mediodía Cruz pasa por el puesto de vigilancia en la montaña y sigue avanzando hacia el norte, pero olvida de pronto cuáles son sus órdenes; solo puede pensar en Regina y en estar con ella. La imagen de la muchacha se hace presente y colma todo su pensamiento. Cruz solo puede pensar en besarla y en sentir su cuerpo, hasta que de pronto su caballo se encabrita y lo tira al suelo. El golpe lo saca de su ensimismamiento y le hace comprender que se encuentra en medio de la batalla: los federales se arrojan sobre ellos y las granadas explotan a su alrededor. Cruz corre hacia un bosque tupido, con el objetivo de guarecerse; allí encuentra un caballo sin jinete y se trepa sobre él de costado, para esconderse del fuego enemigo, pero los disparos alcanzan al animal y Artemio vuelve a rodar por el suelo hasta golpear la cabeza contra un tronco.

Arrastrándose, Cruz logra esconderse en la espesura mientras se pregunta si sus hombres no lo estarían buscando; en un momento, un soldado herido que forma parte de su batallón se dirige a él. El joven le pide agua, pero se desmaya antes de que Cruz pueda hacer nada para aliviarlo, y aunque le acerca la cantimplora a los labios, el soldado es incapaz de beber. Cruz se levanta, da la espalda al herido y comienza a caminar; al poco tiempo encuentra un riachuelo y se lava la cara y el cuerpo antes de volver a salir al llano.

Cruz se encuentra solo en la llanura y no comprende qué es lo que ha pasado. Una polvareda se acerca, un jinete grita, agita su sable y lo descarga sobre su cabeza. Al tiempo, Cruz se levanta, siente la herida en su frente y solo atina a regresar al bosque. Allí, logra vendarse la cabeza justo en el momento en el que siente la llegada de un grupo de soldados: la tropa revolucionaria lo encuentra y lo rescata. Uno de los soldados lleva el cuerpo del herido que Cruz abandonó a su suerte un rato antes. Los soldados elogian la valentía de su teniente, sin saber que en verdad Cruz abandonó el campo de batalla y se escondió cuando los federales cargaron.

Prendido a los hombros de un oficial, Cruz regresa con la tropa al cuartel. Allí, un oficial dice que le deben la vida a su valentía y a la de sus hombres, que detuvieron el avance de los federales, y el general lo recibirá como a un héroe. De regreso al pueblo, todos lo reciben como si realmente se tratara de un héroe, y la gente se acerca a saludarlo al pasar. Cerca de una barranca, colgando de los árboles se mecen los cuerpos de un grupo de federales, como lección para los que quieran sublevarse.

Cruz es llevado al cuarto que había compartido con Regina, donde todo le recuerda su presencia y lo llena de anhelo. Mientras se sirve mezcal, recuerda el primer encuentro con ella. No fue en verdad aquel mito de la roca en el mar y su reflejo, no. Cruz entró al pueblo de Regina como una tromba furiosa y asesina. Luego de expulsar a los federales, buscó alguna mujer con la que saciar sus apetitos sexuales, y encontró a una joven muchacha, casi una niña, que lo enloqueció de deseo. Cruz se arrojó sobre Regina y la violó en su casa. El acto sexual, a pesar de ser forzado, encantó a la joven, quien juró unirse a aquel soldado y acompañarlo a donde él fuera; luego vino esa hermosa mentira sobre su encuentro, para borrar la violencia de ese primer contacto.

Movido por el recuerdo, Cruz carga sus pistolas, toma su caballo y se arroja al galope desenfrenado en dirección al pueblo en el que Regina lo estaría esperando. Así cruza el campamento de los federales, descarga sobre ellos sus pistolas y continúa su camino a todo galope hacia el sur.

De regreso al presente, Cruz se dirige a su recuerdo de Regina y le dice que él ha sobrevivido, y que solo le debe la vida a su orgullo. Luego se dirige a su hija, presente en la sala, y expresa todo el desprecio que siente por ella, criada en cuna de oro y desesperada ahora por encontrar su testamento y asegurarse de que heredará su fortuna. A su lado, Diaz, uno de sus secretarios habla sobre los empréstitos de bancos norteamericanos al Ferrocarril del Pacífico y cómo el gobierno quiere quitárselos. Cruz les dice que hay que evitar a toda costa que se publiquen noticias sobre las revueltas de trabajadores y la represión policial que él mismo ha solicitado. Además, da órdenes de chantajear a Couto, un adversario político que él había ayudado en el pasado y que ahora quiere sacarle ventaja y desviar la construcción de una carretera.

Luego, Cruz vuelve a recordar un episodio que se menciona en cada capítulo: una mañana en la que cruza junto a alguien más el río a caballo. Este fragmento de pensamiento no se desarrolla, y el convaleciente se pregunta cuánto tardará su esposa en traer un cura e intentar arrancarle confesiones sobre su testamento.

La narración pasa entonces a la segunda persona, y los recuerdos vuelven a enunciarse en futuro, como si aun no hubieran pasado. Cruz se habla a sí mismo y se dice que vivirá 71 años, sin problemas físicos ni enfermedades, hasta ese día en que todo su cuerpo empieza a fallar. Ahora, se da cuenta de que existe su vida, en lugar de simplemente vivirla: cada parte de su cuerpo se lo recuerda con un dolor diferente, y Cruz comprende que sus funciones vitales se detendrán de un momento a otro. Ante el dolor y la postración, siente las caricias de Catalina, su esposa, quien se ha acercado a él luego de tantos años de separación. Ella también tiene su orgullo y eso es lo único que los une a ambos. Al final, ante la soberbia que ha caracterizado toda su vida, la humildad se le hace de pronto necesaria, y siente con calma los dedos de su mujer que se le posan en la frente.

1924: 3 de junio

Catalina se despierta y abandona el lecho conyugal; mientras contempla a Artemio, piensa que ya han pasado cinco años desde que se casaron y se pregunta si él la quiere de verdad. Mientras se acomoda en su silla y arrulla al hijo que lleva en sus brazos, observa a Ventura, un indio que trabaja para ellos, que se aproxima y se pone a hablar con su marido ya levantado. Ventura le cuenta a Artemio que en el pueblo las familias más acomodadas no quieren ni verlo y que aprovecharán ese domingo para desquitarse por lo que les ha hecho.

Catalina contempla lo que sucede alrededor como si estuviera desconectada de su realidad. Desde que su padre, don Gamaliel, murió, ella se refugió en sí misma para escapar de la presencia de su marido, y reconoce que actúa como dos personas diferentes: durante la noche, cede ante Artemio y disfruta al complacerlo en la cama, como también disfruta de dormir junto a él. Sin embargo, durante el día lo rechaza y no puede tolerar su presencia, puesto que todo le recuerda que Cruz está allí gracias a la muerte de su hermano, algo que ella nunca le perdonará.

Artemio promete, por medio de Ventura, que los campesinos tendrán el camino vecinal que exigen si dejan de llevar las cosechas a los graneros de don Pizarro y, en su lugar, las traen al suyo. Ventura accede, pero advierte de las posibles represalias de don Pizarro, ante lo cual Artemio le da rifles para que reparta entre los jóvenes y aprendan a defenderse.

Aunque los campesinos reconocen que están mejor que antes, se quejan, puesto que reconocen que, al repartir las tierras, Artemio se quedó con todas las parcelas fértiles y les entregó los terrenos áridos e incultivables. Ventura agrega que los campesinos tampoco están conformes con los intereses que Cruz les cobra por sus préstamos, pero a esto Artemio contesta que más les cobra a los grandes latifundistas y a los comerciantes, y que pronto va a entregar las tierras que le quite al viejo Pizarro.

Catalina recuerda el funeral de su padre, un evento fastuoso y solemne que don Gamaliel se encargó de organizar antes de morir. En su testamento, el viejo heredó todas sus posesiones a su hija, pero colocó a Cruz como su administrador y usufructuario. Durante el entierro, muy pocas familias acompañaron el cortejo, puesto que todas ya sufrían por la ambición implacable de Artemio, que hacía todo lo posible por quitarles sus tierras.

En verdad, Cruz tampoco cumple las promesas que hace a los campesinos. Cuando logra quedarse con las tierras de Pizarro, no las reparte como había anunciado, sino que comienza a intercambiarlas con colonos que ofrecen a cambio lotes en Puebla. Ventura comprende su juego, y le dice que lo apoya a cambio de obtener favores de Cruz.

El narrador regresa sobre la relación entre Catalina y su esposo. Cruz ha tenido poco tiempo para preocuparse por su pareja, y tampoco sabe cómo hablarle a Catalina. Sin embargo, la respeta y trata de manifestar cuánto la quiere con cada gesto. A esto Catalina responde con la mayor indiferencia. Esta es la forma que encuentra Catalina de vengarse de su esposo y de la mentira que les ha contado sobre la muerte de Gonzalo.

El domingo, la pareja participa de una procesión religiosa. Catalina, embarazada, acompaña a su esposo en el recorrido a través de sus extensas tierras, y una muchedumbre de campesinos los siguen y dificultan el avance del carruaje. Antes de llegar al santuario, sin embargo, Catalina monta su caballo, da media vuelta con violencia y regresa a su casa, dejando atrás a su marido y a la procesión.

Próximas al santuario se disponen largas mesas repletas de comida, y el presidente municipal da un discurso ante la muchedumbre, en elogio de Artemio Cruz, al que le reconoce sus logros revolucionarios, su buen ejemplo en el cumplimiento de la reforma agraria y sus servicios al convertirse en una autoridad de la región, carente aún de policía.

De pronto se escuchan disparos, y Ventura explica a Cruz que habían venido los matones de don Pizarro a armar disturbios, pero que sus hombres, con los rifles de Cruz, los habían reducido.

De regreso en la casa, por primera vez Cruz manifiesta su enojo ante el comportamiento de su mujer. Catalina, en aquella ocasión, estalla también y le dice que es un miserable y un hipócrita, y que jamás lo perdonará por haber matado a su hermano y haberle contado tantas mentiras a su padre. Aunque tenga que permanecer a su lado, su venganza será la indiferencia más fría y desdeñosa. Ante estas palabras, Cruz estalla también y le dice que nunca renunciará a ella, y que él también sabe cómo humillar.

Catalina, en un momento de vehemencia, le pide perdón por odiarlo tanto y le explica que, en verdad, ella odia a Ramón, el amante cobarde que la ha dejado sola cuando Cruz lo intimidó, y odia haberse quedado sola y ser tan débil y estar tan insatisfecha. Por todo eso le echa la culpa, y le pide perdón por eso y agrega que ella no podrá perdonarlo mientras no se perdone a sí misma. Artemio le responde que la prefería más cuando guardaba silencio y luego piensa todo lo que le gustaría decir a su esposa: que él está allí porque dejó que otros murieran en su lugar y le pide que lo acepte con esas culpas, que le tenga misericordia, puesto que de un lado pesan sus culpas pero del otro su amor por ella. Sin embargo, no es capaz de expresar nada de todo aquello y elige luchar en silencio y cargarse con todas esas fatalidades.

Esa misma noche, Cruz visita a una amante que tiene entre las campesinas y la lleva a vivir con él, en la casa grande, para pasearla ante la mirada cargada de odio de Catalina.

La narración regresa al presente; para Artemio, el dolor se ha convertido en una costumbre. Su secretario sigue hablando sobre el plan del gobierno para desarrollar una red de ferrocarriles para transporte de cargas que arruinaría el negocio de fletes que las compañías de Cruz han monopolizado. Artemio le dice entonces a su interlocutor norteamericano que se encargue de hablar con el consulado y que influyan en el gobierno para que aquello no suceda.

Una vez más, Cruz piensa con desprecio en su esposa y en su hija, quienes no podrían vivir ni un solo día sin sus riquezas.

La narración luego pasa a la segunda persona; Cruz revisa los nombres de las mujeres que ha amado y se compadece de sí mismo y de todo lo que está sufriendo. También piensa en su hija, Teresa, quien ha crecido junto a su madre, lejos de él, hasta casarse con Gerardo. También recuerda una época en la que el padre Páez vivió en su casa, escondido por Catalina en el sótano y piensa que vivir es traicionar a Dios, puesto que cada acto de la vida exige que se violen los mandatos de Dios. También recuerda una noche junto al mayor Gavilán, en un burdel, y las decisiones que han tomado para beneficiarse personalmente mientras dicen servir a la patria, él convertido en diputado y con llegada directa al gobierno y al presidente. Finalmente, todo ello se le mezcla con una noche determinada, en la que le gustaría haber sido inocente, pero no ha tenido ninguna elección, aunque no llega a expresar de qué noche se trata, ni qué es lo que ha tenido que elegir.

Análisis

1913 es el año que Cruz pasa junto a Regina, una joven a la que violó durante la Revolución mexicana y que lo acompañó durante meses de pueblo en pueblo, mientras él combatía a los federales. El capítulo siguiente está dedicado a 1924 y la relación fracasada entre Cruz y Catalina.

La Revolución mexicana es un conflicto que se desencadena en 1910, cuando Francisco Madero llama a una sublevación contra el reelecto Porfirio Díaz, el presidente que mantenía a México bajo una estructura económica y social comparable al feudalismo medieval. El ejército federal de Díaz no logró reprimir la rebelión, y esta fue ganando simpatizantes año tras año. En 1911, Porfirio Díaz tuvo que huir del país, y Madero fue elegido como presidente ese mismo año. Sin embargo, el cambio de mando no fue suficiente para reestructurar efectivamente el país, y la desilusión crecía en todas las facciones. Los porfiristas, bajo el mando de Huerta, derrotaron en 1913 a las fuerzas de Madero, y Huerta se estableció como líder de la Revolución, hasta ser derrotado en 1914 por otra rebelión. En los años siguientes, la Revolución se convirtió en una guerra entre caudillos que no lograban unificar sus intereses y luchaban por el control del país. Los tres protagonistas más famosos de dicha etapa de la Revolución fueron Pancho Villa, Venusitano Carranza en el norte, y Emiliano Zapata en el sur. En 1916 Carranza se impone como el vencedor y es elegido como presidente en 1917.

Dos momentos de los recuerdos de Cruz tienen como trasfondo la Revolución mexicana: en este capítulo fechado en 1913, Cruz se dirige hacia el sur como parte de las fuerzas carrancistas que se oponen al ejército federal de Huerta. Más adelante, Cruz recordará también cuando estuvo prisionero del teniente villista Zagal, en 1915, que se oponía a Carranza y cuyas fuerzas fueron derrotadas definitivamente al año siguiente.

En 1913, Cruz es un joven de 24 años, sin familia ni patrimonio, que se juega la vida en una revolución que apenas entiende y a la que se ha entregado siguiendo la recomendación de su maestro, Sebastián. El maestro es una figura oscura y poco visitada por el recuerdo de Cruz, y de él solo dice que le enseñó a leer, escribir y odiar a los curas. Sin embargo, más que a la Revolución, sus recuerdos están dedicados a Regina, una adolescente con la que se encuentra en un pueblo y de la que se enamora profundamente. Regina corresponde el amor de Cruz y lo sigue conforme las tropas revolucionarias avanzan. El amor de Regina será el recuerdo más potente de Cruz en su lecho de muerte, y Artemio repetirá su nombre como quien desea conjurar sus memorias más entrañables.

Es interesante destacar que toda la vida de Cruz se articula sobre una serie de mentiras, mitos y mascaradas; en el diálogo interno que establece ante la inminencia de la muerte, estas fisuras en la “historia oficial” que ha construido en torno a su persona comienzan a asomarse y ponen de manifiesto la compleja ambigüedad de su personalidad y de los hitos sobre los que ha construido su vida. Su amor por Regina, por ejemplo, está construido sobre una farsa: no es cierto que haya encontrado a la muchacha en el mar; en verdad, Cruz entró junto con las tropas revolucionarias a un pueblo y, luego de derrotar a sus opositores, se entregó a la violación y al pillaje. A nivel discursivo la verdad se presenta mediante la negación de la verdad sobre la que se construye el mito de su amor:

Él debía creer en esa hermosa mentira, siempre, hasta el fin. No era cierto: él no había entrado en ese pueblo sinaolense como a tantos otros, buscando la primera mujer que pasara, incauta, por la calle. No era verdad que aquella muchacha de dieciocho años había sido montada a la fuerza en un caballo y violada en silencio en el dormitorio común de los oficiales, lejos del mar, dando la cara a la sierra espinosa y seca. (p. 103)

Regina fue, en verdad, una víctima de su violencia y su abuso, aunque inexplicablemente se enamoró de él y le entregó su vida. Cabe reflexionar si la joven lo hizo por enamoramiento o porque su familia había sido destruida y no le quedaba otra opción si quería sobrevivir, aunque lo cierto es que, desde los recuerdos de Cruz, existe un amor verdadero entre ellos.

Otro momento en el que la imagen que los demás tienen de Cruz no coincide con lo que el hombre ha hecho verdaderamente se observa en la carga de su batallón contra los federales: ante el fragor de la batalla y movido por el amor que siente por Regina, Cruz desconoce la causa de la Revolución, escapa del combate y se refugia en el bosque. Cuando más tarde es encontrado por sus subordinados, estos lo consideran un héroe, un sobreviviente que los ha llevado a la victoria, y él no hace nada por contradecir aquella historia.

Cuando el relato vuelve sobre su presente, Cruz destaca el orgullo como el principal motor de su vida. Gracias a su orgullo se convirtió en un superviviente y forjó su fortuna, y es también su orgullo lo que lo sigue manteniéndolo vivo a pesar de que todas sus funciones vitales están colapsando.

El relato en primera persona también revela la personalidad de Cruz en relación a su familia: su hija lo odia y su esposa, Catalina, lo ha despreciado durante toda su vida de casada. A sus ojos, Cruz aparece como un macho abusador que utiliza a las mujeres para lograr sus objetivos. Esto mismo es el tema principal del siguiente capítulo, que aborda sus recuerdos de 1924.

Los pasajes narrados en segunda persona, por otra parte, proponen una visión de los hechos filtrada por la afectividad de Cruz, y en ellos predomina una función expresiva del lenguaje, muy distinta a la función referencial del narrador en tercera persona. En estos pasajes, el lenguaje busca la descarga de la expresión emocional e intenta captar una realidad que es demasiado compleja y que se escapa de la posibilidad de representación. Por eso estos pasajes resultan más oscuros parar el lector, puesto que están cargados de una tensión extrema que mezcla hechos, emociones y reflexiones en una superposición fragmentaria que muchas veces tiende a la deriva. Cuando Catalina coloca su mano sobre la de Cruz, este piensa en ese gesto, en cómo ha sometido a su mujer, en su orgullo y en la posibilidad de libertad que se vislumbra:

Quizás su mano te hable de una libertad excesiva que derrota a la libertad. La libertad que levanta una torre sin fin, no alcanza el cielo, pero cuartea el abismo, rompe la tierra: la nombrarás: separación: te rehusarás: orgullo: sobrevivirás, Artemio Cruz: sobrevivirás porque te expondrás: te expondrás al riesgo de la libertad: vencerás el riesgo y, sin enemigos, te convertirás en tu propio enemigo para continuar la batalla del orgullo: vencidos todos, solo te faltará vencerte a ti mismo… (p. 115)

La concatenación de pensamientos y emociones continúa, siempre utilizando los dos puntos como nexo cohesionador que evidencia la labilidad en la conexión de las ideas, hasta que un recuerdo se impone a la situación y da paso al siguiente capítulo.

El capítulo siguiente, 1924, ilustra la relación de la joven pareja, cinco años después del matrimonio. Catalina ya ha tenido un primer hijo, Lorenzo, y está embarazada. La relación matrimonial es tirante: Catalina odia a Cruz, puesto que lo culpa del asesinato de su hermano, y él no hace nada para obtener el cariño de su esposa. En verdad, Cruz es incapaz de relacionarse con otras personas si no es mediante una lógica de sumisión a su autoridad, y si bien en un principio no quiere trasladar esta dinámica a su matrimonio, tras el episodio de la procesión del 3 de junio de 1924, decide ejercer un influjo tirano sobre su mujer.

Cruz puede perdonar y tolerar la falta de afecto de Catalina y la indiferencia que esta le muestra durante el día, siempre que aquello suceda en el ámbito privado. Sin embargo, cuando Catalina se ausenta de la reunión con las figuras políticas, su marido lo toma como una afrenta personal, puesto que su vida se construye desde las apariencias, y necesita demostrar que es un hombre de familia ejemplar para caer en gracia a ciertos personajes políticos. Esto queda claro cuando Cruz regresa de la reunión y le dice a Catalina: “Preguntaron por mi mujer. Hoy fue un día importante para mí (…) Cómo te diré… todos… todos necesitamos testigos de nuestra vida para poder vivirla” (p. 137).

Catalina entonces estalla y le suelta a la cara todo lo que tiene guardado: Cruz es un hipócrita que ha engañado a su padre y ha destruido su única historia de amor. Ahora, a ella no le queda más vida que la de estar sometida a su presencia y ocupar el lugar de esposa, porque otra salida sería una humillación social absoluta. Cruz se aprovecha de su poder, y se lo dice a su esposa: “Te va a pesar, Catalina Bernal. Me vas metiendo la idea en la cabeza de recordarte a tu padre y a tu hermano cada vez que me abras las piernas…” (p. 139). En verdad, Cruz demuestra en más de un pasaje ser un cínico de sangre fría que no duda en hacer su voluntad a costa de los otros.

Este mismo mecanismo de imposición se comprueba en el trato que da a los campesinos y, luego, en cómo construye y multiplica su fortuna. Durante la Revolución, Cruz lucha por la reforma agraria que postulaba el regreso de las tierras en manos de grandes hacendados al campesinado, pero cuando la guerra civil llega a su fin y él se convierte en un terrateniente, hace todo lo que está en sus manos para acumular tierras y propiedades, a costas del campesinado y de otros hacendados. Sin saberlo, Cruz repite el destino de sus antepasados Manchaca, quienes también han formado -como se indica en el anteúltimo capítulo- parte de la oligarquía que controlaba las tierras cultivables.

La charla que Cruz sostiene con su criado, Ventura, da cuenta de las estrategias que emplea para expandir sus tierras: en primera instancia, promete mejores condiciones laborales al campesinado y la entrega de terrenos si dejan de trabajar para otros hacendados y lo hacen para él. Luego, arma a estos campesinos para que le sirvan de matones frente a la posible amenaza de los hacendados desfavorecidos por sus políticas, y soborna a su criado con favores para que participe de sus mentiras, ya que en verdad no planea dar a sus empleados lo que les promete.

Cuando el relato vuelve sobre el presente y se enuncia en primera persona, el lector puede comprobar cómo Cruz sigue aplicando los mismos métodos para sostener su posición económica y política: incluso en su lecho de muerte lo acompaña Padilla, su secretario, y algunos otros personajes menores, como Corkery, un norteamericano que le sirve como nexo con la embajada de Estados Unidos y los empresarios de dicho país. Frente a los problemas que le plantean (las revueltas sindicales, los subsidios que pretende otorgar el gobierno a otras compañías, etc.), su forma de actuar es la misma: amenazar, presionar y reprimir: Cruz utiliza su diario para difamar a sus opositores, aunque para ello deba inventarse las noticias, o ejerce su influencia para lograr que la policía reprima con violencia las huelgas de trabajadores. Así, casi 40 años después, Cruz sigue sometiendo a todo aquel que se opone a su voluntad. Cuando el relato pasa a la segunda persona, y Cruz da rienda suelta a su expresividad, mira el imperio que ha construido a lo largo de su vida y recuerda una charla que tuvo con el mayor Gavilán, durante la Revolución: “Deseamos el mayor bien posible para la patria: mientras sea compatible con nuestro bienestar personal (…) todo será permitido si mantenemos el poder: pierde el poder y te chingan” (p. 154). Este pasaje bien ilustra el principal objetivo de Cruz a lo largo de su vida: mantenerse en el poder, aun a costa de los otros, a un a costa de su propia integridad, como se verá en los capítulos siguientes.