La muerte de Artemio Cruz

La muerte de Artemio Cruz Citas y Análisis

Todo un muro de tu despacho estará cubierto por ese cuadro que indica la extensión de y las relaciones entre los negocios manejados: el periódico, las inversiones en bienes raíces -México, Puebla, Guadalajara, Monterrey, Culiacán, Hermosillo, Guaymas, Acapulco-, los domos de azufre de Jáltipan, las minas de Hidalgo, las concesiones madereras en la Tarahumara, la participación en la cadena de hoteles, la fábrica de tubos, el comercio del pescado, las financieras de financieras, la red de operaciones bursátiles, las representaciones legales de compañías norteamericanas, la administración del empréstito ferrocarrilero, los puestos de consejero en instituciones fiduciarias, las acciones en empresas extranjeras -colorantes, aceros, detergentes- y un dato que no aparece en el cuadro: 15 millones de dólares depositados en bancos de Zurich, Londres y Nueva York.

Artemio Cruz, p. 19.

En este pasaje, Cruz hace un recuento de todos los negocios a los que se dedica y que le han aportado su enorme fortuna y su poder en México. Como se verá luego, Cruz edificó su imperio sobre la base de la explotación campesina, la obtención de tierras como intercambio por favores políticos, la concesión de explotaciones mineras a capitales extranjeros; es síntesis, a partir de estrategias de corrupción.

Mira: aprende de tu hija. Teresa. Nuestra hija. Qué difícil. Qué inútil pronombre. Nuestra. Ella no finge. Ella no tiene nada que decir. Mírala. Sentada con las manos dobladas y el traje negro, esperando. Ella no finge. Antes, lejos de mi oído, te habrá dicho: «Ojalá todo pase pronto. Porque él es capaz de estarse haciendo el enfermo, con tal de mortificarnos a nosotras». Algo así te debe haber dicho.

Artemio Cruz, p. 36.

En este pasaje, Cruz observa desde su lecho a su esposa y a su hija, señala el desprecio que ambas sienten por él y destaca la honestidad de Teresa, que desea verlo muerto y expresa su odio en cada comentario que hace. Cruz no culpa a su hija por el odio que le tiene, sino todo lo contrario: lo acepta y reconoce (como se verá más adelante) que ha sido un padre totalmente ausente para ella.

¿Tu visión de las cosas, en tus peores o en tus mejores momentos, ha sido tan simplista como la de ellos? Nunca. Nunca has podido pensar en blanco y negro, en buenos y malos, en Dios y Diablo: admite que siempre, aun cuando parecía lo contrario, has encontrado en lo negro el germen, el reflejo de su opuesto (...) sabes esto y por eso nunca te podrás parecer a ellos, que no lo saben. ¿Te molesta? Sí, no es cómodo, es molesto, es mucho más cómodo decir: aquí está el bien y aquí está el mal. El mal. Tú nunca podrás designarlo.

Artemio Cruz, p. 41.

Este fragmento ilustra uno de los principales rasgos de la personalidad de Artemio Cruz: su ambigüedad. Como él reconoce, en el mundo las cosas no son ni blancas ni negras, y todo depende del juego de matices. Su propia vida es un ejemplo de ello: cada vez que ha actuado de forma cruel o ha obrado mal, sabe que no lo ha hecho por una maldad intrínseca, sino para favorecer sus intereses. Y lo mismo se aplica a sus buenas obras: revisadas desde su vejez, sus actos positivos tampoco responden a una bondad innata, sino a sus intereses personales.

Artemio Cruz. Así se llamaba, entonces, el nuevo mundo surgido de la guerra civil; así se llamaban quienes llegaban a sustituirlo. (…) Desventurado país que a cada generación tiene que destruir a los antiguos poseedores y sustituirlos por nuevos amos, tan rapaces y ambiciosos como los anteriores.

Artemio Cruz, pp. 62-63.

Este pasaje recoge lo que piensa Gamaliel cuando Cruz se presenta en su casa con el evidente objetivo de pedir la mano de su hija. Gamaliel pertenece a una antigua oligarquía mexicana, venida a menos después de la Revolución, pero que conserva sus aires de señorío y de altivez. Gamaliel observa en Cruz a un pobre diablo (o pelado, como se llama a los empobrecidos por la Revolución) que avanza sin esconder sus ambiciones y que impone las nuevas reglas de juego en un México que se encuentra en pleno cambio. Ante la presencia avasalladora de Cruz, Gamaliel cede y lo acepta como yerno, en un gesto que evidencia también la aceptación de las nuevas estructuras sociales que se están gestando en México.

Por cuanto pueblo pasaba, el general averiguaba las condiciones de trabajo y expedía decretos reduciendo la jornada a ocho horas y repartiendo las tierras entre los campesinos. Si había una hacienda en el lugar, mandaba quemar la tienda de raya. Si había prestamistas -y siempre estaban allí, si no habían huido con los federales- declaraban nulas todas las deudas. Lo malo era que la mayor parte de la población andaba en armas y casi todos eran campesinos, de manera que faltaba quien se encargara de aplicar los decretos del general.

Artemio Cruz, p. 87.

Este fragmento ilustra los ideales de la Revolución mexicana que trata de devolver los grandes latifundios a manos del campesinado. Sin embargo, como observa el narrador, los decretos del general no podían cumplirse, puesto que no había gente ni para controlarlo ni para parcelar y cultivar la tierra, por lo que finalmente la Revolución terminó dejando la tierra nuevamente en manos de unos pocos que, como Cruz, siguieron explotando al campesinado, y aquella idea de reforma agraria terminó siendo un fracaso.

No te lo diré. Me vences de noche. Te venzo de día. No te lo diré. Que nunca creí lo que nos contaste. Que mi padre sabía esconder su humillación detrás de su señorío, ese hombre cortés, pero que yo puedo vengarlo en secreto y a lo largo de toda la vida.

Catalina, p. 128.

Catalina se casa con Artemio Cruz, pero siempre desconfía de él, y sospecha que Artemio ha matado a su hermano en la prisión, aunque no tiene ninguna prueba para pensar eso. Es evidente que Catalina comprende las ambiciones de Artemio y sabe que su casamiento no es más que un medio para obtenerlas. Aunque por años trata a su marido con frialdad sin darle una explicación, en este capítulo termina contándole lo que piensa de él, y eso solo empeora la vida en pareja. En años siguientes, el lector puede observar que Catalina vive en la residencia de Las Lomas, mientras que Artemio se instala en Coyoacán.

Imagínense ante un tendero que no fía, cabronas, ante un desahucio de domicilio, ante un abogado chicanero, ante un médico estafador, imagínense en la pinche clase media, cabronas, haciendo cola, haciendo cola para comprar leche adulterada, pagar impuestos prediales, obtener audiencia, conseguir un préstamos, haciendo cola para soñar que pueden llegar más alto...

Artemio Cruz, p. 149.

Este pasaje ilustra el desprecio que siente Artemio Cruz por su mujer y su hija. Mientras está en el lecho de muerte, tanto Catalina como Teresa se muestran preocupadas principalmente por el testamento de Artemio, y no tanto por su salud. Cruz, que a pesar de su agonía lo comprende, se burla de ellas y de sus mezquindades, aunque su pensamiento también arremete contra la clase media, a la que desprecia con la misma virulencia.

No: solo tú y él sentirán los cascos del caballo sobre la tierra porosa de la ribera. También, al salir del agua, sentirán la frescura mezclada con el hervor de la selva y mirarán hacia atrás: ese río lento que remueve con dulzura los líquenes de la otra orilla. Y más lejos, al fondo del sendero de tabachines en flor, pintado de nuevo, el casco de la hacienda de Cocuya asentado sobre una explanada sombreada. Catalina repetirá «Dios mío, no merezco esto»…

Artemio Cruz, p. 208.

Este pasaje corresponde al recuerdo que tiene Cruz del cruce del río con su hijo, Lorenzo. Durante su convalecencia, el cruce del río aparece como un recuerdo recurrente, y es evidente que es algo que preocupa y entristece a Cruz, aunque el narrador tarda mucho en revelar a qué se asocia este recuerdo. En este pasaje, Cruz recuerda el cruce del río con lujo de detalles, y el lector se entera de que ese día, después de cabalgar junto a su hijo, este le cuenta sus planes de viajar por Europa. El capítulo siguiente está dedicado a la muerte de Lorenzo en la Guerra Civil Española, con lo que el lector termina de comprender la importancia de ese cruce del río que ha quedado grabado en la memoria de Cruz.

Todavía te latirá el corazón con un ritmo acelerado, consciente, al fin, de que, a partir de hoy, la aventura desconocida empieza, el mundo se abre y te ofrece su tiempo... Tú existes... Tú estás de pie en la montaña... Tú contestas con un silbido la entonación de Lunero... Vas a vivir... Vas a ser el punto de encuentro y la razón del orden universal... Tiene una razón tu cuerpo... Tiene una razón tu vida... Eres, serás, fuiste el universo encarnado... Para ti se encenderán las galaxias y se incendiará el sol... para que tú ames y vivas y seas (...) Tú serás el nombre del mundo (...) En tu corazón, abierto a la vida, esta noche; en tu corazón abierto...

Artemio Cruz, pp. 389-390.

Este pasaje corresponde a los últimos momentos de conciencia de Cruz, en los que el inicio de su vida se empiezan a confundir con su muerte. Cruz recuerda el episodio en el que disparó la escopeta contra Pedro, su tío, a los 14 años, y siente todo el universo que converge en ese momento y en su presente, pues el tiempo se superpone y se licúa en su memoria. Cruz siente que todo el universo ha sido creado para él, para justificar su vida y, en el último momento, para ser testigo de su muerte.

... encuentran esa placa de gangrena circular... bañada en un líquido de olor fétido... dicen, repiten... «infarto»… «infarto al mesenterio»… miran tus intestinos dilatados, de un rojo vivo, casi negro... dicen... repiten... «pulso»… «temperatura»… «perforación puntiforme»… comer, roer... el líquido hemorrágico escapa de tu vientre abierto... dicen, repiten... «inútil»… «inútil»… los tres... ese coágulo se desprende, se desprenderá de la sangre negra... correrá, se detendrá... se detuvo... tu silencio... tus ojos abiertos... sin vista... tus dedos helados... sin tacto... tus uñas negras, azules... tus quijadas temblorosas... Artemio Cruz... nombre... «inútil»… «corazón»… «masaje»… «inútil»… ya no sabrás... te traje adentro y moriré contigo... los tres... moriremos... Tú... mueres... has muerto... moriré.

Artemio Cruz, pp. 392-393.

Este pasaje corresponde al final de la novela. Artemio Cruz está siendo operado de lo que parece ser un tumor en el mesenterio (las membranas que sostienen los intestinos) y sufre un paro cardiaco, del que no puede regresar. En el último momento, el supra-yo revisa lo que está sucediendo y las personas y los tiempos de la narración convergen: Cruz muere en el pasado, el presente y el futuro. Así, su origen se encuentra finalmente con su destino, y su vida se apaga.