Formas de volver a casa

Formas de volver a casa Resumen y Análisis Capítulo 3: La literatura de los hijos (Parte 1: pp.85-109)

Resumen

El capítulo retoma el relato del primero, esto es, la historia del narrador protagonista y de Claudia. Él cuenta que se fue de su casa a los veinte años, en 1995, porque buscaba una vida sin padres. Completada su carrera en Literatura, cerca de sus treinta, una noche pasa sin proponérselo por la casa de rejas verdes y fachada azul donde había estado de chico, la noche que siguió a la supuesta novia de Raúl. Regresa los siguientes días de manera obsesiva hasta que un día ve salir a una mujer, en la que cree reconocer a Claudia. Desde entonces, cada día espera, leyendo un libro, que vuelva a salir de la casa, dándose cuenta así de que nuevamente está jugando al espía, aunque no sabe qué quiere encontrar.

Una tarde se decide a tocar el timbre y cuando lo atiende la mujer finge estar buscando un gato, pero luego se atreve a preguntarle si es Claudia y ella le dice que es su hermana, Ximena. De pronto comprende que es la mujer a la que había seguido de chico y se extraña de que Claudia no le hubiera dicho que tenía una hermana. Ximena le dice que se acuerda de aquella tarde en que la siguió y recuerda que Claudia lo llamaba Aladino, por la calle de su casa. Él le deja su número de teléfono para que se lo dé a Claudia y Ximena dice de ella, con desprecio, que como su padre está por morir seguro volverá pronto de Estados Unidos, donde vive, para cobrar la herencia. Ante el interés que manifiesta él por recuperar su pasado, ella le dice hostilmente que no sabe para qué quiere recuperar un pasado en el que la gente buscaba cuerpos y personas desaparecidas, mientras él seguro buscaba gatos como ahora. Cuando le pregunta por Raúl, ella le dice que no sabe qué fue de él pero sí que su padre está por morir y antes de cerrar la puerta, lo insulta y le dice que no entiende nada.

Unos meses después, recibe un llamado de Claudia diciéndole que está en Chile y proponiéndole se reúnan a tomar un café. Lo asombra la facilidad con que ella se adentra en el pasado y le confiesa que Raúl era su padre y en realidad se llamaba Roberto. De alguna manera, él siente que se lo esperaba, pues esa es la historia de su generación. Entonces interviene el relato para decir que preferiría que otro estuviera escribiendo este libro que está escribiendo, Claudia por ejemplo, pero que sabe que le toca a él hacerlo. Retoma entonces el relato de Claudia en ese encuentro: le cuenta que nació cinco días después del golpe, el 16 de septiembre de 1973. Su madre era partidaria de Allende pero no participaba de modo activo. En cambio, Roberto era militante y, si bien los primeros años de dictadura estuvieron encerrados por miedo, en 1981 asumió responsabilidades como informante. Pronto Magalí alquiló una casa en Maipú y se llevó a las niñas para protegerlas, mientras Roberto corría riesgos y cambiaba de apariencia constantemente, hasta que convenció a su cuñado Raúl de que comenzara una vida nueva en Argentina y le cediera su identidad. Eso le permitió mudarse a Maipú para estar cerca de su familia, aunque sus hijas no supieron dónde vivía hasta la noche del terremoto.

Claudia le dice que crecer ha sido para ella aprender a contar su propia historia como si no doliera, con crudeza, pero siente que recién lo logra ahora que su madre y su padre han muerto, que luego de intentarlo por mucho tiempo ahora siente una legitimidad. Así, en lugar de honrar silenciosamente a sus padres ahora siente el impulso y la necesidad imperiosa de decir “yo” y contar su historia.

Claudia llega para participar del funeral y luego se aloja en la habitación de su infancia. Recién entonces siente que ha llegado a casa, al único lugar en que se ha sentido cómoda. Pero Ximena le dice que esa no es su casa, que le corresponde a ella por haber cuidado a su padre y que no piensa venderla para repartir la herencia. Claudia comprende de pronto que su hermana no solo ha sufrido el último tiempo de enfermedad de su padre, sino que ha sufrido toda la vida, mientras Claudia no estaba presente, con lo cual le propone discutir el tema de la casa más adelante.

En otro encuentro, Claudia le cuenta al narrador que el primo de su padre, Nacho, era doctor y estaba desaparecido, que la última vez que lo habían visto con vida fue en 1974, una vez en que ella, de bebé, tenía fiebre y él la fue a ver y se curó de inmediato. Su cuerpo nunca apareció. Entonces el narrador le confiesa que en su familia no hay muertos, y luego recuerda para sí una escena en la facultad en la que un grupo de compañeros intercambiaban relatos familiares donde la muerte siempre aparecía, y que él era el único que provenía de una familia sin muertos, lo cual lo había hecho sentir mal.

La siguiente vez que se ven, Claudia recuerda la noche del terremoto de 1985, cuando se enteró de que su padre vivía cerca de ella y cuando lo conoció a él. Le confiesa que ideó el plan de seguir a su padre para acercarse a él, y cuando descubrió que Ximena sí visitaba a su padre se enojó. Recuerda que en su familia decían en broma que mientras que su padre y su hermana eran los revolucionarios, ella y su madre eran las reaccionarias, pero a ella en el fondo ese chiste le dolía. Cuando aquella vez Ximena vio que un niño la seguía, lo habló con su familia y todos comprendieron que era obra de Claudia y la retaron mucho.

Análisis

El tercer capítulo de Formas de volver a casa retoma la historia del primero, es decir, la novela que el narrador personaje del segundo capítulo dice estar escribiendo. Tal como lo anticipó en su diario, durante la visita que hace a lo de sus padres, las escenas nuevas corresponden a la adultez, al reencuentro entre Claudia y el protagonista veinte años después del terremoto de 1985.

El título, “La literatura de los hijos”, anticipa la propuesta que el narrador-escritor ensaya en este capítulo: la posibilidad de escribir la novela de los hijos, de iluminar aquellos sucesos que su generación vivió durante la dictadura pinochetista y que quedaron opacados por la novela de los padres. Disconforme con esa versión oficial, el narrador siente la necesidad de escribir su propia versión de la historia, capaz de interpelar a su propia generación y de asignarles un lugar en la historia chilena. El personaje de Claudia será determinante para estudiar su relación con ese pasado, con la infancia y los comportamientos de los padres.

El capítulo se abre con una reconstrucción del narrador de su partida temprana de la casa de sus padres, a los veinte años, motivado por “lo que algunos hijos quieren desde siempre: una vida sin padres” (87). Una vez más, el vínculo padres-hijos es objeto de análisis y el narrador acude a él para desentrañar sus dudas generacionales. Así, el capítulo 3 va a proponer un nuevo regreso a casa, que funcionará otra vez metafóricamente: en la visita que el narrador y Claudia hagan a la casa de sus padres se entreverá la necesidad de encontrar respuestas al pasado y dar un sentido a la propia historia vivida.

Así como en el capítulo 2 el narrador confesaba en su diario que el personaje ficcional de Claudia buscaba representar a las mujeres de su generación, en este capítulo la revelación de la historia de Claudia supone un repaso pero también una explicitación de aquellos sucesos de la oscura historia chilena que permanecían ocultos durante la infancia del narrador. Mientras el capítulo 1, el de la infancia, está marcado por el secreto y el silencio, el capítulo 3, el de la adultez de los personajes, revela lo oculto y confirma las sospechas. La primera en revelar algo de ese pasado es Ximena, la hermana de Claudia, que le reprocha al narrador su falta de entendimiento: “No creo que llegues nunca a entender una historia como la nuestra. En ese tiempo la gente buscaba personas, buscaba cuerpos de personas que habían desaparecido. Seguro que en esos años tú buscabas gatitos o perritos, igual que ahora” (91). Por primera vez, un personaje pone en palabras los horrores de la dictadura. Pero además, hay un reproche de parte de Ximena que, una vez más, deja al narrador en un lugar ajeno a la historia.

Será Claudia, no obstante, la que termine de revelar el secreto cuando se atreva a contar su propia historia: “La trama de pronto se esclarece: Raúl era mi padre, dice” (96). Recurriendo nuevamente a la metáfora de la vida como una novela, y las vivencias como su trama, caen las sospechas y lo silenciado aparece nombrado por primera vez. Sin embargo, el narrador no se sorprende: “La miro asombrado, pero no es un asombro en estado puro. Recibo la historia como si la esperara. Porque la espero, en cierto modo. Es la historia de mi generación” (96). En este sentido, Claudia se vuelve portavoz de su generación, razón por la cual su papel en la reconstrucción que hace el narrador será fundamental.

En línea con las lecturas generacionales del narrador en términos de “literatura de los padres” y “literatura de los hijos”, Claudia elabora también una toma de posición respecto de su historia, al confesar que para ella crecer significó aprender a contar su propia historia: “Aprender a contar su historia como si no doliera. Eso ha sido, para Claudia, crecer: aprender a contar su historia con precisión, con crudeza. Pero es una trampa ponerlo así, como si el proceso concluyera alguna vez. Solamente ahora siento que puedo hacerlo, dice Claudia. Lo intenté mucho tiempo. Pero ahora he encontrado una especie de legitimidad” (99). Recién con la muerte de sus padres ella siente haber encontrado una legitimidad para su voz, lo cual evidencia una vez más el modo en que la versión heredada de los adultos obturaba la posibilidad de que los hijos elaboraran su propio relato. Una vez encontrado el espacio para dar cuenta de esa historia, la voluntad de contarse a sí misma se vuelve una necesidad imperiosa: “el deseo de decir: yo” (100).

Parte del ejercicio de memoria que Claudia puede llevar a cabo se asocia con su retorno a Chile desde EEUU. Ahora es ella la que encarna el motivo del regreso a casa, como un modo de reencontrarse con su historia y su pasado. Si su padre la instó a irse de Chile para protegerla, y ella se evadió de su historia en un país que de chica repudiaba, el regreso a su país de origen implica reencontrarse con una dimensión de su identidad. De ahí que luego del funeral de su padre, al instalarse en su casa de la infancia piense: “...llegaba a su casa, al fin y al cabo; que el único espacio en que realmente se había sentido cómoda era esa habitación pequeña” (101).

El narrador se sorprende de la facilidad con la que Claudia habla del pasado, tarea que a él le merece en cambio muchas dudas y preguntas. Además, mientras ella habla, él siente que su rol es el de observar y escuchar. De hecho, esa tarea queda explicitada cuando menciona el libro que está escribiendo: “Me gustaría que alguien más escribiera este libro. Que lo escribiera ella, por ejemplo. Que estuviera ahora mismo, en mi casa, escribiendo. Pero me toca escribirlo a mí y aquí estoy” (94). De esta manera, la estructura se complejiza un poco más: por un lado, este narrador emprende la escritura de un libro sobre su historia con Claudia y, a la vez, el relato de ese vínculo forma parte de la novela que escribe el narrador escritor y protagonista de los capítulos 2 y 4, inspirándose en la historia de Eme.

El narrador va registrando en el libro que escribe lo que Claudia recompone de su pasado. De esta manera, logra reponer aquello que él admite no haber vivido en carne propia, pues recurrentemente él se siente avergonzado de ser el único de su entorno que no vivió de cerca las muertes y los crímenes de la dictadura: “Soy el hijo de una familia sin muertos” (105), confiesa. La experiencia de Claudia servirá entonces para reponer esa parte de la historia.