Formas de volver a casa

Formas de volver a casa Resumen y Análisis Capítulo 1: Personajes secundarios (Parte 1: pp.13-34)

Resumen

Formas de volver a casa comienza con un recuerdo de infancia del narrador y protagonista del relato: una tarde, a los seis o siete años, en una caminata con sus padres, se pierde en la calle y tiene que regresar a su casa solo. Como sus padres, desesperados, se quedan buscándolo, llegan más tarde que él, con lo que él concluye que son sus padres los que no saben volver a casa. Esa noche, su padre lo felicita por haber superado la adversidad, pero su madre, en cambio, le reprocha haber tomado otro camino, si bien él comprende que en realidad fueron ellos los que lo hicieron. Finalmente, su madre reconoce que ha demostrado saber andar solo por las calles pero le aconseja que, en adelante, se concentre más en el camino.

La anécdota lleva al narrador a evocar otros sucesos de su infancia, entre ellos, el terremoto del 3 de marzo de 1985, en que conoció a Claudia, una niña de doce años cuando él tenía nueve. Esa noche, en medio del caos, algunas familias de su barrio, ubicado en Maipú, una comuna de la capital chilena Santiago, arman un campamento en el antejardín de una casa. En un momento de la noche él se acerca al fogón de los adultos y conoce a Raúl, el vecino, que les presenta a su hermana Magalí y su sobrina Claudia.

El narrador recuerda que entonces le resultaba extraño que Raúl fuera el único del barrio que vivía solo, sin familia, y recuerda que sus padres sentían cierta reticencia por el hombre, por lo que, a pesar de la cercanía de sus casas, los separaba una distancia enorme. En esa villa de Maipú se decía que Raúl era democratacristiano y el protagonista no sabía qué significaba eso pero le resultaba interesante. La noche del terremoto, cuando Raúl se va a llevar a las mujeres a su casa, el niño escucha que los adultos hablan mal de él y de su familia a sus espaldas.

El terremoto no deja saldos graves, salvo algunos destrozos en la ciudad, entre ellos el de la escuela, cuyas paredes, recuerda, estaban llenas de grafitis en alusión al equipo de fútbol Colo-Colo o a Pinochet. Entonces el narrador confiesa que de chico creía que Pinochet era un personaje más de la televisión, al que odiaba solamente porque interrumpía la programación con las cadenas nacionales, que él y su padre miraban en silencio. Recién de grande, dice el narrador, llega a odiarlo, pero por asesino.

A continuación, evoca la época en que su grupo de amigos reemplaza el fútbol por el béisbol, porque el padre del pelirrojo le ha traído de Miami un bate y un guante, pero como él no sabe jugar se pasa las tardes recorriendo solo el barrio. Una de esas tardes ve a Claudia, la sobrina de Raúl, y descubre que lo está siguiendo. Finalmente, un día ella le propone juntarse a hablar el lunes siguiente en la pastelería del supermercado. El narrador interrumpe su relato de infancia para preguntarse cómo hacían entonces para desplazarse con libertad por las calles en pleno escenario de dictadura, estado de sitio y toque de queda, y concluye que los adultos jugaban a ignorar el peligro.

Al día siguiente de pactar el encuentro con Claudia, él y su familia viajan al embalse Lo Ovalle. Una mañana finge estar enfermo para no ir al embalse, porque lo aburre, y se queda en la casa solo, donde escucha una cinta del cantante español Raphael que pertenece a su madre y que, por descuido, estropea, grabándole algo encima del estribillo. Por miedo al reto de sus padres, graba sobre el tramo borrado el estribillo cantado con su propia voz, para disimular su error en caso de que sus padres quisieran escuchar la cinta durante el viaje de regreso. Pero al volver a Maipú, sus padres lo descubren intentando enterrar el cassette en el jardín y, si bien se ríen del asunto, lo castigan para que no vuelva a mentir.

El castigo impide que asista a la cita con Claudia, pero se la vuelve a encontrar en otra oportunidad y caminan hasta la casa de ella. En ese paseo, el narrador reflexiona sobre las calles de Maipú, que evocan nombres de fantasía (la de su casa, por ejemplo, es “Aladino”), y asocia ese escenario a las familias que viven en ellas, familias sin historia que habitan un mundo de fantasía. Esa vez Claudia lo invita a pasar a su casa y él se sorprende, porque en esa época no era común entrar en la casa de otra familia. Él le pregunta por su papá y ella le dice que vive en otra ciudad, y vuelve a sorprenderse porque es poco común que haya padres separados en su entorno. Entonces Claudia confiesa el objetivo de esa reunión: como ella y su madre no pueden ni deben visitar a Raúl, ella le pide a él que cuide a su tío y que lo espíe, llevando un registro escrito de cualquier conducta sospechosa.

Análisis

Formas de volver a casa está narrada en primera persona y en ella la identidad del narrador coincide con la del personaje protagonista. Pero además, como se verá que en la medida en que avanza el texto, se deslizan datos y detalles que permiten afirmar que esa identidad también coincide con la del autor, Alejandro Zambra, con lo cual la novela podría inscribirse dentro del género de la autoficción. La autoficción es un género híbrido en el que se mezclan elementos autobiográficos con otros ficcionales, es decir que hay una experimentación literaria por sobre los elementos autobiográficos, lo cual genera un alto grado de vacilación en el lector a la hora de determinar el estatuto del relato y la veracidad de los datos narrados: no sabe si lo que lee es novela o autobiografía, historia ficticia o real. Precisamente, la autoficción ofrece al escritor la posibilidad de pensar su propia vida mediante estrategias y recursos de la novela y la ficción.

Un rasgo específico con el que se define la autoficción es que propone una identidad nominal autor-narrador-personaje en un relato que se evidencia como ficción. En Formas de volver a casa, ese rasgo no se cumple, en tanto el narrador y protagonista del relato nunca llega a revelar su nombre sino que permanece en el anonimato, lo que, entonces, impide esa identificación con el nombre de Alejandro Zambra. Sin embargo, la crítica señala que puede hablarse de una identificación implícita, no a través de la coincidencia nominal, sino de la aparición a lo largo de todo el texto de algunos datos y referencias, señales textuales que coinciden con la biografía del autor y cumplen esa función identificatoria. En el capítulo 1 ya se explicitan algunos de esos datos. Por un lado, hay una coincidencia de edad entre el narrador-protagonista y el autor, pues el primero dice tener nueve años cuando se produce el terremoto de marzo 1985, y Zambra tiene esa misma edad entonces, pues nace en septiembre de 1975. Además, comparten como lugar de residencia Maipú, asisten al mismo colegio, estudian la misma carrera, Literatura, y tienen la misma profesión, escritor.

El primer capítulo se titula “Personajes secundarios”, remitiendo a una categoría de la ficción, así como lo harán los capítulos 2 y 3. En este capítulo, el narrador recupera sucesos de su infancia, impulsado por el recuerdo del terremoto del 3 de marzo de 1985. El relato se inicia específicamente con una escena en que el narrador protagonista recuerda una vez que, caminando en la calle, se separó de sus padres, se perdió y tuvo que volver solo. Esta escena funciona a modo de prólogo, pues antecede lo que vendrá luego, el relato del terremoto de 1985, y condensa algunos de los temas y motivos principales de la novela.

Por un lado, esta escena remite al título, a la idea de encontrar la forma de volver a casa: es la primera vez que el personaje se ve obligado a encontrar una estrategia para volver a su casa sin la orientación de los padres. El motivo de volver a casa atravesará toda la novela y asumirá varios sentidos: representa, por un lado, la idea de regresar a un punto de origen, lo cual será fundamental en la novela, en tanto el narrador recuperará su pasado, es decir, su origen, en busca de respuestas para su vida adulta; por otro lado, volver a casa significa también una conformidad y aceptación tácita de los valores de la casa, de los valores de la madre y el padre. En la novela, la relación entre padres-hijos será un tema transversal sobre el que el narrador reflexionará para estudiar su experiencia de vida. En toda la obra se representarán distintos regresos a la casa de los padres, en los que se evidenciará la tensión entre los valores de los padres y los del hijo adulto. Este intentará diferenciarse de aquellos pero también encontrar la manera de conciliar. No es casual entonces que el relato se abra con una escena en que, por primera vez, el hijo logra, mediante sus propias herramientas, volver a la casa sin el cuidado de sus padres.

Allí el narrador reflexiona, desde su mirada adulta, sobre esa escena de infancia y pone de manifiesto su temprana voluntad de diferenciarse al recordar que cuando sus padres lo retaron por haberse perdido, él pensó que en realidad eran ellos los que se habían desviado: “Tomaste otro camino, decía mi madre (…) Son ustedes los que tomaron otro camino, pensaba yo” (13). En ese diálogo entre la madre y el hijo, se introduce también el motivo del camino, cuando ella, a modo de lección, hace hincapié en la importancia de prestar atención y elegir el camino correcto. De esta manera, el camino representa no solo estrictamente el recorrido por la ciudad hasta llegar a la casa sino que simboliza el rumbo de vida que se va a tomar. La madre intenta aleccionarlo sobre el camino que debe tomar, pero esta escena ya es el germen de una tarea que emprende el narrador-protagonista a lo largo de toda la novela: la búsqueda individual y adulta de un rumbo de vida propio, de una identidad ajena a las imposiciones y los mandatos ajenos.

Enseguida el relato encara la reconstrucción de los hechos que suceden al terremoto de 1985, cuando el narrador tiene nueve años. No aborda de manera detallada la catástrofe, pero el suceso le sirve porque ese día conoce a Claudia, que será un personaje fundamental en su reconstrucción del pasado y su búsqueda identitaria adulta. Además, esa noche conoce a Raúl, vecino de la casa de sus padres y tío de Claudia, que también será un personaje importante porque, a través de su experiencia, entrará en la novela el contexto social y político chileno de la infancia del protagonista, a saber, la vida durante la dictadura militar de Augusto Pinochet, que se extendió desde septiembre de 1973 hasta marzo de 1990.

El personaje de Raúl representa, por un lado, lo otro, lo extraño, según distintos prejuicios que le aplican sus vecinos, entre ellos, los propios padres del narrador. Este recuerda: “Éramos vecinos, compartíamos un muro y una hilera de ligustrinas, pero nos separaba una distancia enorme" (17). El narrador señala que de chico asociaba esa postura con el rumor que circulaba sobre Raúl en el barrio en torno a su condición de democratacristiano. De este modo, se evidencia que en esa época las diferencias de opinión eran motivo de disputa, y se exhibe la motivación ideológica en la conducta de los padres del narrador al alejarse de Raúl. Del mismo modo, el narrador absorbe algunos de esos preconceptos y recuerda que entonces él pensaba que era raro que Raúl viviera solo, sin familia, lo cual marca también otra vez la fuerza de los prejuicios en la dinámica de esa sociedad.

Sin embargo, el narrador elige recuperar también momentos en que su inocencia infantil le impedía decodificar algunos de esos prejuicios. Por ejemplo, recuerda que los adultos hablaban mal de la familia de Raúl; decían que Magalí no tenía cara de profesora de inglés. En respuesta, él pensaba en qué tipo de cara tenían sus padres, es decir, intentaba leerlos con la misma lente, sin identificar que se trataba de una crítica. Así, desde el presente, el narrador protagonista elige exponer su distanciamiento de ciertos prejuicios impuestos por sus padres y por los adultos de su infancia.

En este sentido, una particularidad de este relato de infancia es que está constantemente comentado por el narrador, que superpone a sus recuerdos e impresiones de infancia las impresiones adultas que le surgen al momento de la enunciación: “Ahora pienso que es bueno perder la confianza en el suelo” (19). En esa brecha que surge entre el pasado y el presente, entre los sucesos vividos y el ejercicio de memoria que propone el narrador al evocar su pasado, se exhibe el objetivo del protagonista que vertebra toda la novela: la voluntad de comprender el pasado pero también el presente de su propia vida y de Chile.

Hay una clara diferencia entre el pasado y el presente cuando menciona sus distintas impresiones sobre Pinochet: “(…) para mí era un personaje de la televisión que conducía un programa sin horario fijo, y lo odiaba por eso, por las aburridas cadenas nacionales que interrumpían la programación en las mejores partes. Tiempo después lo odié por hijo de puta, por asesino, pero entonces lo odiaba solamente por esos intempestivos shows que mi papá miraba sin decir palabra (…)” (21). En el pasaje entre la niñez y la adultez del protagonista se ha operado un aprendizaje que el personaje adulto no quiere pasar por alto. En su infancia concebía a Pinochet como un personaje casi de ficción, mientras que, en la adultez, logra acceder a una postura crítica. El narrador sugiere que el equívoco de su infancia era favorecido por la actitud pasiva de su padre ante las cadenas nacionales. Desde la adultez, el narrador critica el silencio del padre.

Así, la dictadura aparece como escenario de la infancia del protagonista, y él se pregunta desde el presente por ese contexto. Por ejemplo, cuando relata sus paseos infantiles por la ciudad, se pregunta extrañado cómo es posible que pudieran caminar libremente por las calles en plena dictadura, en medio de crímenes, atentados, estado de sitio y toque de queda. En esa oración, el narrador adulto condensa toda la violencia y el peligro dictatorial que en la infancia parecía no evidenciar. El narrador atribuye la responsabilidad de esa insensibilidad a los adultos que lo rodeaban: “(…) con arrogancia o con inocencia, o con una mezcla de arrogancia e inocencia, los adultos jugaban a ignorar el peligro: jugaban a pensar que el descontento era cosa de pobres y el poder asunto de ricos, y nadie era pobre ni rico” (23). En esta cita, quedan en evidencia el silencio, los secretos y las conductas que adoptaban los adultos a cargo de los niños durante la dictadura, posturas que el narrador va a develar y cuestionar.

Esta actitud de negación es la que el narrador le reprochará a sus propios padres, pero también la leerá como parte de un clima social, que tiene alcances en su presente adulto. Sus padres son retratados como miembros de una clase media nueva, sin historia, que prosperó en el marco de políticas económicas implementadas por el régimen de Pinochet y que, efectivamente, durante los años de la dictadura procuró mantenerse al margen de la disputa política, desentendida de los reclamos de los pobres y de la ambición de los ricos. Esa falta de arraigo histórico encuentra su correlato simbólico en las calles con nombres de fantasía del barrio en que esa clase media vive, en oposición a otras calles de la ciudad que evocan batallas y próceres de la historia. Esa clase media, además, es portadora de algunos valores conservadores y de prejuicios con los que discrimina y se distingue de aquellos que no pertenecen a su mismo círculo social, como ocurre con Raúl y su familia.