El reino de este mundo

El reino de este mundo Resumen y Análisis Parte 4, Capítulos I a IV

Resumen

I. La noche de las estatuas

María Luisa se instala en Roma junto a sus hijas, Atenais y Amatista, y a Solimán, el antiguo paje de Paulina Bonaparte, dedicado luego al servicio de Henri Christophe.

Solimán deambula por Roma y su figura causa un revuelo constante: los niños lo siguen y lo llaman Baltasar, en referencia al rey mago negro y los plebeyos le piden que cuente su historia, de la que en verdad poco entienden. En el verano, solimán empieza a frecuentar a una sirvienta del palacio Borghese, con quien establece un amorío regular y duradero. Los príncipes Borghese no se encuentran en Roma desde hace años, por lo que el palacio permanece ocupado solo por la servidumbre.

Una noche en que Solimán y su amante han bebido de más, el negro le pide que le enseñe el palacio. Ebrios, deambulan por los vastos salones adornados con estatuas de todas las épocas hasta llegar a una sala más pequeña dominada tan solo por la presencia de una estatua femenina. Solimán recorre con sus dedos las formas de aquella mujer recostada en un lecho, y de pronto reconoce las formas del cuerpo de Paulina Bonaparte. Esto le enciende en su ebriedad todos los recuerdos de su vida en Haití, y le parece que está acariciando el cadáver petrificado de su ama. Enloquecido, comienza a gritar y a golpear el suelo de sus pies imitando el sonido de tambores. Cuando una turba de sirvientes se presenta en la sala apenas iluminada por unas velas, Solimán recuerda la caída de Henri Christophe y el saqueo de Sans-Souci. Desesperado, temeroso de aquella turba, rompe una ventana y se aleja en un rapto de locura.

Los días siguientes, María Luisa intenta calmar las fiebres de Solimán, pero nada consigue. EL negro habla en creole y le ruega a Papá Legba que le abra el camino para regresar a Haití.

II. La real casa

Ti Noel ha sido uno de los primeros en participar del saqueo de Sans-Souci, y ahora la casa en ruinas que habita en la antigua hacienda de Monsieur Lenormand está llena de muebles y objetos pertenecientes al palacio de Henri Christophe. Entre todas aquellas pertenencias, la predilecta del viejo es una casaca verde que perteneció al mismo rey; Ti Noel la usa a toda hora, y la combina con un sombrero de paja doblado como si fuera un bicornio.

Así vestido, Ti Noel se siente rey de aquellas tierras del Dondón, y se la pasa hablando todo el tiempo: habla con los objetos de su casa en ruinas, con las lavanderas, con los campesinos, con los árboles y los animales. Todos encuentran en aquel viejo a una figura entrañable, escuchan sus historias sobre Mackandal y los sacerdotes de los dioses de la Otra Orilla, y lo invitan a beber y comer.

III. Los agrimensores

Una mañana, llegan a las tierras de Ti Noel un grupo de agrimensores de tez blanca, y se ponen a medir el terreno y a tomar notas de todo en sus cuadernos, a pesar de las imprecaciones del viejo negro. Ti Noel se entera luego de que todas aquellas tierras se están dividiendo para su cultivo, y ve que los campesinos que las habitan comienzan a abandonarlas y buscan refugio en las selvas. Los días pasan y el viejo negro comprueba que, efectivamente, los campos comienzan a poblarse de mulatos que trabajan sometidos por los látigos de otros mulatos: los republicanos han decretado que las tareas agrícolas se han vuelto obligatorias y todos tienen que realizarlas.

Atemorizado por la idea de volver a ser sometido a trabajos de fuerza, Ti Noel recuerda a Mackandal y piensa que si la el cuerpo humano lo expone a tantas calamidades, mejor es convertirse en cualquier otro animal. Así, siguiendo las enseñanzas del antiguo sacerdote mandinga, Ti Noel se transforma en ave, en cerdo y en hormiga, y experimenta las vidas animales.

IV. Agnus Dei

Ti Noel experimenta las pieles de muchos animales, hasta que nota que la Llanura se ha llenado de gansos y ocas escapados de Sans-Souci. Al ver en los gansos una estructura comunitaria ideal, se convierte en uno de ellos y trata de integrarse a la comunidad. Pero sus planes fracasan, puesto que incluso los gansos lo ven como a un extraño y lo rechazan a picotazos.

Entonces, Ti Noel decide recuperar su apariencia humana. Cuando lo hace, tiene una revelación súbita: el hombre nunca sabe para quién padece. Padece y trabaja para gente que nunca conocerá; el hombre ansía siempre una felicidad que está más allá de la porción que le es otorgada. Por eso, la grandeza debe hallarse en el Reino de este Mundo, y no en promesas del más allá.

Con esas ideas en mente, Ti Noel se sube a una mesa y lanza una declaración de guerra contra los nuevos amos, dando órdenes a sus súbditos de entrar en guerra contra los mulatos republicanos. Una gran tormenta que viene desde el mar cae sobre la Llanura del norte, inundándolo todo y haciendo volar por los aires los muebles y los objetos que el viejo negro había traído de Sans-Souci. Ti Noel también desaparece con la tormenta, y nadie más vuele a saber de él.

Análisis

La cuarta parte del libro presenta 4 capítulos breves a modo de epílogo. En ellos prácticamente no se desarrollan nuevos contextos históricos sino que se vuelve sobre algunos personajes y se cierran sus historias.

En el capítulo I se presentan a María Luisa y sus hijas viviendo en Roma junto a Solimán, el paje de Henri Christophe que había sido anteriormente ayuda de cámara de Paulina Bonaparte. Quien no ha sobrevivido al motín es Víctor, el Delfín, hijo de Henri Christophe y ejecutado por sus propios soldados al ser el único heredero del autoproclamado Rey de Haití. Históricamente, la familia real logró huir hacia Londres gracias a la protección de la flota británica, que mantenía tratos comerciales con Henri Christophe. De allí, María Luisa se muda a Pisa con sus hijas, y pasa una gran temporada en Roma, en 1828, momento que se recupera en la novela.

Durante su estadía en Roma, Solimán conoce a una sirvienta piamontesa que trabaja en el Palacio Borghese, sede de príncipes italianos y actualmente un famoso museo de arte en Roma. La noche que Solimán recorre junto a la piamontesa las amplias salas del palacio y se encuentra con la estatua de Paulina Bonaparte, se atan algunos cabos en relación a la vida de este personaje que había salido de escena en la segunda parte del libro: al regresar a Europa, Paulina Bonaparte se casa en 1803 con Camilo Borghese, Príncipe de Sulmona y de Rossano, y jefe de una de las familias más importantes de Italia. Poco después del matrimonio, Camilo Borghese encarga al famoso escultor Antonio Cánova que inmortalice a su mujer en una escultura. Paulina Bonaparte posa desnuda para Cánova y este realiza una magistral escultura a la que se llamó “La Venus de Cánova”, y que aún puede verse en el museo Borghese. En 1804, tras la muerte del hijo de Paulina y del general Leclerc, el matriomio se instala en París, a donde permanece hasta la caída de su hermano, el Emperador Napoleón.

El momento en que Solimán descubre la estatua y reconoce en ella, mediante el tacto, a su antigua ama es una de las escenas más plásticas de toda la novela y presenta las imágenes más logradas por la pluma de Carpentier:

Palpó el mármol ansiosamente, con el olfato y la vista metidos en el tacto. Sopesó los senos. Paseó una de sus palmas, en redondo sobre el vientre, deteniendo el meñique en la marca del ombligo. Acarició el suave hundimiento del espinazo, como para volcar la figura. Sus dedos buscaron la redondez de las caderas, la blandura de la corva, la tersura del pecho. Aquel viaje de las manos le refrescó la memoria trayendo imágenes de muy lejos. Él había conocido en otros tiempos aquel contacto. Con el mismo movimiento circular había aliviado este tobillo, inmovilizado un día por el dolor de una torcedura. La materia era distinta, pero las formas eran las mismas. (p. 100)

La combinación de sentidos que se vuelcan al tacto, el reconocimiento y la descripción de las formas, la delicadeza en el avance de la mano de Solimán y en la descripción del narrador, la reminiscencia de otra vida que se recupera por medio de la aproximación sensual a la obra de arte, todo parece funcionar como una analogía barroca a la propia obra de Carpentier: como Solimán con Paulina, el escritor vuelca sus sentidos y se aproxima a la historia a través de ellos. El viaje que propone Carpentier por las revoluciones haitianas es eminentemente sensual: la historia se aprehende por medio de los sentidos; en los capítulos previos, su lector pudo ver aquellas matanzas, escuchar los tambores del vudú y oler la carne chamuscada por los incendios de los saqueos. Ahora, Carpentier ofrece un remanso, un momento de puro placer estético antes de regresar a la fiebre y la locura que han atravesado todas sus páginas: tras el contacto con aquella escultura, Solimán enloquece y se arroja por la ventana del palacio. Reviviendo constantemente la caída del reino de Haití, el negro queda tendido en su lecho, murmurando plegarias a Papá Legba, dios yoruba de los caminos, para que pueda transportarlo una última vez a su isla añorada.

En el capítulo II la narración regresa a la isla y se concentra sobre Ti Noel. El viejo liberto ha participado en el saqueo de Sans-Souci y ha ornamentado las ruinas en las que vive con un montón de objetos pertenecientes a la corte real. El mismo Ti Noel se viste con una casaca verde que perteneció a Henri Christophe, y remata su atuendo con un sombrero de paja trenzada, doblado para imitar a un bicornio napoleónico. Ti Noel aparece como el remedo de un rey viviendo en el valle del Dondón, sobre un palacio en ruinas ornamentado con los despojos del antiguo régimen. Allí, habla y baila solo, y crea una nobleza ridícula con títulos como “la Orden de la Escoba Amarga, la Orden del Aguinaldo, la Orden del Mar Pacífico” (p. 105) y la Orden del Girasol. Con estas imágenes paródicas, Carpentier nos muestra que todo lo que queda, finalmente, del esplendor de las cortes negras de Haití es una burla desmedida: un viejo loco gobernando sobre los restos de una hacienda en ruinas, con una corte de campesinos y lavanderas que le siguen el juego para entretenerse.

Sin embargo, el progreso avanza y ni siquiera esta corte desfigurada y paródica puede sostenerse. En el capítulo III llegan los agrimensores a medir y parcelar la Llanura para entregarla al cultivo: “Ti Noel supo, por un fugitivo, que las tareas agrícolas se habían vuelto obligatorias y que el látigo estaba ahora en manos de Mulatos Republicanos, nuevos amos de la Llanura del Norte” (p. 107). Los campesinos abandonan sus hogares y se retira a la selva, para evitar ser sometidos nuevamente por un régimen que, aunque republicano, sigue abusándose de los trabajadores. Esto también lo comprende Ti Noel: ahora son mulatos republicanos los que manejan el látigo y siguen obligando a los negros a trabajar la tierra de sol a sol para alimentar la república naciente de Haití. Las formas de gobierno han cambiado, pero las relaciones de poder se sostienen, y los negros, aunque libertos, siguen sufriendo los abusos de siempre.

El final que le corresponde a la novela es la culminación de lo real maravilloso conceptualizado por Carpentier a partir de su visita a Haiti: cansado de las penurias humanas, Ti Noel se transforma en animal, al igual que Mackandal, y vive como las aves, las hormigas y los gansos. Pero incluso adaptándose a las dinámicas de estos animales no lograrse liberarse del yugo: como hormiga, comprende que el sistema de sometimiento también se comprueba en el reino animal: “fue obligado a llevar cargas enormes, en interminables caminos, bajo la vigilancia de unos cabezotas que demasiado le recordaban los mayorales de Lenormand de Mezy” (p. 108). El último intento lo realiza tras observar la estructura social sostenida por los gansos. Estas criaturas se aparean de por vida, las hembras cuidan de sus pichones mientras el macho también vigila el nido y, si hay algún problema, los gansos actúan en comunidad, liderados por una figura de autoridad que los congrega: “Los gansos eran gente de orden, de fundamento y de sistema, cuya existencia era ajena a todo sometimiento de individuos a individuos de la misma especia” (p. 109). Pero incluso esto falla: cuando Ti Noel, convertido en ganso, quiere formar parte de la parvada, las otras criaturas lo ven como a un extraño llegado de la nada, sin ninguna conexión con la comunidad, y lo echan a picotazos. Estas dos analogías de los sistemas de gobierno y organización que Carpentier desarrollar en las imágenes de las hormigas y los gansos ilustran finalmente la imposibilidad del negro liberto de encontrar un sistema social que no explote al trabajador o que no ostente algún sistema de exclusión sobre los miembros más vulnerables.

Al fracasar en su vida animal, Ti Noel regresa a su cuerpo humano y una revelación sobre la naturaleza humana y el sentido dialéctico de la vida lo conmueve profundamente:

comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. (…) agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo. (p. 111)

La vida se presenta así como una lucha constante entre la voluntad de sobrevivir y de obtener una felicidad que no se halla nunca en el presente vivido y el padecer y vivir resignado a la falta de sentido del presente.

Enfurecido por esta repentina comprensión de la vida, Ti Noel se sube a una mesa y lanza una declaración de guerra contra la república y los nuevos amos, instando a todos los sometidos a alzarse y derrocar a los opresores. Mientras lo hace, una enorme tormenta que deriva en un huracán azota la Llanura Norte de Haití y envuelve al viejo negro. En medio del huracán, los toros degollados por Henri Christophe vuelven a bramar y el mundo parece invertirse: los árboles dan sus copas contra el piso y levantan sus raíces, todos los objetos de la corte de Sans-Souci vuelan por los aires y lo poco que queda de la hacienda termina por derrumbarse por completo. Tras la tormenta, de Ti Noel no quedan rastros, solo un indicador: un buitre que espera el sol con alas abiertas para devorar la carne muerta y perderse luego en la selva. Con esta potente y maravillosa tormenta se cierra la novela, presentando un nuevo mundo y una nueva realidad para Haití: la época de las revoluciones ha quedado atrás y sus restos deben rescatarse de la historia con la meticulosidad y el celo de los arqueólogos, o la creatividad y el compromiso de los escritores latinoamericanos.