El reino de este mundo

El reino de este mundo Imágenes

Los reyes y príncipes africanos

En la fantasía que Ti Noel construye en torno a estos personajes a partir de los relatos de Mackandal y de Mamán Loi o de los grabados que contempla en el mercado, los reyes de África se presentan como seres poderosos y ricamente vestidos, reinando en sus tronos o haciendo la guerra. Las imágenes visuales se complementan en la descripción con imágenes auditivas que crean escenas vívidas de aquellos legendarios príncipes y reyes. Por ejemplo, uno de los relatos de Mackandal habla de Kankán Muza: "el fiero Muza, hacedor del invencible imperio de los mandiga, cuyos caballos se adornaban con monedas de plata y gualdrapas bordadas, y relinchaban más arriba del fragor de los hierros, llevando el trueno en los parches de dos tambores colgados de la cruz. Aquellos reyes, además, cargaban con la lanza a la cabeza de sus hordas..." (p. 15). Otro ejemplo que ilustra el contraste entre los reyes africanos y los aristócratas europeos puede identificarse en el grabado que llama la atención de Ti Noel en el capítulo I: "Representaba algo así como un almirante o un embajador francés recibido por un negro rodeado de plumas y sentado sobre un trono adornado de figuras de monos y de lagartos" (p. 15).

Las descripciones físicas

Los cuerpos de los esclavos trabajando reciben también una serie de imágenes visuales recurrentes. Tal es el caso de Mackandal, en el capítulo I, cuando se lo presenta trabajando en el molino y luego escondido y pasando hambre en una caverna: "Con sus ojos siempre inyectados, su torso potente, su delgadísima cintura, el mandinga ejercía una extraña fascinación sobre Ti Noel" (p. 18). Esta primera descripción se complementa en el episodio siguiente: "Mackandal había adelgazado. Sus músculos se movían, ahora, a ras de la osamenta, esculpiendo su torso con potentes relieves. Pero su semblante, que ofrecía reflejos oliváceos a la luz del candil, expresaba una tranquila alegría. Su frente era ceñida por un pañuelo escarlata, adornado con sartas de cuentas" (p. 24). A pesar de las privaciones a las que está sometido en su fuga, Mackandal se muestra alegre y hasta tiene un elemento nuevo en su vestimenta que destaca: el pañuelo adornado en la cabeza es un claro indicador de que el hombre se ha liberado de su condición de esclavo.

Otros personajes principales también son descriptos desde su aspecto físico; tal es el caso, por ejemplo, de Henri Christophe, cuya figura se presenta de la siguiente manera: "Chato, muy fuerte, de tórax un tanto abarrilado, la nariz roma y la barba algo undida en el cuello bordado de la casaca, el monarca recorría las baterías, fraguas y talleres, haciendo sonar las espuelas en lo alto de interminables escaleras. En su bicornio napoleónico se abría el ojo de ave de una escarapela bicolor" (p. 75).

Los comercios del Cabo Francés

Para construir una imagen completa y detallada del Cabo Francés, el narrador se detiene y observa en profundidad sus negocios, destacando no solo los productos que en ellos se ofrecen, sino también la relación que se establece entre unas y otras mercaderías. Al inicio, llama la atención la barbería, con sus cabezas de cera y sus pelucas al lado de una tienda de carnes, donde se exhiben los cráneos y las tripas de los animales:

Los rizos de las pelucas enmarcaban semblantes inmóviles, antes de abrirse, en un remanso de bucles, sobre el tapete encarnado. (...) Por una graciosa casualidad, la tripería contigua exhibía cabezas de terneros, desolladas, con un tallito de perejil sobre la lengua, que tenían la misma calidad cerosa, como adormecidas entre rabos escarlatas, patas en gelatina, y ollas que contenían tripas guisadas a la moda de Caen. Solo un tabique de madera separaba ambos mostradores, y Ti Noel se divertía pensando que, al lado de las cabezas descoloridas de los terneros, se servían cabezas de blancos señores en el mantel de la misma mesa. (pp. 13-14)

A lo largo del capítulo otros locales se suman a la construcción de la ciudad, como las tiendas de los herbolarios, "con sus grandes almireces, sus recetarios en atriles, sus potes de nuez vómica y de asa fétida, sus mazos de de raíz de altea para curar las encías..." (p. 24). Estas descripciones no son un simple relleno de la novela, sino que constituyen un recurso fundamental para crear los contextos en los que se desarrolla la acción.

Las ciudades

Las ciudades son una fuente de imágenes sensoriales que el narrador utiliza en su intento de reconstruir en profundidad los modos de vida de la época y del Caribe. La Ciudad del Cabo se describe a partir de sus tiendas en el inicio del capítulo I y en el capítulo II se muestra su evolución tras 20 años:

En aquellos años la ciudad había progresado asombrosamente. Casi todas las casas eran de dos pisos, con balcones de anchos alares en vuelta de esquina y altas puertas de medio punto, ornadas de finos alamudes o pernios trebolados. Había más sastres, sombrereros, plumajeros, peluqueros, en una tienda se ofrecían violas y flautas traversas, así como papeles de contradanzas y de sonatas. El librero exhibía el último número de la Gazette de Saint Domingue, impresa en papel ligero, con páginas encuadradas por viñetas y medias cañas. Y, para más lujo, un teatro de drama y ópera había sido inaugurado en la calle de Vandreuil. (p.39)

Cuando Ti Noel regresa a Ciudad del Cabo muchos años después, se encuentra la ciudad en una situación muy particular:

Pero Ti Noel halló a la ciudad entera en espera de una muerte. Era como si todas las ventanas y puertas de las casas, todas las celosías, todos los ojos de buey, se hubiesen vuelto hacia la sola esquina del Arzobispado, en una expectación de tal intensidad que deformaba las fachadas en muecas humanas. Los techos estiraban el alero, las es quinas adelantaban el filo y la humedad no dibujaba sino oídos en las paredes. (p. 78)

Tras la muerte del arzobispo, la ciudad reencamina "la vida hacia su sonoridad habitual de pregones, abures, comadreos y canciones de tener la ropa al sol" (p. 80).

La muerte y la corrupción de los cuerpos

En la primera parte de la novela, a medida que el veneno de Mackandal avanza por los campos de Santo Domingo, abundan las imágenes sensoriales de la muerte y la corrupción de los cuerpos de los animales de cría. Al final del capítulo IV de la primera parte se presenta el problema de la siguiente manera: "Aquel mismo domingo, cuando volvía de misa, el amo supo que las dos mejores vacas lecheras de la hacienda (...) estaban agonizando sobre boñigas, soltando la hiel por los belfos". El capítulo V comienza con estas imágenes: "...las vacas, los bueyes, los novillos, los caballos, las ovejas, reventaban por centenares, cubriendo la comarca entera de un inacabable hedor de carroña" (p. 25).

Más adelante, las imágenes de la corrupción se recrudecen: "Las bestias seguían desplomándose, con los vientres hinchados, envueltas en el zumbido de moscas verdes. Los techos estaban cubiertos de grandes aves negras, de cabeza pelada, que esperaban su hora para dejarse caer y romper los cueros, demasiado tensos, de un picotazo que liberaba nuevas podredumbres" (p. 25).

Los rituales vudú

Los rituales vudú son descriptos todo a lo largo de la novela, haciendo gala de un estilo barroco profusamente cargado de imágenes sensoriales. En la segunda parte del libro, el primer ritual vudú se desarrolla en las selvas Caimán, y lo oficia Boukman, el esclavo que organiza la primera sublevación efectiva contra los colonos:

Los delegados habían olvidado la lluvia que les corría de la barba al vientre, endureciendo el cuero de los cinturones. Una alarida se había levantado en medio de la tormenta. Junto a Bouckman, una negra huesuda, de largos miembros, estaba haciendo molinetes con un machete ritual (...) El machete se hundió súbita mente en el vientre de un cerdo negro, que largó las tripas y los pulmones en tres aullidos. Entonces, llamados por los nombres de sus amos, ya que no tenían mas apellido, los delegados. (p. 44)

Otro ritual es ejecutado por Solimán en torno a Paulina Bonaparte, en una impactante imagen del encuentro cultural entre Europa y África:

Una mañana, las camaristas francesas descubrieron con espanto, que el negro ejecutaba una extraña danza en torno a Paulina, arrodillada en el piso, con la cabellera suelta. Sin más vestimenta que un cinturón del que colgaba un pañuelo blanco a modo de cubre sexo, el cuello adornado de collares azules y rojos, Solimán saltaba como un pájaro, blandiendo un machete enmohecido. Ambos lanzaban gemidos largos, como sacados del fondo del pecho, que parecían aullidos de perro en noche de luna. Un gallo degollado aleteaba todavía sobre un reguero de granos de maíz. (pp. 60-61)

En la tercera parte del libro, los rituales vudú son una dimensión fundamental de la lucha contra el colonialismo blanco, y todos los generales al mando del proclamado emperador de Haití, Dessalines, aparecen en la novela como sacerdotes vudú, o en contacto estrecho con ellos. El triunfo de Dessalines se debe, justamente, a las preparaciones tremendas de estos sacerdotes:

Luego, la sangre, la pólvora, la harina de trigo y el polvo del café se habían amasado hasta constituir la Levadura capaz de hacer volver la cabeza a los antepasados, mientras latían los tambores consagrados y se entrechocaban sobre una hoguera los hierros de los iniciados. En el colmo de la exaltación, un inspirado se había montado sobre las espaldas de dos hombres que relinchaban, trabados en piafante perfil de centauro, descendiendo, como a galope de caballo, hacia el mar que, más allá de la noche, más allá de muchas noches, lamía las fronteras del mundo de los Altos Poderes. (p. 68)

La destrucción y el saqueo

A lo largo de la novela se narran las sucesivas sublevaciones de esclavos en la sangrienta historia de Haití. En todas ellas, un elemento en común es la destrucción y el saqueo, a manos tanto de blancos como de negros, según el momento histórico referenciado. Al aludir a estos saqueos y a la destrucción de las colonias y del reino de Haití, Alejo Carpentier desarrolla una ensamble de imágenes sensoriales que componen la materia principal de la novela.

Cuando Ti Noel regresa a Haití luego de muchos años, de las haciendas que él conocía sólo quedan algunos restos:

Pero ahí no quedaba nada: ni añilería, ni secaderos, ni establos, ni bucanes. De la casa, una chimenea de ladrillos que habían cubierto las yedras de antaño, ya degeneradas por tanto sol sin sombra; de los almacenes, unas losas encajadas en el barro; de la capilla, el gallo de hierro de la, veleta. Aquí y allá se erguían pedazos de pared, que parecían gruesas letras rotas. Los pinos, las parras, los árboles de Europa, habían desaparecido, así como la huerta donde, en otros tiempos, había comenzado a blanquear el espárrago, a espesarse el corazón de la alcachofa, entre un respiro de menta y otro de mejorana. La hacienda toda estaba hecha un erial atravesado por un camino. Tí Noel se sentó sobre una de las piedras esquineras de la antigua vivienda, ahora piedra como otra cualquiera para quien no recordase tanto. (p. 69)

Estas imágenes continúan más adelante, cuando Ti Noel quiere instalarse de nuevo en la hacienda destruida:

Dos aromos, al caer, sacaron a la luz un trozo de pared. Bajo las hojas de un calabazo silvestre reaparecieron las baldosas azules del comedor de la hacienda. Cubriendo con pencas de palma la chimenea de la antigua cocina —rota a medio derrame—, el negro tuvo una alcoba en la que había que penetrar de manos, y que llenó de espigas de barba de indio para descansar de los golpes recibidos en los senderos del Gorro del Obispo. (p. 77)

La construcción de La Ferrière

A lo largo de la tercera parte del libro se presenta la construcción de la portentosa Ciudadela La Ferrière, una mole militar que Henri Christophe erigió en 12 años de trabajos forzados. Carpentier presenta la vasta mole desde los ojos del viejo Ti Noel, quien es apresado por los hombres del rey negro y puesto a trabajar, a pesar de su edad.

En una primera instancia, las imágenes sensoriales abundan en la descripción de la fortaleza y le confieren un aire de aparición maravillosa:

En la cima del Gorro del Obispo, hincada de andamios, se alzaba aquella segunda montaña —montaña sobre montaña— que era la Ciudadela La Ferrière. Una prodigiosa generación de hongos encarnados, con lisura y cerrazón de brocado, trepaba ya a los flancos de la torre mayor —después de haber vestido los espolones y estribos—, ensanchando perfiles de pólipos sobre las murallas de color de almagre. En aquella mole de ladrillos tostados, levantada más arriba de las nubes con tales proporciones que las perspectivas desafiaban los hábitos de la mirada, se ahondaban túneles, corredores, caminos secretos y chimeneas, en sombras espesas. Una luz de acuario, glauca, verdosa, teñida por los helechos que se unían ya en el vacío, descendía sobre un vaho de humedad de lo alto de las troneras y respiraderos. Las escaleras del infierno comunicaban tres baterías principales con la santa bárbara, la capilla de los artilleros, las cocinas, los aljibes, las fraguas, la fundición, las mazmorras. (p. 73)

A medida que Ti Noel recorre la ciudadela, las imágenes sensoriales completan una descripción dinámica de las obras de construcción en que se encuentra la ciudadela: "Izados por cuerdas sobre las escarpas de la montaña llegaban los primeros cañones, que se montaban en cureñas de cedro a lo largo de salas abovedadas, eternamente en penumbras, cuyas troneras dominaban todos los pasos y desfiladeros del país" (p. 74). Al anochecer, Ti Noel cae rendido y se duerme a una costado del camino, pero las obras en la fortaleza no se detienen: "Cuando Ti Noel hubo dejado su ladrillo al pie de una muralla era cerca de media noche. Sin embargo, se proseguía el trabajo de edificación a la luz de fogatas y de hachones. En los caminos quedaban hombres dormidos sobre grandes bloques de piedra, sobre cañones rodados, junto a mulas coronadas de tanto caerse en la subida" (p. 74). Al día siguiente, Ti Noel comprueba el avance de los trabajos: "Nuevos andamios habían crecido al paso de las nubes frías, antes de que la montaña entera se cubriera de relinchos, gritos, toques de corneta, fustazos, chirriar de cuerdas hinchadas por el rocío" (p. 74). Los trabajos se sostienen con tal intensidad durante años, hasta que la ciudadela queda casi completa y Ti Noel puede escapar del yugo impuesto por Henri Christophe.