El malestar en la cultura

El malestar en la cultura Resumen

En los párrafos introductorios, Freud intenta comprender el fenómeno espiritual de lo que él llama "sentimiento oceánico": la sensación de infinitud y unidad que se siente entre el yo y el mundo exterior. Este sentimiento constituiría la fuente del sentimiento religioso en los seres humanos. Las iglesias y las instituciones religiosas son expertas en canalizar este sentimiento hacia sistemas de creencias particulares, pero ellas mismas no lo crean.

En general, el yo se percibe a sí mismo manteniendo líneas de demarcación nítidas y claras con el mundo exterior. Esta distinción entre adentro y afuera es una parte crucial del proceso de desarrollo psicológico, permitiendo que el yo reconozca una "realidad" separada de sí mismo. Así, volviendo a la cuestión del "sentimiento oceánico", Freud lo encuentra poco convincente como explicación del origen del sentimiento religioso, y asocia a este, en cambio, con un anhelo infantil de protección paterna que continúa en la vida adulta como temor a un poder superior.

A pesar del carácter infantil del sentimiento religioso, Freud admite que la mayoría de las personas persisten en esa suerte de ilusión colectiva toda su vida. El autor repasa entonces los tres mecanismos principales con los que los humanos intentamos contrarrestar el sufrimiento que supone la existencia: 1) las distracciones, 2) las satisfacciones sustitutivas y 3) las sustancias intoxicantes. Freud concluye que la religión no puede identificarse claramente con ninguna de las tres.

Ahora bien, ¿cuáles son las causas de ese sufrimiento inherente a la vida? Se trata de esencialmente tres: 1) nuestro cuerpo; 2) el mundo exterior; y 3) nuestras relaciones con otras personas. Para evitar los disgustos, podemos apelar a diversos mecanismos: aislarnos, contribuir a un esfuerzo común y convertirnos en miembros de una comunidad, influir en nuestro propio organismo.

Freud entonces se enfoca en indagar la relación entre cultura e infelicidad. Reconoce la paradoja de que nos organizamos en sociedades para escapar del sufrimiento, solo para infligir nuevo sufrimiento sobre nosotros mismos. El autor identifica tres eventos históricos clave en el proceso de desilusión de los individuos con la civilización humana: 1) la victoria del cristianismo sobre las religiones paganas; 2) el descubrimiento y la conquista de civilizaciones "primitivas" y su aparente mayor felicidad; 3) la identificación de los mecanismos de las neurosis, causadas por las exigencias que la sociedad moderna impone al individuo.

Freud define la cultura como la suma total de las instituciones y las normas orientadas a proteger a las personas de la naturaleza y "ajustar sus relaciones mutuas". Un paso decisivo hacia la cultura reside en la sustitución del poder del individuo por el de la comunidad. Esta sustitución restringe en lo sucesivo las posibilidades de satisfacción individual. Aquí Freud establece una analogía entre la evolución de la civilización y el desarrollo libidinal del individuo, identificando tres etapas paralelas por las que pasa cada uno: 1) formación del carácter (adquisición de una identidad); 2) sublimación (canalización de energía primaria hacia otras actividades); 3) insatisfacción/renuncia de los instintos.

Incluso si uno de los propósitos principales de la civilización es vincular las pulsiones libidinales de cada uno con las de los demás, el autor reconoce que el amor y la civilización eventualmente entran en conflicto entre sí. Freud identifica varias razones para este antagonismo. Por un lado, las unidades familiares tienden a aislarse. Por su parte, la civilización también socava la energía sexual al desviarla hacia actividades culturales. También restringe la elección de objetos de amor y mutila nuestra vida erótica.

Luego, Freud comienza a delinear los postulados centrales de este ensayo: como ya había hecho en Más allá del principio del placer, postula que una pulsión agresiva es tan inherente a las personas como las pulsiones libidinales previamente identificadas en la teoría psicoanalítica. Así, la cultura está bajo una continua amenaza de desintegración debido a esta inclinación de los individuos a la agresividad, por lo que invierte gran energía en refrenar esa pulsión de muerte, y logra este objetivo instalando dentro del individuo una especie de agencia de vigilancia, que Freud llama super yo. Así, toda la evolución de la cultura se puede resumir como una lucha entre Eros y la pulsión de muerte.

Debido a que está internalizado, el super yo regula tanto nuestras acciones como nuestros pensamientos, por lo que incluso cuando el sujeto se abstiene de actuar en contra de lo que aquel le dicta, persiste en él un sentimiento de mala conciencia. Por extensión, la cultura refuerza esa culpa con el objetivo de regular las relaciones entre las personas, convirtiéndose así en una fuerza represiva cada vez más difícil de tolerar. Freud considera que este creciente sentimiento de culpa es el principal obstáculo para el desarrollo de la cultura, porque afecta negativamente la felicidad de las personas. Finalmente, se pregunta qué fuerza –Eros o su poderoso adversario– prevalecerá.

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