El banquete

El banquete Resumen y Análisis "El discurso de Diotima"

Resumen

Sócrates reproduce la conversación que tuvo hace varios años con Diotima, una sabia mujer de Mantisa. Para entonces, Sócrates aún pensaba de un modo similar al de Agatón: “Que Eros era un gran dios y que lo era de las cosas bellas” (736. Línea 201e). Frente a ello, Diotima refuta con los mismos argumentos que ahora utiliza Sócrates, llegando a la conclusión de que Eros no es ni bello ni bueno. Como Sócrates le pregunta si cree que Eros es feo y malo, ella sostiene que hay algo intermedio entre la belleza y la fealdad, al igual que entre la sabiduría y la ignorancia. Por ejemplo, alguien puede comprender las cosas, por lo que puede no ser ignorante, pero sin saber dar la razón de ese conocimiento, por lo que tampoco puede considerarse sabio: “La recta opinión es, pues, algo así como una cosa intermedia entre el conocimiento y la ignorancia” (736. Línea 202a). De manera similar, Eros ocupa un espacio intermedio entre la belleza y la fealdad, y entre lo bueno y lo malo.

Luego, Diotima afirma que Eros tampoco es un dios, ya que todos los dioses son hermosos y felices, puesto que poseen lo bueno y la belleza. Cuando Sócrates le pregunta qué clase de entidad es Eros, Diotima afirma que es algo intermedio entre los humanos mortales y los dioses inmortales: Eros “Es un gran demon (...). Pues todo lo demónico está entre la divinidad y lo mortal” (737. Línea 202e). Es un mensajero entre los hombres y los dioses, que permite el contacto y el diálogo entre ellos.

Eros nace del encuentro entre la diosa Penía —personificación de la Pobreza— y el dios Poros —el Recurso—, que se produce el día del nacimiento de la diosa Afrodita, lo que lo vuelve por naturaleza “un amante de lo bello, dado que también Afrodita es bella” (739. Línea 203c). Debido a la herencia de sus padres, Eros es pobre y está lejos de ser delicado y hermoso. Al adquirir las características de su madre, duerme en la indigencia y a la intemperie. Sin embargo, también hereda de Poros su interés por lo bueno y bello, es valiente, “un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista” (739. Línea 203d). Como se encuentra en un estado intermedio entre la mortalidad y la inmortalidad, a veces florece y vive en medio de la abundancia, y otras muere para volver a revivir gracias a la naturaleza de su padre. Tampoco está falto de recursos, aunque ello no le facilita la riqueza, y no es ni sabio ni ignorante. Además, al ser amante de la belleza, lo es también de la sabiduría, puesto que esta es una de las cosas más bellas que existen.

Al pensar la utilidad de Eros para los humanos, Diotima y Sócrates parten del hecho de que un amante siempre desea obtener el objeto de su amor, sea esto lo bello o lo bueno. A su vez, Diotima refuta el mismo mito de Aristófanes, diciendo que una persona nunca perseguiría a su otra mitad a menos que esta fuera buena. De este modo, el amante desea siempre adquirir cosas buenas, ya que el que las posee adquiere también felicidad. Como todas las personas desean la felicidad, se podría deducir que todas las personas son amantes, están enamoradas.

Sin embargo, no todo el mundo afirma esto último. Diotima señala que esto sucede porque hay varios tipos de amor, pero las personas suelen llamar de ese modo solo a una clase en específico, mientras designan a otros tipos con otros nombres. Muchos se dedican al amor en los negocios, en la gimnasia o la filosofía, pero no se dice de ellos que están enamorados ni se los llama amantes.

En este sentido, como las personas solo aman lo bueno y desean poseerlo por siempre, se puede asegurar que “el amor es, en resumen, el deseo de poseer siempre el bien” (742. Línea 206b). Todas las personas poseen un impulso creador, “pues la fecundidad y la reproducción es lo que de inmortal existe en el ser vivo, que es mortal” (743. Línea 206c). Así, cuando uno llega a la edad en que quiere procrear, se acerca a lo bello, donde “se derrama contento, procrea y engendra” (743. Línea 206d). El amor busca la procreación en la belleza porque es, también, amor de la inmortalidad.

Esto no solo pasa en los hombres sino también en el mundo animal. Los animales darían la vida por proteger a sus crías, y eso sucede porque “La naturaleza mortal busca, en la medida de lo posible, existir siempre y ser inmortal” (744. Línea 207d). Para ello, cuenta únicamente con la procreación, creando algo nuevo que sustituya lo viejo.

Sin embargo, insiste Diotima, la procreación no se produce solamente al tener hijos. En el mismo cuerpo aparecen constantemente cosas nuevas que sustituyen a las viejas, sea en la carne, en el cabello o en la sangre. Además, uno puede procrear tanto con el cuerpo como con el alma. Estudiar, por ejemplo, es una forma de preservar un conocimiento, reemplazando un viejo recuerdo por uno nuevo. Más aun, el amor por el honor también tiene que ver con buscar la inmortalidad. Muchas veces los hombres persiguen la fama para que el recuerdo de sus virtudes y actos los haga vivir por siempre.

Algunos hombres son fecundos en relación a su cuerpo y buscan por eso a las mujeres para alcanzar la inmortalidad a través de sus hijos. Otros son fecundos de alma, aquellos poetas y expertos que eligen procrear sabiduría y virtud. Más hermosa aun es la fecundidad que surge del arte de la política, ya que los hombres que la dominan regulan las ciudades y las familias, son expertos en la justicia y la mesura. De este modo, la mejor inmortalidad la ofrece la fecundidad del alma, porque le ofrece a los hombres una fama inmortal. Esto se ve en algunos poetas, como Homero y Hesíodo, e incluso en otros grandes políticos. Para los hijos que engendra el alma se ofrecen numerosos honores, como santuarios y templos, mientras que “por hijos mortales todavía no se han establecido para nadie” (747. Línea 209e).

Diotima finaliza su discurso delineando lo que ella llama los ritos del amor, también llamada la ‘escalera del amor’. En un comienzo, quien quiera iniciarse en las sendas del erotismo deberá primero dirigirse a los cuerpos bellos, hasta enamorarse de uno y engendrar en él bellos razonamientos. A partir de entonces, podrá comprender que la belleza de un cuerpo se encuentra en realidad en todos los cuerpos y, si desea perseguir la belleza de la forma, deberá amar no a uno sino a todos los cuerpos bellos.

A continuación, aprenderá a valorar la belleza del alma más que la del cuerpo y comprenderá que si alguien se muestra virtuoso, aunque su cuerpo no sea bello, basta ese virtuosismo para amarle. Esto permite que el amante aprecie la belleza de las normas de conducta y de las leyes más que la de los cuerpos. Tras encontrar belleza en las normas de conducta y en las leyes comenzará a encontrarla en las ciencias, ese “mar de lo bello” en el cual podrá engendrar los más hermosos discursos e ideas, habiendo adquirido un “ilimitado amor por la sabiduría” (748. Línea 210d). El iniciado se convierte, entonces, en un filósofo.

Quien haya llegado a este punto, “tras haber contemplado las cosas bellas en correcta sucesión, descubrirá de repente, llegando ya al término de su iniciación amorosa, algo maravillosamente bello por naturaleza (...), la belleza en sí, que es siempre consigo misma específicamente única” (749. Línea 211a). Esta belleza es eternamente hermosa; lo es para todos, y nunca crece ni decrece. No existe en ningún cuerpo ni materia, en ningún razonamiento, ciencia o cualquier otra cosa, sino que, aunque todas las cosas bellas participan de ella, no pueden modificarla de ninguna forma. El que haya escalado uno a uno los peldaños de esta escalera del amor hasta alcanzar la belleza absoluta se dará cuenta de que no es comparable con nada en el mundo y solo querrá estar en su compañía. Podrá concebir no solo imágenes de virtud sino virtudes verdaderas, ya que estará en contacto con la verdad. Podrá, a su vez, hacerse amigo de los dioses y, por qué no, llegar a ser inmortal él mismo.

Con esto, Sócrates termina de reproducir el discurso de Diotima. Él mismo está convencido de que honrar a Eros y practicar el amor es una de las mejores cosas que los hombres pueden hacer, e insta a sus compañeros a hacerlo.

Análisis

Si al comienzo de la obra señalamos que el Banquete posee una estructura indirecta —nos encontramos frente a la transcripción de un diálogo que atravesó la mediación de Apolodoro, Aristodemo, un amigo anónimo y, finalmente, Platón—, la reproducción del discurso de Diotima por boca de Sócrates vuelve a agregar una capa al relato. El recurso de introducir relatos dentro de otros relatos —lo que se conoce bajo la denominación ‘relato marco/enmarcado’— cobra especial significación si consideramos que la disertación de Diotima es la más importante de la noche. Su discurso no solo ofrece la definición más elaborada de lo qué es Eros y cuál el objeto del amor, sino que presenta, a su vez, la teoría de las formas o ideas platónicas, doctrina que analizaremos en la presente sección.

Varias cuestiones merecen especial atención en el discurso de Diotima. En un principio, vale mencionar la caracterización que hace de Eros como un demon —traducido a veces como ‘genio’ y otras como ‘espíritu’—, una entidad intermediaria entre los dioses y los hombres. Este demon adquiere en su relato el estatuto de un filósofo, es decir, de aquel que ama la sabiduría. Diotima dice que Eros no es sabio, pero eso no significa que sea ignorante, sino que, al no poseer sabiduría, la desea: “En la introducción alegórica a su lección de amor, la sacerdotisa describirá a Eros como un filósofo cuya posición se encuentra a medio camino entre la sabiduría y la ignorancia, puesto que no solo carece de sabiduría, sino que es consciente de ello” (Kahn, 2010: 276).

Esta extrapolación del amor desde las relaciones interpersonales al ámbito del saber y del deseo de las cosas buenas es otro de los elementos centrales de su discurso. Al mismo tiempo, le permite caracterizar a todos aquellos que se embarcan en el camino del conocimiento como amantes, lo que vuelve relevante el estudio del amor desarrollado en el Banquete en los términos de la filosofía más general. El filósofo, entonces, debe ser considerado bajo el pensamiento platónico como un amante; aquel que, sin ser ignorante ni poseer la sabiduría, tiene la certeza de todo lo que desconoce y se embarca como un enamorado en la búsqueda de la verdad.

En relación a ello, debemos comprender que el deseo que siente el enamorado se comprende en este discurso como una forma de carencia: uno desea lo que no posee. En este punto se encuentra principalmente la clave de la refutación que Sócrates le hace a Agatón en su idea de que Eros es el más bello y el más sabio de los dioses: si la imagen de Eros coincidiera con estas características, el amor nunca podría orientarse hacia la sabiduría y la belleza.

Otra cuestión central en esta sección es la equiparación de lo bello con lo bueno, en la medida en que todo lo bello es bueno y viceversa: “—Entonces —dijo—, el amor es, en resumen, el deseo de poseer siempre el bien” (742. Línea 206b). Sobre ello, Charles H. Kahn sostiene que “la teoría del éros que Platón formula en el Banquete (...) es un desarrollo directo y una transformación de la doctrina (...) según la cual todos los hombres desean el bien. El deseo adquiere la forma del éros cuando el bien aparece como lo bello” (2010: 270). De este modo, la iniciación erótica que postula Diotima se ofrece como un camino ideal para todo aquel que desee cultivar la virtud, lo que sobrepasa los límites de lo estrictamente erótico en términos interpersonales.

Pero además, la definición del amor como ‘el deseo de poseer siempre el bien’ tiene otra implicancia fundamental: la idea de la permanencia después de la muerte, la búsqueda de la inmortalidad que nos define a los seres vivos en tanto mortales. En la doctrina de Diotima, los seres vivos nos acercamos a la belleza para poder procrear en ella, sea en cuerpo o en alma, y de este modo alcanzar la inmortalidad que nuestros cuerpos mortales no pueden obtener por sí mismos. Cabe mencionar que la crítica ha coincidido en señalar esta definición como típica de lo que es el amor platónico.

A partir de entonces, Diotima desarrolla su pensamiento acerca de los ritos del amor, esa ‘escalera del amor’ que atraviesa todo iniciado en el camino de Eros; un camino en el que el objeto de su deseo varía en consonancia con una mayor elevación de su espíritu. Esta iniciación o ascenso erótico tiene como objetivo aprehender la Idea o Forma de belleza, y consta de cuatro etapas o dimensiones, a través de las cuales el iniciado trasciende el amor interpersonal para llegar a enamorarse del amor como esencia.

En una primera instancia, el iniciado atraviesa la dimensión sensible. En esta etapa se enamora a través de los sentidos: desea poseer lo bello/bueno que se presenta en el orden de lo corporal, desea los bellos cuerpos. De actuar correctamente, se enamorará entonces de un cuerpo bello. Pero luego, si desea ascender en su camino, deberá comprender que la belleza de un cuerpo es afín a la belleza de todos, y se enamorará entonces de todos ellos.

A partir de entonces atraviesa una segunda dimensión, la ético-política. En esta etapa comprende que “es más valiosa la belleza de las almas que la del cuerpo” (748. Línea 210b), y que si alguien es virtuoso de alma, ello alcanza para amarlo, por más que no posea una belleza apreciable en la dimensión sensible. Esto le permite “contemplar la belleza que reside en las normas de conducta y en las leyes” (748. Línea 210c).

Superada esta etapa, atraviesa la dimensión epistemológica, aquella que lo conduce a las ciencias, “para que vea también la belleza de éstas y (...) vuelto hacia ese mar de lo bello y contemplándolo, engendre muchos bellos y magníficos discursos y pensamientos en ilimitado amor por la sabiduría” (748. Línea 210c). Aquí, el amante ya ha superado su deseo por lo material. La metáfora del ‘mar de lo bello’ da cuenta de lo inconmensurable que es la belleza, no ya como algo situado en cuerpos o prácticas específicas, sino como un ideal, como una esencia infinita.

Finalmente, el iniciado accede a la dimensión ontológica de la belleza, aquella en la que se le permite contemplar la Idea o Forma de belleza. Se trata de la belleza esencial de la cual participan todas las cosas bellas en su conjunto, aunque de forma imperfecta. Esta contemplación ya no se produce a través de los sentidos, sino que se realiza a través del intelecto. Además, tras haber alcanzado este estado, el iniciado podrá engendrar virtudes verdaderas y, con ello, participar de la inmortalidad. Frente al amor por las imágenes -es decir, por las manifestaciones terrenales del amor- solo en este estadio ama uno verdaderamente, ya que se ama lo que es bello en esencia.

En este punto, las reflexiones platónicas acerca del amor se complementan con la doctrina platónica de las ideas. Platón sostiene que existe un mundo de las ideas del cual deriva el mundo terrenal en el que vivimos los seres humanos. En este mundo residen las formas ideales: entes perfectos, inmateriales e inmutables de los cuales se desprende todo lo que existe en forma imperfecta en el mundo material. Las personas bellas, por ejemplo, pertenecen en forma material e imperfecta a la Forma e Idea de belleza. Al mundo de las ideas no se puede acceder con los sentidos, sino con el intelecto. Sin embargo, la escalera del amor que desarrolla Diotima demuestra que, para Platón, el ascenso erótico es un camino privilegiado para acceder al mundo de las ideas. Esto sucede porque la Idea de amor tiene manifestaciones terrenales fácilmente reconocibles a través de lo bello, y porque el deseo vuelve atractivo su recorrido.