"Una rosa para Emily" y otros cuentos

"Una rosa para Emily" y otros cuentos Resumen y Análisis “Allén”

Resumen

El narrador es un juez que acaba de morir, aunque ni el lector ni él son conscientes de este hecho aún. Está acostado en su cama, rodeado por el médico, Lucius Peabody, y Chlory y Jake, sus criados negros. De repente, Chlory empieza a llorar y gemir. El juez le grita y le pide que pare, pero ni ella ni Jake lo escuchan. El doctor también parece ignorarlo.

El juez sale de la casa, se da cuenta de que sigue en pijama y se pone el abrigo. Piensa en ciertas cosas que le gustaría tener, como zapatos y un sombrero y, acto seguido, se le aparecen. De repente, se cruza con otro hombre, un joven novio que dice haber muerto de camino a su propia boda, tras hacer girar su carruaje para evitar atropellar a un niño en la ruta. El joven novio se lamenta por tener que dejar a su mujer antes de casarse con ella, y supone que el juez también está esperando a su propia mujer. Pero el juez le dice que no y que, si buscara a alguien, probablemente sería a su hijo, que murió a los diez años. El joven novio le sugiere que lo busque en ese lugar.

Luego, el juez se sorprende al ver a un viejo amigo, llamado Madrespojo. Conversan y recuerdan cuando solían sentarse en el despacho del juez para discutir de filosofía. El juez arma un cigarrillo pero no puede fumarlo porque no tiene cerillas. Luego, Madrespojo le confiesa que se suicidó de un tiro en la cabeza. Mientras tanto, el juez pega su cigarrillo para que no se le desarme. Madrespojo supone que su amigo está allí para buscar a su hijo, pero el juez responde en voz baja que no. Madrespojo se burla de su amigo por ser agnóstico y por encontrar placer en dudar de todo.

Madrespojo señala a otro personaje, llamado Ingersoll, que está sentado en un banco. El juez, distraído con el cigarrillo que sostiene, describe cómo, en su vida, sustituyó su creencia en Dios por el pensamiento racionalista de autores como Ingersoll, Voltaire y Montesquieu. Agrega que ahora está buscando la verdad y, tras acercarse a Ingersoll, le suplica que lo ayude a decidir entre Dios y la racionalidad: le pide que le dé una respuesta, que él creerá en cualquiera de las dos cosas. Ingersoll le pregunta por qué hay que creer en algo. Mientras se le desarma el cigarrillo una y otra vez, el juez cuenta la historia de su hijo, que murió tras caer de su caballo, alegando que eso le produjo la necesidad de buscar la verdad. Le muestra una foto de su hijo a Ingersoll.

Luego, el juez recuerda su propia niñez y a su madre. Vuelve a pensar en su hijo y en cómo solía verlo montar a caballo. Ingersoll le dice que vaya a buscarlo. El juez le pide que le dé su palabra de que podrá encontrarlo, pero este no se lo confirma, por lo que el protagonista se frustra y le grita. Junto a ellos pasa una joven junto a un niño. Ingersoll le dice al juez que se acerque a ella y la mire a la cara. En ese momento, el juez admite que las pruebas que busca son solo una falacia inventada por los hombres.

El juez se acerca a la mujer con el niño. El chico tiene cicatrices en las manos y en los pies, y está jugando con muñecos de soldados romanos. Es caprichoso, llora y se queja constantemente, mientras la madre intenta consolarlo. El juez lo observa y le pregunta si está enfermo, pero la madre responde que solo está aburrido. Luego, el juez le habla de su propio hijo y le muestra la foto. Ella lo reconoce; dice que se llama Howard y que lo ven todos los días con su caballo. El juez pregunta por la edad del caballo y se da cuenta de que hay una incongruencia temporal con la muerte de su hijo.

Posteriormente, el juez camina en dirección contraria a toda la gente. Va al cementerio y se arrodilla junto a la tumba de su hijo, que está al lado de la suya. Habla con Ingersoll sobre por qué no puede ver al chico y reflexiona sobre la muerte. El juez se queja de que se está haciendo tarde y que su criado, Jake, debería estar cortando el césped. Entra de nuevo en su casa y se viste con la ropa planchada. Finalmente, se acuesta para reunirse con su cuerpo, alrededor del cual se está celebrando un funeral. Concluye: "Caballeros del jurado, procedan" (p. 693).

Análisis

En esta selección de cuentos de Faulkner, “Allén” se distingue porque tiene una estructura y un estilo diferentes al resto. Si bien se desarrolla en el contexto del sur estadounidense, incluye un drama familiar y expone cuestiones como la brecha social y racial -el protagonista es un juez de Jefferson que ha perdido un hijo y tiene dos criados negros-, este relato se diferencia de los anteriores porque no se focaliza en los episodios cotidianos o las relaciones interpersonales. En cambio, presenta un componente fantástico y promueve algunos debates filosóficos complejos.

Una primera cuestión a señalar es que el título anticipa el escenario donde transcurre la historia, ya que "Allén" refiere a la palabra "allende", que significa "más allá de". En el caso de este cuento, y aunque los lectores no tienen certeza de esto, el título parece referir al estado y el lugar en el que se encuentra el protagonista: allende la vida o allende la muerte.

En ese marco, la repentina aparición de los zapatos y el sombrero, cuando el juez piensa en ello, es uno de los elementos fantásticos que incluye la historia y que generan incertidumbre en el lector, ya que hacen sospechar que el personaje está muerto. Sin embargo, dado que, desde la primera escena, el juez muestra una personalidad muy dominante -se queja y da órdenes a sus criados-, el lector acepta como realidad lo que él experimenta y transmite como narrador. De esta manera, no se cuestiona la existencia de ese "más allá" que transita el protagonista.

A medida que transcurre la historia, que por momentos presenta un tono humorístico, el juez va tomando conciencia de su muerte y asumiendo su condición:

Durante un rato no muy largo la cosa fue sin lugar a dudas desagradable. (...) Pero en cuestión de segundos, o muy pronto en todo caso, se vio libre, y se detuvo en seco, un tanto descompuesto, un tanto importunado, y volvió la vista atrás con enojo y desagrado menguantes hacia el gentío que se apiñaba en silencio en torno a la entrada. Con desagrado y enojo menguantes hasta que desapareció del todo el desagrado, con el rostro impertérrito y la mirada inteligente, con un deje atenuado de desconcierto enojado, socarrón, acaso un tanto atenuado y sin embargo constante, pero todavía no teñido de especulación sobresaltada, todavía sin caer en el desgobierno, sin entrar en la cautela. Eso habría de llegar más adelante (p. 681).

Con el presagio que cierra la cita, el autor prepara al lector para la revelación de que el protagonista está muerto. La confirmación de este hecho -y la asunción de ese estado por parte del propio personaje- se produce hacia el final del cuento, cuando, después hablar con la joven que está con el niño, el juez se dirige al cementerio y piensa: "(...) al menos ahora sé adónde voy (...), cosa que antes no parece que supiera" (p. 691).

Respecto a la cuestión filosófica, en este cuento Faulkner nombra deliberadamente a ciertos autores referentes del racionalismo -Voltaire y Montesquieu, por ejemplo-, que el juez dice haber leído. Se propone, entonces, un debate entre la filosofía racionalista y el pensamiento religioso, que se produce al interior del personaje principal, que es un agnóstico y un racionalista. Este, además, tiene un encuentro con un tal Ingersoll -nombre que alude a Robert G. Ingersoll, un líder político estadounidense, defensor del librepensamiento y el agnosticismo-, a quien le exige respuestas para acceder a la verdad. Por otro lado, se hace mención, también, a la histórica discusión filosófica sobre las relaciones entre alma, mente y cuerpo cuando el juez reflexiona sobre el tema en el desenlace de la historia.

El debate filosófico -e ideológico- que se le plantea al juez está potenciado por el contexto geográfico e histórico en el que transcurre el relato, ya que el sur de Estados Unidos estaba profundamente asociado a las creencias religiosas. En su encuentro con la joven y su hijo, el racionalismo del juez prevalece sobre su fe. La imagen del niño con estigmas en las manos y los pies que está jugando con muñecos de soldados romanos puede interpretarse como una alegoría del cristianismo. Sin embargo, en su perspectiva racional, el juez lo reduce a un niño llorón y malcriado o, a lo sumo, enfermo.

Luego, se produce la confusión entre el tiempo que pasó desde la muerte de su hijo Howard y la edad del caballo, algo que resulta incoherente en la lógica racional del protagonista. El juez sigue sin tener claro dónde se encuentra y no es conciente de lo que el lector ya puede entender: que las personas y los animales que hay en ese "más allá" están muertos, por lo que no envejecen. En su conversación con el joven novio, el juez habla sobre la edad de su hijo: "Tendría más o menos la misma edad que usted. Tenía diez años cuando murió" (p. 682). Cuando la mujer con el niño pequeño reconoce a Howard y dice que monta un caballo joven, el juez señala que el animal ya debería tener treinta años. Es decir que, aunque en el "más allá" que transita el juez el tiempo no existe, él no se permite olvidar ese principio racional que tiene en la vida. Así, se apega a sus convicciones y utiliza el raciocinio para negar cualquier resquicio de fe que pueda haber en su interior y que le permitiría creer en un posible encuentro con su hijo después de la muerte.

En tanto, es interesante analizar la simbología del cigarrillo y la cerilla. Por un lado, el hecho de que el juez insista -y fracase- en su intento por encontrar una cerilla para encender un cigarrillo podría representar su incapacidad para encontrar algo que, de algún modo, confirme sus convicciones. Si se tiene en cuenta el contenido filosófico del cuento y los principios racionalistas que manifiesta el protagonista, esto puede leerse como una alusión al movimiento filosófico denominado Ilustración, que propició una serie de profundos cambios culturales y sociales durante los siglos XVIII y XIX, y que refiere a una corriente de ideas cuya intención era disipar la oscuridad que implicaba la ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón. Así, encender la cerilla significaría alcanzar la luz del conocimiento y obtener explicaciones sobre la vida.

Por otro lado, la ausencia de la cerilla -y de certezas o verdades últimas- se relaciona directamente con el otro problema que padece el juez: mientras charla con Ingersoll, el papel del cigarrillo se despega en varias ocasiones y él intenta rearmarlo, pero finalmente el narrador indica que “el cigarrillo cayó entonces deshecho” (p. 687). Con esto, puede pensarse en el acto de armar el cigarrillo como un modo que tiene el protagonista de aferrarse a lo que piensa y consolidar las que han sido las convicciones de toda una vida, pero no encuentran sustento y se deshacen cuando Ingersoll no le da las respuestas que espera.

Finalmente, después de vestirse con la ropa de entierro, el juez le dice a Ingersoll: "Un viejo nunca está del todo en casa si no es con sus propias prendas: con su vieja forma de pensar y sus creencias, con sus manos y sus pies de toda la vida, con los codos, las rodillas, los hombros que bien sabe que le sientan bien" (p. 693). Con estas palabras, que enuncia frente a la figura de Ingersoll, el protagonista confirma lo que ha decidido creer: el sentido solo puede encontrarse en la vida, no en la muerte, y el intelecto es inseparable del cuerpo.