Cómo ser antirracista

Cómo ser antirracista Resumen y Análisis Capítulos 13-15

Resumen

Capítulo 13: Espacio

Kendi repasa algunos de los datos más relevantes de su doctorado. El área de Estudios Afroamericanos es un espacio predominantemente negro en una universidad gobernada por espacios blancos. El profesor Molefi Kete Asante es la figura más célebre del departamento, y su mano derecha, la profesora Ama Mazama, es su directora de tesis. Kendi la describe como una mujer muy inteligente y recuerda sus enseñanzas. Entre ellas, destaca la clase en la que explica que es imposible ser objetivos en la academia, y que el trabajo de los académicos es decir la verdad.

A partir de estos recuerdos, el autor reflexiona sobre la idea de “espacio negro”, como los barrios negros que se consideran inherentemente peligrosos. Esta es una idea racista que lleva a la confusión. Los espacios negros son estigmatizados y temidos, y se olvida que en los espacios blancos se desarrollan personas que llegan a cometer asesinatos masivos, entrando armados en escuelas o conduciendo ebrias. El poder racista racializa los espacios al igual que a las personas: el gueto, los barrios marginales o el tercer mundo son ejemplos de espacios racializados por la cultura estadounidense. Algunas personas -tanto blancas como negras- creen que los espacios ocupados en su mayoría por personas negras son problemáticos porque no reflejan el “mundo real”. Sostienen que las personas negras en esos lugares no se preparan para la realidad, lo cual implica que ese “mundo real” es el mundo de los blancos. El autor afirma que, por el contrario, muchas personas negras pasan sus vidas socializando principalmente en espacios negros de estudio, de trabajo, de ocio, religiosos, deportivos o culturales.

Una vez más, el ensayo repasa un proceso histórico para profundizar el análisis del “racismo espacial”. Después de la Guerra Civil, Estados Unidos pone fin a la segregación. La estrategia integracionista espera que los cuerpos negros sanen por estar cerca de los blancos que, de cualquier manera, siguen siendo radicalmente diferentes. Muchas personas negras rechazan esta propuesta: prefieren tener sus propios espacios y sus propias comunidades. Esto es una separación, algo distinto a la segregación: “El deseo antirracista de separarse de los racistas es diferente del deseo segregacionista de separarse de los negros ‘inferiores’” (228). Sin embargo, cuando las personas negras se reúnen entre sí, los blancos suelen verlo como una amenaza, creen que se trata de un espacio de odio hacia ellos. Los ven como espacios de segregación, cuando, en realidad, son espacios de solidaridad cultural.

Considerando procesos históricos como la segregación establecida por las leyes de Jim Crow y algunos juicios determinantes sobre la integración racial en las escuelas del país, el autor asegura que los progresos no son lineales y unívocos, sino que también son seguidos por retrocesos. Otro ejemplo es el proceso de integración racial en los transportes escolares en los años setenta. En este punto, Kendi considera la figura de Martin Luther King, Jr.: hoy en día muchos lo interpretan como un activista del integracionismo, pero King jamás se ha mostrado neutral ni daltónico con respecto a la raza. Su activismo ha procurado evitar que las personas negras y sus culturas se desintegraran en los espacios blancos, riesgo posible en los procesos de integración. De acuerdo con Kendi, el linchamiento sistemático de cuerpos negros en Estados Unidos prueba que los segregacionistas son más peligrosos para el cuerpo negro, mientras que los integracionistas son más peligrosos para las culturas negras. En última instancia, ser antirracista es eliminar todas las barreras en todos los espacios racializados para “apoyar la integración voluntaria de los cuerpos atraídos por la diferencia cultural, una humanidad compartida” (234).

Capítulo 14: Género

El capítulo comienza con el recuerdo y el reconocimiento de dos compañeras del autor durante sus estudios doctorales: Kaila y Yaba. Kaila es una lesbiana negra graciosa, determinada y aguda. Yaba tiene una “negritud incontenible” (237) y, para el autor, es la persona más étnicamente antirracista. Con ellas aprende sobre género y sexualidad. Luego admite que, al llegar a la Universidad de Temple, él mismo era homofóbico y sexista. Si bien sus padres no le han enseñado expresamente a ser homofóbico y sexista, tampoco le enseñaron a ser feminista, la única manera de no ser patriarcal. Recuerda que su madre ha combinado ciertas prácticas y posicionamientos feministas con otras actitudes e ideas más conservadoras respecto de los roles de las mujeres. Por otra parte, el mundo que lo rodeaba mientras crecía era decididamente sexista y homofóbico.

Kendi se propone un trayecto por la historia más reciente de las luchas y los estudios de género en Estados Unidos. Por ejemplo, el autor reflexiona sobre la preocupación de los años setenta y ochenta por la gran cantidad de familias monoparentales sostenidas por mujeres negras solteras. Muchos estadounidenses, incluidos los padres de Kendi, sienten lástima por esas madres y sus hijos, y subyace la idea de que la ausencia de un padre es algo terrible. Algo similar ocurre en los años noventa. Las únicas que defienden a estas madres solteras como agentes plenos son las feministas negras como Angela Davis.

Kendi menciona muchos nombres de feministas negras y de organizaciones feministas negras de la segunda mitad del siglo XX, así como eventos fundamentales de la lucha de esas activistas. El año 1991 se destaca en este recorrido: por un lado, es el año en que Anita Hill, una abogada negra, acusa a Clarece Thomas, nominado a la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, de acoso sexual. Por otra parte, la académica afroholandesa Philomena Essed acuña el concepto de “racismo de género” y, luego, Kimberlé Williams Crenshaw, teórica de crítica racial de la Universidad de California, profundiza la noción y usa por primera vez el término “interseccionalidad” para analizar las imbricaciones de raza y género. Kendi retoma todo este posicionamiento académico y asevera que

Ser antirracista es rechazar no solo la jerarquía de las razas, sino también los géneros raciales. Ser feminista es rechazar no solo la jerarquía de géneros sino también la de los géneros raciales. Ser verdaderamente antirracista es ser feminista. Ser verdaderamente feminista es ser antirracista (246).

Un ejemplo de racismo de género en Estados Unidos es la esterilización no consentida de mujeres negras en la década de 1970. El racismo de género también explica por qué las mujeres negras ganan menos que las mujeres blancas con las mismas calificaciones académicas, por qué entre las mujeres negras las tasas de pobreza son mayores, y por qué las mujeres negras tienen más probabilidades de perder embarazos. El autor señala, a su vez, que el racismo de género afecta a toda la sociedad. En particular, las mujeres blancas son concebidas como frágiles, y los hombres negros son hipersexualizados y vistos como violentos. Por eso, resistir contra el feminismo negro y la interseccionalidad es autodestructivo para todos.

Capítulo 15: Sexualidad

En este apartado se reflexiona sobre el racismo queer para analizar las intersecciones de raza y sexualidad. El autor afirma que el racismo y la homofobia se han entrecruzado mucho históricamente. Las memorias que despiertan esta línea de pensamiento tienen que ver con Weckea, el mejor amigo de Kendi en la Universidad de Temple. Kendi, que siente una gran admiración por su capacidad intelectual, recuerda el día en que una amiga en común le dijo que Weckea era gay, y él se sintió sorprendido. También reflexiona sobre sus ideas preconcebidas acerca de los varones gais negros, de quienes creía que eran hipersexuales e irresponsables, que solían contagiarse de SIDA y eran siempre afeminados. Ahora comprende que el género es una performance, y que todas las personas performan su género. Recuerda cómo se sintió cuando su amiga le dijo la sexualidad de Weckea: en ese momento se preguntó por qué Weckea no le había dicho su sexualidad, pero luego se dio cuenta de que probablemente había percibido su homofobia.

Ser un antirracista queer es ser aliado de las personas transgénero, intersex y no conformes con el género, así como de las mujeres y los hombres homosexuales. Para el autor, además, ser un antirracista queer implica: “Entender los privilegios de mi cisgénero, de mi masculinidad, de mi heterosexualidad y de sus intersecciones” (255). Desde este momento, se propone escuchar, aprender, dejarse guiar por esas personas. Yaba y Kaila lo ayudan a comprender que si no defiende a las mujeres negras y a las personas queer negras, no es plenamente antirracista. Ellas son implacables con la gente que no lo comprende y él, por momentos, se sintió atacado personalmente por ello, pero comprende que esa dinámica es lo que corresponde porque lo obligó a aprender. Así fue que empezó a leer todo lo relacionado con el tema para salir de la ignorancia, superar su racismo de género y su racismo queer. Kendi se siente muy agradecido con ellas y por la paciencia que le han tenido.

Análisis

En el capítulo “Espacio”, Kendi desmantela nociones defensivas de las personas blancas que tienen ideas erradas sobre el racismo. Por ejemplo, muchos creen que los espacios designados para las personas no blancas son lugares de discriminación inversa, pero no pueden ver que se trata de espacios de solidaridad cultural para personas oprimidas por el racismo. Sin embargo, esas personas blancas no pueden correrse del centro de la escena y se victimizan. Muchas veces, las personas negras necesitan tener espacios específicos separados para protegerse del racismo imperante y distanciarse de los opresores blancos. Tanto las personas blancas como las personas negras suelen ver a los espacios específicamente negros con cierta desconfianza, lo cual es un signo del racismo internalizado por todos. Por otra parte, los espacios blancos se construyen a sí mismos como neutrales y generales, como si no estuvieran racializados como espacios de la blanquitud a los que las personas no blancas no pueden acceder o lo hacen con muchas dificultades.

Resulta fundamental la interpretación y la defensa que el autor hace sobre Martin Luther King, Jr. en este punto. King es un símbolo -tal vez el más importante-, de la lucha antirracista en los Estados Unidos y, por eso, Kendi necesita dejar en claro que el suyo no ha sido un activismo integracionista. King no cree que los negros deban asimilarse a los blancos para superar el racismo:

La transformación integracionista de King en daltónico neutral a nivel racial borra al King real. No luchó para integrar a las personas y los espacios negros en el olvido blanco (…). Formado en un barrio, una iglesia, una universidad y una organización negros, luchó para asegurar la igualdad de acceso a los alojamientos públicos y la igualdad de recursos para todos los espacios racializados, una estrategia antirracista que protegía la cultura tanto como su no violencia protegía los cuerpos (233).

Luego, los capítulos “Género” y “Sexualidad” profundizan el interseccionalismo adoptado por Kendi que ya había comenzado a intuirse en el capítulo “Clase”. De hecho, aquí explica el origen y la definición de “interseccionalidad”, concepto acuñado por Crenshaw en 1991. Esta perspectiva, en principio, se concentra en las imbricaciones de género, raza y clase, pero luego comienza a incluir las nociones de orientación sexual, nacionalidad y etnia, entre otras categorías socioculturales.

Por otra parte, estos capítulos sirven para que el autor vuelva a presentar sus introspecciones, autocríticas y aprendizajes, ya que expone cómo se vio obligado a reconocer sus actitudes e ideas patriarcales, su homofobia y su machismo. Además, elabora de manera crítica y comprensiva, al mismo tiempo, los motivos por los cuales ha crecido con esas actitudes e ideas: aunque nadie parece haberle enseñado explícita y activamente a ser machista u homofóbico, el contexto histórico y social en el que creció alimentan esas posturas. Además, afirma que la única forma de ser antipatriarcal es ser activamente feminista, algo que nadie le enseñó a ser sino hasta que comenzó su doctorado.

Otro elemento interesante de los capítulos focalizados en el feminismo y lo queer es el modo en que tienen lugar estos aprendizajes. Si bien Cómo ser antirracista tiene como eje las reflexiones individuales, personales, internas e introspectivas del autor, lo cierto es que todas esas revisiones están motivadas -en mayor o menor medida- por sus vínculos con otras personas, sobre todo personas negras. En este caso, resaltan las figuras de sus dos compañeras de doctorado, especialistas en estudios feministas y queer, Kaila y Yaba. El agradecimiento final del capítulo 15 deja en claro cuán relevantes han sido sus presencias para el autor. Kendi las describe como fuertes, asertivas e incluso agresivas, lo cual resulta muy original.

La agresividad de estas mujeres se presenta como adecuada e, incluso, deseable, ya que aparece en debates sobre políticas de la identidad y, por lo tanto, la discusión no puede darse de manera neutral o calma: es un asunto demasiado ferviente y determinante. Así, el autor recuerda el miedo que les tenía y cómo se sentía atacado por ellas, pero termina rescatando esas sensaciones de manera positiva, porque lo motivaron a aprender y a desmantelar su homofobia y su machismo. Esto le permite avanzar en la construcción de un antirracismo pleno, ya que “Ser verdaderamente antirracista es ser feminista. Ser verdaderamente feminista es ser antirracista” (246). Para sustentar estos planteos, recorre puntos fundamentales de los estudios de género y los estudios feministas negros, así como aporta datos estadísticos y experiencias de mujeres y personas queer negras en Estados Unidos.

Por otra parte, explica que el racismo de género es, en última instancia, perjudicial para la sociedad en su conjunto. Por su puesto, las principales afectadas son las mujeres e identidades queer negras, pero no las únicas. Por ejemplo, las mujeres blancas son concebidas como el paradigma de la feminidad y, por lo tanto, se cree que son frágiles, débiles y virtuosas. De acuerdo con el autor, esto provocó, por ejemplo, un odio visceral hacia Hillary Clinton, entre muchos ciudadanos estadounidenses que no aceptaron ver a una mujer fuerte dispuesta a disputar la presidencia de la nación. Otro caso es el de la hipersexualización criminalizante de los hombres negros que ha sido sistemática en la historia de este país. Los hombres blancos han acusado a los hombres negros de violar a las mujeres blancas y los han linchado por ello. Este es un mecanismo para controlar tanto la sexualidad de las mujeres blancas como la de los hombres negros. Por eso, las mujeres blancas feministas y los hombres negros antirracistas deben ser aliados del feminismo negro.

En “Sexualidad”, Kendi registra el desafío que ha significado para él enterarse de que su mejor amigo en la Universidad de Temple, Weckea, era gay. Ello lo llevó a enfrentarse a sus estereotipos sobre los varones gais; en particular, los varones gais negros. Ahora advierte que debe transformarse, arrancar su homofobia de raíz, para ser un verdadero antirracista. Al igual que en todo el libro, vincula estas experiencias personales e introspecciones con la historia, y analiza los entrecruzamientos de la homofobia y el racismo. En varias entrevistas, el autor ha hablado más sobre este asunto. Por ejemplo, en Democracy Now se refiere a las mujeres trans negras:

Las mujeres transgénero negras están atravesando literalmente un genocidio. Quiero decir, no sé de qué otra manera podemos hablar del hecho de que su expectativa de vida promedio es de 35 años. No estamos en 1750, estamos en 2019. Y tenemos un grupo de estadounidenses cuya expectativa de vida es de 35 años. Y una de las razones es que las personas de color, las personas negras, las personas blancas, los estadounidenses no valoran esas vidas, las ven -y las vemos- del mismo modo como Trump ve a los inmigrantes latinoamericanos. Y criticamos a Trump sin criticar nuestras visiones sobre estas mujeres trans negras. Todas estas personas, todas sus vidas importan, y tenemos que identificar de qué maneras son sometidas, por su género, por su orientación sexual, por su estatus de persona trans, por su raza, por su clase, y cómo se intersectan todos estos factores para generar este genocidio (2020).