Balún Canán

Balún Canán Resumen y Análisis Primera Parte, Capítulos I-X

Resumen

Primera Parte, Capítulo I

La narradora, una niña de siete años, se encuentra junto a su nana, una india que le habla sobre todo lo que le ha sido arrebatado a su pueblo. La niña, que no comprende a lo que se refiere su nana, presenta a sus padres y a su hermanito menor, Mario, a quien le suele explicar todo lo que ella sabe sobre el mundo. Tal como ella misma se describe, la narradora se considera una niña malcriada que quiere asemejarse a los adultos y hacer las cosas que ellos hacen.

Primera Parte, Capítulo II

Junto a su nana, la narradora atraviesa el pueblo para llegar a la escuela. Ante sus ojos se despliega la vida del pueblo: las calles ajetreadas, los animales de carga y luego el mercado, con sus carnicerías, sus almacenes y su herrería.

Primera Parte, Capítulo III

La niña se encuentra en el colegio y describe a su maestra, la señorita Silvina, como una mujer pequeña y vestida toda de negro, de voz molesta pero que les transmite conocimientos útiles. El aula donde se imparten las clases reúne a chicas de muchas edades diferentes que se encuentran en distintos momentos de su escolarización. Cada tanto, la señorita llama a alguna de ellas, le hace dibujar un mapamundi y luego la familia de la alumna se la lleva para siempre.

Un día, recuerda la narradora, se presenta una señora en el colegio para hablar con la maestra. Luego de ese encuentro, la señorita Silvina las reúne a todas y les indica que corren tiempos peligrosos y que las niñas deben prometerle que se portarán bien, para que nadie de afuera le pueda hacer daño a la escuela. La narradora y sus compañeras juran hacer caso y ser obedientes.

Primera Parte, Capítulo IV

Los indios de Chactajal llegan a casa de la narradora para entregar todas las mercancías producidas al padre de la chica, un rico hacendado. La niña, después de observar cómo su padre habla a los indios con superioridad, desde la comodidad de su hamaca colgada en el corredor de la casa, regresa a la cocina, donde se encuentra con la nana, que prepara café para los indios.

La nana le comenta que los brujos indios le están haciendo un maleficio, y le muestra una llaga rosada que le desfigura la rodilla. Le explica que los brujos la castigan porque es malo servir a los amos, a quienes poseen la tierra. Sin embargo, ella quiere mucho a la familia de la niña y por eso los sirve, aunque sepa que va contra la ley de su pueblo.

Mientras su nana sirve café para los indios sentados en ronda, la narradora busca la protección del regazo, mientras piensa que ese amor le está llenando de llagas el cuerpo.

Primera Parte, Capítulo V

Un pequeño circo llega a Comitán y la narradora se empeña en ir a verlos. Aunque su madre desprecia a los artistas de circo que, a sus ojos, solo hacen el ridículo, la niña y su hermanito insisten hasta que obtienen lo que desean. Así, la nana los lleva una tarde a la función que va a realizarse en el patio de la posada, pero esta termina cancelándose por falta de gente. Cuando se van, el boletero les dice, agorero, que no es tiempo de diversiones, y que una tempestad está en camino.

Primera Parte, Capítulo VI

Una noche de tormenta, a la luz de las velas, la nana le cuenta a la narradora la historia del dzulúm, un ser mitológico que recorre sus dominios y se lleva los restos de comida que dejan otros animales, como los tigres. Todos los animales le temen al dzulúm, y ningún humano que lo haya visto ha vivido después para contar cómo es aquella criatura.

Hace muchos años, cuenta la criada, cuando vivían en chactajal, los abuelos de la narradora recogieron a una huérfana llamada Ángelica, que era una niña muy buena y obediente. Durante su juventud, Ángelica comenzó a mostrarse enferma ante la presencia de un dzulúm, y un buen día desapareció en el monte. Los indios la buscaron por mucho tiempo, pero en un momento los rastros de la joven desaparecían, por lo que nunca pudieron hallarla. La nana explica entonces que Ángelica se fue tras la belleza del dzulúm, cuyo nombre significa “ansia de morir” (p. 21).

Primera Parte, Capítulo VII

Los padres de la narradora alquilan un auto —un invento del demonio, según la nana— y la familia va a pasar un día en el llano de Nacalococ. Allí, mientras Mario remonta su barrilete y gana la competencia, la narradora siente el viento del llano y reconoce su voz. Con mucho respeto y maravilla, piensa que es la voz que ha estado sintiendo año tras año, con sus matices particulares en cada ocasión. Al regresar a su casa, le cuenta que durante el día ha conocido al viento, y aunque la nana no lo demuestra, está feliz con esta noticia, puesto que, como dice, el viento es uno de los nueve guardianes de su pueblo.

Primera Parte, Capítulo VIII

Un día en que los niños están solos, a su casa llega el Tío David, un hombre viejo y harapiento que anda de casa en casa pidiendo limosna y tocando la guitarra. David, que no es tío realmente de los niños, se tira en la hamaca de la galería y entona unas coplas: “Ya se acabó el baldillito / de los rancheros de acá…” (p. 25). Ante la pregunta de Mario, el viejo explica que baldillito es diminutivo de baldío, que se refiere al trabajo que los indios están obligados a hacer para el patrón, sin cobrar. Como dice David, los tiempos cambian y ahora los indios cobran por su trabajo, gracias a lo cual toda la sociedad será igual de pobre y todos, los señores también, deberán salir a pedir limosna.

Mario luego le dice que él quiere ser cazador, al igual que el Tío David, y este le enseña a cazar el quetzal, imitando los silbidos de la hembra para atraerlo. David también le indica que no debe matar cualquier animal, ni andar por cualquier parte, puesto que allí están los lagos de diferentes colores, una región protegida por los nueve guardianes que dan su nombre a la región: Balún Canán. Luego de aquella explicación, el Tío David vuelve a cantar.

Primera Parte, Capítulo IX

Preocupada por saber a dónde va su madre cada mañana que sale de la casa, la narradora se acerca y se lo pregunta a su nana, quien le cuenta que su madre va a visitar a la tullida, una mujer muy pobre que adoptó y cuida como si se tratara de una hermana menor. Luego, la nana cuenta una historia sobre la creación de los hombres.

Después de haber creado la tierra, los cuatro señores del cielo se reunieron para hacer a un hombre que los reconociera y les guardara gratitud. El señor vestido de amarillo creó un hombre de barro, pero el agua lo destruyó. El señor vestido de rojo creó entonces un hombre de madera, que superó la prueba del agua, pero fue destruido por el fuego. El tercero, vestido de negro, propuso crear un hombre de oro, que resistió todas las pruebas, pero no podía moverse ni pronunciar palabra. Finalmente, el cuarto señor, que no tenía vestido de ningún color, decidió crear al hombre de carne, por lo que se cortó dos dedos de su mano y los arrojó a la Tierra. Luego, los cuatro señores se durmieron, mientras que abajo, en la Tierra, los hombres aprendían y crecían.

En un momento, los hombres de carne encontraron al de oro y lo llevaron con ellos. Gracias a ello, la coraza del hombre de oro se rompió y este pudo agradecer a los dioses por su creación. Los dioses escucharon el agradecimiento y despertaron. Desde ese día, se llama rico al hombre de oro y pobres a los hombres de carne, y los dioses dispusieron que el hombre rico cuide de los hombres pobres, mientras que estos deben responder al hombre rico. Por eso, la ley indica que ningún rico puede entrar al cielo si un pobre no lo lleva de su mano. La niña entonces le pregunta a la nana quién será su pobre, a lo que ella responde que sabrá reconocerlo llegado el momento adecuado.

Primera Parte, Capítulo X

La narradora, acostada en su habitación, arde de fiebre y recuerda un episodio que ha contemplado recientemente: el entierro de un hombre que llegó moribundo a la casa del patrón, sin una mano y con el cuerpo cubierto de heridas y de sangre. Tras el entierro, la nana le explicó que algunos indios lo habían matado porque era fiel al patrón —el padre de la narradora— y que había grupos de indios que querían seguir al servicio de la casa grande, mientras que otros luchaban por liberarse. Esa noche, la narradora sueña que su madre visitaba a la tullida y dejaba caer a sus pies las entrañas palpitantes aún de un animal recién carneado. Luego, en su delirio, también ve a su padre en su hamaca, leyendo sin percatarse de que está siendo rodeado por un grupo de esqueletos. Finalmente, la nana se le aparece lavando la ropa en un río rojo y turbulento, mientras ella, a un lado, llora a medida que el torrente comienza a cubrirle los pies.

Análisis

Balún Canán es una novela que ilustra con maestría un cruce de culturas: la blanca, occidental, que desde la Conquista de América se ha erigido como dominante, y las culturas nativas mesoamericanas, múltiples y plurales, sometidas y periféricas. Ya desde el título, que en tzeltal quiere decir "nueve estrellas" o "nueve guardianes", puede comprobarse la hibridación de la cultura indígena con la occidental. Rosario Castellanos elige para titular su historia el nombre que los antiguos mayas le dieron al lugar en el que actualmente se encuentra Comitán, el pueblo donde ella misma pasó su juventud y que sirve de espacio para gran parte de la acción. No es para nada gratuito que un objeto cultural occidental como lo es la novela esté encabezado por palabras indígenas pertenecientes a una cosmovisión tradicional: esta será una constante a lo largo de toda la narración.

Desde los primeros capítulos, queda claro que la principal riqueza de la novela radica en su heterogeneidad narrativa, esto es, en la incorporación de rasgos propios de una tradición oral popular y una cosmovisión indígenas a un relato que tiene origen y que se inserta en los sectores hegemónicos de consumo cultural, es decir, que está dirigida a la población blanca, letrada, culta, a la que perteneció la propia autora. Cómo se verá más adelante, la heterogeneidad no está solo tematizada desde la tensión entre poblaciones nativas de la región de Chiapas ("indios", como se los llama en toda la novela y como se los llamará también en este análisis) y los colonos blancos, sino también desde el nivel estructural, ya que Rosario Castellanos construye una poética valiéndose de recursos estilísticos (como la enumeración y la repetición) que son propios de la tradición oral.

Balún Canán es una novela en la que converge una multiplicidad de voces: tanto la primera parte como la tercera están narradas por una niña de siete años, hija de una familia de terratenientes del sur de México, cuyo nombre nunca se menciona, mientras que la voz de la segunda parte queda a cargo de un narrador omnisciente que utiliza diversos recursos (como el monólogo interior o las interjecciones) para dar lugar a las voces de otros personajes. A su vez, los epígrafes que preceden a cada una de las partes introducen textos pertenecientes a la tradición indígena: el Libro del Consejo, el Chilam-Balam y los Anales de los Xahil. Si bien estas tres fuentes fueron escritas en español y, por tanto, ya fueron pasadas por un filtro occidental, queda claro que Rosario Castellanos aboga, al incluirlas, por generar en el lector occidental una complicidad y una simpatía por el mundo y la cosmovisión indígena.

El primer epígrafe corresponde al Libro del Consejo (o Popol Vuh) y funciona como una puerta hacia el tiempo mítico y magnificado de las cosmovisiones tradicionales que la autora rescata a partir de las voces indígenas. “Musitaremos el origen. Musitaremos solamente la historia, el relato” (p. 8). Estas dos frases recrean el inicio del relato sagrado, aunque borran las marcas geográficas que están presentes en el texto original del Libro del Consejo (la mención del pueblo Quiché) y logra de esa forma inscribirse de forma general en el propio relato que Castellanos presenta a continuación. De esta manera, el paratexto funciona como una invitación a recordar y como un anuncio del proyecto de escritura: rescatar la memoria de los pueblos y conservarla del olvido.

La elección de una niña de siete años como la protagonista de la novela y la narradora de la primera y la tercera parte es una estrategia que permite a la autora reconstruir los eventos que marcaron un momento histórico para México a partir de una mirada inocente que no llega a comprenderlos ni dimensionarlos. Así, la focalización de la narración está puesta sobre el microcosmos de la vida doméstica de la niña, que sufre los avatares históricos de forma personal, pero que no puede procesarlos a nivel analítico, una tarea que queda en manos del lector. Blanca, perteneciente a la oligarquía terrateniente, sensible y solitaria, la niña presenta la historia de su búsqueda de un lugar en el mundo; los periodos que rescata en sus memorias reconstruyen de forma fragmentaria su vida, limitándose a un periodo particular de crisis durante su niñez: la separación de su nana en esta primera parte y luego, al final de la novela, la muerte de su hermano menor, Mario.

La posición de la narradora en la estructura familiar es absolutamente periférica: al tratarse de una niña pequeña en una familia patriarcal, sus padres apenas la tienen en cuenta y le escatiman toda atención y cariño, que entregan únicamente al hijo varón. Tal es su nivel de indefinición dentro de la familia, que la niña ni siquiera recibe un nombre propio y permanece anónima durante toda la novela. Por eso, su búsqueda de pertenencia y de sentido se orienta hacia la única fuente de afecto y de contención que la sostiene: su nana indígena, quien le abre las puertas a una cosmovisión mesoamericana que dista mucho de los valores culturales de la clase social a la que pertenece su familia blanca, católica y aristocrática.

Los primeros capítulos están destinados a desarrollar la relación entre la niña y su nana, y abunda en episodios en los que esta última le cuenta historias que pertenecen a su acervo cultural. A pesar del amor que profesa por ella, la relación de la narradora con su nana está permanentemente en tensión: como puede observarse en muchos capítulos, entre los que destacan el IV y el X, la niña comprende el abismo que la separa de su nana y el desprecio que toda su familia ostenta hacia los indios. Como parte de su familia, ella también está llamada a participar del mundo blanco que odia y somete a los pueblos indígenas. Sin embargo, la narradora ocupa un espacio tan subordinado dentro de la estructura familiar, que la identificación con su nana se hace aun más fuerte. Al fin y al cabo, es ella y no su madre quien la ha amamantado, quien la peina, la abraza y le manifiesta su amor. En verdad, es la nana la única que reconoce a la niña como un sujeto singular y la salva de la invisibilidad a la que la condena su familia.

Gracias a esta relación con su nana, la niña se convierte en un nexo entre el mundo de los blancos y el de los indios: la hibridación de dos culturas encarna en esta protagonista blanca criada en la cosmovisión indígena. En este sentido, la elección de una narradora niña es una estrategia brillante que le permite a la autora presentar el mundo indio, puro, bueno y natural, desde una visión igualmente pura, no contaminada por una educación occidental. Es la inocencia de la narradora la que permite el acceso a la perspectiva india sin la mediación de la cultura occidental y sus sesgos ineludibles. Desde este lugar, es posible para la narradora aceptar las realidades indígenas arraigadas en sus mitos y participar de ellas sin observarlas y juzgarlas desde la lógica de su familia blanca.

Esta posición de la narradora es la que permite incorporar los discursos míticos de la nana de los primeros capítulos a sus propios discursos y su propia cosmovisión. Así, la voz de la nana se presenta como una voz colectiva que rescata la memoria indígena y la actualiza, desde el relato oral, para transmitirla a una nueva generación. En las culturas orales, la narración es la fuente principal para la construcción de una memoria social, que sirve como reservorio simbólico para la identificación y la pertenencia colectiva. Esta importancia queda subrayada en la novela desde el primer epígrafe, y se actualiza en cada diálogo que la nana sostiene con la narradora. De forma análoga, para la narradora, la posibilidad de escribir sus memorias será la manera de rastrear una historia donde lo individual se conjuga con lo colectivo y de pertenecer, al mismo tiempo, a la cultura blanca terrateniente y a la memoria indígena.

La cosmovisión indígena se revela entonces, en Balún Canán, a través de la combinación del mundo tradicional con el mundo moderno, que alterna fragmentos de los relatos míticos con el tiempo histórico propio de las sociedades modernas, y forma un mosaico híbrido de creencias y prácticas culturales.

El primero de estos relatos es el del dzulúm, una criatura maligna que atrae a las mujeres y las empuja abandonar sus hogares y perderse en los montes. Como dice la nana, un miembro de la familia de la narradora desapareció mucho tiempo atrás luego de escuchar el irresistible llamado del dzulúm, y más adelante lo mismo se dirá de Matilde, la prima de César Argüello, el padre de la narradora.

El segundo relato, más importante aún, remite a la cosmogonía maya, es decir, al grupo de textos que explican el origen del mundo y de los pueblos. Se trata del relato de la creación de los cuatro hombres. En el mito, la narración del acto creador instaura la repetición ritual de una acción, propia de todo sistema de creencias, que le permite a una sociedad sacralizar el tiempo y el espacio en el que vive y, al hacerlo, participar de un gesto primigenio y de potencia magnificada. En el mito creador que narra la nana, se ilustra también un modelo de comportamiento que luego se actualiza al presente: el hombre de oro, actualizado, está representado por los ricos, mientras que el hombre de carne refiere a los pobres. La nana explica que, si desea ser recibido en el paraíso, el hombre de oro debe devolver los servicios realizados por el hombre de carne: “Y dispusieron que el rico cuidara y amparara al pobre por cuanto que de él había recibido beneficios. Y ordenaron que el pobre respondería por el rico ante la cara de la verdad. Por eso dice nuestra ley que ningún rico puede entrar al cielo si un pobre no lo lleva de la mano” (p. 30). Desde el relato ejemplar, el mito instaura un modo de comportamiento, una conducta que ordena la vida social. La nana, al narrar estas historias, no entretiene a la niña, sino que la hace partícipe de una cosmovisión, es decir, de una forma de sentir e interpretar el mundo compartida por toda una comunidad. Dado el lugar preponderante que ocupa el aprendizaje de la narradora en el relato, Balún Canán ha sido interpretada por muchos críticos como una novela de formación. Sobre otras consideraciones respecto a este género volveremos en las secciones siguientes.