Visión de los vencidos

Visión de los vencidos Resumen y Análisis Capítulos XIV-XV

Resumen

Capítulo XIV

En este capítulo se resumen de manera breve los acontecimientos narrados entre el capítulo I y el XIII. Sin embargo, esta recapitulación de los hechos se basa en un texto indígena más antiguo, la Relación de la Conquista redactada en náhuatl por autores anónimos de Tlatelolco.

Los mexicas avistan la llegada de los españoles y, como los toman por dioses, los reciben con ofrendas. Así se presenta el primer problema: las ofrendas incluyen un sacrificio humano y esto desagrada a los visitantes, que lo consideran de mal gusto.

Tiempo después, los españoles llegan a Tenochtitlan, pero su capitán, Cortés, debe retirarse y Pedro de Alvarado, apodado “El Sol” por su cabellera rubia, ocupa su lugar. Durante la ausencia de Cortés, los mexicas realizan la fiesta de Tóxcatl, y Alvarado aprovecha para ordenar a su ejército un ataque a traición que acaba con la vida de los mexicas que celebran en el Templo Mayor.

Cuando Cortés vuelve, los mexicas lo dejan entrar y reunirse con sus soldados, pero en la noche inician un ataque que da comienzo a la guerra y obliga a los españoles a huir, acontecimiento que luego es conocido como la “Noche Triste”. Los españoles se resguardan en Tlaxcala, mientras en Tenochtitlan aparece una plaga que se lleva la vida de muchos. Cuando la plaga concluye, los españoles vuelven al ataque, asedian Tenochtitlan y emprenden una serie de complejas batallas para tomar la ciudad. Durante el combate, los tenochcas entran en un estado de caos interno que deriva en guerras civiles.

Después de muchos días de combate, sucede el asedio final. Los españoles atacan por tierra y por agua, con cañones y catapultas. La gente se reúne al norte de Tenochtitlán, en Tlatelolco, y resiste allí hasta que la situación se vuelve insostenible. El capitán Itzpalanqui, junto a otros representantes de Talpala y Cuexacaltzin, pactan para traicionar a los tenochcas.

Con las nuevas incorporaciones en sus filas, los españoles se vuelven implacables y toman cada vez más pueblos. Cortés le recomienda al rey Cuauhtémoc, a través de un mensajero, que se rinda. Pero el rey consulta a los agoreros, quienes le dicen que la voluntad del dios de la guerra, Huitzilopochtli, es mantener la lucha por cuatro días más hasta alcanzar el día ochenta de combate. Finalmente, la derrota es aplastante, los tenochcas abandonan la ciudad, y huyen a Amaxác, donde quedan peligrosamente desabastecidos de armas y comida. El rey Cuauhtémoc es hecho prisionero y torturado mientras el ejército español requisa las viviendas en busca de oro, profana templos y abusa sexualmente de las mujeres mexicas. Los sobrevivientes se establecen en Tlatelolco, donde por fin consiguen algo de tranquilidad, ya que los españoles dejan de atacarlos y se enfocan en la conquista de nuevos territorios.

Capítulo XV

Este capítulo consta de la transcripción de tres icnocuícatl. Los icnocuícatl son cantares tristes creados por los nauhuas postcortesianos en los que se narran episodios de la Conquista. El primero de ellos se extrae de la colección Cantares Mexicanos, y recuerda con mucha carga dramática la forma en que se perdió el pueblo mexica. El segundo icnocuícatl se toma del manuscrito indígena de 1528 y trata sobre la difícil situación de los sitiados durante el asedio a Tenochtitlan. Finalmente, el último forma parte de un grupo de poemas melodramáticos creados con el objetivo de ser representados. Este poema narra desde la llegada de los españoles a Tenochtitlan hasta la derrota final.

Análisis

En esta sección abordamos los dos últimos capítulos de Visión de los vencidos. El capítulo XIV, "Una visión de conjunto", presenta una síntesis de todos los hechos de la conquista narrados en los trece capítulos precedentes, pero desde los textos de un informante anónimo de Tlatelolco. Según indica León-Portilla, aunque se trata de un documento breve, es el que da una visión de conjunto más puramente indígena de la Conquista. El capítulo XV, por su parte, presenta algunos icnocuícatl, o cantares tristes, escritos por poetas nahuas posteriores a la Conquista.

Sobre los hechos presentados en el capítulo XIV no nos detendremos demasiado, puesto que ya los hemos analizado en las cuatro secciones anteriores. Sí vale la pena resaltar que, al tratarse de la visión de un tlatelolca, en esta versión de la conquista se presentan algunos hechos que en los capítulos anteriores no habían sido referidos. Uno de ellos refiere el enfrentamiento interno que tiene lugar en Tenochtitlan después de la Noche Triste y antes del asedio español y la rendición. En los meses de tregua, muchos generales tratan de ordenar a la población, y ello resulta en una serie de luchas sangrientas que el informante de Tlatelolco resume así:

Esto más: se pusieron a pleitear unos con otros y se mataron unos a otros. Esta es la razón por la que fueron muertos estos principales: movían, trataban de convencer al pueblo para que se juntara maíz blanco, gallinas, huevos, para que dieran tributo a aquellos [a los españoles] (p. 176).

Otro elemento que este capítulo suma es la importancia de los tlatelolcas durante el asedio a Tenochtitlan. No solo entre ellos se encuentran los mejores guerreros, sino que también es en Tlatelolco donde el pueblo mexica se refugia y sostiene la última resistencia ante los españoles. En este sentido, hay numerosos pasajes en los que el informante resalta la importancia de Tlatelolco y desdeña a los tenochcas. Esta serie de reproches hallan su explicación en el antiguo resentimiento de los tlatelolcas, quienes años atrás habían sido vencidos y sometidos por los tenochcas.

Un último elemento merece ser mencionado: a diferencia de los relatos de Sahagún, el informante tlatelolca refiere un momento del asedio en el que las mujeres participan del combate y muestran su valentía y su determinación a defender la ciudad:

Fue cuando también lucharon y batallaron las mujeres de Tlatelolco lanzando sus dardos. Dieron golpes a los invasores; llevaban puestas insignias de guerra; las tenían puestas. Sus faldellines llevaban arremangados, los alzaron para arriba de sus piernas para poder perseguir a los enemigos (p. 185).

Recuperar el rol activo de las mujeres durante la Conquista es de suma importancia, puesto que en muchas de las relaciones e informes analizados anteriormente no se les ha dado ningún lugar.

Tal como hemos señalado en la sección anterior, el informante tlatelolco está expresando la historia de su comunidad, y en las estructuras retóricas que utiliza pone de manifiesto el carácter plural de su relato: “Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos. Con esta lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados” (p. 186). Como puede observarse, existe tanto en este pasaje como en toda la obra una clara conciencia del rol social de los relatos.

La transmisión de la memoria —la historia, la cultura, las tradiciones— se realiza, en las culturas de tradición oral, por medio de relatos que algunos miembros elegidos de la sociedad tienen la tarea de recordar. Cuenta Sahagún que, al pedir a los ancianos indígenas que lo informaran sobre su pasado, estos declamaron lo que podría considerarse un antiguo poema al que llamaban un “antiguo discurso, que solían decir los viejos” (1961: 51) y que refería la llegada remota de los antiguos pobladores al Valle de México tras una larga peregrinación:

Llegaron, vinieron,
siguieron el camino,
vinieron a terminarlo,
para gobernar aquí en esta tierra,
que con un solo nombre era mencionada,
como si este fuera solo un mundo pequeño (1961: 51).

El fragmento anterior está dotado de un ritmo poético que ayuda a recordarlo con más facilidad. Esta es una característica propia de los sistemas memorísticos de las culturas orales, que se valen de una serie de dispositivos lingüísticos para fijar en la memoria los relatos que contienen la memoria de la comunidad.

Los cantares tristes que se reúnen en el capítulo XV también ponen de manifiesto las estructuras retóricas propias de los textos concebidos dentro de una tradición eminentemente oral, aunque luego se escriban para preservarse.

El primero de estos poemas, “Se ha perdido el pueblo mexica”, es el más famoso de todos ellos. Se considera que fue compuesto hacia 1523 y sobrevivió al ser compilado dentro de la colección Cantares mexicanos. El segundo poema, “Los últimos días del sitio de Tenochtitlan”, es de una expresividad conmovedora y describe con gran dramatismo la situación del pueblo mexica durante el asedio a su capital. Finalmente, el último de los poemas, “La ruina de los tenochcas y tlatelolcas”, está compuesto por dos partes y aborda la derrota final de los mexicas.

La importancia de estos poemas radica en que ponen de manifiesto con gran elocuencia la tremenda herida que la derrota frente a los españoles deja en el ánimo de los vencidos. Los cantares tristes son considerados, desde la óptica y las clasificaciones occidentales, como poemas elegíacos, es decir, como composiciones en las que el poeta se lamenta frente a una desgracia. “Se ha perdido el pueblo mexica” comienza con una imagen del dolor y el sufrimiento de toda la comunidad: “El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco / Por agua se fueron ya los mexicanos” (p. 198).

En los dos primeros versos, el agua tiene una importancia fundamental: en primer lugar, refiere al llanto de todo el pueblo y luego a la huida de los supervivientes del lago de Texcoco, sobre el que se alza Tenochtitlan. Recordemos también que el lago es el dominio de Coyolxauhqui, la Diosa Luna, hermana y rival del Sol, Huiztilopochtli. Desde esta perspectiva, el hecho de que el pueblo mexica se vaya por agua señala también la destrucción del orden religioso sobre el que se sostienen los aztecas: Huitzilopochtli, el dios que guía las conquistas y la expansión mexica, ha sido desplazado, y sus elegidos sucumben ante las fuerzas enemigas.

A estos versos les sigue otro que expresa la confusión y la duda frente a la nueva situación que enfrenta el pueblo: “¿A dónde vamos? ¡Oh, amigos! Luego ¿fue verdad? (p. 198). El poeta no acredita lo sucedido, se encuentra como en un ensueño y expresa el estado generalizado de confusión e incertidumbre. La primera pregunta marca el destino del pueblo mexicano hasta nuestros días: desde la Conquista, y tal como lo señalan grandes pensadores mexicanos como Octavio Paz o Carlos Fuentes, el pueblo mexicano se embarca en una búsqueda constante de su identidad.

Luego, tras nombrar a los señores mexicas que sobreviven y se reconocen en su nueva situación de desposeídos y sometidos, el poeta alienta al pueblo a expresar su dolor: “Llorad, amigos míos, / tened entendido que con estos hechos / hemos perdido la nación mexicana” (p. 198). Nuevamente, la elegía expresa una certeza: el mundo tal cual había sido conocido hasta ese momento se ha perdido, y con él, la cultura y todo aquello que componía la forma de ser mexica. De aquí el título que elige León-Portilla para su obra, Visión de los vencidos, porque esta es la condición que funda la cosmovisión de lo que queda del pueblo mexicano: se trata de una comunidad que se identifica en el rol del pueblo vencido y sometido, y construye toda su subjetividad en función de dicha condición.

Los poemas que siguen vuelven sobre los hechos que ya hemos analizado en las secciones anteriores, por lo que no nos enfocaremos tanto en su contenido, sino que analizaremos sus formas y sus recursos expresivos.

Una forma de hablar es una forma de pensar, y al representar la cosmovisión de un pueblo, el lenguaje se transforma en la piedra angular de toda la construcción literaria. Tal como señala Walter Ong en su famosa obra Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, para las culturas de tradición eminentemente oral, el pensamiento y la memoria son indisociables, y es la memoria la que ordena, estructura y reproduce la experiencia colectiva.

El ritmo y la estructura son factores fundamentales tanto para la memorización de los hechos como para su narración. Existen dos figuras retóricas principales que expresan la estructura propia de la oralidad: la redundancia y la acumulación. Antes que analíticas, las culturas orales son redundantes y acumulativas: el estilo oral construye el sentido por la suma de enunciados breves, coordinados por marcadores introductorios, como “y”, “entonces” y, el más usado en Visión de los vencidos, “así las cosas”. Como para el discurso oral la mente no puede volver atrás para recuperar los enunciados ya producidos, debe avanzar lentamente para mantener la progresión lógica. Para ello se sirve de redundancias, estableciendo estructuras de repetición de lo recién dicho con el fin de mantener eficazmente el material ya producido a medida que se actualiza. La redundancia a su vez es una forma de evitar problemas acústicos que hayan podido entorpecer la escucha. Por eso el orador encuentra conveniente repetir y/o reformular lo dicho dos o tres veces.

Para ilustrar su funcionamiento, podemos remitirnos a la estructura de triple repetición, que es la más utilizada en la reposición de los textos reunidos por los Informantes de Sahagún. Como puede observarse en este pasaje: “Diez años antes de venir los españoles primeramente se mostró un funesto presagio en el cielo. Una como espiga de fuego, una como llama de fuego, una como aurora” (p. 4).

A su vez, los ocho presagios desarrollados en nuestro primer análisis se expresan con estas estructuras de repetición; algo que también sucede con la descripción de los regalos que Motecuhzoma realiza a Cortés: “Una peluca de plumas de quetzal y de garza: toda hecha de pluma de quetzal, llena totalmente de pluma de quetzal” (p. 29).

Estas estructuras se utilizan a lo largo de toda la obra y con una frecuencia incluso mayor en los capítulos dedicados al asedio de Tenochtitlan. El siguiente fragmento sirve como ejemplo de la estructura discursiva que se sostiene del capítulo IX al capítulo XIII: “Luego se vuelven los españoles y los guerreros en barcas atacan. Llevan sus barcas bien guarnecidas. Lanzan dardos: sus dardos llueven sobre los españoles” (p. 125).

En los cantos tristes que aquí nos competen, son las repeticiones las que organizan el ritmo y la métrica de los poemas. En “La ruina de tenochcas y tlatelolcas”, por ejemplo, se repite, a modo de leitmotiv: “¡Es cercado por la guerra el tenochca; / es cercado por la guerra el tlatelolca!” (p. 200).

Además, los versos breves se concatenan mediante el uso del adverbio “ya”, que sirve para integrar las acciones dentro de una unidad de sentido:

Ya salen de sus naves los hombres de Castilla y los de Chinampas.
[...]
Ya se ennegrece el fuego;
ardiendo revienta el tiro,
ya se ha difundido la niebla
[...]
¡Ya aprehendieron a Cuauhtemotzin! (pp. 200-201).

Al final, la última de las estructuras de repetición y concatenación que se expresan en el poema sirve también a modo de conclusión para la obra de León-Portilla. El poeta exclama: “¡Ah, es verdad, prisioneros son los reyes!” (p. 202). Luego, se dirige a su interlocutora, quien se sienta “junto al Capitán General” (ibid.) —es decir, junto al español— y a quien reconoce como su sobrina, doña Isabel, y le anuncia: “Por cierto serás esclava, serás persona de otro” (ibid.). Estos versos encierran el profundo drama de los sobrevivientes: ahora, los mexicas aparecen mezclados con los españoles y puestos a su servicio. Doña Isabel es una mestiza, un producto humano de la Conquista: es una mexica nacida como sierva de la Corona española. A ella se dirige el poeta con el objetivo de recordarle su procedencia, de inscribirla en la tradición nahua que corre el riesgo de perderse para siempre.

En suma, desde la llegada de los españoles a tierras mexicanas, los nativos son obligados a formar parte de la Nueva España, obligados a adoptar la cosmovisión —la lengua, las costumbres, la religión— de sus enemigos. Con el pueblo diezmado, sus reyes asesinados o encarcelados y sus ciudades destruidas, el resultado de la Conquista se vuelca a la Visión de los vencidos, la visión de aquellos mexicas que perdieron sus formas de vida, pero recuperan, a través de la memoria, una identidad que aún se resiste al exterminio.