Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión

Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión Resumen y Análisis Parte 4: Prisión, Capítulos I-III

Resumen

Capítulo I: Unas instituciones completas y austeras

La última parte de Vigilar y castigar, "Prisión", sigue la expansión sostenida de la prisión en el siglo XIX. Una vez que la prisión entra en la escena como institución reformatoria, gana terreno rápidamente porque parece ser la "pena perfecta". Apuntando principalmente a la "privación de la libertad" (p. 235) más que a la administración de castigos dolorosos, es la mejor pena para una sociedad que valora la libertad más que cualquier otra cosa. E, incluso más significativamente, como la libertad es un valor universal, quitarla impacta a todos por igual. A una persona rica no le impacta tanto una multa como a una pobre. Pero el confinamiento, al contrario, afecta tanto al pobre como al rico.

Pero más aún, la pena transforma a los sujetos. Tal como el cuartel produce buenos soldados, una prisión debería crear buenos ciudadanos que puedan regresar a sus roles en la sociedad. Para realizar esta transformación, la prisión opera en tres niveles distintos: el moral, el económico y el médico. Moralmente, el delincuente es aislado de la sociedad e incorporado en una jerarquía de perversiones morales, según la gravedad de su crimen. Económicamente, el delincuente es puesto a trabajar a través del trabajo penitenciario, que beneficia a la sociedad y lo entrena para ser productivo una vez que regrese a ella. Y desde el punto de vista médico, el criminal es tratado como alguien a "curar", es decir alguien a quien hay que reincorporar a las normas sociales que facilitan su funcionamiento correcto en el interior de la sociedad.

La idea de curar a un delincuente es un gran cambio con respecto a la forma previa de concebir a los criminales. Foucault distingue entre el "infractor" y el "delincuente". Un infractor es reconocido por su infracción y la pena correspondiente que le es aplicada. Un delincuente, por el contrario, es conocido por su personalidad, de la cual la infracción solo es un síntoma. No es una persona normal que cometió un crimen, sino una persona anormal cuya personalidad entera debe ser reprogramada. Esto significa que el sistema penal comienza a ocuparse de la vida entera del criminal, no solo el acto que cometió. Es evaluado de arriba abajo.

Capítulo II: Ilegalismos y delincuencia

Una vez más, ya no impera el castigo por sí mismo. La prisión llega a concebirse menos como un castigo penal y más como una práctica punitiva, una forma de reformar la vida entera de un criminal. El individuo se vuelve así, como en otras instituciones, la intersección entre el poder y el saber. Su vida entera debe conocerse, y ese conocimiento es parte de su sujeción a la sociedad que vulneró.

Foucault señala otra forma de intersección entre poder y saber, que es la producción del mismo concepto de "delincuente" como categoría. El autor indica que la expansión de las colonias penales coincidió con la expansión de la ciencia psicológica. Las nuevas formas del saber, como la psicología, produjeron nuevas clases de individuos, como el delincuente. Y esa clase de individuo está luego sujeta al poder de las instituciones médicas y legales. El punto es que la producción de conocimiento está vinculada a un ejercicio de poder. No es que los delincuentes estén dando vueltas por el mundo y luego venga la ciencia para curarlos. Más bien, al proveer una cura para la transformación de la vida entera de una persona, la ciencia produce un sujeto que debe ser curado: el delincuente cuya vida entera debe ser estudiada y conocida.

Capítulo III: Lo carcelario

Hacia el fin de esta parte, Foucault reflexiona sobre el hecho de que las prisiones raramente alcanzan lo que prometen cumplir. La criminalidad no ha caído tanto, los criminales suelen reincidir en la actividad criminal cuando salen de la cárcel en vez de ser reformados. Si la prisión "fracasa", ¿por qué siguen siendo tan usadas? Primero que nada, Foucault señala que cuando se discute el fracaso de la prisión, siempre se retorna a los siete principios ideales de las prisiones. Esto permite decir que el problema no es la idea de prisión, sino el fracaso de las prisiones realmente existentes de alcanzar su forma ideal. Por eso debemos seguir perfeccionando las prisiones, en vez de abandonarlas. Los siete principios que Foucault enumera son: aislar a los criminales de la sociedad, individualizar las penas, obligar a los presidiarios a trabajar, educarlos, supervisarlos, transformarlos y erigir "instituciones auxiliares" para monitorear a los prisioneros una vez que salen de la cárcel. Se cree que si alcanzamos estos ideales, la prisión hará todo lo que se supone que haga. Si la prisión fracasa, suele decirse, es solo porque necesitamos hacer mejores prisiones, en vez de renunciar a la idea de prisión por completo.

Estas excusas pueden ser usadas para justificar la prisión de cara a su evidente fracaso respecto de haber alcanzado sus objetivos. Pero Foucault sugiere otra razón para el uso sostenido y continuado de las prisiones. Estos "fracasos" son, de hecho, productivos, en tanto producen nuevos conceptos que resulta útiles. Por ejemplo, hemos visto cómo las prisiones crean a la clase de sujeto llamado delincuente –el criminal que tiene dificultades para adaptarse a las normas sociales–. Es necesario estudiar su vida para reformarlo, lo cual, a la vez, llevará a que no reincida en el futuro. Esto hace que cualquier crimen sea el efecto de una personalidad patológica y, al mismo tiempo, refuerza la idea de que la sociedad en general está sana. Las prisiones funcionan para reforzar las normas sociales, y este es su efecto más importante. Porque cuando somos gobernados por normas más que por leyes, nos vigilamos mutuamente para comportarnos de forma correcta, de la misma manera en que imaginamos que las prisiones corrigen a los delincuentes. Las prisiones producen una sociedad en la cual evaluamos constantemente nuestras vidas y las adecuamos a las normas.

Análisis

En el último capítulo cerramos el círculo que Foucault abrió en el primero: las huelgas de reclusos en Francia al momento de escribir el libro. Foucault nos recuerda qué está en juego políticamente al pensar las prisiones. Hemos visto a lo largo de su historia lo coercitivas que pueden ser las prisiones y cómo impactan negativamente en todos los individuos, no solo los prisioneros. Esto es a causa de los efectos laterales de las prisiones al conformar las conciencias a través del poder disciplinario en la sociedad general. Foucault parece decir que la prisión está en juego no solo para los prisioneros, sino en la sociedad como un todo. También señala que las defensas erigidas en torno a las prisiones, aunque hayan fracasado en su supuesto objetivo, existen desde hace un buen tiempo. Si realmente quisiéramos una sociedad funcional y justa, sugiere Foucault, deberíamos deshacernos de las prisiones en su forma actual. Pero eso no es lo que realmente quiere la sociedad; quiere una estructura que separe a los buenos ciudadanos de los "delincuentes".

Un tema recurrente también en otros trabajos de Foucault es su interés en las categorías aplicadas a las personas. Le interesan especialmente las distintas identidades que empiezan a tomar la forma de la esencia de una personalidad entera. En La historia de la sexualidad, por ejemplo, habla de cómo las identidades como la "homosexual", que emergió recién hacia fines del siglo XIX, llegó a expresar la verdad íntima de una persona. Esto es lo mismo que hace la categoría de "delincuente". No es el tipo de identidad que exprese una función que se pueda cumplir durante un tiempo o en un lugar específicos, como un estudiante o un hijo. Se es estudiante en la escuela, pero no es el mismo tipo de identidad que la sexual, que aplica en todo momento. De manera similar, la delincuencia empieza a ser la esencia absoluta de alguien, vinculada a su alma más que a las acciones que realice en la vida social.

Como dice Foucault, una de las fuerzas motoras de esta nueva concepción categorial es la psicología. En el siglo XX, la práctica de clasificar tipos de personas se aceleraría cada vez más con discursos como el del Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales (DSM según sus siglas en inglés) de la Asociación Psicológica Americana. Foucault también discutió los antecedentes históricos de la psicología en su libro anterior, Historia de la locura en la época clásica. Allí se interesó por cómo los trastornos mentales empezaron a ser concebidos más como problemas mentales que como enfermedades físicas, y una parte de esa transición fue pensar que la persona entera, su propia alma, debía ser curada de una enfermedad, en lugar de, por ejemplo, curarle un catarro.

Puede parecer extraño que Foucault concluya su libro con una discusión sobre las prisiones, una institución específica, cuando el punto de la parte anterior era la ubicuidad del "panoptismo" en las sociedades occidentales. Pero el objetivo de Foucault finalmente es contar dos historias paralelas: una sobre el ascenso de un sistema general del poder y otro sobre el destino de una institución particular. Cierra con esta institución por la urgencia política de desmantelar las injusticias que ve en las prisiones. Puede que Foucault esté sugiriendo que abolir las prisiones, en lugar de simplemente intentar reformarlas, sea uno de los pasos necesarios para destruir el sistema de poder disciplinario en el cual estamos todos entramados.