Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión

Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión Resumen y Análisis Parte 2: Castigo, Capítulos I-II

Resumen

Capítulo I: El castigo generalizado

La segunda parte de Vigilar y castigar, titulada "Castigo", aborda en mayor detalle las grandes transformaciones que Foucault describió en la parte anterior, aproximadamente entre 1750 a 1850. Comienza señalando un crecimiento en las peticiones, hacia fines del siglo XVIII, en contra de las ejecuciones, tortura y espectáculos públicos de castigo. Esto convirtió a esos espectáculos en "apoyo para las confrontaciones entre la violencia del rey y la violencia del pueblo" (p. 77). Una ejecución era un ejercicio de la violencia soberana, una demostración del control del monarca sobre la vida y la muerte, pero el rey se enfrentaba al enojo cada vez mayor de las personas, del público, cuando sentían que actuaba injustamente.

El pueblo incluso comenzó a concebir los crímenes como una vulneración a sí mismo, no solo al monarca. El surgimiento de los crímenes contra la propiedad fue parte de esto. Mucho más que el homicidio, un "crimen de sangre'', las personas se preocupaban por cosas como el robo, o los "crímenes de fraude". Lo que posibilitó esto fue el crecimiento del sentido de propiedad. En la sociedad capitalista, la tierra es propiedad de los ciudadanos, no como en una sociedad feudal, donde es del monarca. Ahora, estos ciudadanos quieren proteger su propiedad y están especialmente preocupados por los crímenes que vulneran el valor que le dan a las cosas que poseen.

De esta forma, se da un "doble movimiento" en el crimen y su castigo al final del siglo. En primer lugar, hay menos crímenes violentos y cambia el foco de la "sangre" al "fraude". En segundo lugar, hay menos castigos violentos, y un pedido de formas menos dolorosas de castigo. De esta forma, en ambos casos se pone énfasis sobre lo que quiere el pueblo en lugar de lo que quiere el rey. Todos estos factores juntos establecen la base para reformar el sistema penal por completo. Ahora el objetivo es mantener una sociedad que se comporte bien, en lugar de castigar morbosamente las afrontas al rey.

Este es un cambio radical, porque implica que el problema no son los individuos "malos" sino la tendencia de cada miembro de una sociedad a verse tentado de quebrar las reglas en su propio beneficio. Cualquiera puede robar, dada la oportunidad, o cometer cualquier "crimen de fraude". Pero al hacerlo, esa persona no solo ha vulnerado a la persona a quien le roba, sino a la sociedad en su conjunto. El ladrón transgredió un contrato social que todos hemos firmado implícitamente, que dice que no robaremos el uno al otro. Él es un "traidor" de las normas sociales. La sociedad debe ahora crear un sistema en el cual estas normas sean aplicadas, en el cual las normas sean tan fuertes que las personas ni siquiera piensen en cometer los crímenes que tan fácilmente podrían cometer.

Ahí comienza lo que Foucault denomina una forma "humana" de castigar, que tiene seis reglas principales. Primero, la "regla de la cantidad mínima" (p. 98), que significa que el castigo debería tener desventajas que sobrepasen las ventajas de cometer un crimen. Uno es disuadido de robar si siente que la multa será mayor que lo que robe. Segundo, la "regla de idealidad suficiente" (p. 99), que significa que la pena puede ser una representación "ideal" además de algo infligido sobre el cuerpo. Los individuos pueden representarse cuán terrible sería quedar preso, por ejemplo. Tercero, la "regla de efectos laterales" (p. 99), que significa que cada pena debería afectar a otras personas además del criminal. Cuando alguien va preso por un crimen, todos los demás también se ven disuadidos de cometer un crimen, una vez más, porque pueden representarse lo malo que sería quedar preso. Cuarto, la "regla de la certidumbre absoluta" (p. 100), que significa que si las leyes son precisas y públicas, no quedará duda de que los crímenes serán penados. Quinta, "regla de la verdad común" (p. 101), que significa que los juicios serán prueba del crimen y de su investigación, así la justicia será una demostración científica en vez del capricho arbitrario del monarca. Y sexta, la "regla de la especificación óptima" (p. 102), que implica que el código penal será escrito en detalle, con cualquier variación imaginable del crimen clasificada y prohibida.

Capítulo II: La benignidad de las penas

La prisión se presenta como una gran institución para la aplicación de estas reglas. Pueden establecerse precisamente diferentes sentencias para distintos crímenes, por ejemplo, y desarrollar así una ciencia de la pena proporcional al crimen. Eso no podía hacerse con la tortura. Y en una sociedad donde lo que más valoran las personas es la propiedad y la libertad, la prisión es de hecho el castigo perfecto, porque privan al sujeto de propiedades y de libertad. De esta forma, es un castigo particularmente "ideal", que existe en las representaciones más que en el cuerpo. Por eso la prisión surge en ese momento. Como admite Foucault, hace falta cierto tiempo para que la prisión sea pensada como un castigo posible para cualquier crimen. Pero eventualmente llega a serlo.

El objetivo principal de esta reforma de las penas, de la tortura a la prisión, es económico más que humanitario. No es que las personas se opongan a la tortura por profundas razones morales. Más bien, quieren proteger su propiedad y ejercer su autonomía con respecto al rey, y la tortura no parece ser la forma de lograrlo. Para reformar una sociedad en su conjunto hacen falta reglas que la gente siga. No robarás y no serás robado. La prisión surge para prevenir que las personas quiebren esas normas y para reformarlas cuando lo hagan.

El funcionamiento de la prisión se da entonces en dos niveles. Actúa, primero, sobre el cuerpo del condenado, imponiéndole limitaciones a su libertad de movimiento, sujetándolo constantemente al régimen de vigilancia. Pero, en segundo lugar, actúa al nivel de la representación, para funcionar como advertencia para que los ciudadanos no infrinjan la ley. Es en la adaptación progresiva a este doble funcionamiento que la cárcel se instituye como forma privilegiada de control en las sociedades modernas.

Análisis

Por debajo del desplazamiento que describe Foucault de la tortura a la reclusión se dan grandes transformaciones en las sociedades occidentales. El primero es el surgimiento de la democracia. Los ciudadanos comienzan a pensarse como la fuente del poder en un país, en lugar de su rey o reina. Esta transición de monarquía a democracia requiere nuevos tipos de castigo, si se entiende al castigo como ejercicio del poder popular. Así, una vez más, estudiar algo específico como el nacimiento de la prisión es a la vez estudiar algo mayor, como el nacimiento de la democracia.

El crecimiento del concepto de libertad personal está en relación con ese momento. En las democracias uno debería tener libertades civiles y derechos como individuo, en lugar de estar subordinado a un rey o gobernador. A la inversa, empieza a suceder que la percepción de lo peor que le puede pasar a uno es perder esas libertades. La libertad es la posesión más preciada, lo que permite que puedan darse otras relaciones de posesión. Puedes perder tu casa, pero si eres libre, puedes trabajar para recuperarla. Si no tienes libertad, sin embargo, tampoco tienes opciones. La prisión surge en parte porque es un castigo apuntado a lo más preciado: la libertad personal.

La otra transformación de fondo que describe Foucault en su análisis es la transición del feudalismo al capitalismo. En la Europa medieval, la nación pertenece al rey, que delegaba la tierra a sus nobles, quienes a su vez empleaban a los granjeros para labrar la tierra. La economía estaba estructurada jerárquicamente por esta cadena de servicios. En el capitalismo, la economía es menos jerárquica dado que los ciudadanos participan del intercambio en lugar de trabajar para su señor y, por extensión, para el país entero. Las relaciones que importan son las de pares más que las de sirvientes y señores. Eso produce otra situación en la cual las personas imaginan que el poder es ejercido por y sobre otros ciudadanos en lugar de provenir unilateralmente de un soberano.

El punto para Foucault es que ninguna de estas transformaciones es consciente o planificada. No es que alguien se haya sentado y haya dicho: "Bueno, ahora probemos con el capitalismo." Más bien, los cambios se desarrollaron con el tiempo, y la historia tiene una fuerza más allá de la voluntad o conciencia individuales. Una vez más, es en el discurso y en el lenguaje donde vemos que estos cambios suceden, cuando emergen nuevos conceptos e ideas que son síntomas de un cambio más profundo en la naturaleza del poder.

Esto puede llevar a una perspectiva sorprendente de la historia. Solemos pensar la historia en términos de las grandes personalidades y sus acciones, como las proclamaciones de los reyes o las órdenes de los generales en una batalla. A Foucault le interesa una historia de corte más impersonal, vinculada a la naturaleza cambiante del poder o las estructuras sociales que se desarrollan con el tiempo sin un proyecto particular. Es precisamente por esta impersonalidad que las estructuras son tan poderosas, como describirá Foucault más adelante. La estructura no puede apagarse porque no hay nadie que la haya encendido.