Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión

Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión Resumen y Análisis Parte 1: Suplicio, Capítulos I-II

Resumen

Capítulo I: El cuerpo de los condenados

Foucault comienza Vigilar y castigar con descripciones de dos cosas: una ejecución pública y un cronograma de actividades. La ejecución es la de Robert-Françoise Damiens, que fue colgado y descuartizado en 1757 por un intento de regicidio contra Luis XV de Francia. El cronograma es de 80 años más tarde y detalla las actividades de un prisionero. A Foucault le interesa esta transformación en la forma de castigo, de la tortura pública a la reclusión privada. Presenta Vigilar y castigar como un estudio de las transformaciones políticas, históricas y sociales involucradas en cómo las personas son disciplinadas en las sociedades occidentales, especialmente en Francia, Inglaterra y, en cierta medida, en los Estados Unidos.

En el transcurso de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, Foucault señala dos grandes procesos. Primero, el castigo de los criminales deja de ser un espectáculo público, con multitudes que llegan a ver la tortura de los criminales. Segundo, el castigo deja de apuntar al cuerpo físico del criminal. Darle al prisionero un cronograma para seguir, en lugar de un dolor corporal que tolerar, significaba apuntar a su alma en lugar de a su carne. Ahora, el blanco del castigo es reformar a los criminales antes que herirlos. Foucault llama a esto el ascenso de "en la era de la sobriedad punitiva" (p. 22). La tortura castigaba un crimen. La prisión debe reformar el alma.

Para Foucault esto no es solamente un cambio interesante en la naturaleza del castigo. Representa una transformación radical en la organización de las sociedades occidentales por completo, especialmente en la relación entre individuos, que incluyen a los individuos criminales y a la sociedad entera, con las normas compartidas en torno al comportamiento apropiado. Si revisamos la historia de cómo pasó la sociedad del espectáculo público a la reforma privada, también estaremos revisando la historia de la mutabilidad del poder en la sociedad. Damiens fue castigado por un crimen en contra del rey. Un siglo después, las personas eran reformadas por los crímenes que habían cometido en contra de la sociedad: contra el pueblo como un todo en vez de contra el monarca. Este es el punto que Foucault explora con mayor profundidad en el segundo capítulo, "La resonancia del suplicio." El castigo de Damiens no es solamente una retribución por su crimen, también es una demostración pública del poder del rey, una celebración del triunfo de su reinado. En épocas más modernas, en cambio, es la sociedad, es decir, las normas sociales las que triunfan en la reformación, en lugar del castigo, del criminal.

Capítulo II: La resonancia de los suplicios

Según Foucault, las sociedades occidentales tuvieron que desarrollar nuevas instituciones y tecnologías para pasar del crimen al alma, del dolor a la reforma. Primero que nada, la sociedad debía aprender cómo investigar esta parte invisible de la persona. Un crimen era algo visible: una persona había intentado matar a alguien o no. Pero decidir si una persona es buena o mala, decidir si su crimen fue por ser malos o simplemente locos, requería nuevas discusiones e ideas. Así, el periodo en el que reforma del alma se vuelve posible también es el del surgimiento de ciencias como la psicología, que estudian la personalidad y las motivaciones que tiene alguien para hacer algo.

Esto significa que las instituciones del juicio, tales como las cortes y el sistema penal, se "entrelazan" con un mayor número de instituciones, como las científicas y las académicas. De esta forma, ya no podemos estudiar las leyes aisladas para comprender los cambios en los castigos. También debemos observar las discusiones en muchas otras áreas, o lo que Foucault llama los "discursos". La tarea del historiador es tomar los discursos en conjunto y observar cómo se relacionan y contribuyen a los mismos fines sociales. Foucault hablará entonces del "complejo científico-jurídico" (p. 27) en el cual los discursos se entremezclan.

Este tejido institucional está vinculado a muchos de los principios que guían el estudio de Foucault. En su introducción plantea explícitamente cuatro principios. Primero, el castigo no es solamente "represivo". Reprimir cierto tipo de comportamiento, como el robo, puede ser el objetivo del castigo, pero lo hace produciendo, mediante la reforma, algo más: una persona mejor. A Foucault le interesa esa parte productiva: qué hacen o transforman en la sociedad los distintos tipos de castigo. Segundo, la legislación debe entenderse como una táctica política. Esto lo vimos con Damiens: el rey no solamente hace respetar la ley, sino que demuestra su propio poder político. La política y las leyes van de la mano. Tercero, la ciencia y las leyes van juntas, también, tal como vimos en cómo las discusiones psicológicas sobre la "locura" ingresan en los juzgados. Finalmente, este entrelazamiento debería ser visto como un efecto de cómo "se manifiesta toda una economía del poder" (p. 40) en el cuerpo. Eso significa que el poder funciona entrenando a los cuerpos para hacer ciertas cosas.

Foucault concluye el primer capítulo de Vigilar y castigar con una nota personal: cuenta cómo se había inspirado en las revueltas carcelarias de principios de la década de 1970 para escribir el libro. El maltrato a los prisioneros lo empujó a interesarse por la historia de la prisión y cómo llegó a su lugar actual, en cuanto a la comprensión y castigo de la criminalidad. Parte de su tarea en este libro fue conectar el pasado con el presente.

Análisis

Para quienes lean a Foucault por primera vez, el género de Vigilar y castigar puede resultar extraño. Esto es porque es una obra tanto de historia como de teoría. Foucault está contando una historia sobre el pasado, y toma mucho material de archivo, como sentencias de las cortes judiciales, libros o panfletos. A la vez, está teorizando sobre las sociedades que produjeron esos documentos. Su objetivo es comprender no solo la emergencia de instituciones como la prisión, o narrar eventos como una ejecución, sino también algo de lo que esas cosas nos dicen sobre cómo opera el poder en una sociedad.

Por esta razón, la historia del castigo que se trabaja en este libro es, en realidad, una historia de la sociedad en su conjunto. Las formas en que las sociedades castigan están vinculadas a sus propias estructuras; entender unas lleva a entender las otras.

La clave, dice Foucault, es el discurso. No se trata solo de cómo son castigadas las personas, sino también de cómo hablan del castigo. Es en el lenguaje y en los documentos que nos han dejado que aprendemos lo que las sociedades presuponen, lo que les genera temor, cómo piensan sobre otras personas y cómo organizan el sentido del funcionamiento del mundo. No es que las personas escriban un plan para organizar la sociedad. Más bien podemos vislumbrar los presupuestos de una sociedad en cómo hablan de otras cosas. Este es un aspecto clave del argumento de Foucault: los efectos de algo pueden ser diferentes de las intenciones. No es que la gente se siente y piense: "Quiero reestructurar la sociedad para que el poder deje de ser soberano y pase a ser otro tipo de poder." Más bien las cosas que hacen las personas se componen en una transformación mayor. Y el lenguaje que dejan inscrito en documentos retoma los pasos de esa transformación en presupuestos y comportamientos por todos lados.

Otra cosa que sorprende a los lectores de Foucault son los saltos temporales y espaciales que va proponiendo en esta obra. Empecemos por el espacio: este libro salta rápidamente de un contexto nacional a otro; por ejemplo, va de Inglaterra a Francia, de allí a América, y sigue. Foucault no escribe un capítulo para cada lugar, sino que se interesa en recoger los grandes temas que trascienden cada contexto. Él piensa que hay una transformación estructural en la cultura occidental, y su tema es, de hecho, el poder en Occidente en vez de, por ejemplo, los presos en América. En ese sentido, son estos saltos de un lugar a otro que realiza en su análisis lo que le permite arribar a estos grandes temas más rápidamente.

En términos temporales, Foucault parece estar argumentando en este capítulo que estudiar el pasado es una forma de estudiar el presente. Esto es parte de la "crítica genealógica" de Foucault. La genealogía significa una línea de herencia: por ejemplo, recorrer la historia hacia atrás más allá de tus padres. La idea es que quien seas hoy es un efecto de las generaciones que te antecedieron. Lo mismo se aplica al sentido de la historia para Foucault. El presente hereda cosas del pasado al mismo tiempo que las recombina, de la misma manera que tenemos un ADN único mezclando el ADN de nuestros antepasados. Comprender un mayor sentido de las mutaciones y desarrollos del pasado nos permite comprender cómo llegamos a donde estamos hoy y, para Foucault, eso también posibilita cambiar el presente. Hay un componente político contemporáneo en comprender la historia del pasado.