Un artista del mundo flotante

Un artista del mundo flotante Resumen y Análisis Noviembre de 1949 (Segunda parte)

Resumen

Esa misma noche, en el departamento de Noriko, Ono le dice a sus hijas que quiere que Ichiro pruebe un poco de sake. Como sus hijas se escandalizan y lo prohíben, Ono menciona que dejó que Kenji probara el sake cuando era un niño, a pesar de las protestas de su esposa, y que eso no afectó el futuro de Kenji. Setsuko le responde que, a la luz del destino de Kenji, es posible que su madre haya tenido razón muchas de las veces que estuvieron en desacuerdo. Ono está tan sorprendido por la dureza de su respuesta que se pregunta si escuchó o interpretó mal. Durante la cena, la conversación es agradable y armoniosa, pero Ichiro insinúa constantemente que le gustaría probar el sake.

Mientras Ono cena con su familia, su nuevo yerno, Taro Saito, cuenta una historia sobre un compañero al que apodaron el Tortuga por su lentitud, y esto desata una serie de recuerdos y reflexiones sobre la época en que Ono también trabajaba junto a un hombre apodado de la misma forma. En el estudio de Moriyama, el Tortuga dejó de ser un objeto de burla cuando los aprendices se dividieron en dos facciones, los pintores lentos y los rápidos, y ambas recibieron apodos: los retraídos y los maquinistas.

Ono y el Tortuga ocupaban una cocina abandonada de la villa para pintar. Una vez, Ono solicitó el régimen de reserva para trabajar en privado, sin tener que mostrar sus progresos. Intrigado, el Tortuga violó el régimen y espió el cuadro. Cuando se encontró con Ono, le preguntó si se trataba de una broma, a lo que el narrador le respondió que no, que se trataba de un trabajo serio y que esperaba poder mostrárselo al maestro pronto. El Tortuga, horrorizado, acusó a Ono de traidor y salió de la habitación. El cuadro se titulaba “Complacencia”, y estaba inspirado en un paseo que Ono dio con Matsuda en un barrio pobre. Durante la caminata, Matsuda le explicó que, a medida que la gente del campo circundante se hundía en la pobreza, se mudaba a ese tipo de barrios. Ono comentó que le gustaría hacer algo para aliviar el sufrimiento de esa gente, y su compañero lo acusó de ser un sentimental. Como hacía mucho calor, el olor en el barrio era repugnante y abundaban las moscas; además, el lugar estaba superpoblado, y había muchos animales sueltos y viviendas pequeñas y precarias. En un momento, Ono y Matsuda pasaron junto a unos niños que sostenían palos, y Ono supuso que habían estado torturando a un animal, aunque no lo sabía a ciencia cierta.

Ono explica que aquella imagen de los niños se quedó grabada en su cabeza y formó parte de "Complacencia", aunque, en el cuadro, los niños lucen valientes y guerreros, asociados a la figura de los samuráis. Esta imagen se combina con otra, en la que se ven hombres ricos riéndose en un bar, con la palabra "Complacencia" escrita detrás. También se lee: "Pero los jóvenes están dispuestos a luchar por su dignidad". Ono le indica al lector que algunas características de este cuadro le resultarán similares a una de sus obras posteriores más populares, "Mirada hacia el horizonte". Esta pintura es incluso más explícita con su mensaje: presenta políticos y soldados de rostros inseguros, bajo un texto que dice “Basta de palabras cobardes, Japón debe seguir adelante”. Ono reconoce que este último cuadro está plagado de sentimentalismo, y asegura que no tiene miedo de admitir las falencias de sus obras.

El narrador recuerda una reunión con Matsuda, en la que le planteó que los artistas deberían vender sus obras para fines benéficos. Matsuda lo acusó de ingenuo, al igual que la mayoría de los artistas, y lo desafió a que le dijera quién era Karl Marx. Aunque Ono fingió saberlo, su respuesta —que Marx fue un líder de la Revolución Rusa— era incorrecta. Matsuda le dijo a Ono que los pequeños proyectos de caridad para las comunidades locales no funcionarían: lo que se necesitaría para arreglar Japón, que estaba dirigido por empresarios y políticos codiciosos, era que los artistas se comprometieran con ideas más importantes. Ono le respondió que los artistas no deberían hacer nada más que esforzarse por capturar la belleza fugaz; Matsuda le contestó, entonces, que los artistas podrían ser parte de un movimiento más amplio para devolver a Japón la tradición, la estabilidad y el gobierno del emperador. Japón, dijo Matsuda, necesitaba asumir la posición que le correspondía en el mundo formando un imperio, como lo habían hecho los británicos.

Ono reflexiona acerca de la reacción del Tortuga cuando descubrió su cuadro, y considera que su espanto no se debió a las declaraciones políticas de “Complacencia”, sino a sus características estéticas, que traicionaban los ideales de Moriyama. Sin embargo, esto no le preocupó, ya que sus ideas sobre el arte habían cambiado demasiado respecto a las de su maestro. Tiempo después del episodio, Ono tuvo una charla con Moriyama en los jardines de Takami, en la que le contó que le faltaban algunas de sus pinturas. Moriyama le reveló que él mismo las tenía y destacó su cambio de estilo; aunque consideraba positiva la experimentación, esperaba que su aprendiz pronto concluyera con dicha etapa. La conversación se volvió más tensa y Moriyama reveló que, además de que no planeaba devolverle los cuadros, tampoco iba a apoyar el cambio de dirección que Ono buscaba en su carrera. Ono destacó la importancia de su trayectoria en la villa y le agradeció por ello a su maestro, pero Moriyama no se dejó conmover y le preguntó por dos pinturas que su aprendiz mantenía escondidas. Ono se negó a entregar dichos cuadros y Moriyama le auguró, entonces, que su carrera como artista fracasaría. Ono le explica al lector que, aunque el comportamiento de su maestro parece duro, para él resulta comprensible, aunque no por eso menos lamentable.

Ono recuerda una visita que realizó a Kuroda antes de la guerra. Al llegar a la casa sintió olor a quemado y, al intentar entrar, un policía lo recibió y le informó que Kuroda había sido interrogado. Ono se presentó como la persona que había informado a la policía sobre las acciones de Kuroda, ya que ese era su deber como miembro del Comité de Actividades Antipatrióticas, pero que no esperaba que su denuncia derivara en el arresto de Kuroda y la destrucción de sus posesiones. Aunque Ono intentó detener la quema de cuadros, los policías lo obligaron a retirarse.

Ono retoma la narración de la cena en el apartamento de Taro y Noriko. Taro está orgulloso de la moral de su empresa, pero Ono le cuestiona que hayan destituido a su antiguo líder. Para Taro, sin embargo, pasar el liderazgo a gente joven, que sea permeable a la influencia de los estadounidenses, es una decisión acertada. Las hijas de Ono coinciden en que Japón se enfrenta a un futuro brillante por primera vez en años, y Ono admite, con amargura, que los jóvenes tienen mucho por qué sentirse optimistas. Después de anunciar encantadoramente que algún día será el director de la compañía eléctrica para la que trabaja su padre, Ichiro pregunta si queda algo de sake en el frasco, y se siente decepcionado cuando nota que está vacío. Cuando Ichiro se va a dormir, Ono habla a solas con el niño para decirle que no se moleste por no tomar sake, ya que pronto tendrá la oportunidad. Ichiro se asegura de que Ono irá a la estación al día siguiente para despedirse cuando él y su madre se vayan de la ciudad.

Ono reaparece en la sala de estar, molesto por una conversación que tuvo con Setsuko esa mañana. En un intento de demostrarle algo a su hija, le pregunta a Taro sobre su padre y le dice que lamenta no haberse hecho su amigo íntimo antes, ya que llevan años de conocerse como vecinos. Taro da la respuesta que Ono desea: dice que es una pena, dado que cada uno conocía lo distinguida que había sido la carrera del otro. Setsuko, sin embargo, no se mete en la conversación ni se da por aludida. Entonces, Ono describe la charla que tuvo con ella esa mañana, en la que él le mencionó que conocía al doctor Saito de su juventud, pero su hija no le creyó. Incluso ahora que Taro reafirma la versión del pasado de Ono, Setsuko se muestra indiferente frente a su padre y toda aquella historia.

A continuación, sus hijas mencionan el miai y el discurso de Ono sobre sus ideas y su pasado. Al respecto, Setsuko menciona que tanto ella como Noriko y los Saito encontraron muy desconcertante su actitud. Tras ese comentario, Setsuko cambia el tópico de conversación y se refiere a la mención que Ono hizo tiempo atrás sobre el suicidio del artista Yukio Naguchi, explicando que está preocupada porque nota a su padre deprimido desde que se jubiló. Además, ella no cree que su historia sea parecida a la de Naguchi, ya que sus obras no se utilizaron en la guerra, como sí fueron utilizadas las canciones del compositor popular. Ono reconoce que utilizó su influencia de manera irresponsable, pero su hija cree que él sobreestima el daño que causaron sus pinturas y, esencialmente, cuánto se interesaban por ellas las personas ajenas al mundo del arte. Al final de la charla, vuelven a cuestionar si el doctor Saito conocía o no a Ono antes del compromiso de Noriko y Taro. Mientras que Setsuko duda de ello, Ono insiste en que recuerda el encuentro entre ambos, por lo que, indefectiblemente, la equivocada es ella.

Análisis

Otra revelación importante del pasado del narrador está relacionada con el título de la obra: el mundo flotante hace referencia a la representación artística de la vida nocturna de la cultura urbana japonesa. La Ukiyo-e, traducida del japonés como “pintura del mundo flotante”, es una corriente artística que cobra gran importancia en el siglo XVII y se mantiene hasta mediados del siglo XX. Mediante el grabado en madera y el manejo exquisito de las luces y los colores, los artistas del mundo flotante recrean la belleza y el placer de la vida nocturna y la convierten en escenarios fantásticos, cargados de embriagadora melancolía. En palabras del maestro del narrador, “la belleza más delicada y pura que un artista espera poder atrapar vaga siempre por esos sitios cuando ha caído la noche” (p. 161). Esos sitios a los que hace mención son, en resumidas cuentas, los bares y las casas de geishas que, en el presente del narrador, ocupan el espacio de la ausencia en la ciudad arrasada por las bombas. Antes de la Segunda Guerra, este movimiento sirvió a los artistas plásticos como un refugio donde purgar sus responsabilidades como colaboradores del régimen imperial que condujo a Japón a la guerra y a la derrota; por eso, las representaciones del mundo flotante dejan de ser populares en la segunda mitad del siglo XX, tal como se observa en la novela.

En el presente desde el que enuncia (noviembre de 1949), el narrador revisa su pasado y su relación con el mundo flotante, en un intento por comprender cuál fue su rol en los acontecimientos históricos y qué grado de culpa le corresponde respecto del desastre de la guerra y las pérdidas que su país sufrió. Estos pasajes son cruciales a la hora de entender la psicología del personaje y la envergadura del drama que ocupa su pensamiento. En ellos, además, puede observarse un cambio de estilo: las frases breves y concisas dan lugar a estructuras más elaboradas y abundantes de descripciones y de imágenes sensoriales. De su época como aprendiz de Moriyama, Ono recuerda con melancolía:

Durante todos aquellos años seguimos su mismo estilo de vida y asimilamos sus valores, lo cual suponía pasar mucho tiempo explorando el “mundo flotante” de la ciudad o, lo que es lo mismo, el mundo nocturno del placer, el ocio y la embriaguez que constituía de hecho el fondo de todos nuestros cuadros. Todavía hoy sigo sintiendo cierta nostalgia cuando recuerdo cómo era el centro de la ciudad por aquel entonces. En las calles no predominaba como ahora el ruido del tráfico, y las fábricas aún no habían absorbido el aire de la noche, perfumado de las fragancias de cada estación. Solíamos frecuentar un pequeño salón de té contiguo al canal de la calle Kojima, llamado “Los Faroles de Agua” porque, conforme se iba uno acercando, se veían los faroles reflejados en el agua del canal (p. 155).

Más adelante, Ono evoca el encuentro con su maestro en el almacén, durante una noche de fiesta en la que desea alejarse del ruido y de la embriaguez que afecta a sus compañeros. Al recordar la situación, el narrador destaca sus recuerdos visuales, y describe el juego de luces como si formara parte de uno de sus cuadros del mundo flotante: "Siguió con los ojos entornados hasta que, al cabo de un rato, descolgó el farol de una viga y, manteniéndolo frente a su cara, avanzó hacia mí, abriéndose paso entre los objetos que había por el suelo. Como llevaba el farol en la mano, las sombras de los objetos oscilaban a nuestro alrededor" (p. 157).

El repentino estallido de un lenguaje más poético le indica al lector que Ono está rememorando un periodo en el que se sintió particularmente vivo, y que ha quedado grabado a fuego en su memoria; su prosa ornamentada nos indica cuánta belleza encontraba en este mundo pasado y desaparecido, incluso cuando se tratara de un mundo cargado de problemas.

Después de recordar dicho episodio, Ono regresa a la cena con su familia, sobre la que ya nos hemos referido en la sección anterior. En dicho contexto, el diálogo entre el narrador y Setsuko representa otro de los momentos climáticos de la obra. Esta escena se presenta con el tono conciso y directo que caracteriza a la mayor parte de la narración, algo que contrasta mucho con el lenguaje florido de los pasajes dedicados al recuerdo de Ono que acabamos de referir, y que parece indicar que los momentos trascendentales suelen ocurrir sin previa advertencia y sin grandilocuencia; es el ejercicio de la memoria el que los carga luego de ornamentos y de detalles minuciosos.

Al pasar, Setsuko le dice a su padre que no debe preocuparse por su reputación, puesto que fue solo un artista de éxito moderado, no una de las grandes y controvertidas figuras del nacionalismo japonés. Quitarle la importancia al asunto contradice la narrativa que Ono se esfuerza en construir a lo largo de la novela, y le quita también parte del sentido a la muerte de su esposa y su hija. Aunque lo que Setsuko busca es consolar a su padre, sus palabras lo dejan desamparado. En este momento, Ono debe enfrentarse a su familia, a su lector e incluso a sí mismo, y aceptar la realidad de que su vida ha tenido poca relevancia, y que sus errores y sus pérdidas son también relativas si uno contempla el esquema macro de la historia de Japón.

De hecho, al final de esta sección comienza a plantearse que el mayor problema de Ono es simplemente envejecer: el narrador choca con los jóvenes (sus hijas y su yerno), y su principal conflicto no es más que la brecha generacional: Ono parece incapaz de comprender las opiniones de sus hijas, o los métodos de crianza que aplican a su nieto. Los jóvenes tampoco parecen capaces de entender sus dilemas, ni la importancia que él le otorga a los hechos pasados. En verdad, Ono está solo y asustado.

A la luz de esa preocupación por el envejecimiento, el tema de la lucha generacional y los ciclos generacionales cobra un nuevo sentido. A través del narrador, el autor se asegura de que el lector sea consciente de cómo las disputas se repiten de generación en generación. El padre de Ono pide las pinturas de su hijo para quemarlas, y la conversación que Ono tiene con Moriyama es un eco preciso de esa conversación anterior con su padre. La generación mayor, parece decir Ishiguro, siempre quiere que la generación siguiente se conforme y actúe según sus propios esquemas y valores. Esto vuelve a verse cuando Ono intenta darle sake a su nieto, simplemente porque a esa edad se lo dio a su hijo, Kenji. La negativa de Setsuko es otro indicador de la brecha generacional: al igual que Ono no hizo caso a su padre y se dedicó a la pintura, Setsuko no le hace caso a Ono en lo que respecta a la crianza de su hijo.