Tirano Banderas

Tirano Banderas Resumen y Análisis Segunda parte: Boluca y mitote

Resumen

Libro primero: Cuarzos ibéricos

Desde los balcones del Casino Español, Don Celestino observa el acto que se desarrolla enfrente, en el Circo Harris. Allí se aglomera la plebe enfervorecida, que aviva a Don Roque Cepeda y grita contra los españoles y la tiranía de Santos Banderas. Entre el gentío, se esconden espías del Tirano.

A la par, en el Casino Español se desarrolla una sesión de la Junta Directiva, sin actas, solo con acuerdos verbales y secretos. Corre un murmullo en todo el edificio que defiende la idea de bajar y disolver violentamente el acto. Desde los balcones, y protegidos por los gendarmes, los españoles observan el tumulto y gritan a favor del General Banderas y la raza latina. En la calle, una tropa de caballos reprime a la plebe.

Don Celestino conversa desde un balcón con Mister Contum, un yanqui con negocios de minería, y un estanciero rico español, Don Teodosio del Araco, quien perpetúa la tradición cultural de encomendero. Don Celestino dice que, al autorizar ese acto propagandístico, el General Banderas demuestra que respeta todas las opiniones políticas. Agrega que Roque Cepeda es un loco insensato que a pesar de su posición financiera se mezcla con los pobres revolucionarios. Don Celes advierte también del alcance negativo que han tenido las predicaciones de los revolucionarios en los indios: asegura que estos son naturalmente viles, jamás agradecen los beneficios del patrón, son traicioneros, trabajan poco y son más viciosos con el alcohol que los negros. Los tres hombres concluyen que esa debilidad del indio permite que los blancos vivan seguros en esas tierras, lo cual demuestra también la incapacidad de los indios para las funciones políticas. Don Teodosio agrega que el indio necesita de la violencia del blanco para que lo someta y lo obligue a trabajar en pos de esa sociedad, y Mister Contum señala que allí, igualmente, está latente el “peligro amarillo”. Por último, Don Celestino afirma que la República sigue el camino civilizatorio inspirándose en el ejemplo de la Madre Patria, a lo cual Mister Contum responde que el criollaje le debe su poder a los barcos y a los cañones de Norte América. En eso, se oyen abajo los gritos de los indios en el acto, gritando contra Estados Unidos y España.

A continuación, Don Celestino se encuentra con el Director de “El Criterio Español”, Nicolás Díaz del Rivero, un hombre admirado por españoles y nada honesto. Don Celes le pregunta si publicará una reseña sobre el acto de ese día, y el Director responde que eso dependerá de lo que permita el lápiz rojo, aludiendo a la censura. Admite que entre la gente que participa del acto están sus escritores, observando los sucesos, y esperando incidentes, dado que esos actos propagandísticos siempre se exceden en pasiones. Entonces Don Celestino dice que la culpa de eso la tendría Don Roque Cepeda, que merecería ir preso, y el Director sugiere que ese puede ser el plan del Presidente, quien dejó que el acto ocurriera. Celestino agrega que el General Banderas está preocupado por la actitud del Cuerpo Diplomático y tal vez por eso ha autorizado el acto, para actuar legalmente, aunque tal vez sea cierto que su objetivo es apresar a Cepeda.

Interrumpe la conversación la llegada del Vate Larrañaga, un joven con expresión apasionada que anuncia que está dando su discurso el Licenciado Sánchez Ocaña, generando enorme efecto sobre la plebe. Entonces el Director le pide que le entregue las notas que escribió, porque debe corregirlas antes de enviarlas a imprenta. Luego de leerlas, le dice al Vate que cada vez es menos periodista y que a su texto le falta intención política, pues no puede escribir que Sánchez Ocaña fue ovacionado por el público, sino que debería decir que esos pocos aplausos no lograron ocultar el fracaso de un discurso tan pobre. Entonces el Vate responde que creyó que se había excedido con tanta censura.

El Director le sugiere que vuelva al acto a terminar de escuchar el discurso con su compañero, Fray Mocho. Y le sugiere cómo continuar su reseña, para alcanzar éxito periodístico: le propone narrar el acto como si se tratase de una función de circo con loros amaestrados. Don Celestino celebra esta idea y el Vate regresa al acto.

Libro segundo: El Circo Harris

En el Circo Harris se agrupan gendarmes por un lado y personas del pueblo por otro; entre ellos, criollos e indios serranos. El Vate Larrañaga se sienta junto a Fray Mocho a escuchar el discurso de Sánchez Ocaña.

El orador dice que las antiguas colonias españolas deberían escuchar las voces de las civilizaciones originarias de América, pues solo así se llegará algún día a dejar de ser colonia espiritual del Viejo Continente. Hace falta deshacerse para eso del Catolicismo y la corrupción jurídicas que son, según Sánchez Ocaña, las bases de la civilización propuesta por la latinidad en América, y que condenan a esta población a una vida egoísta y miserable. Se trata entonces de reavivar las tradiciones de comunismo milenarias y de solidaridad humana.

Ante esas palabras, el Vate exclama que querría tener una pluma independiente, pero su patrón espera una crítica despiadada. Lamenta tener vendida la conciencia, pero Fray Mocho le dice que lo que él ha vendido no es la conciencia, sino la pluma.

Sánchez Ocaña continúa diciendo que el criollaje ha conservado los privilegios de las antiguas leyes coloniales, y los Libertadores no han logrado destruir esas leyes, que abandonan a la raza indígena a las condiciones de los peores días del virreinato: la esclavitud de la Encomienda. La República se ha independizado de la tutela hispánica pero no de sus prejuicios, y así el indio, indefenso, trabaja aún en latifundios y minas, explotado por su capataz. Es por eso que la principal causa de la Revolución, dice, ha de ser la redención del indio, puro gesto de solidaridad humana. Agrega que los pueblos amarillos se despiertan no para buscar venganza a los agravios sufridos, sino para destruir la tiranía jurídica del capitalismo. La Revolución persigue entonces la igualdad de los hombres, la fraternidad entre ellos.

Al amparo de los gendarmes, los gachupines presentes gritan contra los revolucionarios, y los espías del Tirano generan tumulto entre la gente. Por su parte, los indios gritan a favor de Don Roque y en contra de la tiranía y el extranjero. Los gendarmes reprimen a la plebe.

Libro tercero: La oreja del zorro

Tirano Banderas hace una seña al Inspector de Policía, López de Salamanca, para que lo acompañe a la celda donde suele tratar con sus agentes secretos. Cuenta el narrador que el Inspector es nieto de encomenderos españoles y arrastra por ello un gran orgullo de casta y un desprecio por el indio, rasgo característico del criollaje dueño de tierras que conforma el denominado “Patriciado” de esa República.

En primer lugar, el Inspector le menciona los temas de los que habló Sánchez Ocaña en el acto: la libertad del indio, el comunismo precolombino y la fraternidad de razas amarillas, entre otros. Luego le cuenta que hubo disturbios entre gachupines y nacionales, por lo cual intervino la gendarmería y detuvo a Don Roque. Tirano Banderas dice de Don Roque que es un hombre respetable y hay que cuidarlo, pero a la vez le dice con insistencia al Jefe de Policía que no dude en excederse con él.

Luego, Tirano pregunta por la investigación sobre el Cuerpo Diplomático y el Jefe de Policía le cuenta que se ha detenido por escándalo público al joven andaluz al que llaman Currito Mi-Alma, un hombre homosexual que entra y sale como perro faldero de la Legación de España. Agrega que se procedió a allanar su domicilio, donde encontraron cartas, pelucas, trajes de señora, ropa interior de seda, entre otras cosas. El Presidente expresa la repugnancia que le da ese asunto, y el Inspector agrega que las cartas demuestran que se trata de un caso patológico. Entonces Tirano Banderas dice que por su gran estima a la Madre Patria, lamentaría que este asunto terminara por difamar al Ministro Español. Sugiere que se libere al joven y se dé aviso al Ministro, pues quizás eso lo ayude a darse cuenta de que no le conviene intervenir en asuntos con el Ministro Inglés. En eso, el Inspector le cuenta que se ha enterado también de que el Cuerpo Diplomático pospuso su reunión, y Banderas repite que espera que el Ministro Español no sea difamado.

A continuación ingresa Don Celestino, con miedo de ser ridiculizado por las noticias que trae. Al comentar que el Ministro Español y él no se pusieron de acuerdo, el Presidente le pregunta si acaso aquel no entiende el riesgo que implicaría la capacitación del indio para los estancieros españoles radicados en la República. Don Celes dice que el Ministro no mostró argumentos válidos, solo expresó su voluntad de seguir la línea del Cuerpo Diplomático, y aunque él le dijo que con eso entraría en conflicto con la Colonia, el Ministro lo ignoró. Entonces el Presidente Banderas le dice a Don Celes que deberá volver a hablar con el Ministro Español para convencerlo. Sugiere que es necesario apartarlo de la influencia negativa del Ministro Británico, ahora que el Inspector de Policía descubrió que hay un complot de la Sociedad Evangélica de Londres, la cual, en nombre de la Humanidad, busca generar problemas en la República para intervenir en sus negocios de minería y finanzas. Santos Banderas agrega que el Ministro debe entender que los intereses de los españoles allí radicados son contrarios a esa “Humanidad” y, si no quiere entenderlo, Don Celes puede revelarle que han detenido a un homosexual acusado de mantener asuntos escandalosos con el propio Ministro. Banderas está seguro de que el Ministro querrá preservar su imagen.

A continuación, Tirano Banderas sale de la habitación y le dice al Licenciado Carrillo, Secretario de Tribunales, que aún debe rendir justicia a Doña Lupita, castigando con chicote a un Jefe del Ejército que es justo uno de sus más amigos: Domiciano de la Gándara. El Presidente se muestra consternado porque no se decide sobre qué hacer: no puede inclumplir su palabra con la vieja, pero tampoco está seguro de reprimir a su compadre, pues teme enfadarlo y que se pase al grupo revolucionario. Por eso convoca a los miembros del tribunal a que se reúnan para decidir sobre ese asunto.

Los hombres arman un tribunal y discuten. El Licenciado Carrillo dice que hace falta adivinar la intención del Presidente para no cometer errores. El Mayor Abilio del Valle propone fusilar a Domiciano, pero el Licenciado Nacho Veguillas dice que romper unas copas no amerita pena de muerte y él no quiere que luego se le aparezca el espectro de Domiciano para vengar la injusticia. Carrillo interrumpe esas supersticiones para decir que sospecha que Domiciano cometió otro delito: por estar corto de plata, tal vez buscó enriquecerse conspirando con la montonera revolucionaria. Todos dicen estar horrorizados ante esa traición al patrón Banderas, y así se ponen de acuerdo en castigar a Domiciano.

A continuación, mientras Tirano Banderas se encuentra mirando el cielo con un telescopio, entra en escena a los gritos una muchacha encamisada y desaliñada, con aspecto de loca. Se trata de Manolita, la hija de Banderas. El tirano estalla de ira hacia la recamarera y el mucamo, que han acudido asustados para capturar a la muchacha, y luego se acerca a la niña y le pide que regrese a su habitación. Por último, Banderas le dice al Mayor Abilio que a Domiciano es mejor arrestarlo de noche.

Análisis

Esta segunda parte se titula “Boluca y mitote”, dos términos propios del habla americana. Boluca es utilizado en México para hacer referencia a reuniones tumultuosas o, incluso, revoluciones; y mitote significa “alboroto”. De esta manera, con la jerga propia de Santa Fe de Tierra Firme, el libro alude a los sucesos que se dan en torno al acto presidido por el revolucionario Roque Cepeda en el Circo Harris. Roque Cepeda es un criollo que lidera la Revolución y aspira a llegar por la vía democrática a constituirse en Presidente de la República. Junto con él, en el mismo acto, pronuncia un discurso admirable el Licenciado Sánchez Ocaña, otro de los líderes del movimiento.

El libro primero, titulado “Cuarzos ibéricos” (en referencia a los españoles que defienden los intereses de la Madre Patria), se centra en la mirada despectiva y estigmatizante de la plebe que tienen los españoles y criollos afines al gobierno de Santos Banderas. Don Celestino dialoga con un yanqui empresario de la minería, Mister Contum, y un encomendero, Don Teodosio de Araco: no solo expresan todos los prejuicios racistas contra el indio, sino también los valores conservadores de la República, ligada a preservar los intereses españoles y de la Madre Patria que la Revolución pone en crisis. En las palabras de Don Celestino puede verse su mirada degradante de los indios y de los negros; para él y sus interlocutores hay razas superiores a otras, y en esa escala de valores, los indios y los negros no solo pertenecen a las clases más bajas, sino también ostentan una inferioridad moral con respecto a la raza suya. Convencido de que la identidad de raza trae consigo conductas y formas de ser que ya vienen determinadas por naturaleza, Don Celestino afirma que los indios son “naturalmente” ruines, traicioneros, vagos y viciosos, y asegura que hasta los negros son superiores moralmente, con lo cual también disminuye al negro. Por otro lado, defiende la idea de que la República, “para no desviarse de la ruta civilizadora” (74) debe mirar hacia la Madre Patria. No solo reincide sobre la idea de España como faro y autoridad, sino que introduce otro tema fundamental en la novela, que es a su vez un tópico de la literatura latinoamericana, presentado por Sarmiento en su Facundo: la oposición entre civilización y barbarie. Mientras que la Madre Patria representa la cuna de la civilización y fuente de buenos valores, la Revolución es el camino inverso, el de la barbarie, en la medida en que realza la figura degradada del indio.

Míster Contum y Teodosio del Araco defienden valores imperialistas y colonialistas, contrarios a la independencia americana y la liberación del indio. El Míster no solo desprecia a los indios, aludiendo a ellos como “el peligro amarillo” (74), sino que también destaca el rol fundamental de Estados Unidos en la guerra contra la Revolución: “Si el criollaje perdura como dirigente, lo deberá a los barcos y a los cañones de Norte América” (74). Por su parte, Teodosio es un encomendero, esto es, lleva adelante una práctica esclavizante de la época colonial que mantiene a los indios explotados por capataces que los obligan a trabajar en latifundios o minas. Más adelante, el lector sabrá que el Inspector de Policía también es de familia de encomenderos, y ostenta un gran orgullo de casta y odio por los indios. Otra vez, la novela retrata la lucha de clases y la discriminación de los más ricos sobre los sectores más vulnerables.

De manera antitética, frente al Casino Español, en el Circo Harris, el pueblo se agolpa en defensa de los ideales revolucionarios. Los ideales de la Revolución quedan representados en la voz del Licenciado Sánchez Ocaña, y se asocian a la liberación o “redención del indio” (79) y a la fraternidad de los hombres. El líder denuncia una situación de opresión sobre la raza indígena que es heredada de la colonización de América y que aún persiste en prejuicios y estructuras de poder. Es por ello que la Revolución defiende la necesidad de que las antiguas colonias españolas, como Santa Fe de Tierra Firme, abandonen esas viejas leyes coloniales, que favorecen a un grupo (los criollos) mientras que condenan a otra parte importante de la población, las civilizaciones originarias de América. Según Sánchez Ocaña, mientras no se dejen atrás esos prejuicios y mandatos, América seguirá siendo “colonia espiritual del Viejo Continente” (79).

Por otro lado, esta segunda parte aborda otro tema importante de la novela, que es, a su vez, una cualidad característica de las dictaduras latinoamericanas: la censura. Esta queda representada de manera hiperbólica y esperpéntica en la escena en que el Director de “El Criterio Español” observa el acto de Roque Cepeda e indica a sus redactores cómo reseñar la jornada. En principio, el Director, Nicolás Díaz del Rivero, es descripto como un hombre deshonesto, falso, lo cual será condición suficiente para que se convierta en un profesional distorsionador de información, en beneficio de sus intereses y los del gobierno de Santos Banderas. Don Celestino le consulta si hará una reseña del acto, y aquel alude a la censura, mediante una metonimia que representa el modo en que la censura tacha con un lápiz rojo la información que quiere eliminar: “Lo que permita el lápiz rojo” (75). Además, el Director da indicaciones muy burdas a sus redactores sobre cómo redactar la nota, insistiendo en la necesidad de adecuar el relato a la intención política. Por eso opina: “Le falta a usted intención política. Nosotros no podemos decir que el público premió con una ovación la presencia del Licenciado Sánchez Ocaña. Puede usted escribir: «Los aplausos oficiosos de algunos amigos no lograron ocultar el fracaso de tan difusa pieza oratoria, que tuvo de todo, menos de ciceroniana». Es una redacción de elemental formulario. ¡Cada día es usted menos periodista!” (76). En esta última exclamación, el Director identifica al periodismo con la parcialidad y la mentira. Así se parodia el ejercicio periodístico y se retrata la falta de libertad de expresión durante la tiranía. El efecto se intensifica aún más cuando, en paralelo, Don Celestino afirma que al dejar que el acto suceda, el Tirano está defendiendo la libertad de expresión: “con la autorización de esta propaganda, atestigua su respeto por todas las opiniones políticas” (73). Para rematar, el Director baja una línea ridícula a su redactor: “Haga la reseña como si se tratase de una función de circo, con loros amaestrados. Acentúe la soflama”(76). Queda claro que la información que el diario ofrece está intermediada por esas burdas operaciones de difamación y deformación de la realidad.

Irónicamente, Valle-Inclán colabora con la ridiculización de la Revolución en términos de circo que el Director pretende, en la medida en que sitúa el acto revolucionario en el Circo Harris. De esta manera, una vez más, el autor no deja a nadie fuera de la órbita de la ridiculización. El mismo Santos Banderas abona esa mirada ridiculizadora, animalizadora, al preguntarle al Inspector: “¿Qué loros hablaron?” (84).

En esta segunda parte se retoma la hipocresía y falsedad de Tirano Banderas. A pesar de vanagloriarse de permitir el acto opositor, el Presidente celebra que el Jefe de Policía detenga sin razón a Roque Cepeda, e insiste en que “no tema excederse” (84), con lo cual da autorización para torturar al líder revolucionario. También se demuestra su hipocresía cuando se entera del affaire entre el Ministro Español y el joven Currito Mi-Alma e imposta preocupación por el primero. Pero el lector advierte que esa preocupación es falsa, y oculta, por el contrario, satisfacción: Banderas sabe que con esa información comprometedora puede amenazar al Ministro: “Pudiera suceder que con sólo eso, cayese en la cuenta del ridículo que hace tocando un pífano en la mojiganga del Ministro Inglés” (85). Resulta evidente que el Presidente mandó a investigar al Ministro Español y ahora cuenta con información sensible para amenazarlo y limitar su poder.