Tirano Banderas

Tirano Banderas Resumen y Análisis Cuarta parte: Amuleto nigromante

Resumen

Libro primero: La fuga

El Coronelito Domiciano de la Gándara se acuerda de un indio que le debe antiguos favores y se encamina hacia Campo del Perulero, donde vive Zacarías San José, un hombre apodado “el Cruzado” por una cicatriz que le cruza la cara. Zacarías es alfarero y se encuentra trabajando el barro, taciturno, mientras observa algunas señales funestas de mal augurio. La chinita, su esposa, está dando de mamar a su hijo y le dice a Zacarías que no tienen dinero para comer. Su marido le dice que pronto tendrá listas algunas cerámicas, pero se interrumpe al ver al Coronelito Domiciano, que lo mira desde la puerta.

Con cautela, Domiciano le pide ayuda para huir, argumentando que un grupo de soldados, movidos por la envidia de Santos Banderas, lo persigue para matarlo. Zacarías se muestra muy servicial y promete llevarlo en canoa hasta Potrero Negrete, aun sabiendo que pone en riesgo su vida con ello.

Zacarías va a avisar a su mujer que se va con el patrón y ella le advierte que la deja sin dinero. Él le da su reloj para que lo empeñe, pero ella le dice que no vale nada. Domiciano toma el reloj de Zacarías y se burla de lo poco que vale, y lo arroja lejos; luego le entrega a la mujer de Zacarías una sortija para que la empeñe, y ella le agradece de rodillas, esperando que el anillo no sea falso.

Zacarías y Domiciano se van, rumbo al Pozo del Soldado.

Libro segundo: La tumbaga

La esposa de Zacarías se dirige a la casa de empeños del gachupín Quintín Pereda. Cuando le muestra la sortija del Coronel, Pereda dice que ya la ha visto antes y se ríe maliciosamente, seguro de que la mujer robó esa alhaja. Al consultar en sus cuadernos de empeño, ve que fue el Coronel de la Gándara quien lo compró el pasado agosto. Entonces le ofrece a la mujer muy poco dinero a cambio, argumentando que ella debería en realidad ir presa por el robo. El hombre se niega a devolverle la pieza y la obliga a sellar ese trato injusto, amenazando con denunciarla ante los gendarmes. La mujer le dice que es un gachupín ladrón y que viene de una tierra mala. Ofendido por esa afrenta a su patria, Pereda saca un rebenque.

En eso, llegan a la casa de empeño el ciego y su hija cantante. Pereda les consulta si le traen por fin el dinero del piano, del cual llevan ya tres cuotas de atraso. La muchacha le dice que aún no han logrado reunir el dinero y le pide alargar el plazo para el pago. Pereda les dice que si bien siempre ha tenido en cuenta las capacidades de sus clientes, la Revolución ha afectado fuertemente los negocios y ahora no puede esperarlos más; si no le pagan, tendrá que sacarles el piano. Aunque le insisten, el gachupín dice que no puede ayudarlos más y les da solo un día más, asegurando que si no él mismo caerá en la pobreza. La pareja lo critica por ser español, y él responde que es superior a unos indocumentados como ellos. El ciego comienza a golpear la pared con su bastón, lamentándose de que el español les quite el piano justo cuando su hija empezaba a mejorar en sus estudios.

En seguida, la esposa de Zacarías insiste para que Don Quintín le devuelva el anillo, pero este solo accede a ofrecerle más dinero, aún amenazando con denunciarla. Luego de que la mujer se va, ingresa Melquiades, sobrino de Quintín Pereda, y los hijos del empeñista, quienes traen consigo unas campanas. Don Quintín reprocha que sus hijos hayan gastado tanto dinero en esas esquilas, pero Melquiades responde que fue un regalo de Don Celestino, quien a su vez le pidió que le hiciera saber a su tío que lo esperan en la próxima junta de notables en el Casino Español. Pereda se lamenta, seguro de que el favor de Celestino le costará caro y posiblemente quieren que contribuya económicamente con el gobierno.

A continuación, Melquiades dice que el diario El Criterio se muestra reacio al cierre de cantinas que tramitan las Representaciones Extranjeras. Pereda agrega que esa medida va en contra de muchos compatriotas, cuyos expendios de bebidas están autorizados por la ley. Melquiades asegura que Don Celes pretende que los comercios de españoles se solidaricen, cerrando en señal de protesta. El empeñista, alarmado, dice que el comercio cumple importantes funciones sociales y agrega que si el Ministro de España insiste con la medida, se ganará el odio de la Colonia. Es por ello que acepta ir a la junta, a mostrar su disentimiento y abogar por la destitución del Ministro, quien además ahora está sospechado de sodomía.

Ante la mención de ese rumor, Melquiades le cuenta a su tío que los gendarmes han entrado a la Cucarachita, y su dueña se encuentra implicada por encubrir la fuga del Coronel Gandarita. Con esta noticia, Don Quintín se alarma, pues si la policía se entera de que él posee su anillo, puede quedar implicado como cómplice. Temeroso de ser acusado de traición, Pereda decide que irá a la policía a llevar el anillo, denunciando la venta que le hizo la india, aun cuando ello implique perder el dinero que le dio a cambio de la joya. Melquiades sugiere que en lugar de llevar la costosa pieza original, lleve un anillo de menos valía, y Quintín celebra esa idea.

Libro tercero: El Coronelito

Zacarías conduce la canoa hasta la laguna de Ticomaipú, donde aún la indiada celebra la fiesta de Todos los Santos. Llegan hasta lo de Filomeno y Zacarías propone pedirle ayuda, pero el Coronelito teme que aquel lo traicione y mande arrestarlo. Pronto ven llegar a Niño Filomeno en una canoa, acompañado del indio Chino Viejo.

Filomeno dice que viene de escuchar el discurso de Don Roque Cepeda en la plaza. El Coronelito de la Gándara le cuenta a Filomeno que Tirano Banderas lo ha puesto en su lista negra y ahora él huye de la tiranía, dispuesto a lanzarse a campo insurrecto para luchar por la redención del país. Pero Filomeno le responde que se merece lo que le ocurre, pues el oprobio de Banderas se remonta a quince años y Domiciano no hizo nada por la Patria ni se quejó de nada mientras estaba en buenos términos con Santos Banderas. Agrega que es probable que Banderas lo haya convertido en espía y lo haya mandado a sacarle una confidencia a Filomeno. Pero Filomeno no teme lo que Domiciano pueda planear, pues él ha visto a Roque Cepeda ser apresado injustamente y ya está lo suficientemente decidido a levantar a sus peones para luchar contra el Tirano.

El Coronelito responde que Roque no saldrá triunfante en su candidatura a Presidente de la República solo con un grupo de indios votantes detrás, y por eso le propone a Filomeno aunar fuerzas, ahora que él, que siempre hizo política revolucionaria, ya puede quitarse la máscara y mostrar sus verdaderas intenciones. Sugiere, entonces, dirigir él, con sus conocimientos de guerra, a los peones de Filomeno, y que este sea su ayudante. Filomeno responde con sorna, seguro de que su peonada es fiel a él y jamás aceptaría a Domiciano como jefe. Domiciano asegura que jamás aceptará estar en un cargo inferior a Filomeno, de modo que le pide que le de unos caballos y algo de plata, para huir al campo. Finalmente, Filomeno termina cediéndole el mando, y acuerdan conspirar juntos contra el tirano.

A continuación, llega la niña ranchera, esposa de Filomeno, con sus hijos. Ella le reprocha a su marido haberla dejado toda la noche preocupada. Entonces Filomeno le dice que por haber estado cuidando a su familia, él ha incumplido sus deberes de ciudadanos, y mientras otros se juegan la vida por defender la libertad de la patria, él está ocupado de su esposa e hijos. Le dice que ha tomado la determinación de unirse activamente a las filas revolucionarias, y un rato más tarde él y Chino Viejo se van en caballos rumbo al campo.

Libro cuarto: El honrado gachupín

El empeñista Pereda se dirige a la Delegación de Policía, llevando un anillo de mucha menor valía. El Coronel López de Salamanca lo felicita por su civismo y le pide que le confiese el paradero de la mujer que se lo empeñó. Con miedo de que el policía descubra la verdad del trueque, Pereda anticipa que la transacción la hizo su sobrino Melquiades, y el Coronel amenaza con un castigo en caso de que Melquiades haya obrado negligentemente.

Pereda confiesa que la chinita que llevó el anillo es esposa de un plateado, esto es, un bandido perteneciente a un grupo que actuó en México hacia 1870. El Coronel descubre entonces que se trata de Zacarías el Cruzado, con lo cual organiza a un grupo de agentes para que irrumpa violentamente sobre la casa de Zacarías y capture a la pareja.

Pronto llega la tropa de gendarmes a la casa de Zacarías y grita violentamente para que Zacarías se entregue. Pero su mujer les dice que el hombre la ha dejado. El caporal le ordena a la mujer salir también y le dice que debe comparecer ante el Coronel Salamanca por haber empeñado una sortija del Coronelito prófugo. Ella pregunta si puede llevar a su hijo a la comisaría, pero el caporal le dice que hará un expediente para mandarlo a la Beneficencia, y luego le pone esposas a la mujer. El niño, asustado, se escabulle lejos de los gendarmes, y se larga a llorar de miedo, al ver cómo violentan a su madre. La mujer lo llama desesperada para que vuelva a sus brazos pero los gendarmes se la llevan.

Libro quinto: El ranchero

Filomeno Cuevas y Chino Viejo llegan a una casa humilde y pronto van llegando otros jinetes rancheros convocados por Filomeno, dueños de fundos vecinos y secretamente adeptos a la causa revolucionaria. Estos hombres lo han ayudado a juntar un alijo de armas para levantarse con la peonada contra Banderas. En secreto, Filomeno planea esa misma noche armar a sus peones con los fusiles ocultos.

Luego Filomeno y Chino Viejo regresan a casa de Filomeno, y este le anuncia al Coronelito de la Gándara que cambió de parecer: como aún no está seguro de que no sea un espía de Banderas, prefiere darle dinero y un caballo para que se dé a la fuga. Chino Viejo lo conducirá hasta las líneas revolucionarias, donde se le dará el dinero y el campamento insurrecto decidirá qué hacer con él. Filomeno insiste en que está salvándole la vida, pero Domiciano quiere conducirlo a obrar distinto y para ello intenta que los hijos de Filomeno convenzan a su padre de solidarizarse con él. Los hijos lloran y suplican a su padre, pero Filomeno se mantiene firme.

Sin embargo, pronto llega un indio anunciando que las tropas federales están a punto de llegar al rancho. Entonces Filomeno comprende que si llegan a encontrar a Domiciano huyendo, él mismo será condenado por encubrimiento, con lo cual cambia nuevamente de plan: mantendrá al Coronelito oculto en un chiquero, hasta que las tropas se vayan.

Por último, llega otro indio que le confirma a Filomeno que hay leva.

Libro sexto: La mangana

Zacarías regresa a su casa y lo recibe su perro, con aspecto triste. El hombre descubre, con horror, el cuerpo de su hijo muerto, al cual los chanchos le comieron la cara, las manos y las vísceras. Envuelve los restos de su hijo en un saco, toma de su casa la papeleta de empeño y el dinero que su esposa consiguió en lo del empeñista, y se dirige a la ciudad. Pasa por la feria y juega un juego de azar, en el que consigue bastante dinero, con lo cual se convence de que el costal con los despojos de su hijo le trae suerte. A continuación, se dirige a un bar, donde se emborracha, posando el saco a sus pies.

En el bar se encuentran también el ciego y su hija cantante, que discuten acerca de la negativa de Pereda para alargarles el plazo. La hija se muestra muy desesperanzada y el padre se lamenta de los tiempos aciagos que se viven, recordando un pasado más próspero en que se recaudaba más dinero en los recitales. El ciego dice también que si el gachupín no hubiera estado peleando con aquella chinita, habría sido más bueno con ellos luego. Pero la culpa de ese enojo la tiene Domiciano, que también tiene la culpa de que la dueña del Congal esté detenida, pues ella los habría podido ayudar a pagar su deuda.

Zacarías, que ha escuchado la conversación, les pregunta si la chinita de la que hablan fue detenida, y denunciada por Pereda. El ciego y su hija responden que sí, y Zacarías les dice que él se hará cargo del empeñista. Cargando el saco con los restos de su hijo, sale del bar y de camino a la casa de empeños negocia la compra de un caballo. Se dirige con él al local de Pereda, repitiendo para sí su deseo de venganza.

Quintín Pereda, al verlo llegar borracho, lo recibe con desprecio y amenaza con denunciarlo si no se va. Pero Zacarías le dice que necesita recobrar una alhaja que empeñó. Pereda le pide el comprobante y entonces Zacarías apoya el saco con los restos de su hijo sobre el mostrador, asegurando que ese es el comprobante. El indio lo obliga, amenazante, a abrir el saco, y al ver el cuerpo mutilado, el español dice que él no es responsable de semejante crimen. Sin embargo, Zacarías le dice que si no hubiera denunciado a su mujer, ella habría podido impedir que al chamaco se lo comieran los cerdos. Por último, con mucha violencia, Zacarías arroja un lazo al cuello del gachupín y azota a su caballo, el cual sale corriendo desaforadamente, ahorcando así a Quintín Pereda. Conduce su caballo, sintiendo el cuerpo de Pereda colgar detrás.

Libro séptimo: Nigromancia

Los caballos ya están listos para que Domiciano y Filomeno partan. El último les pide a sus hijos que se acerquen, para despedirlos. Les dice que hasta ahora él dedicó su vida a dejarles alguna herencia y sacarlos de la pobreza, pero ahora entiende que así no hace nada por salvar a la Patria. Por eso ha decidido unirse a la Revolución, dejándoles a sus hijos como herencia el renombre de su valiente padre. Su esposa Laurita le reprocha que los está abandonando y le pregunta qué hará si él muere. Filomeno le pide que en ese caso eduque a sus hijos y les recuerde que él murió por la Patria. Laurita presiente imágenes oscuras de la Revolución, de muerte, incendios, y del Tirano Banderas.

En eso llega Zacarías, anunciándole a Domiciano que su tumbaga fue de mala suerte para él y su familia, pero asegura que el gachupín que denunció a su chinita ya cumplió su castigo. Agrega que Tirano Banderas está en peligro, ya que él lleva consigo el alforjín con los restos de su chamaco, una reliquia que les dará buena suerte. Domiciano se lamenta de ver al niño muerto, pero le dice a Zacarías que eso es superstición y que lo mejor sería enterrar al niño. Zacarías dice que lo hará cuando estén a salvo.


Análisis

Esta cuarta parte del libro es la más extensa de la novela y se titula “Amuleto nigromante”, lo cual alude posiblemente al alforjín que lleva Zacarías con los restos de su hijo muerto, y anticipa así los sucesos trágicos que traerá esta sección. En ella se relata el escape de Domiciano con la ayuda de Zacarías, y todas las consecuencias dramáticas que ello tendrá para el alfarero y su familia. De hecho, Zacarías observa señales de mal agüero antes de la llegada de Domiciano; con ello, Valle-Inclán parece reproducir algunos estereotipos del indio y sus supersticiones: “Aquel zopilote que se había metido en el techado, azotándole con negro aleteo, era un mal presagio. Otro signo funesto, las pinturas vertidas: -El amarillo, que presupone hieles, y el negro, que es cárcel, cuando no llama muerte, juntaban sus regueros” (117). Así, el zopilote y las pinturas anticipan un futuro oscuro, que sin dudas se cumple.

La situación económica de Zacarías, su esposa y su hijo confirma la representación de la miseria e injusticia social que ya habían presentado el ciego y su hija. De hecho, la chinita le reprocha a su marido que no tienen dinero para comprar comida. El derrotero de esta familia en esta sección de la novela será muy dramático y desembocará en un final trágico, que mucho tiene que ver con el Coronel Domiciano. Este pide ayuda a Zacarías, consciente de que el indio le debe antiguos favores. Resulta paródico que cuando Domiciano le advierte a Zacarías que ayudándolo puede ponerse en peligro (“Debo decirte que te juegas la respiración, Zacarías.”), Zacarías responde: “-¡Para lo que dan por ella, patroncito!” (119). De esta manera, el indio ironiza y se ríe amargamente del poco valor que tiene su vida y de la miseria en la que vive. En oposición, Domiciano, que viene de emborracharse y acostarse con prostitutas en el Congal, es incapaz de evidenciar la miseria de aquel. De hecho, se ríe del reloj que Zacarías le ofrece a su mujer para llevar al empeñista, lo arroja porque no tiene valor y luego, con soberbia, le entrega a la mujer una sortija para que la venda. Significativamente, es ese anillo el símbolo de la perdición de la familia de Zacarías. La esposa de Zacarías anticipa de alguna manera los problemas que le traerá esa sortija: desconfía de Domiciano y espera que la sortija no sea falsa; “¡Pendejada que resultare fulero el anillo!” (120), dice. De esta manera, se hace evidente que la traición es moneda corriente en estos vínculos sociales y los personajes deben estar atentos para no ser engañados. Si bien no resulta falsa, la tumbaga termina atrapando a la mujer en una serie de enredos que nuevamente son propiciados por la traición de otro personaje.

Quintín Pereda es un gachupín deshonesto, avaro y traicionero, y administra una casa de empeños. Él desconfía de inmediato de la chinita, lo cual deja en evidencia otra vez el tema de la discriminación en la novela: la condición humilde de la mujer lo lleva a descreer de la su honestidad. Sin embargo, lejos de proceder de manera honrada, el gachupín aprovecha la vulnerabilidad de la mujer y su poder sobre ella para extorsionarla. Hipócritamente, aduce que su objetivo es devolver el anillo a su dueño, pero su objetivo oculto es el provecho económico. Quintín ostenta, al igual que Banderas, un supuesto respeto por la legalidad: “No me sitúes en el caso de cumplir con la ley. Si te dilatas en recoger la moneda y ponerte en la banqueta, llamo a los gendarmes” (122), pero en el fondo lo moviliza el beneficio individual. De hecho, más adelante, llevará adelante la idea de Melquiades de entregar a la policía un anillo de menor valor, demostrando así que no tiene ningún interés por obrar conforme a la ley. El narrador, fiel a su estilo, aprovecha para ironizar respecto de Quintín, titulando ese episodio “El honrado gachupín” (137).

Quintín también se muestra muy despectivo con la pareja del ciego y su hija cuando ellos van a pedirle que les permita retrasar el pago que le deben, y el empeñista, para negarse, argumenta que él también sufre grandes penas económicas con el contexto político y económico que se vive: “... con la Revolución, todos los negocios marchan torcidos. ¡Son muy malas las circunstancias para poder relajar las cláusulas del contrato!” (124). De esta manera, la novela expone la miseria que trae la Revolución en todos los estratos, y el modo en que eso favorece la explotación y humillación de las clases más bajas por las más altas. Las clases más humildes ven clausurada la posibilidad de movilidad social, de superar sus dificultades económicas: “¡Este judío gachupin nos grucifica. Te priva del pianito cuando marchabas mejor en tus estudios!” (125). Sin el piano, la muchacha no puede practicar y mejorar, para así progresar económicamente.

A su vez, la respuesta que le dan a Pereda la chinita, el ciego y su hija evidencia la lucha que enfrenta a españoles y locales, pues le reprochan a aquel que sea español: “De mala tierra venís…” (123) dice la india, “¡No sea de su tierra!” (125) dice la hija, y “España podrá valer mucho, pero las muestras que acá nos remite son bien chingadas” (125), dice el ciego. El empeñista, por su parte, responde con todo su nacionalismo y racismo: “La Madre Patria y sus naturales estamos muy por encima de los juicios que pueda emitir un roto indocumentado” (125).

La mezquindad y deshonestidad de Quintín Pereda tiene consecuencias fatales en la novela. Él es quien denuncia ante la policía el supuesto robo de la chinita. A continuación, entra en acción la violencia indiscriminada del aparato estatal, cuando López de Salamanca ordena la organización de una milicia para detener a Zacarías y a su mujer, asegurándose de organizar para ello a un grupo dispuesto a la violencia: “Elíjalos usted de moral suficiente para fajarse a balazos” (139), le dice a un escribiente. Ese placer por la violencia queda representado en la escena del allanamiento, en que los gendarmes se muestran insensibles con el sufrimiento. La madre grita desesperadamente mientras ve que su hijo llora de miedo, asustado por los gendarmes: “El niño corría un momento, y tornaba a detenerse sobre el camino, llamando a la madre. Un gendarme se volvió, haciéndole miedo, y quedó suspenso, llorando y azotándose la cara. La madre gritaba, ronca: -¡Ven! ¡Corre!” (140). El niño será abandonado y morirá asesinado por los animales.

La escena del allanamiento y posteriormente la del regreso de Zacarías a su rancho, donde encuentra a su hijo muerto, son quizás las únicas de la novela en que Valle-Inclán suspende los recursos del esperpento y la parodia, para dejar al descubierto el dramatismo de la situación. De hecho, según la crítica, Zacarías es el único personaje no esperpentizado en la novela. Si en los demás el efecto sobre el lector se logra a través de la exageración y parodización de sus rasgos, en Zacarías el horror habla por sí mismo. En su figura y su derrotero, Valle-Inclán deja fluir el horror de los hechos. Al llegar al rancho, Zacarías percibe la enorme desolación el entorno, que anticipa tragedia; el perro lo recibe con tristeza, “sacudido con humana congoja” (147); el mismo narrador parece solidarizarse con el ranchero, al exclamar con horror y pena: “¡Era cuanto encontraba de su chamaco!”. La imagen del cadáver es de gran impacto: “Los cerdos habían devorado la cara y las manos del niño: los zopilotes le habían sacado el corazón del pecho” (147). Representa con crudeza la miserable condición de los más humildes y su impotencia ante la impunidad del Tirano, la cual se filtra hasta las dimensiones más íntimas, como la familia.

La destrucción de la familia es otro de los temas que la novela expone como una de las consecuencias del proceso revolucionario y los conflictos políticos en torno a ella. No solo la familia de Zacarías queda destrozada, producto de la desidia y la violencia del Tirano, sino que también la familia de Filomeno Cuevas se desintegra. Cuando el Coronel Domiciano de la Gándara acude a él para que lo ayude a escapar de Santos Banderas, Filomeno viene de escuchar los discursos del acto encabezado por Roque Cepeda y de presenciar su injusta detención. Sensibilizado, Filomeno concluye que debe por fin sumarse a las filas de la Revolución y abandonar a su familia. Para Filomeno, familia y Patria no logran ir de la mano: “¡Por ti y los chamacos no cumplo mis deberes como ciudadano, Laurita! (...) ¡Yo he debido romper los lazos de la familia y no satisfacerme con ser un mero simpatizante!” (135). Parecen ser términos excluyentes, que no pueden atenderse al mismo tiempo. Filomeno ha cambiado ahora de perspectiva y entiende que es mejor dejarles a sus hijos un nombre honrado que una posición económica.

Por otra parte, en esta cuarta parte asistimos a una nueva dimensión de la violencia propiciada por el sistema perverso del Tirano: la violencia indiscriminada, la impunidad y la corrupción de la justicia dan lugar a la venganza y a la justicia por mano propia. Ante la muerte de su hijo, y la imposibilidad de reclamar por ella, Zacarías mata a Quintín Pereda. La escena es de gran impacto por su violencia, y el narrador la acompaña con un lenguaje lleno de adornos y metáforas:

Fué un dislocarse atorbellinado de las figuras, al revolverse del guaco: Un desgarre simultáneo. Zacarías, en alborotada corveta, atropella y se mete por la calle, llevándose a rastras el cuerpo del gachupín: Lostregan las herraduras y trompica el pelele, ahorcado al extremo de la reata. El jinete, tendido sobre el borrén, con las espuelas en los ijares del caballo, sentía en la tensa reata el tirón del cuerpo que rebota en los guijarros. (155)

Sin embargo, a diferencia de la muerte dramática del hijo de Zacarías, la muerte del empeñista no es en absoluto narrada con tristeza.

Esta sección arroja también nuevos detalles sobre el contexto político que se vive en la República. Por un lado, se retratan las estrategias del gobierno de ofrecer favores a cambio de apoyo político. Melquiades cuenta que en la feria Don Celestino compró regalos a los hijos de Quintín, y este, con temor, identifica que ese obsequio le costará caro: “¡Ya estoy pagando el primer rédito! Me nombrarán de alguna comisión, tendré que abandonar por ratos el establecimiento, posiblemente me veré incluido para contribuir... ” (127). Don Quintino comprende que el objetivo de Celestino es obligar a Quintín a obedecer, a contribuir económicamente con el gobierno. Por otro lado, Melquiades y Quintín conversan sobre la voluntad del Ministro de España y los representantes extranjeros de cerrar los expendios de bebidas. Esa medida enoja a Quintín, quien afirma que participará de la junta de notables para manifestarse en contra y pedir la destitución del Ministro español. De este modo, queda en claro que los intereses de España y de los representantes extranjeros choca con los intereses económicos de la Colonia y de los españoles que residen en la República de Santa Fe: “El comercio cumple funciones sociales en todos los países” (128), defiende Quintín. Efectivamente, junto con la producción agrícola, el comercio era la principal actividad económica de los españoles radicados en México; dentro de ese ramo, se destacaban las casas de empeño.