Relato de un náufrago

Relato de un náufrago Resumen y Análisis Capítulos VIII - XIV

Resumen

Capítulo VIII

Durante el séptimo día, Velasco se siente más tranquilo que días anteriores y considera que puede vivir indefinidamente en la balsa. Intenta cazar peces con las manos, hasta que uno le hace sangrar un dedo. Con la sangre, los tiburones enloquecen y devoran a todos los peces que rodean la balsa. En uno de los saltos, un pez cae adentro de la balsa y Velasco lo golpea con el remo para que no escape. Sin embargo, la sangre del pez hace que los tiburones embistan la embarcación. Así, Velasco come su presa, mientras teme convertirse en la presa de los tiburones. Luego de saciar su hambre, un tiburón le arrebata el resto del pez y también le destruye uno de los remos.

Capítulo IX

Velasco conserva dos remos más, intactos, que debe preservar para remar. La octava noche es fría y el oleaje está agitado. En un momento, una gran ola hace que la balsa dé una vuelta de campana que arroja a Velasco al agua, quien logra subirse pocos segundos después, pero pierde sus dos valiosos remos. Ante el peligro de perder el remo roto o de caerse nuevamente de la barca, se ata junto al remo a los cabos del enjaretado de la balsa. Sin embargo, esta da una vuelta completa, con lo que Velasco queda debajo de ella y comienza a ahogarse. Velasco debe utilizar todas sus fuerzas para desatarse y volver a subir, a sabiendas de que un error puede implicar su muerte. Finalmente, logra subir a la balsa, con el único prejuicio de haber tragado algo de agua. En la mañana de su octavo día, una gaviota grande y vieja le anuncia indudablemente su cercanía a la tierra. Además, percibe que el agua cambia de color, de azul a verde oscuro, y con eso termina por confirmar que está próximo a alguna costa.

Capítulo X

Velasco pasa todo el día con la gaviota posada en la balsa, que lo molesta hasta que la espanta. En la mañana del noveno día, aún no avista ninguna costa. El sol calienta el agua y la balsa, y lastima la piel ampollada del náufrago, también irritada por el agua salada.

Repentinamente, el náufrago pierde la esperanza por completo y por primera vez deja que su espalda reciba los rayos de sol, a sabiendas de lo peligrosa que es la lesión en los pulmones que estos le pueden producir. En un momento, Velasco avista una tortuga inmensa, ya sin saber si se trata de una alucinación, y se prepara para dar pelea. De repente, nota que en la malla de la balsa hay una raíz, otro signo de que hay tierra cerca, pero como solo sigue viendo agua y cielo, se siente desanimado. Velasco se come la raíz y piensa en su familia, que debe estar viviendo el noveno día de su velorio. Por primera vez comienza a desear la muerte.

Capítulo XI

Durante la novena noche, el náufrago se la pasa recapitulando los acontecimientos; está perdido y acosado por alucinaciones, y sabe que de producirse un accidente no podrá reaccionar correctamente para preservarse. Cuando amanece, Velasco está afiebrado, su cuerpo está adolorido, y no comprende si el día comienza o finaliza.

En un momento, Velasco avista la costa y esta visión lo dota de energía suficiente para remar en dirección a ella. Sin embargo, su único remo fue destrozado por el tiburón y no logra avanzar con la balsa. Entonces se sumerge en el agua para nadar hasta la orilla, y solo luego de alejarse de la balsa considera que la costa puede ser una alucinación. De ser así, ya es demasiado tarde para volver.

Capítulo XII

Después de nadar quince minutos, Velasco comienza a agotarse, pero la proximidad de la costa le otorga fuerzas para seguir intentándolo. En un momento, toca tierra con el pie, pero las olas lo empujan hacia dentro del mar y no tiene las fuerzas suficientes para ir en contra de la corriente. Velasco se afianza en la arena y se arrastra, y el temor de estar sobre arena movediza le otorga la energía necesaria para hacer el último trayecto. Una vez en tierra firme, Velasco busca indicios de presencia humana y es rescatado por un hombre. El narrador concluye el capítulo diciendo que se encuentra en Colombia.

Capítulo XIII

El hombre que lo rescata, Dámaso Imitela, lo lleva hasta una casa y le da agua con canela, pero se niega a darle comida sólida. Después de recuperado, Velasco se entera de que comer abruptamente, sin antes ver a un médico, lo podría haber matado. Algo parecido sucede con sus ganas de hablar; al llegar a la casa de Dámaso, Velasco quiere contar toda su historia, pero todos le indican que guarde silencio. Esto sucede porque es recomendable que el náufrago descanse, en vez de alterarse recordando los hechos traumáticos. Dámaso va a buscar a la policía, mientras que Velasco está sorprendido de que nadie en ese pueblo, Mulatos, sepa del accidente.

Una vez que se esparce la noticia de lo acontecido, toda la población de Mulatos acude a ver al náufrago. La policía ordena escoltarlo a otro lugar, pero nadie le dice a Velasco a dónde lo llevan. Durante todo un día, la gente transporta a Velasco en una hamaca; todo el pueblo lo acompaña, por lo que aquello se asemeja mucho a una procesión religiosa. Velasco padece hambre y sed, agravados por los pequeños pedacitos de galleta y cortos sorbos de soda que le dan. Finalmente, llegan a San Juan, donde el doctor Humberto Gómez lo atiende y le da la noticia de que hay una avioneta lista para llevarlo a Cartagena.

Capítulo XIV

El narrador reflexiona sobre el estatuto heroico que la gente le adjudica por su aventura. Consagrado como héroe, todos se desesperan por hablar con él y escuchar su relato. Para protegerlo, en su habitación del hospital militar solo puede entrar gente autorizada: policías, médicos y su familia. En una oportunidad, un sospechoso psiquiatra consigue entrar en su habitación. Velasco sabe que no se trata de un verdadero psiquiatra, sino de un periodista, pero esto no le molesta. Por la presencia del oficial en la habitación, el periodista disfrazado no puede hacerle las preguntas que desea; sin embargo, obtiene unos dibujos del náufrago que luego publica y causan un gran revuelo.

Velasco cuenta que la marca del reloj y los zapatos le dieron grandes sumas de dinero para contar la historia y publicitar sus productos. Sin embargo, a pesar de la atención que recibe, retoma una vida normal.

Análisis

Los capítulos VIII a XIV corresponden al final del viaje de Velasco, su llegada a Colombia y su consagración popular como un héroe nacional. El título completo de la obra, tal como se la publica en 1970, adelanta la coronación heroica del náufrago y plantea la controversia en torno a su figura: es Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre (p. 5).

Desde el inicio, García Márquez anticipa la resolución de la historia de Velasco, causada fundamentalmente por la publicación de esta crónica en 1955. En el prólogo, el autor explica cómo los militares usaron al náufrago publicitariamente, e indica que "Había sido condecorado, había hecho discursos patrióticos por radio, lo habían mostrado en la televisión como ejemplo de las generaciones futuras, y lo habían paseado entre flores y músicas por medio país para que firmara autógrafos y lo besaran las reinas de la belleza" (p.9).

Al mismo tiempo, el periodista destaca que los lectores estaban hartos ya de “un héroe que se alquilaba para anunciar relojes (...), que aparecía en anuncios de zapatos (...) y en otras muchas porquerías de publicidad” (p 9); lo que es más, el autor de la crónica presenta a Velasco como un “muchacho de 20 años, macizo, con más cara de trompetista que de héroe de la patria” (p. 10). Sin embargo, tras esta presentación negativa de la heroicidad, García Márquez reconoce que Velasco, al contar su verdadera historia, se arriesgó a destruir su propia fama en pos de una verdad que revelaba la corrupción del gobierno militar y ayudaba a desestabilizarlo. Años después, cuando en 1970 le proponen a García Márquez publicar su crónica como libro, el autor observa una foto de Velasco y declara: “se nota que la vida le ha pasado por dentro, pero le ha dejado el aura serena del héroe que tuvo el valor de dinamitar su propia estatua” (p. 13). Con todo ello, queda claro que la dimensión heroica de la figura de Velasco es un punto de conflicto que se presenta a los lectores en la obra y que es necesario abordar en profundidad.

A lo largo de todo el relato, el narrador nunca se piensa a sí mismo como un héroe, sino que, al contrario, se limita a contar lo que le pasó sin darse ninguna importancia a sí mismo. Desde su perspectiva, Velasco no es un superhombre, ni está dotado de cualidades sobresalientes, ni actúa de forma ejemplarizante para el resto de la sociedad. En el capítulo XIV, el último del texto, el narrador contempla retrospectivamente su hazaña de supervivencia y expresa lo siguiente:

Nunca creí que un hombre se convirtiera en héroe por estar diez días en una balsa, soportando el hambre y la sed. Yo no podía hacer otra cosa. Si la balsa hubiera sido una balsa dotada con agua, galletas empacadas a presión, brújula e instrumentos de pesca, seguramente estaría tan vivo como lo estoy ahora. Pero habría una diferencia: no habría sido tratado como un héroe. De manera que el heroísmo, en mi caso, consiste exclusivamente en no haberme dejado morir de hambre y de sed durante diez días. Yo no hice ningún esfuerzo por ser héroe. Todos mis esfuerzos fueron por salvarme (p.157).

En verdad, el hecho de pasar diez días a la deriva, sin comida y sin bebida, es una hazaña heroica de supervivencia, y en ello radica la gran excepcionalidad de Velasco. Desde el primer día, el náufrago comprende que su principal enemigo será el sol, puesto que la exposición constante en dichas latitudes de la tierra puede ser mortal, y por ello toma muchas precauciones, como no acostarse boca abajo en la balsa para no exponer sus pulmones directamente. A partir de allí, las detalladas observaciones de Velasco sobre el deterioro progresivo de su cuerpo dotan al relato de un profundo valor testimonial y de verosimilitud: el segundo día sin comer, beber ni dormir, Velasco se siente cansado, pero es capaz de remar. Al cuarto día, sin embargo, el sol ya genera estragos en la salud del marino, quien apenas puede respirar y comienza a tener lagunas mentales y alucinaciones: “Como llevaba cuatro días de sed y ya me era materialmente imposible respirar y sentía un dolor profundo en la garganta, en el pecho y debajo de las clavículas, el cuarto día tomé un poco de agua salada” (p. 72).

Son los conocimientos de marino que posee Velasco los que le indican que debe beber tan solo unos sorbos de agua de mar, aunque la sed lo empuje a beber más, puesto que la sal que contiene puede deshidratarlo. Este tipo de saberes, aprendidos en la escuela de la marina, son fundamentales para la supervivencia del náufrago, tal como se observa en este pasaje y vuelve a comprobarse más adelante, cuando Velasco se ata a la balsa al encontrarse al límite de sus fuerzas.

El episodio de la gaviota que ocurre al sexto día es un excelente ejemplo de la lucha moral que atraviesa a Velasco, quien parece poseer una bondad intrínseca a su persona, pero que el hambre y la desesperación terminan por corromper:

Cierta vez estaba yo en cubierta con una carabina, tratando de cazar una de las gaviotas que seguían al barco. El jefe de armas del destructor, un marinero experimentado, me dijo: —No seas infame. La gaviota para el marinero es como ver tierra. No es digno de un marino matar una gaviota. Yo me acordaba de aquel momento, de las palabras del jefe de armas, cuando estaba en la balsa con la gaviota capturada, dispuesto a darle muerte y despresarla. A pesar de que llevaba cinco días sin comer, las palabras del jefe de armas resonaban en mis oídos, como si las estuviera oyendo. Pero en aquel momento el hambre era más fuerte que todo. Le agarré fuertemente la cabeza al animal y empecé a torcerle el pescuezo, como a una gallina (p. 83).

El náufrago cede ante el instinto de supervivencia que lo impulsa a matar y comer un animal que para los marinos simboliza la proximidad de la tierra, pero en todo momento es consciente de que aquella acción lo degrada moralmente: “Tuve lástima. Aquello parecía un asesinato. La cabeza, aún palpitante, se desprendió del cuerpo y quedó latiendo en mi mano” (p. 84). Dicha consideración del marino, incluso ante la desesperación causada por el hambre, pone de manifiesto la profunda humanidad de Velasco, cuya bondad solo cede en una situación extrema.

Finalmente, el náufrago termina comiéndose las tres tarjetas de cartón que le habían entregado en el almacén de Mobile, y gracias a ellas puede sobrevivir, aunque su estado es crítico. Al décimo día, el último que pasa en el mar, Velasco realiza una descripción pormenorizada de su estado:

Tenía quemados los hombros y los brazos. Ni siquiera podía tocarme la piel con los dedos, porque sentía como si fueran brasas al rojo vivo. Sentía los ojos irritados. No podía fijarlos en ningún punto, porque el aire se llenaba de círculos luminosos y cegadores. Hasta ese día no me había dado cuenta del lamentable estado en que me encontraba. Estaba deshecho, llagado por la sal del agua y el sol. Sin ningún esfuerzo me arrancaba de los brazos largas tiras de piel. Debajo quedaba una superficie roja y lisa. Un instante después sentía palpitar dolorosamente el espacio pelado y la sangre me brotaba por los poros (p. 117).

Tanto el cuerpo como la mente del náufrago se encuentran al límite de sus fuerzas, al punto de que una profunda indiferencia se apodera de él. En ese momento, el narrador confiesa su deseo de morir. En este pasaje, el lector puede observar nuevamente que Velasco no propone un relato edificante ni se señala como un ejemplo de valentía, astucia o templanza; más bien todo lo contrario: el joven resiste en el mar todo lo que puede, hasta que ya no puede más y solo desea morirse. Tal es su deseo de que se acabe su suplicio, que se enoja cuando su cuerpo sigue resistiendo, a pesar de encontrarse al borde del colapso: “Sentía desesperación y rabia ante la certidumbre de que me resultaba más difícil morir que seguir viviendo. Esa mañana había decidido entre la vida y la muerte. Había escogido la muerte, y sin embargo seguía vivo, con el pedazo de remo en la mano, dispuesto a seguir luchando por la vida” (p. 121). Tal es el ánimo del náufrago cuando, finalmente, nota que se aproxima a tierra. La visión de la costa revive en Velasco la esperanza y lo empuja a realizar el último esfuerzo y salvarse.

El final de la historia es lo más conocido del relato, y ya lo hemos abordado en la primera sección, al analizar el prólogo con el que García Márquez vuelve a presentar su crónica en 1970. El capítulo XIV se presenta a modo de epílogo, como una reflexión final de Velasco sobre su aventura: el marino habla desde su presente para reflexionar sobre su proeza y valorar la hazaña que realizó forzosamente. Sus últimas palabras están dedicadas al negocio del cuento en el que se embarca, obligado por los militares y la fama que, para su sorpresa, adquiere en toda Colombia. Sin embargo, hasta el último momento, Velasco señala que no hay nada de heroico en su persona, y desmitifica esta visión al indicar:

Mi vida de héroe no tiene nada de particular. Me levanto a las 10 de la mañana. Voy a un café a conversar con mis amigos, o a alguna de las agencias de publicidad que están elaborando anuncios con base en mi aventura. Casi todos los días voy al cine. Y siempre acompañado. (...) Todos los días recibo cartas de todas partes. Cartas de gente desconocida. (...) He contado mi historia en la televisión y a través de un programa de radio. Además, se la he contado a mis amigos. Se la conté a una anciana viuda que tiene un voluminoso álbum de fotografías y que me invitó a su casa. Algunas personas me dicen que esta historia es una invención fantástica. Yo les pregunto: Entonces, ¿qué hice durante mis diez días en el mar? (p. 163).

Con estas palabras y una pregunta final concluye la historia de Velasco, un ser excepcional cuyo heroísmo consiste en haber resistido física y mentalmente lo que muy pocos habrían tolerado. Su grandeza, nos indica sin embargo García Márquez a través de su obra, no radica en su resistencia física, sino en su audacia para destruir su propia fama al contar su verdadera historia y revelar la corrupción del gobierno militar que oprimía y censuraba a la población colombiana.