Relato de un náufrago

Relato de un náufrago Resumen y Análisis Capítulos III-IV

Resumen

Capítulo III

El narrador logra dar con una de las balsas del barco, pero el oleaje y el viento no le permiten dirigirla con rapidez a ninguno de los otros marineros que intentan llegar a ella. Julio Amador, Eduardo Castillo, Ramón Herrera y Luis Rengifo se van ahogando uno a uno por agotamiento mientras intentan alcanzar la balsa en medio del mar embravecido. Velasco, una vez solo, ve a lo lejos el barco a salvo y espera que lo rescate. El tiempo transcurre bajo el sol abrasador, y Velasco descubre una herida en su pierna. Para pasar el tiempo, el marinero hace un inventario de las posesiones que tiene encima: su reloj, un anillo de oro, una cadena con la medalla de la Virgen del Carmen, sus llaves y tres tarjetas de cartón de un almacén de Mobile.

Capítulo IV

Velasco espera, listo para hacer señales a los rescatistas apenas aparezcan. Sin embargo, y en contra de sus cálculos, llega la noche y nadie aparece. Con la oscuridad absoluta decide dormir en el borde de la balsa, aunque sabe que es más peligroso, pues el centro de la balsa está compuesto por una red que se hunde en el mar, lo que le produce un gran pavor. Pasa la noche chequeando la hora en el reloj constantemente, y eso le hace sentir que va a perder la cordura. Durante la mañana, piensa que es su culpa estar en esa situación, ya que él no estaba de guardia durante el oleaje y podría haberse resguardado en lugar de estar en la popa. El capítulo termina con Velasco avistando un avión y haciéndole señales con su camisa.

Análisis

Como ya hemos dicho, Relato de un náufrago se publica por primera vez en folletines diarios que los lectores adquieren en los quioscos. Por eso, para garantizar las ventas, es muy importante generar una situación de suspenso al final de cada capítulo, que deje al lector en ascuas esperando la continuación de la historia. En este sentido, las publicaciones periódicas de obras literarias anteceden en su modo de funcionar a las series televisivas contemporáneas, que han convertido las situaciones de suspenso al final de los episodios en parte de su estructura, y han acostumbrado al público a esperarlas.

Las situaciones de suspenso en el texto de García Márquez evidencian dónde el autor desea poner fin a un capítulo y comenzar el siguiente. El capítulo II, por ejemplo, finaliza en el momento en el que Luis Alejandro Velasco se da cuenta de que ha caído al agua, es decir, se detiene justo en el momento de mayor tensión del episodio: tras el accidente del destructor, el punto final del capítulo está puesto en el momento en el que el protagonista se percata de su situación extrema y precaria. La escena final de dicho capítulo está construida a partir de procedimientos cinematográficos: el narrador congela la escena que está viviendo y la describe minuciosamente, confiriéndole un ritmo propio que contrasta con la progresión fluida de la narración:

Dos horas para llegar a Cartagena. El buque pareció suspendido en el aire un segundo. Saqué la mano para mirar la hora, pero en ese instante no vi el brazo, ni la mano, ni el reloj. No vi la ola. Sentí que la nave se iba del todo y que la carga en que me apoyaba estaba rodando. Me puse en pie, en una fracción de segundo, y el agua me llegaba al cuello. Con los ojos desorbitados, verde y silencioso, vi a Luis Rengifo que trataba de sobresalir, sosteniendo los auriculares en alto. Entonces el agua me cubrió por completo y empecé a nadar hacia arriba (p. 35).

En dicha escena, el narrador comparte con el lector la confusión que sufrió en el momento del accidente al fragmentar la escena en imágenes que se superponen y se suceden todas al mismo tiempo. Tal es la violencia del golpe de la ola, que Velasco no alcanza a comprender lo que le está sucediendo hasta que ya se encuentra en el mar:

Tratando de salir a flote, nadé hacia arriba por espacio de uno, dos, tres segundos. Seguí nadando hacia arriba. Me faltaba aire. Me asfixiaba. Traté de amarrarme a la carga, pero ya la carga no estaba allí. Ya no había nada alrededor. Cuando salí a flote no vi en torno mío nada distinto del mar. Un segundo después, como a cien metros de distancia, el buque surgió de entre las olas, chorreando agua por todos lados, como un submarino. Sólo entonces me di cuenta de que había caído al agua (p. 35).

El capítulo III está dedicado por completo a la situación extrema que vive Velasco en el momento del accidente. Nuevamente, la narración se detiene notablemente y se enfoca en los pocos minutos en los que se desarrolla la tragedia. Lo primero que señala el narrador, cuando saca por primera vez la cabeza del agua, es la profunda confusión en la que se encuentra: “No tuve en ese instante ninguna idea precisa de lo que estaba sucediendo. Un poco atolondrado, me aferré a una de las cajas flotantes y estúpidamente me puse a contemplar el mar” (p. 36). En este pasaje, el narrador se presenta abismado, tan confundido por lo que le está pasando, que no puede pensar en nada más. Nuevamente, con una técnica narrativa que emula la construcción de una escena cinematográfica, la narración suspendida retoma su curso cuando Velasco escucha los pedidos de auxilio de los compañeros que cayeron al mar junto a él: "Fue como si en ese instante hubiera despertado de un profundo sueño de un minuto. Me di cuenta de que no estaba solo en el mar. Allí, a pocos metros de distancia, mis compañeros se gritaban unos a otros, manteniéndose a flote (p. 36).

A partir de este momento, el relato se concentra en los esfuerzos que realiza el protagonista por llegar a la balsa y luego ayudar a sus amigos. En un vaivén que parece imitar el ritmo de las olas, la narración se detiene casi completamente y luego avanza con velocidad. En esos momentos, el narrador sufre arrebatos de desesperación que dan paso inmediato a momentos de serenidad absoluta; desde la balsa, contempla el infortunio de sus amigos y trata de ayudarlos, aunque es poco lo que puede hacer en medio del mar encrespado y tan solo con la ayuda de un par de remos.

Entre los marineros caídos al agua destaca la tranquilidad con la que Luis Rengifo afronta su desgracia. Este personaje es particularmente interesante, puesto que Velasco, en capítulos anteriores, lo presenta como un sujeto ejemplar, digno de admiración. Rengifo se mantiene impasible y nada “serenamente hacia la balsa” (p.40), desde donde Velasco lo contempla con impotencia, puesto que no hay forma de mover la embarcación contra la potencia del oleaje. Nuevamente, la escena se congela y se expande en los largos segundos en los que Velasco lucha infructuosamente para alcanzar a su amigo, hasta que este desaparece bajo el agua. Ese momento de impotencia queda marcado para siempre en el narrador, quien lo recuerda luego en otras instancias de su relato: “Hice un último esfuerzo para que Luis Rengifo alcanzara el remo, pero la mano levantada, la que pocos minutos antes había tratado de evitar que se hundieran los auriculares, se hundió en ese momento para siempre, a menos de dos metros del remo…” (p. 41).

El capítulo III finaliza con un pasaje que sirve a modo de recapitulación. En él, el narrador reflexiona sobre el accidente que acaba de sufrir, y se sorprende por el poco tiempo que ha transcurrido desde que se encontró por última vez a bordo del buque:

La última vez que Luis Rengifo me preguntó la hora, en el destructor, eran las once y media. Vi nuevamente la hora a las once y cincuenta, y todavía no había ocurrido la catástrofe. Cuando miré el reloj en la balsa, eran las doce en punto. Me pareció que hacía mucho tiempo que todo había ocurrido, pero en realidad sólo habían transcurrido diez minutos desde el instante en que vi por última vez el reloj, en la popa del destructor, y el instante en que alcancé la balsa, y traté de salvar a mis compañeros, y me quedé allí, inmóvil, de pie en la balsa, viendo el mar vacío, oyendo el cortante aullido del viento y pensando que transcurrirían por lo menos dos o tres horas antes de que vinieran a rescatarme (p. 43).

Así, vemos que todo el capítulo estuvo dedicado tan solo a los sucesos transcurridos en menos de diez minutos, que para el narrador se extendieron infinitamente. Esto pone en evidencia la percepción subjetiva del paso del tiempo que, como veremos en la siguiente sección, es uno de los temas principales del relato.