Relato de un náufrago

Relato de un náufrago 'Relato de un náufrago' y el realismo mágico

Gabriel García Márquez es considerado uno de los mayores representantes del realismo mágico, un movimiento literario que se desarrolla en Latinoamérica en la segunda mitad del siglo XX, y que cobra importancia en todo el mundo tras el boom latinoamericano que se produce a partir de 1960, cuando Europa y Estados Unidos comienzan a reparar en los escritores emergentes del continente sudamericano y a consumir masivamente sus textos literarios.

El realismo mágico, como muchos críticos y teóricos de la literatura han señalado, nace del mestizaje étnico y cultural que se produce en los países conformados sobre las excolonias europeas en Latinoamérica, y de la búsqueda de un sistema ético y estético propio, que se diferencie de la sensibilidad y la moral europeas heredadas. En un continente de naturaleza exuberante y desproporcionada para el ojo europeo, el realismo mágico propone la visión de una Latinoamérica donde los elementos inexplicables, desmesurados e incluso sobrenaturales se integran con naturalidad a la vida cotidiana de sus habitantes. En resumidas cuentas, lo que plantea dicho movimiento literario es la naturalización de lo portentoso dentro de lo cotidiano.

El propio García Márquez, en una entrevista que le realizan en 1993, expresa que la vida cotidiana de América Latina demuestra que la realidad está atravesada por cosas extraordinarias, e indica que basta tan solo con abrir los periódicos para encontrar casos reales que bien podrían compararse con las historias ficcionales que presenta el realismo mágico.

Una de las obras más famosas producidas dentro de la corriente del realismo mágico literario es, sin lugar a dudas, Cien años de soledad, publicada en 1967, obra que catapulta a García Márquez a la fama internacional. Es, como se ha dicho en el análisis de esta guía, gracias a dicha fama que los editores del escritor colombiano proponen volver a publicar, ahora en formato libro, el relato de Luis Alejandro Velasco que García Márquez había escrito en 1955 y que se había publicado como folletín.

Si bien Relato de un náufrago es una crónica periodística, y los hechos que se presentan son reales, es innegable que en su estilo y en la presentación de ciertos hechos ya puede leerse el germen del realismo mágico. A lo largo de toda la historia de Velasco, es fácil comprobar cómo el narrador naturaliza los hechos extraños que le suceden en el mar, y en ningún momento trata de explicarlos, sino que simplemente los integra como experiencias genuinas de su periplo.

En su primer día, solo en el Mar Caribe, Velasco escucha en el viento la voz de su amigo, Luis Rengifo: "La brisa continuaba ululando y, por encima del ulular de la brisa, yo continuaba oyendo la voz de Luis Rengifo: “Gordo, reme para este lado” (p. 48). En vez de preguntarse cómo puede escuchar esta voz, dado Rengifo se había ahogado, Velasco señala: “Yo sabía que cuado el viento aúlla en el mar, cuando las olas se rompen contra los acantilados, uno sigue oyendo las voces que recuerda. Y las sigue oyendo con enloquecedora persistencia: ‘Gordo, rema para este lado’” (p. 48). Con el paso de los días, la línea entre la realidad y la ilusión se torna cada vez más tenue para el narrador. Cada noche, Velasco comienza a ver a uno de sus amigos, Jaime Manjarrés, haciéndole compañía en la balsa: "Entonces fue cuando vi, sentado en la cubierta del destructor, al marinero Jaime Manjarrés, que me mostraba con el índice la dirección del puerto. Jaime Manjarrés, bogotano, es uno de mis amigos más antiguos en la marina" (p. 68). Aunque al principio Velasco indica que esta visión aparece como un sueño, luego comienza a sucederle en la vigilia:

… antes del amanecer se oscureció el cielo. No pude dormir más porque me sentía agotado, incluso para dormir. En medio de las tinieblas dejé de ver el otro extremo de la balsa. Pero seguí mirando hacia la oscuridad, tratando de penetrarla. Entonces fue cuando vi perfectamente, en el extremo de la borda, a Jaime Manjarrés, sentado, con su uniforme de trabajo (...). —Hola —le dije sin sobresaltarme. Seguro de que Jaime Manjarrés estaba allí. Seguro de que allí había estado siempre. (...) [Sé] que estaba completamente despierto, completamente lúcido, y que oía el silbido del viento y el ruido del mar sobre mi cabeza. Sentía el hambre y la sed. Y no me cabía la menor duda de que Jaime Manjarrés viajaba conmigo en la balsa (p. 68).

Velasco naturaliza la presencia de Jaime, no solo en el momento en el que este se aparece, sino también cuando le cuenta su historia a García Márquez. Incluso llega a explicarle al periodista que no se trata de una aparición, sino de algo natural, algo que sucedía, sin más, y que no tiene sentido querer explicar.

Las alucinaciones se vuelven cada vez más cotidianas a medida que Velasco se debilita. Al final del viaje, el marinero incluso desiste de nadar en dirección hacia su propia salvación, puesto que por un momento confunde la tierra firme con una aparición. En otras ocasiones, con los ojos abiertos, en medio del mar, Velasco ve palmeras sobre la barca, y señala que son demasiado nítidas como para ser reales, pero no le da más importancia al asunto.

Con todo ello, está claro que el relato de Velasco compone lo que para García Márquez señala la singularidad de América Latina: en sus latitudes, las cosas más extraordinarias están a la orden del día y componen la realidad cotidiana de sus habitantes, algo que el realismo mágico trata de reflejar en la literatura.