Poemas de William Blake

Poemas de William Blake Resumen y Análisis Poemas sobre la infancia

Resumen

En esta sección, a partir de cinco poemas representativos, analizaremos la producción poética de William Blake que gira en torno a la infancia.

Canción de cuna

En segunda persona del singular, la madre les pide a los dulces sueños que creen una sombra en la cabeza de su niño, que le tejan una corona y se inclinen sobre él. Luego, cuenta que alrededor suyo están volando sonrisas de madre que llenan la noche de encanto. Después, se dirige a los lamentos y les pide que no ahuyenten el sueño. A continuación, la madre le dice al niño que en su carita ve la imagen sagrada, y que así como él llora, lloró por todos el creador cuando era un pequeño niño. Luego, le asegura que verá por siempre la imagen del creador, aquel que les sonríe a todos, aquel que se tornó niño. Finalmente, afirma que las sonrisas de los pequeños son las sonrisas del creador y conducen al cielo y la tierra hacia la paz.

Este poema consta de ocho estrofas de cuatro versos pentasílabos. La rima original es consonante. Ni la métrica ni la rima se mantienen en la traducción con la que trabajamos en este guía.

El pequeño niño perdido

"El pequeño niño perdido" aparece, junto a "El pequeño niño encontrado", en Canciones de inocencia, de manera consecutiva. Juntos narran el comienzo y el final de la misma historia.

En “El pequeño niño perdido”, el niño le pregunta a su padre a dónde va. Le pide que no camine tan deprisa y que le hable o, caso contrario, se perderá. Después, el yo lírico toma la voz y cuenta en pretérito que la noche era muy negra y que el padre no estaba allí. El niño se perdió en el cenagal.

El pequeño niño encontrado

En “El pequeño niño encontrado”, el yo lírico dice que el niño estaba llorando en el cenagal cuando se le apareció su Creador, vestido de blanco cual su padre. El Creador besó al pequeñuelo y lo llevó a donde estaba su madre.

Estos dos poemas constan de dos estrofas de cuatro versos. La métrica es libre y la rima original, consonante y asonante. En la traducción no se mantiene la rima.

El escolar

En primera persona del singular, el escolar cuenta que ama levantarse en las mañanas de verano cuando las aves cantan y el cazador llama con su cuerno. Sin embargo, la obligación de ir a la escuela lo priva de toda alegría. El escolar afirma que él y los otros pequeños pasan los días bajo miradas crueles y cansadas, entre congojas y suspiros. Él siente un profundo desánimo mientras está en la escuela. Está ansioso y no encuentra placer en los libros ni en el saber. El escolar se pregunta entonces cómo puede el ave nacida para gozar vivir en la jaula y cantar, y qué puede hacer el niño apenado entonces sino replegar sus alas y olvidar su joven primavera. Luego, se dirige a sus padres. Les pregunta cómo se elevará el verano alegremente y engendrará sus frutos si los capullos se hielan y el viento se lleva las flores; y cómo bendecirán el año cuando aparezcan las tormentas de invierno si los árboles tiernos se desnudan de su gozo primaveral.

Este poema consta de seis estrofas de cinco versos. La métrica es libre y la rima original, consonante. En la traducción no se mantiene la rima.

Júbilo del niño

En primera persona del singular, el niño cuenta que existe sin tener nombre, ya que nació hace solo dos días. Luego dice que lo deberían llamar Feliz o Alegría debido a que su vida es puro goce.

Este poema consta de dos estrofas de seis versos. La métrica es irregular y la rima, consonante. En la traducción no se mantiene la rima.

Canción del aya (de Cantares de experiencia)

El aya (sinónimo de niñera) afirma que cuando oye las voces de los niños en el prado y hay susurros en el valle rememora los días de su juventud, y entonces su rostro se vuelve pálido. Luego, en presente y en segunda persona del plural, invita a su casa a los niños, ya que ha llegado la noche. Les dice que la primavera se les ha ido en juegos y el invierno y la noche, en disfraces.

Este poema consta de dos estrofas de cuatro versos. La métrica es irregular y la rima, libre.

Análisis

En la poesía de William Blake, la infancia es presentada como un estado de absoluta pureza. Toda la alegría y el amor que necesitan las personas para vivir en unidad consigo mismas, con Dios, con la naturaleza y con el prójimo, están intactas en la infancia. Para Blake, los seres humanos, de manera innata, tenemos todo lo que precisamos para vivir en plenitud espiritual y física. Pero, entonces, ¿qué pasa después? ¿En qué momento los niños pierden esa unidad y se adentran en el egoísmo y la miseria? ¿Por qué se alejan del amor y se sumen en la tristeza? El pequeño escolar tiene su opinión al respecto:

Amo levantarme en una mañana de estío
Cuando las aves cantan en todos los árboles

(…)

Pero ir a la escuela en una mañana de estío,
¡Oh!, me priva de toda alegría.

(…)

¡Oh!, padre y madre, si los capullos se hielan
Y el viento lleva las flores,

(…)

¿Cómo se elevará el verano alegremente
Y engendrará sus frutos? (“El escolar”, pp. 107-109).

Para Blake, la felicidad y la plenitud infantil se pierden por culpa del restrictivo mundo adulto. El ser humano nace sabiendo ser feliz, pero al entrar en contacto con la ley adulta, racional, lo desaprende. Se aleja de su cuerpo, pierde las mañanas de estío, se hiela. En toda su poesía, ya sea amorosa, religiosa o ligada a cuestiones sociales, Blake postula a la libertad como aquello que nos permite mantener la dicha innata. Al perder la libertad, nos alejamos de nosotros mismos, nos perdemos a nosotros mismos.

Para mantener la felicidad, el escolar debería levantarse y disfrutar libremente del canto de los pájaros en lugar de estar encerrado aprehendiendo el mundo a través de un libro. El escolar sabe que si no vive alegremente su verano, no engendrará frutos en su invierno. Sabe que su espíritu se secará y que quedará atrapado en la desdicha. Por eso les ruega a sus padres que lo dejen disfrutar de la naturaleza y no lo encierran. Sabe que gozar en las mañanas de estío no es un mero pasatiempo, sino su modo de mantener la dicha. Pero los adultos no piensan igual. Ellos ya han perdido la libertad y la dicha definitivamente, hace muchísimo tiempo, a manos de otros adultos. Para ellos, el goce sensorial no tiene valor alguno. Lo que importa es la razón y, para fomentar la razón, entre otras cosas, se debe ir a la escuela. De esta manera, ellos sacan a los niños de su mundo luminoso y los pierden en la oscuridad:

«Padre, padre, ¿adónde vas?
No camines tan deprisa.
Habla, padre, a tu pequeño,
Que si no estaré perdido.»

Era la noche muy negra y el padre no estaba allí (“El pequeño niño perdido”, p. 49).

Tal como vemos en el poema citado, son los mismos padres quienes extravían el cuerpo y el espíritu de los niños. Entonces, si aquellos que deben protegerlos y ayudarlos a mantener la dicha, son los principales culpables de que la pierdan, ¿hay alguna posibilidad de rescate? ¿Quién puede salvar la pureza y la dicha de los infantes?

El pequeño niño perdido en el cenagal,
Guiado por la luz errante,
Lloraba; mas su Creador, siempre cerca,
Apareció, cual su padre, vestido de blanco.

Besó al pequeñuelo, le tomó la mano,
Lo llevó a su madre (“El pequeño niño encontrado”, p. 49).

Aquí, Blake cuenta la historia de un niño que, al perder materialmente a su padre terrenal, se encuentra con su verdadero padre, Dios, y mediante su intervención, salva su cuerpo y su alma de la perdición espiritual a la que está siendo conducido. Recordemos que, como hemos visto en el análisis de sus poemas religiosos, para Blake todos somos parte de una unidad universal que ha sido creada por Dios. Nosotros mismos, al formar parte de esa unidad divina, somos Dios. El problema es que el mundo adulto pone a la razón en el lugar del creador e impone así una religiosidad antinatural y restrictiva que nos hace separarnos de nuestra divinidad. Los niños, al no haber entrado definitivamente en la oscuridad (en el cenagal) de la adultez, mantienen todo lo que necesitan para estar dentro de esa unidad. Tienen, incluso, a Dios cuidándoles las espaldas.

Otra cosa que es interesante de este poema es la aparición de la figura materna. En general, Blake no coloca a las mujeres o las madres en un plano diferencial en lo que se refiere a los padres. Hombres y mujeres adultos suelen ser presentados de la misma manera, como víctimas y victimarios del imperio racional. Sin embargo, en este poema, Dios decide entregarle el niño perdido a la madre. De acuerdo a cierta parte de la crítica, aquí Blake se está refiriendo metafóricamente a la naturaleza. Es decir, Dios salva al niño del humano adulto y lo entrega a la tierra (que, como hemos visto en “El escolar”, protege y salva a los niños). Si bien esta lectura crítica tiene sustento, se debe tener en cuenta este no es el único poema en el que la madre tiene una relación armónica con el hijo. Veamos por ejemplo lo que sucede en “Canción de cuna”:

Duerme, duerme, feliz niño,
Toda la creación durmió y sonrió;
Duerme, duerme; feliz duerme,
Mientras por ti tu madre llora.

Dulce niño, en tu carita
La imagen sagrada veo.
Dulce niño, igual que tú
Lloró por mí tu creador (pp. 51-53).

Aquí, la madre y el niño están en plena comunión espiritual. En la poesía de Blake, la madre material no necesariamente está fuera de la unidad universal, sino que gracias a la conexión con su hijo puede entrar en armonía con el todo. En “Canción de cuna”, la madre y el niño están unidos a Dios. Al igual que en el poema “El cordero”, que analizamos en la sección dedicada a los poemas religiosos, en este poema Blake arma una sagrada trinidad entre dos sujetos terrenales y Dios. El padre terrenal, representante de la ley racional, no tiene lugar en este espacio de conexión pura y sensible. La madre sí tiene la capacidad de estar junto al bebé sin romper la armonía establecida por el creador, por lo menos cuando este es un recién nacido, cuando la pureza infantil está en su punto más alto y aún no se ha corrompido en lo más mínimo por la razón.

Ahora bien, ¿cuánto puede durar ese estado de pureza absoluto? En “Júbilo del niño”, el recién nacido dice:

«Soy sin nombre:
Llevo dos días de vida.»
¿Cómo habremos de llamarte?
«Feliz soy,
Alegría es mi nombre» (p. 63).

Para mantener la felicidad pura, el niño debe mantenerse fuera de la legalidad racional humana. Dicha legalidad comienza en el momento en el que el niño es nombrado. Tener un nombre es la entrada a la sociedad adulta y racional. En “Júbilo del niño”, nuevamente, Blake propone al estado natural y salvaje como la salvación espiritual. Mientras los padres del bebé se preguntan qué nombre deben ponerle (de qué forma integrarlo al mundo racional), el bebé prefiere mantenerse fuera del sistema adulto, propone no tener un nombre definitivo, no ser un nombre, un concepto, un rótulo, sino una sensación. Por supuesto, el bebé será nombrado y así, inevitablemente, comenzará a perder su pureza.

Para concluir, veamos un poema en el que esa pureza infantil ya ha desaparecido completamente. “Canción del aya” tiene una primera versión, incluida en Canciones de inocencia, y una segunda, escrita cinco años después e incluida en Cantares de experiencia. En la primera versión, el aya (mujer encargada de cuidar a los niños) tiene una relación armónica con los infantes a los que cuida. Los protege mientras juegan en las colinas y, cuando se pone el sol, los convida a pasar a su casa. Los niños le ruegan que los deje jugar un rato más y ríen, y las colinas responden en eco a dichas risas. En ese primer poema, la naturaleza es parte de la armonía entre el aya y los niños. En la segunda versión de “Canción del aya”, las cosas han cambiado. Cuando se pone el sol, los llama de este modo:

Entonces, venid a casa niños míos, se ha puesto el sol
Y el rocío de la noche se levanta;
Vuestras primaveras, vuestros días, se han consumido en juego,
Vuestro invierno, vuestra noche, en disfraces (p. 85).

Los niños ya han consumido su infancia jugando y ahora pierden su edad adulta (su invierno, su noche) en disfraces, en falsedades.

Para Blake, los infantes llegan al mundo desprovistos de cualquier disfraz. Son pura verdad y esencia. Sin embargo, con el paso de los años, los disfraces los van consumiendo: el niño salvaje y puro adquiere un nombre, luego debe disfrazarse de escolar, después debe seguir los pasos de su padre, finalmente debe abandonar el juego y someterse a la mascarada de la vida adulta y racional.

Cabe destacar que esta idea de Blake, de que la infancia es un paraíso perdido y los niños son expulsados de allí por la ley adulta y racional, es sumamente importante dentro del Romanticismo. Además de William Blake, los alemanes Friedrich Hölderlin y Johann Wolfgang von Goethe, y el poeta británico William Wordsworth, son algunos de los escritores románticos más destacados que han trabajado esta idea en su obra. El poema “A la naturaleza”, de Hölderlin, la novela Las penas del joven Werther, de Goethe, y el poema “Mi corazón salta”, de Wordsworth, son tres obras claves al respecto. En este último poema se encuentra el famoso verso que dice: “El niño es padre del hombre”.