Poemas de Alejandra Pizarnik

Poemas de Alejandra Pizarnik Temas

La muerte

Este es el tema más importante de la obra de Pizarnik. En la mayoría de sus poemas, la muerte aparece como tema central, y a veces lo hace en profunda conexión con otros temas: la infancia, el amor, el sinsentido de la existencia.

Aunque hay que tener en cuenta que la vida de la autora no debe confundirse con su obra, en este caso es muy difícil distinguir la voz poética de la de Pizarnik. Además de llamarse a sí misma “alejandra”, como en “La enamorada”, la voz poética aparece siempre en primera persona, siempre es mujer y siempre toca los temas que obsesionaron a Pizarnik durante el transcurso de su vida. La obsesión por la muerte, de la que habla la voz poética, es la obsesión por la muerte que tenía Pizarnik, quien terminó suicidándose a los 36 años.

Precisamente, la muerte aparece en muchos de los poemas relacionada con el suicidio, como en “La última inocencia”, donde la voz poética se exige a sí misma partir hacia la muerte.

Por otro lado, en los poemas que tratan sobre el sinsentido de la existencia, la muerte aparece como la salvación ante el vacío. Por ejemplo, en el poema “Siempre”, en el que la voz poética está cansada de vivir por vivir, al final la voz poética afirma que está a la espera de “la otra la gran muerte/ dulce morada para tanto cansancio” (p.63).

En los poemas relativos a la infancia, la muerte aparece como algo inevitable que destroza la inocencia de la niña. No es que la niña muere, sino que algo muere dentro de ella, y se instala en su cuerpo, como si estuviera poseída por ella. Esto se ve claramente en el poema “La danza inmóvil”, que termina afirmando que el cielo tiene el color de la infancia muerta.

El sinsentido de la existencia

En gran parte de los poemas de Pizarnik, la voz poética se refiere a la vida como algo absurdo, repetitivo, agotador. La existencia no tiene sentido al punto de que la voz poética se lamenta por no poder evitarla: “esta lúgubre manía de vivir/ esta recóndita humorada de vivir/ te arrastra alejandra no lo niegues” (“La enamorada”, p.53). Vivir es una manía, un tic, un chiste. Por eso, la muerte es una salvación.

Uno de los recursos que utiliza Pizarnik para abordar este tema es la repetición. Esto puede verse en los poemas “Vagar en lo opaco” y “Siempre”, en los que casi todos los versos comienzan con las mismas palabras: “mis pupilas” en “Vagar en lo opaco” y “Cansada” en “Siempre”. A través de esa repetición, la voz poética va transmitiendo la sensación de que, precisamente, vivir es repetitivo, que no hay ningún lugar hacia donde ir, que no hay nada por sentir. En “Vagar en lo opaco”, las pupilas son un “disco rayado”; ven siempre lo mismo. En “Siempre”, la voz poética está cansada de sus pies, que solo saben caminar.

Al no tener sentido la existencia, la voz poética siente que está totalmente vacía. A diferencia de “los otros” (así llama la voz poética a la gente que vive normalmente), que tienen proyectos y amores, ella no tiene nada. Por eso, en “Exilio” llega a considerarse un ángel, es decir, alguien sin edad, sin vida real, sin piedad por sí misma. También por eso, en “La enamorada”, escribe su nombre en minúscula: porque no puede tener un nombre propio, escrito en mayúscula, alguien que no tiene vida. Se llama "alejandra", en minúscula, como si su nombre fuera un sustantivo común que nombra una cosa.

La infancia

La infancia es, en la obra de Pizarnik, el momento en el que comienza a destrozarse la vida. No hay felicidad posible en la infancia porque la muerte aparece para matar la inocencia, la libertad de la niña.

El poema llamado, precisamente, “Infancia” comienza describiendo esa edad desde la ternura y la ingenuidad pero, de repente, la voz poética afirma que alguien entra en la muerte “como Alicia en el país de lo ya visto” (p.176). En contraposición de Alicia que, en el País de las Maravillas, entra en un agujero para descubrir un lugar, justamente, maravilloso, en los poemas de Pizarnik los niños descubren la muerte.

La vida, en los poemas de Pizarnik, está compuesta de pequeñas inocencias que mantienen la ilusión de vivir (por eso en “La última inocencia” se pierde todo y la voz se invita al suicidio). Es en la infancia cuando se pierde la primera inocencia y, a partir de allí, algo maligno, como si fuera un demonio, se instala en el cuerpo de la niña y, como dice en el poema “La danza inmóvil”, de muerte comienza a tejerse cada instante de la vida.

Además, la infancia en la obra de Pizarnik es totalmente solitaria. No se nombra a los padres ni hay amigos. Lo único que tiene esa niña en su soledad es su propia tristeza y oscuridad. El poema “A la espera de la oscuridad” muestra a la niña esperando, precisamente, el momento en el que llega la oscuridad, para adoptarlo como si fuera una mascota. La única compañía que puede tener la niña oscura (llamada “pequeña estatua de terror” en ese mismo poema) es la de la oscuridad. Solamente con ella puede compartir sus sentimientos y, como se ve al final del poema, ni siquiera lo logra, ya que la oscuridad también huye de ella.

El amor

En la poesía de Pizarnik, el amor aparece de una manera muy diferente a como suele aparecer tradicionalmente en el género: aquí no hay un amado, ni sufrimiento por el abandono de nadie, ni descripciones sobre la unión erótica de los cuerpos. La voz poética de Pizarnik no puede amar a otra persona ni tampoco es amada. Entonces ¿cómo aparece el amor en su obra?

“Siniestro delirio amar a una sombra/ La sombra no muere/ Y mi amor/ sólo abraza a lo que fluye/ como lava del infierno” (“Exilio”, p.79). La voz poética que pertenece a una mujer que siente que no existe, que vive rodeada por la nada, solamente puede amar a aquello que no existe, precisamente, a la nada: una sombra que se escapa. Como dijimos antes, no hay nadie que abandone a la voz poética, excepto la nada misma. Ese abandono la deja llena de dolor (el dolor de abrazar “lava del infierno”). En "Mendiga voz", la voz poética comienza afirmando que aún puede amar, pero lo que ama no es una persona, sino "el sonido de la luz en una hora muerta/ el color del tiempo en un muro abandonado" (p.206).

Del mismo modo, en “A la espera de la oscuridad”, vemos que la niña espera que llegue el instante de oscuridad para abrazarlo y darle su amor. Se trata de un amor infantil que también se posa en la nada, en lo que fluye, en un instante que, al final del poema, por supuesto, la abandona.

Por otro lado, cuando el amor aparece en relación a otra persona y no una sombra, es una farsa. La voz poética de Pizarnik se burla del amor, lo describe como una idea vacía, llena de gestos imitados. Así, en “La enamorada” se ríe de ella misma al describirse como una mujer que desea estar con su amado. Dice: “enviarás mensajes sonreirás/ tremolarás tus manos así volverá/ tu amado tan amado” (p.53). Todo esto está dicho con ironía: la voz poética se burla de lo que se supone que debe hacer una “enamorada”. El amor como una repetición absurda también aparece en “El despertar”, donde la voz poética habla de “Las gesticulaciones que remedan el amor” (p.93). De nuevo: no hay amor verdadero, sino gestos que imitan lo que se supone que es el amor.

El poema "Presencia" es una excepción en la obra de Pizarnik: la voz poética le habla en segunda persona a alguien que, con su voz, con su lenguaje, puede rescatarla del encierro en ella misma. Aquí, quizás por única vez en la obra de Pizarnik, el amor interpersonal encuentra su existencia, sin pesimismo ni burla.

El lenguaje

En el desarrollo de su obra, Pizarnik tiene una preocupación fundamental por poder expresar sus sentimientos más complejos y oscuros a través de palabras exactas y claras. El lenguaje es, por lo tanto, un tema en su obra, ya que se pone a prueba su poder: ¿es capaz el lenguaje de transmitir con claridad los sentimientos más oscuros?

El poema más importante en relación a este tema es el “13”, de Árbol de Diana: “explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco llevándome” (p.115). La voz poética se plantea a sí misma el tema del lenguaje como un desafío: ¿podré explicar con palabras de este mundo algo que sale de adentro mío y me lleva a otro mundo?

El lenguaje en Pizarnik, entonces, tiene una misión que cumplir y, por lo tanto, tiene vida propia. La voz poética, en varios de los poemas, habla sobre las palabras como algo independiente a ella, una fuerza mágica que ella no controla. Incluso, se podría decir que Pizarnik dedicó su vida de poeta a intentar controlar esas palabras y unirlas con lo que quería expresar.

Esa vida propia del lenguaje y la imposibilidad de utilizarlo para transmitir la profundidad de sus sentimientos se ve claramente en “Hija del viento” cuando, sobre el final del poema, luego de describir su soledad, la voz poética afirma: “Pero hace tanta soledad/ que las palabras se suicidan” (p.77). También se puede ver esto en el primer verso del poema “Siempre”: “Cansada del estruendo mágico de las vocales” (p.63). Las palabras tienen magia propia y, aunque la voz poética esté cansada de ellas, ellas se imponen y siguen sonando.

En relación a esto, y para concluir, hay una frase que Pizarnik utiliza para hablar de Octavio Paz y que define muy bien su propio trabajo con el tema del lenguaje, su propio problema a resolver. Dice: “No puede decir, no puede no decir” (2019).

La soledad

En todos los poemas de Pizarnik, la voz poética está sola, alejada de los otros como si fuera totalmente imposible entrar en contacto con ellos. Esta soledad aparece ya en los poemas relacionados con la infancia. El más importante, en este sentido, es “Hija del viento”, que ya desde el título indica que la voz poética ni siquiera tiene padres; nació del viento, o sea, de algo fugaz, que se fue y la dejó sola en el mundo. Sin embargo, así como en “Exilio” la voz poética afirma que solamente puede amar a aquello que es fugaz, en “Hija del viento” también aparece esta relación de amor con la soledad. Dice: “Pero tú alimentas al miedo/ y a la soledad/ como dos animales pequeños/ perdidos en el desierto” (p.77).

La soledad tiene, entonces, un doble papel: por un lado, hace sufrir a la voz poética; por otro, es la única compañía que ella siente posible. Lo mismo se ve en “A la espera de la oscuridad”, donde la voz poética intenta adoptar y abrazar el instante de oscuridad. Ahora bien, ¿por qué no puede entrar en contacto con las otras personas?

Por un lado, la voz poética se siente juzgada por las otras personas, como se ve claramente en “La última inocencia”: “deshacerse de las miradas/ piedras opresoras” (p.61). Por otro lado, las otras personas parecen pertenecer a otro plano de la realidad, como se ve en “Exilio” donde ella se considera a sí misma un ángel que ama a una sombra, mientras sobre los otros se pregunta: “¿Y quién no tiene un amor?/ ¿Y quién no goza entre amapolas?” (p.79).

Es importante destacar que a la voz poética el acto de vivir le parece una “humorada”, algo ridículo. Entonces, ¿cómo poder compartir cualquier experiencia de la vida si no se cree en ella? El poema “La enamorada” deja esto bien claro: si la voz poética se burla de la idea del amor, ¿cómo puede vivirlo junto a alguien?

El suicidio

Naturalmente asociado al tema de la muerte, aparece el del suicidio: la voz poética se siente constantemente atraída por la idea de la muerte, ya que la considera un descanso de tanta vida absurda. Por eso persigue la idea del suicidio. Pero entonces, ¿qué retiene a la voz poética de cometer suicidio si, en definitiva, es una acción que depende enteramente de ella?

La respuesta a esa pregunta la da ella misma en varios poemas. En “La enamorada” dice: “esta recóndita humorada de vivir/ te arrastra alejandra no lo niegues” (p.53). Mientras que en “El despertar”, tras preguntarse: “¿Cómo no me suicido frente a un espejo/ y desaparezco para reaparecer en el mar/ donde un gran barco esperaría/ con las luces encendidas?” (p.94), se responde: “Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo/ porque aún no les enseñaron/ que ya es demasiado tarde” (p.94).

Es decir, si bien el suicidio atraviesa a la voz poética, el instinto de seguir viviendo la arrastra. El poema “La última inocencia” es el más claro de todos al respecto. La voz poética, desde el principio, se insta a “Partir/ en cuerpo y alma/ partir” (p.61), y, sin embargo, algo la retiene, tanto que al final del poema la voz poética se enoja consigo misma y se ordena: “Pero arremete, ¡viajera!” (p.61).

Aunque no son versos publicados, lo último que escribió Alejandra Pizarnik antes de suicidarse demuestra que este tema no era fundamental solamente para la voz poética, sino también para la vida real su autora: “no quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo”.