Luciérnagas

Luciérnagas Resumen y Análisis Segunda parte, Capítulos IV-VI

Resumen

Capítulo IV

Este capítulo, que comienza cuando Pablo llega a la casa en el momento en el que muere Daniel, está centrado en la vida de Pablo. La imagen de las escaleras del portal dan lugar a una revisión de su vida: las odia porque le recuerdan su dura infancia. Desde temprana edad, debido a la incapacidad de su padre enfermo, Pablo debe comenzar a trabajar en el matadero. Los pocos recuerdos felices de esa infancia perdida se vinculan a los paseos y charlas con el padre, con quien comparte la afición por el latín y el estudio, a pesar de no tener notas brillantes en la academia, y por el pasatiempo de juntar insectos y catalogarlos en una caja. Como sabía que la carrera de ciencias era cara y larga, decide estudiar para ser maestro normal, y lo hace mientras trabaja. Su agotadora vida de estudiante y múltiple trabajador, dado que además del matadero trabaja en el despacho de un bazar y lleva los libros comerciales de algunas tiendas del barrio, contrasta con el bienestar económico de sus compañeros, por los que siente profundo rencor.

Cuando consigue graduarse, es destinado a desempeñarse como maestro en un pequeño pueblo entre las montañas, poblado por aldeanos recelosos y poco hospitalarios. Allí conoce a la mujer del herrero, que tiene un hijo ciego y tonto de siete años; según los vecinos, castigo divino por los malos deseos de la madre. Ella le pide que le enseñe a hablar al niño. Un día en que él accede a verlo, ella aprovecha para besarlo vorazmente. Él sale de allí con asco y desesperanza. Pero, luego, comienza a frecuentarla, con culpa y temor a acostumbrarse a aquello que siente tan vacío. Empieza, entonces, a beber y su vida se torna cada vez más angustiante. Hasta que una tarde, lee en el diario que hay concursos de traslado para una escuela en la provincia de Badajoz y decide presentarse al concurso.

Pablo consigue la vacante y se muda al nuevo destino. Al llegar, tiene la esperanza de poder mudar a su padre allí, a ese pueblo de jornaleros habitantes de casas de adobe y de fincas, propiedad de un conde ausente y al cuidado del gerente de la fábrica de conservas del lugar. Allí, entre esos hombres pobres, él también lo es y lamenta no tener amigos, hasta que conoce a Antón, un ex soldado de la guerra de África, anarquista y dueño de la taberna del pueblo, lugar donde se reúnen los trabajadores fabriles y los jornaleros de la finca. Las lecturas de la Biblia de Pablo comienzan ahora a intercalarse con las del anarquista ruso Pedro Kropotkin, que le son provistas por Antón, y comienza a pronunciar en la taberna encendidos discursos de protesta y rebeldía frente a un público de vecinos que creen en él, aunque él mismo se tiene poca fe.

Un día, frente a ciertas injusticias repetidas, estalla la tensión en la fábrica y comienza la huelga. Varios trabajadores son despedidos y la situación termina con la captura, el 17 de julio de 1936, de doce hombres acusados del asesinato de Pascual Menéndez, el gerente, que aparece colgado en un poste con un mendrugo de pan en la boca. Esa noche, Pablo y Antón escuchan en la radio las noticias sobre el golpe de estado y esto les da energía para organizar prontamente un grupo de hombres y asaltar la cárcel para liberar a los detenidos, asesinar a los guardias y despojarlos de sus pertenencias. Tienen el apoyo y acompañamiento de todo el pueblo trabajador que, envalentonado, sale a matar a todo aquel que detente algún tipo de poder sobre el pueblo. Pablo asesina al cura, al hijo del alcalde, a la esposa del dueño del molino y siente, en ese momento, que está terminando con cuentas pendientes.

En este punto, la narración de la vida pasada de Pablo se detiene y se lo muestra ingresando a la casa, entre sirenas cada vez más estruendosas. Al distinguir a Cristián y Sol, lo invade el desprecio. Cristián le comunica que Daniel está agonizando y que tal vez ya esté muerto.

Capítulo V

Sol le comenta a Cristián su desconcierto ante la presencia de Pablo, para ella el prototipo de hombre de uniforme que está acostumbrada a ver en las calles, dado que no parece un hermano suyo. Cristián, a pesar del desprecio que siente por su hermano, se ofende ante el comentario, porque siente que ella no puede entender a gente como ellos, dado que sus mundos son y fueron siempre distintos. Sol, ante las palabras de Cristián, también siente que es diferente, que no hay lugar para ella en el mundo, como sí lo hay para otros seres hermanados en el dolor.

En aquel momento, Pablo llama a Cristián desde adentro, y ella queda sola en las escaleras, escuchando los estampidos cada vez más potentes que provienen del exterior. Un fuerte temblor la hace ir en busca de Cristián y, entre penumbras, ve cómo los hermanos visten el cadáver del más pequeño. De improviso, entra Chano, y Cristián le informa que su amigo está muerto. Chano les cuenta que Eduardo quizás también esté muerto, que ha quedado junto a un depósito de gasolina y no sabe su estado. Sol insiste con preguntas sobre el estado de su hermano, y Chano le dice que lo ha perdido, que tal vez lo ha alcanzado la metralla, que ha visto a un hombre tirado, pero no sabe.

Pablo echa a Chano del sitio y le dice que vuelva al día siguiente, para el entierro. Esta imagen del entierro lo horroriza y sale corriendo de la casa. Cristián se acerca a Sol, sintiendo que algo los une para siempre, la abraza y la conduce afuera del cuarto. Luego de un momento en el que se siente paralizada, ella intenta seguir a Chano para volver a preguntar sobre la ubicación de Eduardo, pero lo pierde de vista.

De repente, una bomba cae sobre la casa, llena todo de humo y polvo, y arranca la buhardilla y el último piso. Sol y Cristián ruedan escaleras abajo y quedan inconscientes en el silencio que, de pronto, lo invade todo.

Capítulo VI

Cristián, con el traje roto y el cuerpo magullado, despierta y siente el peso de la cabeza de Sol en su pecho. Todo, incluso ellos, está cubierto de polvo. Cristián ayuda a la joven a levantarse y comprueba que están sanos. Entonces le dice que lo espere y va en busca de su padre y de Pablo.

Entre los escombros, encuentra a Pablo, que está aprisionado por una viga. Sus piernas están rotas a la altura de la rodilla, y el polvo que lo rodea está manchado con su sangre. Cristián consigue levantar la viga y con su camisa intenta parar el caudal de sangre que se derrama. Pablo le pide que se vaya, pero Cristián se niega a dejarlo así y promete sacarlo. Con una fuerza desmedida, lo sujeta por debajo de los brazos y comienza a arrastrarlo; afuera el ruido de motores sigue atormentándolos. Bajan los peldaños de la escalera, y Cristián siente que por primera vez logra un triunfo.

Al llegar al sótano, se les une Sol y ayuda a su nuevo amigo, que corta las cañas de las botas de Pablo. Afuera, ahora, ya no se escuchan los aviones, sino el chillido de las sirenas y motores de camiones que, seguramente, se desplazan llenos de cadáveres. Pablo, recostado, los mira sonrientes y recuerda palabras bíblicas: "Pues yo voy a morir en este país, sin atravesar el Jordán. Mientras vosotros lo pasaréis y tomaréis posesión de esa hermosa tierra" (233).

Análisis

El cuarto capítulo es el más extenso de la novela y se centra en la vida de Pablo. El narrador realiza una narración preactiva, es decir, selecciona un momento pasado de la vida del personaje y, a partir de allí, la narración va progresando de manera lineal en los acontecimientos hasta que el momento de lo narrado coincide con lo que se estaba relatando previamente. En este caso, se narra que Pablo ingresa en la casa de su familia y las escaleras del lugar lo llevan a pensar en su infancia; desde ese movimiento retrospectivo a la niñez del personaje, se relatan hechos significativos de su vida, cronológicamente, hasta su presente. Este recorrido sintético pero detallado de la vida de Pablo permite que los lectores conozcan su historia, pero, además, que puedan comprender los motivos que llevan a Pablo a ser como es. De esta forma, se narra la pérdida de su infancia en pos de tener que trabajar para el sustento familiar, la orfandad materna, el sufrimiento que le acarrea la enfermedad paterna, el esfuerzo para convertirse en maestro, la soledad y el desinterés sufridos hasta que la Biblia y el anarquismo que le es presentado por su amigo Antón lo colocan en una posición de poder ante sus vecinos.

La intertextualidad con la Biblia se presenta en la novela desde el epígrafe. El texto de Matute se abre con la siguiente frase: "Verás de frente la tierra que yo daré a los hijos de Israel: Y no entrarás en ella" (7). Esta cita pertenece al Deuteronomio, uno de los libros del Antiguo Testamento, y hace referencia a las palabras que Dios le dirige a Moisés, que está guiando al pueblo judío hacia la tierra prometida: verá esas tierras, le serán mostradas, pero no podrá ingresar. Es una frase en la que se funden pesimismo y esperanza, porque habla de la existencia de un futuro promisorio para los hijos, pero de la exclusión para Moisés. Pablo, cuando comienza a frecuentar la taberna de Antón, lee su Biblia y lee al anarquista Kropotkin y, como un Moises anárquico y revolucionario, busca guiar al pueblo, en este caso a sus vecinos, a quienes les habla con una voz que es metaforizada como un río potente que fluye sin freno y que mantiene en vilo a los trabajadores que lo escuchan "crédulos, casi niños, con toda su capacidad de fe extendida, dispuesta a darse" (199); son personas convencidas y dispuestas a comenzar la revolución.

A pesar de la escucha atenta de sus vecinos, Pablo es un hombre sin fe o esperanza en su propio futuro, tal vez porque ese cúmulo de situaciones atravesadas en su vida lo convierten en un hombre descreído y resentido. Cuando se levanta en armas y asesina a las personas que son representativas del poder en ese pueblo (el cura, la esposa del dueño del molino, el hijo del alcalde), Pablo, el vengativo, realiza un paralelismo y siente que está matando en cada una de esas personas a su pasado. Sin embargo, al final del capítulo seis, cuando sucede el bombardeo y él está malherido, ese resentimiento parece por fin cesar. Mira a su hermano y a Sol con "una sonrisa ancha, sin amargura, sin ironía" (233), sintiéndose por fin liberado: "Había logrado, al fin, el abandono completo, egoísta y feliz" (233). Y se vuelve a repetir para sí una frase de la Biblia en la que hace referencia a que ha llegado a su fin, sin atravesar el Jordán, pero que sí lo atravesarán ellos. Atravesar el río Jordán es, metafóricamente, cruzar un límite que separa lo heredado de lo nuevo que espera en la tierra prometida: un río que es limítrofe entre lo antiguo y lo que vendrá.

Cristián y Pablo no se llevan bien entre sí y se perciben distintos, se repelen. Sin embargo, cuando Sol le habla de su hermano a Cristián, este se muestra ofendido. Y trae a colación las diferencias entre Sol y él: "Pablo y yo somos iguales [...]. Mi mundo no tiene nada que ver con el tuyo" (214). En ese momento, Cristián siente que las diferencias entre Sol y él, diferencias fundadas mayormente en lo económico, son irreconciliables. Sin embargo, y a pesar de utilizar la metáfora de los mundos distintos como formas de vida diametralmente opuestas, detrás de esa frase coloca un conector adversativo y renueva la conexión con la chica: "Pero ahora estamos en el mismo barco, lo queramos o no" (214). En este momento, ellos están juntos y para poder sobrevivir al horror de la guerra y de lo que los rodea deben, como en un barco en el que los marinos reman hacia un mismo puerto, ayudarse mutuamente.

Esa conexión entre los dos, que merma con la llegada de Pablo, se restablece con fuerza cuando ingresa Chano y, al enterarse de la muerte de Daniel, informa el posible deceso de Eduardo, que paraliza a su hermana: "Cristián se acercó a Sol. Algo les unía, algo que ya nada ni nadie podría destruir Como si hubiese entre ellos el pacto de una extraña, desconocida paz" (218).