Luciérnagas

Luciérnagas Ironía

En esa larga fila para recibir alimentos en la que Sol pasa horas, ella recuerda que en la escuela le enseñaron que una persona debe comer para vivir, y no vivir para comer.

Ante el estallido de la guerra, la falta de alimento se hace cada vez más acuciante para la familia de Sol, que debe pasar horas en las largas filas para recibir alimentos y productos de limpieza personal. En esos momentos, siente que el único fin de su permanencia en las colas es seguir existiendo, sin más objetivo en la vida, algo que considera antibíblico; y recuerda, angustiada, los preceptos bíblicos aprendidos en la institución religiosa Saint-Paul, que ahora le parecen irónicos: "El hombre no debe vivir para comer, sino comer para vivir" (53).

Quienes fueron dueños de la empresa son los que reciben órdenes de sus antiguos empleados.

Luis Roda es dueño de una empresa de fundición que es tomada por sus trabajadores. Tras su asesinato, el Comité de la Fundición de Luis Roda envía una orden a la familia del señor Roda para que acojan en su casa a refugiadas madrileñas, es decir, que quienes fueron dueños terminan obedeciendo a quienes antes fueron sus subordinados.

Con el reencuentro con su amada, Cristián cree que ahora sí podrán ser felices, sin embargo, de manera inesperada una bala termina con su vida.

Hacia el final de la novela, cuando Sol y Cristián se reencuentran, aunque todavía sienten algo de miedo, están esperanzados: creen que ahora sí podrán estar juntos, felices y tranquilos. Sin embargo, la felicidad de la pareja dura muy poco: una bala que impacta sobre Cristián termina con esa imagen de familia alegre de la que él le habla solo un día antes.

Cristián pasa casi toda la guerra escondido para no ser enrolado para ir al frente y, así, evitar su muerte, sin embargo, lo mata una bala unos meses antes de la finalización de la guerra.

De los tres hermanos Borrero, Cristián es el único que se queda siempre en el interior de su casa. Tiene miedo de que lo encuentren y lo enrolen para combatir en el frente: no quiere morir en batalla. El narrador dice sobre él: "No salía de casa, porque andaban patrullas por las calles enrolando hombres para el frente. Pero no le quedaba más solución que estar allí, en la buhardilla, prisionero de la impotencia, del miedo. Muriéndose un poco cada minuto, inútilmente" (147). Es decir, que no sale porque teme ser enrolado, teme morir, pero, a la vez, esa vida inútil que lleva es comparada con morir un poco cada minuto. Cuando, al final de la novela, tiene motivos para vivir y cree estar cerca de alcanzar la felicidad, irónica y trágicamente, muere tras ser encontrado por una bala de las que tanto huye mientras se esconde en su cuarto.