Luciérnagas

Luciérnagas Citas y Análisis

A los dieciséis años salió de Saint-Paul, creyéndose el centro del mundo. Pero el mundo resultó distinto a todo lo que ella aprendió a temer o amar.

Narrador, p. 11.

Se trata de la frase con la que se abre la novela. Se refiere a Sol, la protagonista, y está compuesta por dos oraciones que contrastan ideas. Por un lado, sugiere que Sol, a los dieciséis años y al haber terminado el bachillerato, tiene plena confianza en sí misma y siente que es centro de atención y motor de su propia vida; ha logrado obtener los conocimientos que la ponen en el centro de la escena de su realidad. Por otro lado, esa confianza plena en su presente se ve inmediatamente puesta en duda por el narrador, dado que sugiere que lo que le pasa a la joven a partir de la finalización de sus estudios la hace perder toda seguridad y punto de apoyo; debe desaprender lo aprendido y aprender otra cosa porque la realidad es diferente a como se la han explicado. Esto anticipa lo que se va a narrar a partir del segundo capítulo, que está relacionado con el comienzo de la guerra y el cambio rotundo que acaece en la vida de los personajes.

Tuvo, de pronto, conciencia de que dentro de ella algo se había desquiciado, algo irremediable había sucedido que trastornaba el curso de su vida. Un mundo había concluido. Murieron los veranos junto al mar, la risa sana y brusca, la palabra «princesa», la mirada pendiente del reloj, las promesas «cuando crezcas».

Narrador, pp. 43-44.

En la novela hay varios momentos que son trascendentales para Sol. El primero de ellos se da en el momento de la muerte del padre. La guerra ha comenzado y eso la deja en una situación desconcertante, porque no entiende bien cómo las cosas cambiaron tan de pronto. Cuando su padre no regresa y se enteran de su asesinato, ella toma conciencia de que el destino que ese hombre le había prometido se borra por completo a partir de ese instante: ya no irán de viaje juntos, ya no la llamará como lo hacía, ya no cuidará de ella y todas las promesas no podrán ser cumplidas.

Tenía hambre, tenía hambre.

Narrador, p. 53.

Con la guerra, en la casa de Sol comienzan a sufrir algo que nunca en su vida habían sufrido: pasan necesidades económicas y, sobre todo, pasan hambre. No es una situación que suceda solo en la casa de Sol; es una situación que afecta a los habitantes de la ciudad en general, que deben hacer largas colas para conseguir alimentos y productos de higiene personal. Sol es una de las personas que hace esas largas colas. El narrador, entonces, para intensificar la sensación de la protagonista y dar cuenta de su veracidad, repite el sintagma "Tenía hambre".

La ciudad era ahora una ciudad distinta. Por las calles, antes limpias, se amontonaba la basura. Las gentes iban mal vestidas. Casi ningún hombre llevaba corbata.

Narrador, p. 84.

La imagen de la ciudad va cambiando a medida que avanza el relato. Barcelona se va convirtiendo, paulatinamente, en una ciudad en ruinas, diferente a cómo era antes de la guerra. En esta frase se expresa la conciencia de ese cambio en el uso de las expresiones temporales como "ahora" y "antes". En las calles ahora hay basura amontonada, lo que da cuenta del desorden y la falta de organización que diferencian a la ciudad pasada de la actual. Las personas que caminan por las calles están pasando necesidades económicas, por lo que van mal vestidas y ya no se ven hombres que visten corbata, porque no están asistiendo a trabajar los empresarios o los profesionales.

Surgía en él un ser nuevo, vagabundo, indolente, incapaz de sentir ni amor ni odio. Aquella vida a la deriva, sin porvenir ni pasado, le atraía porque no exigía nada a cambio.

Narrador, p. 86.

Eduardo Roda, el hermano de Sol, comienza a ausentarse de su casa tras la muerte del padre. Con la partida de la figura paterna, desaparecen para él las responsabilidades que tanto lo atormentan durante sus primeros años. Ya no debe cumplir con los mandatos paternos y ser el empresario exitoso y cabeza de familia que su padre aguardaba que él fuera: ahora puede vagar libremente con sus nuevos amigos, más parecidos a los pícaros de la literatura que a los caballeros. Esta nueva vida no le pide algo a cambio porque nadie espera nada de él, ni siquiera él mismo.

Hay horas mágicas, quietas y plenas, en que un hombre se siente henchido y como fuera de la tierra, en que la vida debe volcarse, perderse o ganarse, para siempre, en que todo guía, todo empuja, todo arrastra. Una fuerza desconocida, una intuición más allá de lo humano, mueve los hilos, y el hombre queda suspendido en el vacío. Sus manos y sus pies, sus ojos, sus palabras, se mueven conducidos desde no se sabe dónde, como un trágico muñeco, perdido y brillante como una estrella. Pablo vivía en esa hora, grande y desesperada, en que cada ser se juega su tierra, su pasado y su futuro: «Dios, yo quiero atravesar mi Jordán», pensó.

Narrador, p. 201.

Esta frase se relaciona con el momento preciso en el que, después de escuchar en la radio el comienzo de la guerra, el 17 de julio de 1936, Pablo se levanta y sale totalmente determinado a cumplir con su cometido, trascendental para su vida, porque de eso depende su futuro, que consiste en llevar adelante la sublevación de los pobladores contra la autoridad. Cree que es la posibilidad para lograr llegar a conocerse, a dejar de sentir rencor, a dejar de buscar venganza por la vida que en suerte le ha tocado padecer.

Tenía fragmentos subrayados en lápiz rojo y estaba manchado, como Pablo dijo, con grandes y dilatadas ronchas grasosas. «Verás de frente la tierra que yo daré a los hijos de Israel, y no entrarás en ella...».

Narrador, p. 242.

Este es el momento del legado. Antes de morir, Pablo, que ocupa su vida en buscar la tierra prometida, es decir, una razón para vivir, les deja su Biblia a Sol y Cristián. Cristián abre el libro y lee la frase que marca su destino.

Pablo muere sin cruzar el Jordán, sin ingresar a la tierra prometida, pero pudiendo mostrar a otros el camino. Al pasar el legado a Cristián, anticipa el final, cuando Cristián y Sol ven la tierra prometida, la Barcelona del fin de guerra, lugar en el que creen que podrán criar a su hijo y estar en paz. Así y todo, Cristián morirá sin "cruzar el Jordán" metafórico, sin dar el último paso.

¿Cómo podía haber atravesado tres años de dolor, sin comprender nada? Bruscamente se incorporó, los ojos le brillaban entre las sombras que rodeaban sus párpados, con una luz que su madre no conocía.

Narrador, p. 291.

Cuando Sol regresa a la casa materna en la última parte de la novela, se reencuentra con su madre y pasan un momento emotivo juntas. Ella lo entiende como fin de un ciclo: ahora la que se convertirá en madre es su hija. Y, además, ha pasado por situaciones traumáticas y ha aprendido de ellas. Sin embargo, su madre, que también sufre las consecuencias de la guerra, no parece haber modificado su parecer, dado que le plantea el deseo de que, una vez finalizado el conflicto bélico, las cosas vuelvan al orden que tenían tres años atrás. Sol se indigna: no entiende cómo después de haber pasado por todo aquello, Elena continúa pugnando por un mundo que Sol ha dejado atrás y que no quiere para su futuro hijo.

«Escóndeme aquí, Chano», me dijo; yo no sabía de quién se escondía: de los que se iban o de los que venían.

Chano, p. 300.

Chano se refiere aquí a Cristián, que le pide que lo deje esconderse en su barraca. El hecho de que Chano no sepa de quién se está escondiendo el hermano de su amigo refleja el estado de confusión que se vive en la ciudad en guerra: el momento crucial que están pasando en ese momento, con las tropas de Franco ingresando a Barcelona y las de los republicanos huyendo; el desinterés de ciertas personas, como es el caso de Chano, por lo que está sucediendo, a pesar de que influye profundamente en el devenir de sus días.

Su tierra estaba en aquel grito, su tierra fermentada bajo un sol calcáreo, reverberante, su tierra renacida, reverdecida y taladrada por la ardiente lluvia en primavera; era el vaho de la tierra al cielo, en las noches luminosas del estío. En aquel grito y en aquel hombre, que caía, rodando hacia la carretera, Sol sintió su propia vida, destruida.

Narrador, p. 311.

La novela es una búsqueda constante de la tierra prometida, que es una metáfora bíblica de búsqueda esperanzada de un lugar que brinde seguridad y confianza. En el momento en el que Cristián y Sol están, por fin, a punto de ingresar a su tierra prometida, es decir, que están comenzando una vida juntos y la conformación de una familia, una bala mata al joven. En el grito que emana de la boca de Cristián se sintetiza la forma en que esas esperanzas de Sol se desvanecen.