El enfermo imaginario

El enfermo imaginario Citas y Análisis

TOÑETA: Ese señor Fleurant y ese señor Purgón sacan buen provecho de vuestro cuerpo. Buena vaca de leche sois para ellos, y me gustaría preguntarles cuál es vuestro mal, que tantos remedios exige.

ARGÁN: Callad, ignorante; que no os corresponde a vos intervenir en las prescripciones de la medicina.

Acto I, Escena 2, p.125.

El carácter hipocondríaco de Argán lo hace convencerse de estar padeciendo numerosos y peligrosos problemas de salud. Esto, conjugado con su ignorancia en el área de la medicina, lo posiciona como un actor vulnerable frente a ciertos profesionales a los que Argán destina grandes sumas de dinero.

Toñeta, la criada de la casa, es el primer personaje en poner en palabras esta situación. Al igual que en muchas comedias españolas de la época y en la mayoría de las piezas de la commedia dell’arte y farsas de las cuales Molière extrae varios elementos, El enfermo imaginario postula a la figura del criado como poseedor de la verdad. La criada, con su desparpajo, lanza en sus parlamentos lo que muchos otros personajes no se animan a decir y, como consecuencia de esto, recibe los castigos del señor, quien a su vez la acusa de ignorante.

Los fingimientos de amor se parecen mucho a la verdad y yo he hallado en ello grandes comediantes.

Toñeta, Acto I, Escena 4, p.126.

Toñeta, la criada, realiza esta observación en conversación con Angélica, la hija del dueño de casa, quien acaba de confesar estar enamorada de un muchacho. La frase de Toñeta se articula como una advertencia a la joven, pero en la obra funciona como una suerte de revelación respecto de un hecho que tendrá lugar más adelante. Dicha revelación, sin embargo, nada tiene que ver con la relación entre Angélica y el noble Cleanto, sino más bien con Argán y Belina: como se demostrará luego, Belina finge amor por Argán cuando lo único que quiere es quedarse con su dinero.

Además de establecer un indicio, la frase de Toñeta instala en la obra una problemática en torno al amor y la mentira, dos temas que son de suma importancia en el desarrollo de esta comedia.

Estando enfermo como estoy, me convienen un yerno y unos parientes médicos, a fin de gozar de buen socorro de mis dolencias, de tener en mi familia la fuente de los remedios que me son necesarios, y de hallarme en igual caso respecto a consultas y recetas.

Argán, Acto I, Escena 5, p. 127.

La hipocondría constituye al protagonista en su carácter ensimismado, egocéntrico. En ese sentido, está claro que la percepción de Agrán está gobernada por una actitud obsesiva en torno a sí mismo y a su propia salud. Dicho carácter permite el desarrollo de uno de los conflictos principales de la trama, ya que el egocentrismo y la hipocondría del personaje lo llevan a imponer a su hija el casarse con un médico, hecho que solo traerá beneficios a él mismo, mientras echará por tierra el deseo de Angélica. Este factor será el principal conductor de la trama, en tanto varios personajes (como Toñeta o Beraldo) entrarán a escena para intentar, por varios medios, hacer desistir a Argán de su decisión, mientras que otros (como Belina) apoyarán al protagonista en sus objetivos.

He redactado contra los partidarios de la circulación sanguínea una tesis que, con permiso del señor, oso regalar a la señorita como homenaje que de las primicias de mi talento hago.

Tomás Diafoirus, Acto II, Escena 5, p.137.

Personajes como Tomás Diafoirus ofrecen en la obra una representación bastante ridícula del comportamiento, actitudes y pensamiento de los profesionales médicos de la época. Tomás se expresa en discursos llamativamente barrocos, complicados, carentes de sentido y hasta faltos de razón y sensibilidad, y lo hace en un tono pedante. El personaje en sí parece hacer carne una de las principales críticas que la obra hace a la medicina: los médicos son unos soberbios que se hacen llamar hombres de ciencia, pero que no tienen el menor sentido crítico ni empatía con sus pacientes. Ejemplo de esto es el comentario que hace Tomás acerca de la circulación de la sangre, donde además el joven demuestra desoír los avances científicos de su presente y guiarse meramente por los escritos de los antiguos. La vanidad, pretensión y egocentrismo del joven quedan aún más ridiculizados, ya que el objeto de su orgullo se sabía una idea fallida incluso entre el público de la época (en ese entonces, la circulación de la sangre ya había sido demostrada y explicada por el científico William Harvey).

ANGÉLICA: Ruín modo de hacerse amar es emplear violencia sobre la mujer.

TOMÁS: Leemos que los antiguos, señorita, tenían la costumbre de raptar por fuerza a las jóvenes con quienes deseaban casarse, arrancándolas así de casa de sus padres (...)

ANGÉLICA: Los antiguos, señor, eran los antiguos y nosotros somos nosotros. En nuestro siglo no se hacen tantos melindres y cuando un casamiento nos agrada, las mujeres sabemos ir a él sin que nos arrastren. Tened paciencia, señor. Si me amáis debéis querer cuanto yo quiera.

Acto II, Escena 6, p.140.

Cuando Argán obliga a su hija a casarse con Diafoirus, la muchacha pide aunque sea tiempo para conocerlo antes del matrimonio. El muchacho, sin embargo, no apoya su voluntad: que Argán le haya entregado su mano le parece suficiente como para concretar el casamiento.

Esto abre a una discusión en la cual Angélica defiende su posición y punto de vista. En el intercambio, Tomás y Angélica se revelan exactamente opuestos en cuanto a temas como el amor, los roles de género, el matrimonio por arreglo y los usos y costumbres de la sociedad. Angélica encarna la defensa de la propia voluntad y deseo de las mujeres en lo que respecta al amor. Tomás, por su parte, defiende la idea del matrimonio por arreglo. Se ponen así en escena dos puntos de vista contrapuestos, uno claramente relacionado con una postura conservadora y tradicional, encarnada por Tomás (quien también se aferra al pasado en cuanto a sus teorías médicas, ignorando tercamente los avances científicos), y otro más progresista, ligado a la necesidad de evoluciones sociales como resultados del paso del tiempo, representado en la joven Angélica.

TOÑETA: ¡Qué impertinencia la de pediros que les curéis! No es tal la misión de los médicos, sino recibir pensiones y recetar remedios. Y luego, que los enfermos se curen si pueden.

DIAFOIRUS: Verdad es. No estamos obligados a tratar a la gente sino según las fórmulas.

Acto II, Escena 6, p.137.

La crítica a los médicos en su calidad de profesionales atraviesa toda la obra. El diálogo citado pertenece a una escena en donde el doctor Diafoirus se revela como un profesional que deja mucho que desear: no logra responder con certeza ninguna de las preguntas de Argán sobre sus enfermedades y luego se queja explícitamente de la tendencia de los pacientes a querer volver a estar saludables: “apenas caen enfermos quieren decididamente que el médico los cure” (Acto II Escena 6), protesta el doctor. Toñeta no demora en reaccionar con un comentario irónico sobre las palabras del médico, tal como se muestra en la cita.

Por medio de diálogos como este, la obra expone su denuncia a ciertos aspectos de la medicina de su época. Esta ciencia, parecería decirnos Molière, sabe definir y clasificar las enfermedades, pero no curarlas.

¿Es posible que sigáis emperrado en vuestros boticarios y médicos y que os empeñéis en estar enfermo a pesar de la gente y de la naturaleza?

Beraldo, Acto III, Escena 3, p.146.

Beraldo es un personaje que pareciera entrar a la obra para hacerle ver la verdad al protagonista. El vínculo entre ambos (fraterno) permite al primero una cercanía con Argán de la cual no parecen gozar muchos otros personajes de la obra. Beraldo cuenta, a su vez, con la autoridad suficiente (de la que no gozan ni Toñeta ni Angélica, por ejemplo) como para permitirse aconsejar a su hermano y hasta incluso juzgarlo por su comportamiento y empujarlo a actuar de otra manera.

La frase citada evidencia cómo Beraldo no duda en decirle a Argán lo que piensa acerca de su obsesión con la enfermedad. Este personaje plantea, desde un principio, que todas las enfermedades de su hermano no son otra cosa que el resultado de una obsesión, de una voluntad, de una ilusión de Argán. A la ilusión de la enfermedad, Beraldo opone la verdad, la realidad, evidenciadas en la naturaleza: el hombre realmente no padece ningún problema de salud, y quienes lo quieren y son honestos con él pueden verlo con claridad.

¡Buen impertinente es ese Molière con sus comedias! ¡Ocurrírsele burlarse de hombres tan honrados como los médicos!

Argán, Acto III, Escena 3, p.148.

El tema de la representación o simulación cobra en la obra otra faceta cuando los personajes de Beraldo y Argán dialogan sobre Molière, es decir, sobre el autor mismo de la obra de la cual son parte. La escena es tan irónica como cómica, en tanto el nombre de Molière aparece para ser bastardeado por el protagonista de la propia obra. Asimismo, el intercambio, que se prolonga por varias líneas, pone en escena a través de la intertextualidad una crítica a la obra, en boca de uno de los personajes de esta. Molière abre así un juego que le permite responder a críticas posibles, ya que en escena pone a dos personajes a argumentar en contra y a favor de sus propias producciones. Por supuesto que esa contraposición de argumentos no es del todo equitativa: el personaje que critica las obras del autor está caracterizado por su falta de juicio y su ceguera respecto de las verdades que lo rodean, mientras que el personaje que defiende estas producciones es el portador de razón, claridad, templanza y criterio en la pieza. Molière así no solo explicita la crítica que con sus obras hace de la ciencia médica, sino que además expone argumentos que revalidan, desde el interior, a la obra misma.

¡Oh, cielos, qué infortunio, qué golpe cruel! ¡Ay! ¿Por qué he de perder a mi padre, lo único que me quedaba en el mundo?

Angélica, Acto III, Escena 13 p.156.

Argán finge su propia muerte y esto pone en primer plano el tema de la representación. En ese sentido, la simulación aparece como medio para llegar a una verdad.

La reacción de Angélica frente a la supuesta muerte de Argán revela efectivamente una verdad, que es la de la honestidad, nobleza, fidelidad de la joven hacia su padre. El lamento genuino de la muchacha demuestra errónea la sospecha que el protagonista tenía sobre su hija (él creía que lo único que le interesaba a ella era sostener un amorío) y esta verdad revelada lo empuja a modificar su actitud para con ella respecto de su decisión de encerrarla en un convento.

En cuanto se habla ostentando soga y birrete todo charlatanismo se trueca en sabiduría y toda necedad se convierte en razón.

Beraldo, Acto III, Escena 14, p.157.

El tema de la representación atraviesa todas las últimas escenas de El enfermo imaginario. La propuesta de Beraldo de que Argán se convierta en médico y que esa conversión se realice por medio de la representación de su recibida como profesional termina de explicitar lo que varios personajes, pero sobre todo Beraldo, sugieren desde un principio. No solo la enfermedad se revela simulacro, imaginaria, sino que también se erige a lo representativo como el carácter más sustancial de los profesionales de la medicina. En palabras de este personaje queda explicitada la dimensión representativa, artificiosa, de los médicos: en su ejercicio profesional, en su supuesta sabiduría, habría menos verdad, contenido real, que performance. Según Beraldo, no hace falta que Argán estudie para convertirse en médico, sino que basta con que se vista con los elementos de quien se recibe de tal profesión y se represente la celebración de su recibida. El disfraz adquiere así un lugar primordial, definitorio, y bastaría con revestirse de tal o cual elemento de vestuario para adquirir las cualidades del personaje en cuestión.