El enfermo imaginario

El enfermo imaginario La medicina del siglo XVII

El enfermo imaginario realiza una crítica a la práctica médica de la época y para comprender del todo en qué consiste la sátira, ofreceremos aquí una descripción de la medicina y sus profesionales en el contexto histórico de Molière.

En el siglo XVII continuaba un proceso progresivo de secularización del saber. La medicina aún no se deshacía del todo de la carga escolástica, y el saber científico aún no constituía una esfera del todo separada de lo teológico. Los estudios de Vesalio (1514-1564), Falopio (1523-1589), Arancia (1533-1619), Bauhin (1560-1624), Spiegel (1578-1625), Malpighi (1628-1694), Leeuwenhoek (1632-1723), y Swammerdam (1637-1680) revolucionaron la micro y macro anatomía y se asociaron con los importantes avances aportados por Fabricio de Acquadependente (1533-1619) y Redi (1621-1697).

En el campo fisiológico fueron notables el descubrimiento de la circulación menor de la sangre por Miguel Servet (1511-1553), los conocimientos aportados por Santorio (1561-1636) y el descubrimiento de la circulación mayor de la sangre por Harvey (1578-1657).

La patología estaba limitada a la percepción sensorial de los fenómenos morbosos atribuidos a cambios anómalos de los humores. Las enfermedades mejor conocidas eran gota, sífilis, venéreas, paludismo, tifoidea, raquitismo, difteria, ergotismo y peste común y algunas afecciones quirúrgicas (hernia, litiasis vesical, abscesos, traumatismos y heridas de guerra).

Todos los avances científicos convivían con doctrinas antiguas, como la de los “humores”, y la práctica médica resultante recurría a conceptos mecanicistas y vitalistas de fuerte contenido empírico y cuyas medidas terapéuticas se basaban en las concepciones de Paracelso (1493-1541) y Van Helmont (1578-1644).

Los médicos formaban una clase bien diferenciada. Su formación universitaria debía pasar por la condición de filiatra, bachiller, archidiatra hasta la obtención de la “licencia legendi”, celebrada en una impresionante ceremonia pública sin la cual no era posible ejercer. Los médicos ya recibidos veían a sus pacientes luciendo togas y bonetes negros, montados en mulas negras, y su conducta exhibía una actitud sabionda.

El examen físico consistía en una exploración de la piel y las cavidades accesibles, el control del pulso y temperatura, y el examen de las características de las excretas. Los diagnósticos se basaban en el juego dialéctico de los conocimientos disponibles, cuyo contexto servía tanto para explicar los éxitos como para justificar los fracasos. Las ocasionales consultas con otros médicos se hacían guardando un gran respeto jerárquico por las dignidades académicas. En el habla profesional se utilizaban, con harta frecuencia, expresiones latinas y términos técnicos cuya incomprensión por parte de los pacientes formaba una parte importante de la cuota de magia que acompañaba el quehacer médico.

Los tratamientos ofrecían solo variantes formales y consistían en prescripciones farmacéuticas de efectos azarosos y algunas veces perjudiciales. Era muy frecuente la administración de sangrías, clisterios, lavativas, purgas y eméticos junto con jarabes, pócimas, ungüentos, pomadas y otras formas farmacéuticas esotéricas que se administraban asociadas a indicaciones o prohibiciones dietéticas dictadas por algún médico famoso en el momento.

Molière padeció desde 1655 una enfermedad respiratoria de naturaleza crónica a la que Moorman Lewis y otros autores consideran como una tuberculosis pulmonar. Las recaídas de este proceso lo alejaron en varias ocasiones de su quehacer actoral y lo obligaron a repetidas consultas médicas en las que seguramente pudo apreciar la conducta de los profesionales de la medicina y sentir, en "carne propia", la naturaleza y efectos de los tratamientos que utilizaban y que en su caso, como era previsible, fueron inútiles.