El contrato social

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La soberanía

La teoría de la soberanía de Rousseau es uno de los pilares de su filosofía política, que difiere radicalmente de las expuestas por otros filósofos. A diferencia de Hobbes y Grocio, Rousseau afirma que el pueblo debe ejercer la soberanía en lugar de someterse a los intereses de un monarca absoluto. Al unirse, el pueblo crea una “persona pública” llamada “soberano”, cuyo objetivo es perseguir el bien común. Cada persona del pueblo es al mismo tiempo un “ciudadano”, en el sentido de que es un miembro más del soberano, y un “súbdito”, en cuanto debe obedecer las decisiones de esta entidad colectiva.

El soberano fomenta la igualdad y la libertad, respetando la voluntad general del cuerpo político. Solo puede considerar asuntos que afecten a todo el pueblo, y no puede exigirle a uno de sus miembros más que a otros. El soberano también debe garantizar que el pueblo se obedezca a sí mismo y siga siendo libre dentro del marco del contrato social. En este sentido, la soberanía es inalienable y no puede transferirse a un individuo o a un grupo, porque solo el pueblo puede expresar la voluntad general. La soberanía es también indivisible, porque una parte del soberano no puede legislar para el conjunto.

La autoridad política legítima

En El contrato social, Rousseau se interesa por establecer las condiciones necesarias para erigir una autoridad política legítima. Así, postula que un gobierno no debe permitir que existan relaciones de dependencia entre miembros particulares del cuerpo político, y debe regular la obediencia a las leyes de manera tal que el pueblo, al acatarlas, se esté obedeciendo a sí mismo. Para cumplir estas condiciones, Rousseau establece varias reglas para regular la relación entre el pueblo y el gobierno.

Para garantizar que el pueblo solo se obedezca a sí mismo, el soberano debe ser la autoridad suprema del Estado. Dado que un contrato crea obligaciones para ambas partes, el pueblo dejaría de ser la autoridad suprema si tuviera que obedecer al gobierno. Por eso, la relación entre el pueblo y el gobierno no se erige a través de un contrato. Otra cláusula que garantiza la autoridad política legítima sostiene que la ley solo puede tratar asuntos que afecten a todo el pueblo. El soberano no puede dictar normas que se apliquen únicamente a determinadas personas, ya que esto violaría la segunda condición de un sistema político legítimo.

La moral

A lo largo de El contrato social, Rousseau subraya la importancia que tiene la moral en el funcionamiento de un cuerpo político. A diferencia de Grocio, postula que un derecho debe crear un sentimiento de obligación moral. Por eso sostiene que la fuerza, por sí sola, es incapaz de crear un derecho. Los esclavos se someten a sus amos porque temen sufrir daños físicos, no porque sientan que deben obedecerles. En cambio, en la sociedad civil, se remplaza la existencia independiente del estado de naturaleza por una existencia moral, en la que las personas tienen obligaciones para con el Estado por el interés del bien común. Esta transformación obliga al hombre a escuchar la razón antes de actuar por impulsos físicos. Por eso Rousseau sostiene que solo después de entrar en el contrato social, el hombre llega a ser plenamente humano.

Las formas de gobierno

Rousseau describe tres formas de gobierno –democracia, aristocracia y monarquía– para analizar su aplicación y eficacia. Desde su perspectiva, ninguna de estas formas es mejor que la otra, ya que su implementación depende de las circunstancias particulares de cada Estado. Uno de los factores determinantes para elegir la forma de gobierno es el tamaño de la población. Rousseau sostiene que practicar la democracia en una población grande no es práctico, porque es difícil convocar a todos sus miembros a asambleas públicas. En un caso así, podría convenir una monarquía, aunque considera que el mejor tipo de gobierno, en términos generales, es la aristocracia selectiva. Este tipo de gobierno garantiza que el Estado esté gobernado por individuos capaces, lo que le haría merecedor de respeto en el exterior y fomentaría que los negocios públicos se llevaran a cabo con eficacia.

Otro factor determinante son las condiciones ambientales de la región que habita un pueblo. Cuanto mayor sea el excedente de recursos de una sociedad, más pueden aprovecharse para los lujos que requeriría un gobierno monárquico, mientras que, si el territorio es estéril y poco provechoso, conviene un gobierno democrático que le devuelva al pueblo lo tributado. Así, Rousseau advierte que las tres formas de gobierno tienen sus ventajas y desventajas. En todo caso, cada Estado debe considerar cuál es el gobierno que mejor se adecúa a sus circunstancias.

La libertad natural

Rousseau afirma que el hombre nace libre, y que esa libertad se expresa en el estado de naturaleza como la posibilidad de hacer lo que uno quiere. Luego examina en qué circunstancias una persona estaría dispuesta a renunciar a esa libertad para obtener ciertos beneficios que necesita para su subsistencia.

Dos ejemplos de esto se dan en la relación entre un padre y un hijo, por un lado, y entre un amo y un sirviente, por el otro. En la primera, el hijo solo renuncia a su libertad para obtener las necesidades básicas y la protección que le ofrece un padre. En la segunda, el siervo también renuncia a su libertad, pero lo hace por temor al castigo. Rousseau cree que ambos casos ejercen un tipo de autoridad efímera, porque llegará un momento en el que el niño haya madurado y pueda atender a sus necesidades por sí mismo, por lo que el padre no tendría ningún poder sobre él, así como, en el caso del esclavo, el beneficio funciona negativamente, por temor y no por renuncia voluntaria. Por eso, Roussau sostiene que no se debe aceptar ninguna autoridad que suprima la libertad natural de la persona en esos términos.

La libertad civil

Siguiendo lo anterior, Rousseau considera que la única forma aceptable de renunciar a la libertad natural es para obtener otro tipo de libertad: la libertad civil. De acuerdo con su teoría del desarrollo evolutivo del hombre, llega un momento en el que las personas deciden asociarse porque esto les permite subsistir mejor que de forma asilada. Es entonces cuando forman un contrato social por medio del cual aceptan renunciar a su libertad natural para obedecer a la voluntad general. Es así como deciden someterse a las leyes que ellas mismas han contribuido a crear, y esto es lo que resulta en una libertad genuina, producto de la autodeterminación colectiva. Por lo tanto, la libertad civil consiste en participar activamente en la conformación del cuerpo político para la búsqueda de conseguir el bienestar y el interés común.

La religión civil

En la parte más controversial de El contrato social, Rousseau analiza qué tipo de religión es la que mejor contribuye al buen funcionamiento del Estado. Lo polémico de su argumento es que sostiene que el cristianismo ha fomentado que las personas solo se interesen por ser buenos ciudadanos para alcanzar la salvación en el más allá, y no por un interés genuino en el bien común. La creación de un reino de otro mundo es lo que separó a la religión de su función moral dentro del Estado, y la que fomentó la intolerancia por quienes tuvieran otras creencias. Por eso Rousseau aboga por que cada Estado posea una religión civil tolerante, compuesta por reglas simples que transmitan un sentido de la justicia y del deber para con los demás, y que conecte el amor a Dios con el respeto a las leyes.