El contrato social

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Un ser fantástico y un niño despedazado

Rousseau explica que la soberanía del pueblo está compuesta por un único elemento: la voluntad general. Esta voluntad es, por definición, indivisible. Sin embargo, a causa de una confusión filosófica, los políticos gobernantes administran los Estados por medio de decisiones que reflejan una concepción errónea de la voluntad general, porque dividen esta voluntad como si fueran partes de diferentes cuerpos humanos; así propone la imagen de un soberano que nos remite al monstruo de Frankenstein: "Hacen del soberano un ser fantástico formado por pedazos agregados; es como si compusiera al hombre de diversos cuerpos, uno de los cuales tuviese ojos, el otro brazos, el otro pies y nada más" (p.69).

Además, compara esta división con una imagen visual impactante sobre los espectáculos de magia japoneses, en los que "despedazan a un niño a la vista de los espectadores, [...] tirando al aire todos sus miembros uno después del otro", para luego hacer que "el niño vuelva a caer vivo y completo" (ibid.). A continuación, sostiene que "así son aproximadamente los juegos de prestidigitación de nuestros políticos: después de haber desmembrado el cuerpo social, por una magia digna de la feria, reúnen las partes no se sabe cómo" (ibid.). De esta forma, Rousseau da a entender que dicha división es una ilusión equivalente a la de un acto de magia, porque la autoridad soberana es la misma que ejecuta y que legisla.

Las condiciones del territorio y sus habitantes

Rousseau explica una de las condiciones fundamentales que debe tener un país para conformarse como Estado moderno: las leyes deben adaptarse a la relación entre el territorio y los habitantes que lo componen. Para justificar esto, describe visualmente los diferentes accidentes geográficos que puede tener cada población, y cómo esto condiciona sus necesidades económicas y políticas:

La población se extenderá mucho en un país montañoso donde las producciones naturales -bosques y pastos- exigen menos trabajo [...] y donde un gran suelo inclinado proporciona tan solo una pequeña base horizontal, la única útil para la vegetación. Por el contrario, la población puede apretujarse al borde del mar, incluso en rocas y arenas casi estériles porque la pesca puede allí suplir en gran parte las producciones de la tierra, porque los hombres deben estar más juntos para rechazar a los piratas (p.96).

Pies en movimiento

Para explicar la relación que hay entre la voluntad y la fuerza que mueve a la acción de un cuerpo político, Rousseau acude a la imagen de unos pies en movimiento: "cuando voy hacia un objetivo, es necesario primero que quiera ir; en segundo lugar, que mis pies me lleven. Si un paralítico quiere correr o si un hombre ágil no lo desea, permanecerán ambos en su lugar. El cuerpo político tiene los mismos móviles" (pp.105-106). De esta manera, sugiere que, para tener poder ejecutivo, es necesario tener poder legislativo, el que detenta el soberano como expresión de la voluntad general.

Un dedo, una palanca y los hombros de Hércules

Rousseau ilustra que es más fácil conquistar un territorio que administrar uno diciendo que "con una palanca [...] se puede mover el mundo con un dedo; pero [que] para sostenerlo se necesitan los hombros de Hércules" (p.106). De esta manera, contrasta el esfuerzo de llevar a cabo una acción utilizando la tecnología necesaria (en caso de una conquista, sería el armamento y el ejército) con el esfuerzo implicado en administrar un gobierno, cuyo peso solo podría soportar la fuerza sobrehumana de un Hércules. Esto último refiere a la sabiduría y el fundamento filosófico que requieren los estamentos constitucionales de un Estado para funcionar correctamente.