Cándido, o El optimismo

Cándido, o El optimismo Temas

El optimismo

El optimismo, como doctrina filosófica y religiosa, sostiene que todos los sucesos que ocurren en el mundo se orientan hacia el bien general. Pangloss, el maestro de Cándido que caricaturiza al filósofo Leibniz, resume esta doctrina en dos lecciones que le da a su aprendiz: en el mundo no puede haber efectos sin causas, y todo está hecho para servir a un fin. Estas ideas de Pangloss remedan dos principios fundamentales de las teorías de Leibniz: el de armonía preestablecida, según el cual todos los elementos que componen el universo están entrelazados necesariamente unos con otros, y el de razón suficiente, que sostiene que no se produce ningún hecho sin que haya una razón suficiente para que sea así y no de otro modo.

De estos principios se desprende que si un Dios omnipotente y bondadoso es el ingeniero de este mundo, entonces tuvo que haber creado el mejor mundo posible. Por eso, todo lo que sucede en él tiende hacia lo perfecto. Desde esta teoría, incluso aceptando la existencia del mal, todo sucede por una causa positiva y en pos de un bien general. El problema radica en que muchas veces los seres humanos solo son capaces de ver la desdicha particular y se pierden la posibilidad de contemplar el esquema mayor.

Para Voltaire, la doctrina del optimismo presenta muchos problemas, por lo que toda su obra es una crítica a sus postulados. Mediante la ironía, el narrador se burla de los principios de Leibniz y ridiculiza el discurso de Pangloss para demostrar hasta qué punto su determinismo es inútil y hasta peligroso. Así, por ejemplo, Pangloss justifica la sífilis mediante el descubrimiento del chocolate: si los conquistadores no hubieran llegado al Nuevo Mundo —en donde, según los europeos, se origina la sífilis—, no habrían contraído esta enfermedad, pero Europa tampoco podría disfrutar del chocolate. Por eso, todo sucede por una causa que tiende al bien mayor: en este caso, poder comer chocolate es el bien mayor y la sífilis, una de las infecciones de transmisión sexual que más estragos ha causado a lo largo de los siglos, es simplemente un mal necesario y menor.

El libre albedrío

Uno de los temas que se discute a lo largo de toda la obra es la libertad de decisión del ser humano, es decir, el libre albedrío. En primer lugar, Voltaire apunta contra los principios de armonía preestablecida y de razón suficiente postulados por Leibniz, puesto que la visión determinista que se desprende de ellos termina por negar el libre albedrío: si todos los elementos del universo están ordenados perfectamente según los principios preestablecidos por Dios, entonces no hay lugar para que el ser humano actúe libremente, ya que todo lo que sucede tiene sus razones y sus consecuencias ya determinadas. Esta concepción del destino es peligrosa, puesto que puede empujar al ser humano a resignarse ante los problemas y las inequidades del mundo, que, según esta lógica, no podrían modificarse.

Sin embargo, Pangloss considera que el libre albedrío es un don que recibe el ser humano y que está contemplado dentro del perfecto orden del universo, por lo que su doctrina determinista parece no impedir que el ser humano sea libre. Cándido así lo cree, y se ufana en más de una ocasión de poder actuar libremente. No obstante, el narrador se burla de esta capacidad de elección del protagonista y la ridiculiza: por ejemplo, cuando los búlgaros lo toman como prisionero, solo puede elegir entre la muerte y un castigo atroz, lo que demuestra que no es libre realmente, sino que está a merced de lo que otros quieren para él.

Esta capacidad de elección dentro del sistema de Pangloss es la que Voltaire critica. Tanto para él como para los intelectuales de la Ilustración, el ser humano tiene la capacidad de elegir y de obrar sobre el mundo según lo dicte su razón. En este sentido, el pensamiento iluminista se aleja del religioso y pone el foco en la posibilidad que tienen las personas de elegir su destino. Martín, el maestro pesimista de Cándido, comprende el libre albedrío como la distinción clave entre hombres y animales. El concepto y la posibilidad del progreso social dependen de la libertad de los hombres para determinar su propio destino, tanto individual como colectivo. Sobre esta última idea apunta el final de la novela: cuando Cándido y sus compañeros se ponen a trabajar en el jardín, están aceptando que son ellos quienes deben actuar sobre el mundo para obtener resultados concretos, y que las bases materiales del mundo pueden cambiarse cuando el ser humano orienta sus esfuerzos individuales y colectivos en esa dirección.

El bien vs. el mal

De los debates en torno al optimismo y al determinismo o el libre albedrío se desprende la siguiente consideración sobre el mal: ¿es este una parte intrínseca e inevitable de la creación, o se trata de un capricho del destino, o de una simple cuestión de perspectiva? A lo largo de toda la novela, diversos personajes aportan sus reflexiones sobre la cuestión del bien y el mal, pero el tema no se resuelve a favor de ninguna de ellas, sino que la obra deja el debate abierto y en tensión.

En primer lugar, Pangloss considera que el mal existe, pero como un problema menor y necesario que puede aquejar solamente al individuo, puesto que el mundo siempre tiende hacia el bien general. Por su parte, Martín, el sabio pesimista, se considera a sí mismo como maniqueo, es decir, considera que el bien y el mal son dos principios creadores que se encuentran en un conflicto constante. Ese dualismo ordena las fuerzas del universo, por lo que tanto el bien como el mal son elementos constitutivos de la realidad. A pesar de sostener esta idea, Martín confiesa que él nunca ha conocido el bien.

Cándido se encuentra en medio de estas dos posturas y se inclina más por una o por otra, dependiendo de lo que le esté sucediendo en cada momento de sus aventuras. Cada vez que se encuentra con Cunegunda, por ejemplo, se refuerza su idea de que el mundo es un lugar perfecto y de que todo lo que sucede tiende al bien general. Sin embargo, la mayor parte del tiempo, las desgracias que suceden a su alrededor lo empujan a pensar que el mundo es un lugar violento y brutal, y que la mayoría de los individuos hacen el mal a sus prójimos sin ninguna contemplación.

El debate sobre el bien y el mal necesariamente deriva en la consideración sobre la naturaleza del ser humano. Mientras que la famosa tesis de Rousseau sostiene que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad quien lo corrompe, Martín sostiene lo contrario, y trata de convencer de ello a Cándido.

El pesimismo

Voltaire ha sido considerado por muchos de sus contemporáneos como un intelectual pesimista, principalmente por la crítica que realiza a la lectura optimista de la obra de Leibniz. Rousseau, otro de los pensadores más importantes de la Ilustración, sostiene que, mientras Leibniz fundamenta su teoría optimista sobre probabilidades, Voltaire hace lo mismo, pero sobre las posibilidades contrarias, es decir, enfocándose en los problemas del mundo y desestimando todo lo positivo que también sucede en la modernidad.

Sin embargo, el pesimismo de Voltaire no es la simple queja de un inconformista, sino un llamado de atención hacia la sociedad y los círculos intelectuales de su época que busca generar conciencia sobre las calamidades que el pueblo vive a diario, especialmente aquellos sectores más vulnerados. Quienes sufren hambre, quienes han sido desplazados por la guerra, quienes padecen enfermedades y no tienen esperanza de curarse… para ellos no tiene ningún sentido pensar que el sufrimiento individual se compensa con el bien general, o que el universo tiende siempre hacia un bien mayor.

En la novela, el sabio Martín es una representación del pesimismo y así se presenta ante Cándido. Su pesimismo invierte la tesis de Leibniz y sostiene que vivimos en el peor de los mundos posibles, y que nuestro destino es perseguir aquello que nunca llegaremos a obtener. En este sentido, el pesimismo extremo niega el progreso de la civilización y la bondad de la naturaleza humana, y puede ser tan negativo como el optimismo determinista.

La religión

El Cándido representa una fuerte crítica tanto a las instituciones religiosas más importantes de la Europa del siglo XVIII como a la religión en tanto sistema dogmático de ideas que determina la forma de entender el mundo y de vivir en él.

En primer lugar, Voltaire discute la existencia de un Dios omnipotente y bondadoso que haya creado el universo y determine todo lo que en él sucede. Para el autor, esta visión determinista en la que se fundamenta la tesis del mejor de los mundos posibles puede resultar peligrosa, puesto que limita la concepción del libre albedrío y puede ser utilizada como una excusa para no luchar contra las injusticias y las inequidades sociales que están a la orden del día.

Luego, el autor también arremete contra la iglesia católica y, en especial, contra la Santa Inquisición. El auto de fe que realizan los inquisidores tras el terremoto de Lisboa es una parodia de este tipo de espectáculos, en los que la iglesia católica castiga con la muerte a determinados individuos por considerar que no cumplen con los preceptos y dogmas de su religión. Los autos de fe son actos públicos en los que los condenados por el tribunal de la Inquisición deben abjurar de sus pecados y arrepentirse, o son ejecutados para servir como ejemplo a los espectadores. Voltaire destaca lo ridículo y arbitrario de los criterios con que los inquisidores castigan a los herejes cuando Pangloss y Cándido son condenados simplemente por sostener que el libre albedrío forma parte de los principios de armonía y de razón suficiente de Dios. En este sentido, ambos personajes no son más que chivos expiatorios, sujetos que no han cometido ningún mal, pero cuyos castigos sirven para expiar las culpas colectivas.

Más adelante, el narrador también critica la institución jesuita, que establece en Paraguay un sistema de gobierno muy similar al de los absolutismos monárquicos europeos y someten a las poblaciones nativas a un sistema de vasallaje encubierto. Con todo ello, queda clara la visión crítica del autor hacia la religión como sistema de pensamiento y como institución dogmática, de adoctrinamiento y de censura social.

La guerra

Voltaire escribe el Cándido hacia fines de la década de 1750 y lo publica en 1759. Entre 1756 y 1763 transcurre la llamada Guerra de los Siete Años, que es, según muchos políticos, el primer gran conflicto mundial. Esta guerra se desata a raíz de las disputas imperialistas entre las naciones europeas que luchan por el control de Silesia y de las colonias establecidas en Norteamérica y África.

Por los eventos que se referencian en ella, la historia de Cándido transcurre en la década de 1750, y la guerra se presenta como un conflicto catastrófico que carece totalmente de sentido. Cándido es un joven ingenuo que acaba de ser expulsado del castillo en donde fue criado y tiene muy pocos conocimientos sobre el mundo exterior. Desde su óptica, los bandos en guerra —que el narrador presenta como búlgaros y abaros, y que representan a los prusianos y los franceses— se confunden y desdibujan, pero ambos reproducen la misma lógica: del mismo modo que los búlgaros destruyen pueblos enteros, masacran y violan a sus habitantes, lo mismo hacen los abaros al invadir las aldeas búlgaras. Con ello, Voltaire pone el foco en la violencia, la brutalidad y la inutilidad de la guerra, al mismo tiempo que denuncia el afán imperialista de las naciones europeas, dispuestas a destruirse entre sí con el objetivo de expandirse y obtener mayores riquezas.

En este contexto, Cándido termina enlistado en el ejército búlgaro, pero no llega a participar activamente en las batallas que se libran, puesto que es tal el espanto que suscitan en él las escenas bélicas que termina desertando y escapando hacia Holanda.

La nobleza

A lo largo de toda su novela, Voltaire realiza una fuerte crítica hacia la nobleza. En primera instancia, la vida idílica en Thunder-ten-tronck se presenta como una parodia, y los nobles aparecen caricaturizados. Mediante el grotesco y la ironía, el narrador se burla de las aspiraciones de grandeza de los nobles alemanes y de su preocupación por las apariencias superfluas.

Más adelante, las críticas a la nobleza continúan, y el narrador se burla de las damas nobles que contraen sífilis por sostener numerosos amoríos extramatrimoniales. Con ello, Voltaire apunta a las falsas apariencias sostenidas por la clase aristócrata, que se presenta socialmente como un baluarte de la moral, pero que en verdad aprovechan sus privilegios para llevar adelante una vida licenciosa e impúdica.

Hacia el final de la novela, Voltaire vuelve a dirigir sus críticas hacia los nobles cuando el hijo del barón aparece como remero de una galera musulmana. Al querer Cándido comprar su libertad, el musulmán se burla del valor del noble y aumenta su precio para sacarle más dinero. En este pasaje, el narrador se vale de la ironía para desacreditar a la nobleza representada en el barón y burlarse del valor que se le otorga a los títulos heredados. Para Voltaire, no hay honor ni grandeza en un rango obtenido al nacer, sino que son las acciones que se realizan en vida las que engrandecen a las personas.