Cándido, o El optimismo

Cándido, o El optimismo Resumen y Análisis Capítulos XIX-XXX

Resumen

Cándido y Cacambo idean un plan para recuperar a Cunegunda: el ayuda de cámara irá a negociar con el gobernador la custodia de la joven y, una vez conseguida, se reunirá con su amo en Venecia. Para completar tal empresa, Cacambo se embarca con un patrón español que conocen en Surinam. Mientras tanto, Cándido contrata a Vanderdendur para que lo lleve a Italia. El comerciante, que percibe la riqueza de su pasajero, triplica el monto del viaje y luego zarpa con los carneros que cargan las joyas, dejando a Cándido en el puerto. El joven quiere presentar una denuncia en la magistratura holandesa, pero el magistrado lo multa por insolencia y por hacerle perder el tiempo. A pesar de haber perdido la mayor parte de su tesoro, a Cándido todavía le queda una buena cantidad de diamantes, por lo que sigue siendo tan rico como los reyes europeos.

El protagonista paga un camarote en un buque francés con destino a Europa. Antes de partir, anuncia que pagará el pasaje y un monto de dinero extra al hombre que le haga compañía. Sin embargo, solo aceptará al más desdichado de todos los postulantes. Luego de entrevistar a muchas personas con vidas desgraciadas, Martín es el hombre que consigue el trabajo. Se trata de un sabio que ha tenido una vida absolutamente trágica. Durante el viaje, el erudito confiesa ser maniqueista, y sostiene extensas charlas con Cándido acerca de la naturaleza del bien y el mal. En un momento, los hombres ven dos barcos combatiendo entre sí, hasta que uno termina hundiéndose. Cándido descubre que el barco hundido es el del holandés que lo estafó, Vanderdendur, gracias a que uno de sus corderos se salva y nada hasta su embarcación. El protagonista aprovecha el incidente para reforzar su visión optimista del mundo, pero Martín lo refuta al señalar que, como contraparte del castigo merecido que recibe Vanderdendur, muchos pasajeros inocentes mueren.

El barco se acerca a las costas de Francia, y Martín describe el país como un lugar decadente, donde la gente se guía por sus instintos primitivos y se comporta de manera estúpida. Luego, su discurso deriva en una aseveración sobre la naturaleza del ser humano, y sostiene que ser malvado es algo propio de la especie.

Después del desembarco, Cándido se detiene en Burdeos para intercambiar algunas de sus joyas por efectivo, y de ahí se dirige a París, donde cae enfermo. Cuando se recupera, conoce a un abate que lo lleva al teatro; como Cándido tiene dinero, la gente se interesa por él y busca constantemente complacerlo para obtener algún rédito económico. En el teatro, Cándido queda conmovido por la actuación de la señorita Clairon, que físicamente le recuerda mucho a su amada Cunegunda. Luego, el abate los lleva a la casa de la marquesa de Parolignac en Saint-Honoré, (un suburbio de París) donde un grupo de invitados juegan a las cartas y apuestan dinero. El protagonista se une a ellos y charla con un sabio sobre literatura y filosofía. Luego, la marquesa seduce a Cándido para tener relaciones y robarle sus anillos de diamantes; el joven cae en la trampa y termina lamentándose por serle infiel a Cunegunda.

A la mañana siguiente, Cándido recibe una misiva, la primera en toda su vida, de parte de Cungunda. La joven dice estar en Burdeos, enferma y sola, pero ya libre del gobernador de Buenos Aires. Cándido se apresura a verla, la encuentra detrás de un cortinado a oscuras, y la sirvienta que la cuida le prohíbe correr la cortina y encender la luz, ya que puede afectar su salud. Además, le explica que a causa de la enfermedad tampoco puede hablar. La sirvienta descubre solo una mano de Cunegunda, en la que Cándido vuelca sus lágrimas y sus diamantes. En ese momento, un oficial entra en la habitación y arrastra a Cándido y a Martín a una prisión local, acusándolos de ser extranjeros sospechosos. Martín se da cuenta de que han sido estafados y le sugiere a su colega que soborne al jefe con diamantes para que los deje escapar. El jefe de policía los pone en contacto con su hermano para que lo transporte a Dieppe y luego a Portsmouth.

En el paseo en barco, cuando se aproximan a la costa inglesa, Cándido se horroriza al ver la ejecución de un hombre en la cubierta de otro barco. Ante esto, le pide a su capitán que lo lleve directamente a Venecia.

Al llegar a Venecia, Cándido busca en vano a su ayuda de cámara, y Martín lo reprende por su ingenuidad, argumentando que Cacambo seguramente se quedó con el dinero y no ha cumplido su misión. Martín insiste en la maldad de la gente y la crueldad del mundo, pero Cándido, para contrarrestar sus afirmaciones, señala a una pareja feliz que pasea por la calle. Martín le asegura que no son felices, y Cándido le apuesta a que lo son. Para comprobar quién tiene razón, los invitan a cenar. La mujer resulta ser Paquita, quien cuenta su terrible historia de maltratos y cómo se gana la vida como prostituta, trabajo que ejerce en ese mismo momento con el hombre con que se encuentra. Su acompañante es el fray Alelí, un hombre que fue obligado por su familia a entrar en el monasterio y actualmente es infeliz, al igual que sus compañeros frailes, y gasta su poco dinero en prostitutas. Martín gana la apuesta, pero Cándido persiste con su optimismo, y tiene fe de reencontrarse con Cunegunda.

A continuación, visitan al senador Pococurante, puesto que Cándido sabe que es muy rico y está seguro de que se trata de un hombre verdaderamente feliz. Sin embargo, Pococurante desprecia todo lo que posee: su jardín, sus libros, sus cuadros y la música. A pesar de que todo indica que el mundo es un lugar hostil, Cándido conserva las esperanzas de que Cacambo llegue con su amada.

En una taberna, Cándido se encuentra con su ayuda de cámara. Inicialmente, se emociona con la idea de reunirse con Cunegunda, pero su antiguo compañero le informa que ella está en Constantinopla y, que él es esclavo del sultán Achmet III. En esa misma taberna hay seis reyes destronados que cuentan sus historias sobre cómo perdieron el poder, y las razones que los empujaron hacia el carnaval de Venecia.

Cacambo hace arreglos para que Cándido y Martín viajen junto a él en el barco de su amo con destino a Constantinopla. Durante el viaje, le cuenta a Cándido que Cunegunda es esclava del rey Ragotsky y que, además, perdió toda su belleza. Cuando llegan al canal del Mar Negro, Cándido paga para liberar a su ayuda de cámara, y juntos abordan otra galera para ir en busca de Cunegunda.

En un momento, el protagonista descubre que el hijo del barón y Pangloss reman en la fila de esclavos que desplaza la galera. Cándido le paga a su amo a cambio de que los libere, y los incorpora a su grupo en búsqueda de Cunegunda. Durante el viaje, el barón perdona a Cándido por la herida mortal que le infligió, y cuenta cómo fue curado, y también cómo terminó arruinado luego de ser encarcelado en Roma por bañarse desnudo con un joven turco. Por otra parte, Pangloss relata cómo se salvó de la muerte por ahorcamiento a causa de la incompetencia de su verdugo, y cómo terminó remando en galeras a causa de un malentendido con un viejo imán. A pesar de sus penurias, Pangloss continúa sosteniendo que vive en el mejor de los mundos posibles y defiende su doctrina optimista.

El grupo de compañeros encuentra a Cunegunda y a la vieja en Propontino. Cándido lamenta la fealdad de su amada, pero conserva su promesa de casarse con ella, aunque ya no lo desee. Sin embargo, el barón vuelve a oponerse al matrimonio entre el protagonista y su hermana, por lo que Cándido decide, junto a Martín y la vieja, devolver al barón a su condición de esclavo, para así consumar el matrimonio sin inconvenientes.

Después de tantas desgracias, todos los personajes finalmente esperan una era de felicidad, pero rápidamente se aburren de su estilo de vida y lo padecen tanto como las desventuras que vivieron anteriormente. Un día, Paquita y el fraile Alelí aparecen en la finca en la que viven Cándido y sus colegas. Ambos malgastaron su fortuna y ahora se encuentran en un estado de extrema miseria. Esta desgracia le sirve a Cándido y los demás para filosofar acerca del mal en el mundo.

Un día van a visitar a un famoso monje para hablar sobre la naturaleza del ser humano. El monje no comprende el interés de Cándido y sus colegas por dichos temas, y termina cerrándoles la puerta en la cara. Luego, se dispersa la noticia de que en Constantinopla fueron ahorcados dos visires, y que sus amigos fueron empalados. Pangloss, intrigado por el nombre de los muertos, le consulta a un anciano que reposa en la puerta de su hogar. El anciano le dice que no sabe nada sobre el tema, ya que no le interesa, y solo se ocupa de vender los frutos de su huerto. Luego, invita a los tres colegas a pasar a su casa y les hace conocer a su familia y los abundantes y diversos frutos de sus cultivos. El anciano explica que, a través del trabajo, evade el hastío, la inmoralidad y la miseria.

Cuando los tres hombres regresan a su finca, siguen pensando en el encuentro con el anciano. Cándido concluye con la idea de que el trabajo duro es la única forma de sobrellevar la vida, y todos los miembros de la familia se dedican a trabajar en la finca para asegurarse un buen porvenir.

Análisis

Tras llegar a Surinam, Cándido envía a Cacambo a Buenos Aires para negociar por Cunegunda con el gobernador, y él se prepara para regresar a Europa e instalarse en Venecia. Aunque es estafado varias veces y pierde todos sus carneros, aún tiene diamantes suficientes como para costear el viaje y seguir siendo una persona rica.

Cándido toma a Martín como criado y acompañante porque este demuestra ser el hombre más miserable de todos los que se postulan para cubrir dicho puesto. Martín es un sabio que se considera a sí mismo como maniqueo. El maniqueismo es una religión universalista fundada en el siglo III D.C. que sostiene, a grandes rasgos, que existen dos principios creadores en constante conflicto: el bien y el mal. Este dualismo aplicado a la comprensión de la realidad es lo que caracteriza a sus fieles.

Sin embargo, cuando Martín explica su punto de vista a Cándido, se presenta como un pesimista. En tanto doctrina filosófica, el pesimismo invierte la tesis de Leibniz y sostiene que vivimos en el peor de los mundos posibles, y que nuestro destino es perseguir aquello que nunca llegaremos a obtener. Con ello, el pesimismo niega el progreso de la civilización y la bondad de la naturaleza humana; por ello, se opone directamente a los principios sostenidos por la Ilustración. Martín expresa su pensamiento de la siguiente manera:

No he conocido una ciudad que no desee la ruina de su vecina o familia que no quiera aniquilar a otra familia. En todos lados los débiles odian a los poderosos y se arrastran a sus pies; los poderosos los tratan como a rebaños cuya lana y cuya carne venden. Aproximadamente, debe existir un millón de asesinos reglamentados, que corretean de una punta a otra de Europa, robando y asesinando muy ordenadamente, para ganarse el pan, ya que no existe profesión más honrada. Y en las ciudades donde disfrutan de la paz y florecen las artes, a los hombres los carcome más la envidia, los desvelos y los desasosiegos, que desgracias padece una ciudad sitiada (p. 78).

Aunque Martín acepta que el bien existe, dice que él no lo conoce. Con todo ello, este personaje se presenta como la contracara de Pangloss, y desarrolla las ideas opuestas a las del primer maestro de Cándido. Así, el joven protagonista es guiado en la última parte de sus aventuras por una voz que intenta despertarlo de su ingenuidad y alertarlo sobre el mundo en el que realmente viven. El debate sobre el bien y el mal necesariamente deriva en la consideración sobre la naturaleza del ser humano. Mientras que la famosa tesis de Rousseau sostiene que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad quien lo corrompe, Martín sostiene lo contrario:

—¿Tú crees -preguntó Cándido —que los hombres se han aniquilado siempre como lo hacen ahora, que siempre han sido falsos, villanos, traidores, desagradecidos, bandidos, débiles, inconstantes, malvados, celosos, hambrientos, borrachos, tacaños, ambiciosos, carniceros, difamadores, libertinos, sectarios, impostores y estúpidos?

—Seguramente —respondió Martín —, ¿usted cree que los halcones se han comido siempre a las palomas?

—Naturalmente —Contestó Cándido.

—Bien —dijo Martín—, si los halcones han tenido siempre la misma conducta, ¿cómo quiere que los hombres hayan reformado la suya? (p. 81).

Como puede observarse, Martín compara la naturaleza humana con la del halcón para demostrar ante el joven protagonista que la conducta del hombre ha sido siempre igual, y que está determinada desde el nacimiento. Para él, por más que el humano desee cambiar, está en su naturaleza ser ruin y mezquino. Para refutar esta idea, Cándido menciona el libre albedrío. Sin embargo, los personajes llegan en ese momento a la ciudad y deben dejar de hablar, por lo que la tesis del protagonista no se desarrolla. Con ello, Voltaire suspende por un momento el debate filosófico que acaba de iniciar y no le propone al lector una resolución.

Martín también presenta una mirada crítica sobre la sociedad francesa y, especialmente, la parisina:

... allí es donde se encuentra y se reúne todo lo peor. Es un desorden, un gran caos, en donde etodos no hacen sino buscar el placer y donde raramente alguien lo encuentra: eso es lo que me pareció. (...) Conocí a la canalla intelectual, a la cabalística y a la supersticiosa. Hay quienes afirman que la gente en esa villa es muy inteligente. Desearía creerlo (p. 80).

A través de este personaje, Voltaire expresa —aunque de forma exagerada, pues no debemos olvidar que el Cándido es una sátira, y que para generar su dimensión humorística se vale del grotesco y de la desmesura— algunas de sus críticas a sus contemporáneos. Vale la pena recordar las disputas que el autor iniciaba con otros intelectuales y escritores de su tiempo, así como el hecho de que fue expulsado de París en más de una ocasión por las ideas que sostenía.

La cena en casa de la marquesa parodia las tertulias con las que la nobleza y la burguesía en auge suelen entretenerse. En ella, el narrador destaca la frivolidad y la falsedad de los comensales, que juegan a las cartas, apuestan y no dudan en hacer trampa al mismo tiempo que sostienen las apariencias. Durante la velada también se discute sobre la escena artística y literaria de la época, y la marquesa se pregunta por qué una tragedia puede tener tanto éxito al ser representada en el teatro y, sin embargo, ser una mala obra, imposible de leer. Uno de los presentes, “un hombre sabio y de muy buen gusto” (p. 87), explica entonces cuáles son las reglas de composición que debe respetar un escritor para producir una buena obra: un escritor debe ser original pero sin ser extravagante, debe tender a lo sublime pero sin perder la naturalidad, debe tener un profundo conocimiento del ser humano y ser un gran poeta, pero sin que sus personajes parezcan poetas y, finalmente, debe conocer la lengua a la perfección, pero no debe dejar que el ritmo altere el sentido.

Sin embargo, como ya hemos mencionado antes, el tono irónico de la novela y el uso de la antífrasis como principal recurso de estilo, ponen en duda todo lo que se menciona al respecto. Así como Pangloss es el gran filósofo, el buen gusto del hombre —que el narrador destaca dos veces— puede significar todo lo contrario: Voltaire puede estar burlándose de los críticos y de las formas de hacer literatura de su época al explicarlas por boca de un personaje cuyo gusto se pone en duda mediante la antífrasis. La interpretación irónica del pasaje se sostiene también en el comentario final de la marquesa, quien dice que su comensal ha escrito un libro del cual solo ha vendido un ejemplar.

Una vez en Venecia, el encuentro con el señor Prococurante vuelve sobre la función del arte y se cuestiona su utilidad. Prococurante es un noble hastiado del lujo y de la apostura que desprecia las grandes obras clásicas, como las esculturas de Rafael y los poemas épicos de Homero, que son la base de la cultura occidental. Cuando visitan su biblioteca, Martín intenta rescatar al menos la importancia de una colección de la Academia de Ciencias, pero Prococurante le responde: "—Habría algo bueno si por lo menos alguno de sus autores hubiera inventado la manera de fabricar alfileres; sin embargo, en todos esos libros no hay más que sistemas pueriles y nada que sirva para ninguna maldita cosa (p. 104)". Momentos después, tanto Martín como Pococurante destacan una sección de la biblioteca llena de libros ingleses, y elogian que son todas ellas obras escritas con total libertad, en la que los autores pueden expresar lo que piensan. A su vez, Prococurante manifiesta en repetidas ocasiones que a él solo le interesan aquellas obras que pueden servirle para algo útil.

La forma de pensar de este personaje coincide con el utilitarismo propio del capitalismo en auge del siglo XVIII, que se enfoca en otorgar valor a las cosas en función de su utilidad y practicidad. Estas ideas se aproximan también al empirismo de John Locke, con el que Voltaire simpatiza profundamente. Locke defiende una forma de construir conocimiento a partir de la interacción del ser humano con su entorno. Es en su relación con la realidad que el individuo construye la experiencia, la enriquece y la convierte en la base del pensamiento. Esta es la máxima fundamental del empirismo, la principal doctrina promovida por los filósofos ingleses de la Ilustración. Se trata de una doctrina de la acción, del involucrarse activamente con el mundo y de otorgarle valor a las cosas en función de su utilidad.

Casualmente, Cándido y Martín se encuentran con Pangloss y el hijo del barón, que no han muerto y han terminado como remeros de una galera musulmana. Cuando Cándido los compra, su amo le pide más dinero porque destaca que se trata de un barón y de un metafísico, “lo cual es algo muy valioso” (p. 114). Esto también debe leerse como una ironía del narrador, cuyo objetivo es el de desacreditar, por un lado, la nobleza, representada por el barón, y, por otro, la metafísica, una disciplina filosófica que el autor rechaza.

Cándido se reencuentra con Cunegunda y ambos se instalan en una posada junto a Martín, a Pangloss y a Paquita, quien también ha vuelto a cruzarse en el camino del protagonista. Sin embargo, su vida dista mucho de ser feliz, y rápidamente el hastío los abruma y destruye sus ánimos. Esta situación hace reflexionar a Martín, quien llega a la conclusión de que “el hombre había nacido para vivir entre las tempestades de la inquietud o el aburrimiento del hastío” (p. 121). Esto concuerda con su pesimismo filosófico y adelanta la tesis del pesimismo de Schopenhauer, quien sostendrá, un siglo después, que el ser humano se mueve siempre en un vaivén constante entre la persecución de sus deseos, su concreción y el aburrimiento posterior, hasta sentir de nuevo la falta y comenzar otra vez el ciclo infinito. Pangloss, por su parte, sigue sosteniendo, a pesar de sus desgracias, que todo está bien con el mundo. Cándido, por su parte, no formula ninguna idea personal, aunque se opone al pesimismo de Martín y duda del optimismo de Pangloss.

Al final del libro, los personajes traban amistad con un anciano que les asegura que la receta para curar el hastío, el vicio y la inmoralidad es el trabajo. En la escena final, el protagonista y sus amigos cosechan pistachos, naranjas, limones y café moka. Pangloss vuelve sobre el principio de razón suficiente y de armonía, y justifica todas las penurias que cada uno de ellos sufrió, porque todas ellas los han llevado a aquel huerto y a aquellos cultivos. Por supuesto, al igual que justificar la sífilis por el descubrimiento del chocolate, este final guarda una profunda ironía, y Voltaire se burla una última vez de Leibniz y de su doctrina del mejor de los mundos posibles. La conclusión de la novela refuerza la doctrina del utilitarismo ya mencionada: mejor no preocuparse por devaneos filosóficos y dedicarse a trabajar en tareas que tengan una utilidad directa.