Yerma

Yerma El lirismo en ´Yerma´

“Poema trágico en tres actos y seis cuadros”, así subtituló Federico García Lorca a su tragedia Yerma, y tal es la naturaleza poética de la obra, que sus líneas en verso pueden ser analizadas como claves interpretativas del drama.

La primera línea de diálogo de Yerma es una voz que viene desde dentro y que canta una canción de cuna: “A la nana, nana, nana, / a la nanita la haremos / una chocita en el campo / y en ella nos meteremos” (p.31). Esta primera estrofa, que habla de un hogar en el campo para un nosotros que bien podría ser la madre y su hijo, es un arrullo que luego continúa Yerma, en un canto dirigido al niño que todavía no tiene.

Mientras enhebra la aguja en soledad, Yerma entabla un diálogo en su canción con aquel niño ausente, a quien le pregunta de dónde viene y qué necesita. Los versos entablan un diálogo en el cual Yerma toma la voz de la madre y también la del hijo: “¿De dónde vienes, amor, mi niño? / ‘De la cresta del duro frío’/ ¿Qué necesitas, amor, mi niño? / ‘La tibia tela de tu vestido” (p.33). A continuación, Yerma exclama en su canto: “¡Que se agiten las ramas al sol / y salten las fuentes alrededor!”. De esta manera, el pasaje lírico del Primer Cuadro del Acto Primero no solo nos da un indicio de la obsesión de Yerma por ser madre, también nos dice qué necesita para serlo: que se agiten las ramas al sol y que salten las fuentes, imágenes naturales que retoman el tema de la fertilidad que viene a través de la luz y del agua.

Yerma también le pregunta a su hijo cuándo va a venir, a lo que ella, tomando la voz del niño, responde: “Cuando tu carne huela a jazmín” (p.38). Aquí también aparecen las flores como imágenes de la fertilidad. En este caso, se acude a una imagen olfativa, el aroma a jazmín. Más adelante en el cuadro, cuando Víctor la saluda y luego se marcha, Yerma se acerca al sitio donde ha estado, respirando profundo como buscando aquel olor de las flores que necesita.

El próximo canto lo entona Víctor en el Cuadro Segundo del Acto Primero: “¿Por qué duermes solo, pastor? / En mi colcha de lana / dormirías mejor” (p.44). Percibimos en sus versos un lamento, el del pastor que no tiene compañía. Yerma repite estos versos como invitando al pastor a que duerman juntos, insinuando esa pasión que los entrelaza. Víctor, en diálogo consigo mismo, también se pregunta: “¿Qué niño te está matando?” y responde: “¡La espina de la retama!” (p.45). Estos versos sugieren que hay una flor, y la posibilidad de tener una cría, pero esta flor tiene espinas que hieren. Acaso esa espina es la honra, una honra que pone un muro entre Víctor y Yerma y que no los deja liberar su deseo. Sin embargo, Víctor dice ser una persona alegre. Su canto tal vez no significa un anhelo de estar con Yerma; acaso es la propia Yerma quien proyecta su deseo sobre el despreocupado pastor.

En el siguiente cuadro las lavanderas cantan entre risas chismosas. “Yo planté un tomillo, / yo lo vi crecer. / El que quiera honra, / que se porte bien” (p.49). Por un lado, encontramos en su canto el tema de la fertilidad, que se relaciona en el drama con la naturaleza procreadora, como el cultivo de un tomillo. Por otro lado, está el tema de la honra que debe preservarse siguiendo los roles asignados para el hombre y para la mujer; el hombre yendo a trabajar, la mujer esperándolo en la casa: “Por el monte ya llega / mi marido a comer. / Él me trae una rosa / y yo le doy tres”. Una vez más, las flores indican la fertilidad que entrelaza a la mujer casada con su marido. Pero para la mujer que no encuentra fecundidad dentro del matrimonio, solo queda la desdicha, representada en el símbolo de la sequía; así cantan las lavanderas: “¡Ay de la casada seca! / ¡Ay de la que tiene los pechos de arenas!” (p.53).

El Cuadro Segundo del Acto Segundo tiene un pasaje poético en la voz de Yerma, versos que, de acuerdo con la didascalia, se recitan “como soñando”. En este canto, Yerma habla de su obsesión como de un “prado de pena”, donde los “dos manantiales” que tiene con “leche tibia” –los pechos para amamantar al hijo que no tiene– son como “dos pulsos de caballo, / que hacen latir la rama de [su] angustia” (p.60). Yerma recurre a imágenes naturales para comprender todo ese vigor que es su deseo maternal que no tiene donde hacer cauce. También recurre a la imagen de la sangre encerrada que al no poder liberarse –gastarse en el cuidado del hijo– lastima: “¡Ay, qué dolor de sangre prisionera / me está clavando avispas en la nuca!” (p.60). Sin embargo, Yerma todavía no se ha resignado: “Pero tú has de venir, amor, mi niño, / porque el agua da sal, la tierra fruta, / y nuestro vientre guarda tiernos hijos / como la nube lleva dulce lluvia” (p.60-61). Para Yerma no poder dar a luz es algo incomprensible, porque es algo del orden natural; del mismo modo que la tierra da sus frutos y la nube trae la lluvia, ella debe tener a su bebé.

El último cuadro es el más lírico de todos. Pone en escena una romería donde hombres y mujeres invocan con el poder mágico del canto la fertilidad que necesitan las “casadas secas” para concebir. Es también un canto subversivo, porque la romería sagrada alude al acto transgresor de las mujeres que, aunque casadas, se acostarán con otros hombres para quedar embarazadas: “No te pude ver / cuando eras soltera, / mas de casada te encontraré. / […] Te desnudaré, / casada y romera, / cuando en lo oscuro las doce den” (p.73). Abundan en estos versos las flores como imágenes de fertilidad: “Sobre su carne marchita / florezca la rosa amarilla” (p.74). Yerma acompaña estos cantos y las alusiones florales realizando la misma invocación: “Escucha a la penitente / de tu santa romería. / Abre tu rosa en mi carne / aunque tenga mil espinas” (p.75).

Al final lideran el canto las máscaras de Macho y Hembra, que refieren en sus versos al acto sexual: “Siete veces gemía, / nueve se levantaba; / quince veces juntaron / jazmines con naranjas” (p.77). La última estrofa de la obra la pronuncia el Macho, recurriendo una vez más a las flores de la fertilidad: “El cielo tiene jardines / con rosales de alegría: / entre rosal y rosal, / la rosa de maravilla” (p.78). Lo cristiano se ha mezclado con lo pagano, en un ritual que ha invoca al Señor –a Dios– para crear vida –un hijo– quebrando los votos nupciales. Es en este momento que se acercará la Vieja Pagana para proponerle a Yerma que abandone a su marido. Pero Yerma, que ha recurrido varias veces a lo lírico para darle forma a su deseo y a su obsesión, no podrá seguir el ritual escapándose con el hijo de la Vieja. Los últimos cantos se oyen como “un gran coro lejano” (p.80). Mientras se difuminan las voces poéticas del drama, Yerma realiza el acto final, el asesinato de Juan. En este sentido, podríamos afirmar que cuando lo lírico queda en segundo plano, la fertilidad desaparece y Yerma aniquila su única posibilidad de tener un hijo, quedando para siempre “marchita”.