Yerma

Yerma Resumen y Análisis : Acto Tercero, Cuadro Primero

Resumen

Yerma se encuentra en la casa de Dolores, la conjuradora, junto con dos viejas. Dolores le dice a Yerma que ha sido valiente en el cementerio cuando realizaban las oraciones, cuando otras mujeres en la misma situación, que también anhelaban tener hijos, habían mostrado miedo. Yerma dice que ha venido por el resultado y que confía en que Dolores no es engañadora. La conjuradora le dice que no lo es, y le cuenta que en la última oración una mujer “que estaba seca más tiempo que [Yerma]” parió dos hijos. Le asegura que ella también los tendrá.

Una de las viejas le pregunta a Yerma por qué tiene tanta ansia de hijos, si acaso cree que le traerán tanta felicidad. Yerma le responde que no puede pensar en el futuro, que lo único que quiere es tener a su hijo para dormir tranquila. La Vieja entonces le dice que mientras espera, debe ampararse en el amor de su marido. Pero Yerma, con atrevimiento, dice que su marido, cuando la cubre por las noches, tiene la “cintura fría como si tuviera el cuerpo muerto” y que ella, en esos momentos, quiere ser “como una montaña de fuego” (p.69). Dolores censura sus palabras y Yerma se defiende diciendo que ella no es una casada indecente, pero que sabe que los hijos nacen del hombre y de la mujer. El problema para Yerma es que Juan no quiere tener hijos y es su única oportunidad de tenerlos, por una cuestión de honra.

La Vieja y Dolores le dicen a Yerma que debe irse porque pronto amanecerá, y no es conveniente que la vean fuera de casa. La conjuradora le indica entonces las oraciones que tiene que repetir hasta quedar encinta. Cuando Yerma está por irse, tocan la puerta: es Juan acompañado de las cuñadas. Juan acusa a Yerma de engañarlo con otro hombre, porque de otra forma no se explica que esté de noche afuera. Ella se defiende diciendo que está limpia, que sus vestidos solo huelen a él, y que ella también cuida de su honra. Dolores la respalda, diciéndole a Juan que su mujer no ha hecho nada malo.

Yerma le pide a Juan que se calle, pero él vuelve a embestir, diciendo que ella con su conducta hace hablar a las gentes. Le pregunta qué busca estando tanto tiempo fuera de la casa, y Yerma le responde: “Es a tí a quien busco día y noche sin encontrar sombra donde respirar. Es tu sangre y tu amparo lo que deseo” (p.71). Mientras le dice esto lo abraza, pero Juan la rechaza. Yerma cae al suelo y se pone a gritar, maldiciendo su sangre que busca hijos. Juan le pide silencio y Dolores que hable bajo, porque se acerca gente. Yerma, ahora con voz baja, vuelve a maldecir su cuerpo y resignada, dice: “¡Ya está! ¡Que mi boca se quede muda!”. Cae el telón rápido.

Análisis

Al comienzo del cuadro nos enteramos de que Yerma se ha sometido a un ritual en un cementerio, que ha sucedido fuera de escena. Es su primer intento, desesperado, de fomentar mediante conjuros el embarazo. El recurso del ritual, que volverá aparecer en el último cuadro, apela a la creencia popular en el poder de lo sobrenatural para sanar o revertir un estado de cosas; en este caso, la infertilidad de Yerma.

Yerma confía en la conjuradora, pero también sabe que sin Juan no podrá obtener lo que desea: “No lo quiero, no lo quiero y, sin embargo, es mi única salvación. Por honra y por casta. Mi única salvación” (p.69). El mayor dilema de Yerma es que los valores de su sociedad, los mismos que le inculcan el deseo de ser madre, solo le permiten tener hijos con su marido. Pero Juan tiene la “cintura fría” en el momento en que debe haber fuego, es decir, deseo para acostarse juntos y concebir su hijo. Yerma le dice a Juan que ella sale porque lo busca a él, y que desea su sangre y su amparo. Pero ella no lo desea a Juan por él mismo –“no lo quiero”, dice– sino por lo que puede darle.

La vieja que acompaña a Dolores comprende que la obsesión de Yerma es desmedida, porque si bien entiende que una mujer casada quiera tener hijos, sabe por experiencia que un niño no es la solución a todos los males, ni la felicidad absoluta. Para Yerma el niño ausente se ha convertido en un anhelo tan grande que no puede ver más allá de su deseo: “Lo tendré porque lo tengo que tener. O no entiendo el mundo” (p.68), asevera. La falta de un hijo no solo distorsiona su propia identidad, también le hace perder el sentido de las cosas. Para Yerma, un mundo sin hijos es incomprensible.

El clímax o punto de quiebre de la obra sucede en este cuadro, cuando Juan descubre a Yerma en el acto de descuidar su honra. Si bien es cierto que Yerma no lo ha engañado con otro hombre, que se encuentre allí, fuera de la casa en el medio de la noche, ya es suficiente para que las gentes hablen. El motivo del hablar y callar vuelve a hacerse presente, esta vez en el tema de las apariencias, porque es necesario hacer silencio, hablar bajo, para que el pueblo no se entere. Además, en su conversación Juan le pide a Yerma que se calle, y ella lo mismo, lo que representa también la falta de comunicación –y de deseo– en su relación.

Juan no confía en Yerma porque nunca ha sentido que ella lo deseara. Después de que Dolores le diga que su mujer no ha hecho nada malo, Juan dice: “Lo está haciendo desde el mismo día de la boda. Mirándome con dos agujas, pasando las noches en vela con los ojos abiertos al lado mío, y llenando de malos suspiros mis almohadas” (p.70). Es evidente que hay algo roto entre ellos que no puede sanar porque, así como Yerma acusa a Juan de tener una cintura fría, es decir, de no tener pasión por ella, Juan sostiene que todas esas noches compartidas desde su casamiento, ella solo le transmitía odio.

En el final del cuadro, Yerma reconoce que “una cosa es querer con la cabeza y otra cosa es que el cuerpo […] no nos responda” (p.72). Sabe que sin deseo, sin atracción física, no puede haber fertilidad para procrear. Por eso se resigna a permanecer callada, a ahogar su dolor. Tal vez su silencio nos sugiere que tampoco dirá las oraciones que Dolores le encargó para quedar embarazada, puesto que dice que su boca se quedará muda.