Todos deberíamos ser feministas

Todos deberíamos ser feministas Resumen y Análisis Segunda parte

Resumen

Adichie afirma que hombres y mujeres son distintos: tienen hormonas distintas, distintos órganos sexuales, capacidades biológicas y, en la mayoría de los casos, distinta fuerza física. También señala que la mayoría de la población mundial es femenina y que, sin embargo, la mayoría de los puestos de poder están ocupados por hombres. En Estados Unidos, estudios afirman que un hombre cobra más que una mujer por realizar el mismo trabajo con la misma cualificación.

Según Adichie, tenía sentido que los hombres gobernaran el mundo mil años atrás, cuando el atributo humano más importante era la fuerza física. Hoy, la persona más capacitada para ser líder no es la más fuerte físicamente, sino la más inteligente, o con más conocimientos, la más creativa o innovadora. Esas cualidades las puede tener tanto un hombre como una mujer. El mundo evolucionó, pero “nuestras ideas sobre el género no han evolucionado mucho” (p.24).

Adichie cuenta que poco tiempo atrás entró a un lujoso hotel de Nigeria y el portero la frenó y comenzó a hacer numerosas preguntas para probar que ella estaba alojada allí, ya que suponía que era una trabajadora sexual. A un hombre que entra allí no lo molestan.

En Lagos, hay muchos bares a los que las mujeres no pueden entrar sin estar acompañadas de un hombre. En los restaurantes, los camareros saludan solo a los hombres, ignorando a las mujeres. Cuando Adichie escribió un artículo rabioso sobre la experiencia de ser una mujer joven en Lagos, un conocido le dijo que no debería haber escrito con tanta rabia. Porque la rabia, observa Adichie, es indeseable en la mujer.

Una amiga estadounidense de Adichie reemplaza en un puesto directivo en una empresa a un hombre elogiado por ser “duro y ambicioso” (p.28). Ella ejerció su cargo con la misma fuerza y dureza que él. Sus empleados se quejaron, alegando que era agresiva, y resultaba muy difícil trabajar con ella.

Otra amiga estadounidense de Adichie es una de las pocas mujeres en una empresa de publicidad. El jefe ignora todas las ideas que no sean propuestas por hombres. En lugar de quejarse, esta amiga llora en silencio.

Adichie observa el esfuerzo de sus amigas por caer bien. Desde niñas, las mujeres son criadas para gustar, lo cual aparentemente excluye mostrar rabia o manifestar su desacuerdo en voz alta. Los varones no son criados de este modo, sino que son elogiados cuando exhiben esas cualidades que se reprenden en las niñas. Está lleno de revistas enseñando a las mujeres todo lo que deben hacer para gustar a los hombres. Hay muchas menos guías para enseñar a los hombres a gustar a las mujeres.

Adichie brinda un taller de escritura en Lagos. Una participante le contó que una amiga le aconsejó no escuchar los “discursos feministas” (p.31) de Adichie, porque absorbería ideas que destruirían su matrimonio. La amenaza de “perder el matrimonio” se destina mucho más a mujeres que a hombres.

Adichie propone crear un mundo más justo, empezando por criar a los niños y a las niñas de un modo distinto.

Análisis

El discurso de Adichie es claro, conciso y directo. Emplea un lenguaje universal, y, por lo tanto, algo general, ya que pretende que su mensaje se comprenda en la mayoría de personas en el mundo, estén interiorizadas o no en el feminismo y estén al tanto, o no, de los debates en torno al tema. Debemos tener en cuenta esto (y el hecho de que el discurso haya sido pronunciado en 2012, diez años antes del presente análisis) cuando relevemos algunos aspectos de Todos deberíamos ser feministas que no se presentan con la profundidad a la que quizás acostumbró un debate instalado por el feminismo, movimiento en alza en los últimos años. Y es que, por ejemplo, cuando Adichie escribe acerca de los hombres y mujeres, no hace distinción de género y sexo. Habla de que a las “mujeres” se les educa de determinado modo, y a los “varones” de otro, sin profundizar o cuestionar en ningún momento el concepto “mujer” o “varón”, y dando por sentada, en gran medida, la heterosexualidad. Esto último, acompañado por el hecho de que Adichie no haga mención de homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales, puede resultar llamativa. Desde un punto de vista crítico, en el cual se tenga en cuenta la teoría de género y la teoría queer de Judith Butler, debe relevarse en el discurso de Adichie la ausencia de teoría crítica feminista en torno a los conceptos de sexo y género, aunque esta ausencia bien podría deberse a la intención de Adichie de dirigirse a un público común y no académico, y que este reconozca con facilidad los temas de los que habla.

Judith Butler, en su construcción de la teoría queer, asentó las bases de la filosofía que apoya el colectivo LGBTI, explicando que el sexo fue considerado culturalmente como normativo y productivo. El uso del término heterosexualidad automáticamente implica la aceptación de determinadas conductas sexuales y la exclusión de otras, pero también de la aceptación y exclusión de muchos comportamientos sociales que excederían la esfera de la sexualidad. El sexo no solo funciona como norma, sino que, por vía de la reproducción, es además parte de una práctica reguladora que produce los cuerpos que gobierna, afirma Butler, revelando así uno de los tantos aspectos normativos y asociados a dispositivos de control y poder que giran en torno al concepto de sexo y género. El hecho de que Adichie no cuestione la heterosexualidad en su discurso, sino que además la dé casi por sentado, sin incluir en ningún momento de su ensayo la realidad de la diversidad sexual, puede resultar decepcionante, sobre todo para las personas defensoras del colectivo LGTBIQ+, ya que podría leerse en la ausencia de estas identidades en su discurso un intento de Adichie por complacer a un público más conservador.

Adichie podría argumentar que no hace mención de los casos de las personas LGTBIQ+ porque su preocupación principal gira en torno a las relaciones entre mujeres y varones que continúan configurando la norma alrededor del mundo. Sin embargo, tampoco hay que perder de vista la nacionalidad de Adichie a la hora de analizar estos aspectos de su discurso. Es de imaginar que Adichie no se arriesgue a hablar de gays, lesbianas, transexuales, bisexuales o intersexuales porque en su país no solo no esté bien considerado, sino que además esto pueda acarrearle problemas con la ley. Actualmente, en Nigeria, las relaciones homosexuales (ya sea entre varones o entre mujeres) están prohibidas y se castigan con hasta catorce años de prisión. También se castiga con diez años de prisión a los nigerianos que pertenezcan a una organización gay o lésbica, o que apoyen a matrimonios del mismo sexo, o que muestren afecto con alguien de su mismo sexo en público. Sin embargo, los colectivos LGTBI luchan en Nigeria de forma muy activa por sus derechos y cuentan con el apoyo de la ONG Equal Rights (iniciativa por la igualdad de derechos). Como sea, puede ser comprensible, una vez conocidos estos datos, que a Chimamanda Ngozi Adichie no le resulte tan sencillo (ni seguro) hablar de los derechos de los gays, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales en su discurso acerca del feminismo como podría hacerlo una escritora de otra nacionalidad.

Es importante tener en cuenta, además, que Adichie, en muchos casos, habla de ”varones” y “mujeres” para poder hacer uso de estadísticas, leyes y cifras que se basan en esa distinción. Por ejemplo, en un momento Adichie argumenta que vivimos en un mundo en el cual los hombres llegan a puestos más altos por el hecho de ser hombres, y cuanto más alto llegamos, menos mujeres nos encontramos alrededor. Usa las palabras de la difunta premio Nobel Wangari Maathai nacida en Kenia: “Cuando más arriba llegas, menos mujeres hay” (p. 23). Efectivamente uno de los problemas más importantes de la agenda feminista es el de acabar con la brecha salarial y el techo de cristal. En los estudios de género, se denomina techo de cristal a la limitación velada de ascenso laboral de las personas dentro de las organizaciones, instituciones, empresas. Se trata de un techo simbólico que limita sus carreras profesionales, ya que este es muy difícil de traspasar, y que les impide seguir avanzando. El feminismo denuncia que el techo de cristal suele aplicar a las mujeres, mientras que los varones con igual capacidad e igual tarea pueden avanzar y escalar con menos limitaciones.

Lo denunciado aquí por Adichie está sustentado por cifras oficiales de organismos internacionales. Un estudio realizado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre los datos aportados por 90 países entre 2020 y 2021, demuestra que solo quienes trabajen en Jordania o Filipinas tienen más probabilidades de tener como jefe a una mujer que a un hombre, pues en estos países el 60,3% y el 53%, respectivamente, de los puestos directivos están ocupados por mujeres. Con excepción de algunos países, la paridad de género en puestos de liderazgo está muy lejos de alcanzarse en el mundo. Hay algunos que revelan datos esperanzadores en este ámbito, como por ejemplo Rusia, cuya proporción de mujeres en puestos directivos de empresas y organizaciones es del 45,7%. Si hablamos del resto de Europa, la proporción se vuelve inferior en países como Suecia (42,3%), Francia (35,5%), España (35%) y Alemania (28,1%). En América Latina destaca El Salvador, que cuenta con un 46,7% de mujeres directivas. México (38,5%) y Brasil (36,8%) mantienen proporciones similares, mientras que en Argentina (33%) y Chile (30,4%) la proporción es inferior. La OIT señala que es más probable que las mujeres ocupen puestos directivos en recursos humanos, administración, finanzas, marketing o relaciones públicas, áreas que la organización define como funciones de apoyo en la empresa.

Adichie hace mención también de la “Ley Lilly Ledbetter”, también llamada a “Ley de Igualdad de Salario”. Es una ley implementada en Estados Unidos en 2009 con el propósito de corregir la discriminación salarial sufrida por las mujeres, quienes aún hoy, en su mayoría, no están lejos de cobrar un 22% menos que los varones por realizar el mismo trabajo. Esta ley le debe su nombre a Lilly Ledbetter, una exgerente de la planta de Goodyear Tire & Rubber Co. en Alabama, Estados Unidos. Lilly descubrió que por muchos años le habían pagado una cantidad sustancialmente menor comparada con lo que les pagaban a sus colegas masculinos, que trabajaban en el mismo puesto y con las mismas responsabilidades. Entonces, presentó una demanda por discriminación salarial basada en el género. Como resultado de este hecho, y después de varios debates en los tribunales, se firmó esta ley de pago justo para proteger los salarios de los empleados, sin distinciones, y así favorecer las condiciones de un sueldo justo.

Por supuesto que no se trata solo de dinero, pero estas diferencias salariales son una expresión visible, concreta, de una desigualdad que atraviesa todas las esferas de la vida de las personas por la mera razón de su género, desigualdad que mucha gente, sin embargo, continúa negando o considera innecesario modificar. Adichie retrata también diversas situaciones donde la discriminación de género afecta algo más que la economía de las mujeres. La autora trae al discurso varias experiencias de su propia vida en Lagos, que muestran las limitaciones e incomodidades que debe padecer una mujer en Nigeria por la sola razón de su género. Sin embargo, la autora no intenta relevar estos casos para hablar de la situación de la desigualdad de género en Nigeria como una particularidad en la cual profundizar, sino que elige equiparar esta situación a la experiencia de una mujer norteamericana en su país. Las circunstancias de vida de esta y una mujer nigeriana podrían variar por muchas cosas, parece decir Adichie, pero comparten un mismo padecimiento: el injusto trato que reciben por el solo hecho de ser mujeres. “El género importa en el mundo entero” (p.32), concluye la autora, y a partir de este momento de su discurso, comienza a establecer lo que será su propuesta de cambio: “hoy me gustaría pedir que empecemos a soñar con un plan para un mundo distinto. Un mundo más justo. Un mundo de hombres y mujeres más felices y más honestos consigo mismos” (p.32). Este “plan” para un mundo distinto y más justo pertenece a la esfera de la educación: “Y esta es la forma de empezar: tenemos que criar a nuestras hijas de otra forma. Y también a nuestros hijos” (p.32). Adichie encuentra que muchos de los sufrimientos de las mujeres y hombres en un mundo machista tienen su origen en la forma en que fueron criados, en cómo se prescribieron sus comportamientos, aspiraciones y sentimientos por el hecho de haber nacido de determinado sexo. Su propuesta, así, consistiría en registrar cuáles son las pautas de la educación recibida que contribuyen a la desigualdad de los géneros, con el objetivo de reconfigurarlas a futuro, dando a las nuevas generaciones una educación más equitativa.