Tengo miedo, torero

Tengo miedo, torero Temas

El amor

La novela trata, en paralelo, dos historias: por un lado, la de los preparativos y el atentado fallido contra Pinochet; por otro lado, la historia de amor, también fallida, entre los protagonistas. El de la Loca, podría decirse, es un amor a primera vista que va creciendo y madurando con el correr del tiempo y que, además, está inspirado en melodramas y boleros. Es un amor idealizado en el que Carlos se representa, ante la mirada de ella, como un galán, y ella se figura como la dama prototípica del cine hollywoodense. El de él, en cambio, es un amor tímido, privado, negado, casi prohibido.

Ella, encantada con el muchacho que conoce en el almacén, accede a sus pedidos y lo deja usar su casa. Él, al principio, se acerca a ella con fines prácticos: la casa de la Loca sirve como guarida para su organización y no constituye sospecha para las fuerzas militares. A medida que la va conociendo, Carlos va cambiando su postura y su cariño va en aumento: "Me haces tan bien; cuando estoy contigo me pongo contento (...) Tú sabes que te quiero más que un poquito" (117). Sin embargo, ella espera más. Ella quiere que él la ame, porque "entre amar y querer hay un mundo de diferencia" (117).

Al final de la novela, él le propone irse juntos a Cuba. Ella no acepta: lo que no se dio en Chile, no tendrá oportunidad de darse en ninguna otra parte.

La dictadura en Chile en 1986

El sistema dictatorial está presente a lo largo de toda la novela, y los personajes que aparecen son protagonistas de la historia real.

Desde 1973 hasta 1990, Chile sufre un periodo de dictadura militar, iniciado con un golpe de Estado al gobierno democrático del presidente Salvador Allende. Quien toma el poder es el comandante en jefe del Ejército, el general Augusto Pinochet (1915-2006). Las características de su gobierno de extrema derecha e imposición de políticas neoliberales son el autoritarismo, el anticomunismo, la prohibición de toda actividad política (hasta 1987 se prohíben los partidos políticos), la disolución del Congreso, la censura y el terror sistemático a través de la prisión política, la tortura, el asesinato, la desaparición y el exilio.

En el año 1986 se vive cierta ilusión en el pueblo chileno opositor al régimen, ya que hay esperanza de que Pinochet deje el poder y Chile retorne a la vida democrática. El clima en las calles del centro de Santiago es de constante movilización y manifestación contra el gobierno. Ese año, además, se produce un hecho que, en la novela, cobra especial importancia. El 7 de septiembre de 1986, en la Cuesta Las Achupallas, camino al Cajón del Maipo, a cuarenta kilómetros de Santiago de Chile, se produce una emboscada y un atentado contra la vida del presidente de facto Augusto Pinochet, con el objetivo de terminar con esa dictadura militar, su mandato y su vida.

El atentado se da a conocer con el nombre "Operación Siglo XX". El ataque es llevado a cabo por la organización Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que, durante meses, lo prepara en la clandestinidad. Sin embargo, no logra cumplir con su objetivo. Mueren cinco militares y hay varios heridos, pero Pinochet sale ileso. Tras el atentado, se declara estado de sitio en Santiago y se procede a la búsqueda de los involucrados.

Estos hechos son los que aparecen ficcionalizados en la novela: Carlos es uno de los miembros de la organización guerrillera y la Loca, sin saber muy bien cuál es su rol ni cuáles serán efectivamente los hechos llevados a cabo por el FPMR, la colaboradora.

La identidad de género

La Loca no se percibe hombre ni mujer; se instala en el margen, en la disidencia y en la perpetua fuga para no asirse a un género, un nombre, una identidad. Se reconoce loca y, en ese reconocerse, hay una adscripción a un legado de locas latinoamericanas que se oponen a la heteronorma, dictaminada por la moral burguesa, pero, también, desde el margen del que emanan, se distancian de la norma gay, dictaminada por la adaptación a las leyes del mercado y del neoliberalismo. Las locas, con su gestualidad y su lengua, hacen visible todo lo que desde el poder se quiere ocultar.

La lengua de la Loca es indispensable para la construcción de su subjetividad: es desde la lengua marucha que la Loca adquiere su individualidad. El pasado y el presente violentos son resistidos desde la lengua. Y tanto su forma de expresarse, como su cuerpo, sus gestos y sus gustos dan cuenta de aquello que Judith Butler menciona como "discontinuidad radical entre cuerpos sexuados y géneros culturalmente construidos" (Butler, 54). La Loca construye su subjetividad no desde lo que la sociedad impone como norma, sino a partir de una elección sobre aquello que socialmente está aceptado como femenino y lo hiperboliza. Y, además, su acción es visiblemente significativa en el momento histórico representado en la novela, signado por la violencia de una dictadura que levanta como bandera ciertos valores hegemónicos como la familia heteropatriarcal.

Con respecto al nombre, elemento importante para la identidad, aquí se desconoce. Lo único que sabemos es que es "La Loca del Frente": del frente porque vive en la casa que está frente al almacén, en la que las vecinas suelen juntarse; del Frente porque colabora con el Frente Patriótico Manuel Rodríguez; del frente porque está frente a todos, en la vereda opuesta de la sociedad. En "Los mil nombres de María Camaleón", una crónica que puede leerse en Loca afán, Pedro Lemebel escribe que "existe una gran alegoría barroca que empluma, enfiesta, traviste, disfraza, teatraliza o castiga la identidad a través del sobrenombre. Toda una narrativa popular del loquerío que elige seudónimos en el firmamento estelar del cine" (62-63).

La infancia

Cuatro experiencias infantiles son narradas en la novela y solo una de ellas transmite alegría y risas, como utopía de un mundo mejor. El mundo en el que lo binario es norma no presenta infancias felices en el relato. La primera experiencia infantil la cuenta la Loca y se vincula con su traumático pasado, con los maltratos y la violación paterna, con la falta de comprensión ante el hijo que se considera desviado. La segunda experiencia infantil recordada es la del inicio sexual de Carlos, preadolescente, con su mejor amigo, a quien dejó de frecuentar después de haber roto un pacto mudo de heterosexualidad. La tercera experiencia es la del dictador, que festeja solo su cumpleaños, amargado y sin amigos, porque odia a todos sus compañeros.

Esas experiencias, en el seno de familias heteronormadas y opresivas, prefiguran, de alguna manera, el futuro de sus participantes: la Loca vive innumerables situaciones de abuso a lo largo de su vida; el siniestro banquete solitario de Augusto anticipa la figura en la que se convertirá; la represión de Carlos lo acompaña durante parte de su vida adulta.

La infancia feliz, en cambio, se representa en el seno de una familia disidente e improvisada en una sociedad más cercana al comunismo que al capitalismo. Al festejo de cumpleaños a la cubana que la Loca prepara para Carlos, asisten todos los chicos del barrio. La imagen es la de un cumpleaños feliz: cantos, torta, risas, juegos, abrazos y participación colectiva. En esa familia alternativa, que presenta a la Loca y al joven en el rol de "tíos", la alegría tiñe la escena.

La resistencia política

La resistencia y oposición al gobierno dictatorial de Augusto Pinochet es uno de los temas principales de la novela y el que hace avanzar el relato, ya que Carlos se vincula con la Loca para usar su casa como guarida para los miembros de su grupo, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Esta es una organización revolucionaria guerrillera de ideología marxista-leninista y orientación patriótica, ligada al Partido Comunista de Chile. Surge en el año 1983 con el objetivo de derrocar al gobierno dictatorial de Pinochet y en 1986 se dedican a preparar el atentado en su contra: su objetivo es terminar con la vida del presidente de facto y, así, terminar con el gobierno militar.

Además, se ve cómo en diferentes sectores de la ciudad hay descontento con el gobierno militar: en el almacén, los vecinos de la Loca, gente de un barrio de izquierda, comentan: "Que ahora sí, que no pasa del 86, que el 86 es el año" (11); en las calles del centro, las manifestaciones se hacen presentes cada vez que la Loca pasa por allí: hay madres pidiendo por sus hijos desaparecidos y cargando carteles con sus caras, hay grupos que entonan "PINOCHET-CNI-ASESINOS DEL PAÍS" (105) y "Y-VA-A-CAER, Y-VA-A-CAER, PACO-CULIAO-CAFICHE-DEL-ESTADO" (105).

Por otro lado, hay una crítica, desde la figura de la Loca, hacia esos grupos que luchan por la igualdad y la equidad, pero que excluyen a personas como ella: ¿hay lugar para la disidencia sexual en las filas de la izquierda? La respuesta de esta novela parece ser que no, que, en ese momento, no dejan de reproducir la lógica heteronormativa de la derecha y que, en su búsqueda de equidad, se olvidan de un sector marginado de la población. En este sentido, la novela también es un reclamo a esas organizaciones.

La lengua marucha

Sin ser un tema que se trate explícitamente en la novela más de un par de veces, es la lengua propia de la Loca la que adquiere una importancia trascendental en la historia y en la construcción del personaje. Se trata de una lengua que, tanto en su forma como en sus usos, se distancia de la lengua nacional y oficial. El español, en la boca de la Loca, deviene lengua marucha. A partir de ciertos procedimientos, la Loca instaura una nueva manera de nombrar y contar el mundo que la rodea. Es una lengua neobarroca que forma parte de la identidad, disidencia y diferencia de la protagonista, porque quiebra normativas, se mueve en la ambigüedad y en el escape constante de lo establecido y de la imposición de asirse a un género. Es, además, la lengua que, por momentos, prefiere y adopta también el narrador.

Como característica principal, notamos que es una lengua que se demora en la narración y en el artificio, que no sucumbe a la velocidad que el sistema neoliberal y heteronormativo, regido por los estereotipos de la moral burguesa, promueve para el mundo. La de la Loca es una lengua marginal, seductora, homoerótica, antieconómica y creadora, a diferencia del español usado por otros personajes, que se caracteriza por su apego a la normativa, su economía, su funcionalidad y su capacidad para repetir lo impuesto por una sociedad capitalista y heteropatriarcal. Es, por tanto, una lengua otra, que se diferencia de la lengua empleada por los demás: opuesta a la austeridad autoritaria y represora de Pinochet; lejana de la practicidad y urgencia narrativa de Carlos. Es una lengua que derrocha, pero no se trata de la verborragia empleada por Lucía, que reitera una y otra vez lo mismo y repite lo dicho por otros sin, en realidad, nunca decir nada nuevo. Al contrario, la de la Loca es una lengua performática, que toma el español, lo traviste y se detiene, sin apuros, en lucir ese proceso: un lenguaje rico en metáforas, en alusiones, en imágenes, que se nutre de la música y el melodrama; que emplea los procedimientos que Severo Sarduy observa en lo que dio a llamar como neobarroco.

Al decir de la crítica Silvia Bianchi, la escritura de Lemebel, más que adscribir al neobarroco, es neobarrocho, porque se empapa con las aguas del Río Mapocho de Santiago, es decir, es un neobarroco chileno. Y el barroco y el neobarroco, como sabemos, están íntimamente vinculados con la ambigüedad, con la multiplicidad, la extravagancia y la artificialización llevada al extremo. La voz de la Loca se permite desafiar la arbitrariedad del signo lingüístico. Recupera palabras que, usualmente, son empleadas con una carga negativa o peyorativa y les revierte ese valor; se las apropia, las resignifica. Los procedimientos neobarrocos que pueden percibirse son la sustitución ("fofo reptil" para referirse al pene, por ejemplo), la proliferación (ese "fofo reptil", al tensarse, es un "enjaulado resorte", "nerviudo como una pitón enroscada en su brazo"), la condensación ("mariflor", "marifrunci", "mariflauta"), la parodia (a través de la incorporación de las letras de las canciones, de la teatralidad e imitación de los melodramas de mediados de siglo XX e, incluso, de la sátira de las relaciones sociales heteropatriarcales).

En un contexto histórico profundamente violento, como es el de la dictadura pinochetista, la lengua marucha consigue oponerse al sistema desde un tipo de representación que escapa y, a la vez, se opone a lo establecido. Así, desafía las imposiciones dictatoriales, las de la masculinidad, las de la moral y las de mercado. Es una lengua que le responde a una sociedad que le dice que su deseo está mal: es una lengua que le permite desear en sus própios términos. Así como ella nota que Carlos reproduce la lengua tradicional de los hombres -"algo de todo aquello le pareció chocante (...) es la forma de contar que tienen los hombres" (85)-, el joven nota que ella se expresa de otra manera y se lo menciona, admirado: "tú hablas en poesía" (118).

La lógica heteropatriarcal

El heteropatriarcado, sistema que le otorga un lugar privilegiado al hombre y la heterosexualidad, es un tema profundamente abordado y criticado a través de la novela. A partir de la protagonista y de su disidencia, se intenta poner en jaque esta noción.

Tanto los personajes de derecha, Pinochet y Lucía, como los de izquierda, Carlos y el resto de los militantes, reproducen la lógica heteropatriarcal. Pinochet rechaza a los homosexuales; Lucía rescata los valores de la familia heteronormativa; Carlos se avergüenza de los sentimientos que le produce la Loca; la militancia excluye la disidencia sexual de sus filas.

La Loca se presenta como el personaje que rompe todas las normas heteropatriarcales: en su gestualidad y su lenguaje es diferente a lo que se espera; sus lazos familiares no son los tradicionales; su conciencia política avisora un mundo más libre en la medida en que todas las identidades de género sean integradas.

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