Rimas

Rimas Resumen y Análisis Poemas sobre la belleza femenina

Resumen

Rima XII

El yo lírico, en segunda persona del singular, le habla a una “niña” que se queja porque tiene ojos verdes que afean el resto de sus rasgos hermosos. Luego, a través de distintas imágenes, intenta convencerla de que el verde es un color muy bello para sus ojos. Este poema consta de diez estrofas. Su métrica es irregular y tiene rima asonante en los versos pares.

Rima XIX

El yo lírico, en segunda persona del singular, le dice a su amada que cuando ella se inclina melancólica le parece una azucena tronchada. Luego afirma que Dios la hizo pura, de oro y de nieve. Este poema consta de dos estrofas: la primera de tres versos y la segunda de cinco. Su métrica es irregular y tiene rima asonante.

Rima XXII

El yo lírico le pregunta a su amada cómo vive la rosa que prendió junto a su corazón. Luego, afirma que él nunca vio en la tierra una flor sobre un volcán. Este poema consta de dos estrofas de dos versos cada una. Los dos primeros versos de cada estrofa son endecasílabos y los segundos son hexasílabos. La rima es consonante.

Rima XXXIV

El yo lírico comienza describiendo cómo camina su amada. Luego, describe la belleza de sus ojos y su risa. Finalmente, afirma que no le importa que sea estúpida, ya que contemplar su belleza es mucho más interesante que lo que cualquier persona pueda decir. Este poema tiene cuatro estrofas irregulares. La métrica también es irregular y hay rima asonante en los versos pares.

Rima XLIX

El yo lírico, en segunda persona, discute con un interlocutor imaginario que afirma que su amada es muy cambiante. Él le dice que eso lo sabe, como también sabe que es una mujer que no tiene sentimientos. Sin embargo, a él le parece tan hermosa que el resto no le importa. Este poema tiene dos estrofas: la primera de cinco versos y la segunda de cuatro. La métrica es irregular y hay rima asonante en los versos pares.

Análisis

Si bien estos poemas pueden asemejarse en varios puntos a los poemas de amor (e incluso a los poemas relacionados con la soledad y el desasosiego), si hemos decidido dedicarle una sección apartada es porque estos son los únicos poemas en los que el yo lírico no pone en primer lugar sus sentimientos, sino que privilegia la descripción de la belleza femenina, como una entidad en sí, que existe más allá de él.

Por ejemplo, en la rima XII, el yo lírico dedica sus versos a convencer a la “niña” de que sus ojos verdes son hermosos y encajan armónicamente dentro de su rostro. Entre otras cosas, dice: “Porque son niña / tus ojos verdes como el mar, te quejas / verdes los tienen las náyades, verdes / los tuvo Minerva / y verdes son las pupilas / de las huris del profeta” (p. 43). Ahora bien, en ningún momento del poema, el yo lírico se “entromete” emocionalmente. No habla acerca de su amor por ella, ni de su deseo por esa niña de ojos verdes.

Incluso, varios de estos poemas están escritos enteramente en tercera persona del singular o con apenas algún verso en el que aparece la primera persona del yo lírico. Esto es relevante en tanto, como hemos visto, en las Rimas, afines a la estética romántica, los sentimientos del yo lírico están siempre en primer lugar.

En la rima XLIX, el yo lírico comienza preguntando a un interlocutor anónimo: “¿A qué me lo decís? / Lo sé: es mudable / es altanera, vana y caprichosa…” (p. 78). Estos versos dan a entender que el yo lírico está siendo interpelado por alguien que le advierte acerca de la naturaleza de su amada. Sin embargo, en la continuidad del poema, el yo lírico se dedica simplemente a describir su belleza, con total tranquilidad, como si, en realidad, no se sintiera interpelado emocionalmente por lo que le dice su interlocutor. Incluso, en el final del poema (luego de afirmar, entre otras cosas, que sabe que ella tiene un nido de serpientes en el corazón) termina diciendo: “pero… ¡es tan hermosa!” (p. 78).

La belleza femenina es presentada como un poder superior dentro de las Rimas. Así como la genialidad, así como la poesía, la belleza de las mujeres también es una fuerza natural que, de por sí, tiene una fuerza arrasadora en el mundo, más allá del yo. Es interesante conectar esta idea con la plasmada por el yo lírico en la rima IV, en relación a la poesía. Esta rima también está narrada en tercera persona del singular y, en ella, el narrador afirma una y otra vez que la poesía es inmortal y que, incluso, puede no haber poetas pero habrá poesía. Es decir, tanto respecto a la poesía como a la belleza femenina, el yo lírico puede ser prescindible. La belleza femenina es una fuerza natural y arrasadora, aun sin necesidad de que su portadora (la amada) tenga una relación con el yo lírico. Tampoco importa que este tenga una valoración negativa respecto de ella. En la rima XLIX, la mujer es cruel, pero eso no importa porque es hermosa. Por otro lado, en la rima XXXIV, por ejemplo, el yo lírico afirma: “Ella tiene la luz / tiene el perfume, el color y la línea / la forma, engendradora de deseos / la expresión, fuente eterna de poesía / ¿Que es estúpida?... / Bah, mientras / callando guarde obscuro el enigma / siempre valdrá, a mi ver / lo que ella calla más que lo que / cualquiera otra me lo diga” (p. 59).

En este poema, también se da a entender que un interlocutor es quien le dice al yo lírico que su amada es estúpida y, así como en la rima XLIX, el yo lírico desestima su observación, considerándola superficiales. Es interesante que la maldad y la estupidez aparezcan como rasgos superficiales, y la belleza como una virtud trascendente. Vale la pena recordar, en este punto, que una de las características del Romanticismo es la exaltación del valor de la belleza. Si la Ilustración buscaba (y exigía) que la mujer fuera no solo bella, sino culta, pura y con buenos modales; el Romanticismo de Bécquer, en oposición, solo buscará que la mujer sea bella, como un objeto, sin que nada más importe.

Al respecto, es importante destacar que en la segunda mitad del siglo XIX, aún la mujer no era considerada un par del hombre, y la misoginia o la cosificación (como la que vemos en este caso) eran absolutamente comunes. Es decir, no eran un rasgo distintivo del arte de Bécquer, sino que este se integraba dentro de un mundo en el que la misoginia y la cosificación eran normativas.

Dicha belleza femenina del Romanticismo, como hemos destacado en otras secciones, podía ser pura o impura (es decir, podía estar atravesada por lo sexual y lo salvaje). Lo importante es que fuera sublime, arrolladora como una fuerza natural. He aquí dos ejemplos opuestos al respecto. En la rima XIX, el yo lírico afirma que su amada cuando se inclina sobre su pecho parece una azucena: “Porque al darte la pureza / de que es símbolo celeste / como a ella te hizo Dios / de oro y de nieve” (p. 48). En este ejemplo, la amada es pura, pero esa pureza conmovedora no es una virtud generada por ella misma, sino que fue Dios quien la hizo así.

Por el otro lado, en la rima XXII, el yo lírico compara el corazón de la amada con un volcán, remitiendo claramente a su carácter pasional. Dice: “¿Cómo vive esa rosa prendida / junto a tu corazón? / Nunca hasta ahora contemplé en la tierra / sobre el volcán la flor” (p. 49).

Pura o impura, la belleza de la mujer es sublime. Y, en todos los casos, es comparada con elementos de la naturaleza. Algunos más dóciles, como una azucena, y otros más poderosos, como un volcán. Sea cual fuera el caso, la belleza de la mujer es presentada como una fuerza preexistente, natural, que ni siquiera depende de ser amada por el yo lírico para ser poderosa, ni depende del carácter de su portadora, ni de su formación. En Bécquer, la belleza de la mujer es en sí misma, más allá del observador, incluso, más allá de la mujer a la que le pertenece dicha belleza.