Rimas

Rimas Texto del Poema

Poemas de amor

Rima X

Los invisibles átomos del aire

en derredor palpitan y se inflaman

el cielo se deshace en rayos de oro

la tierra se estremece alborozada.

Oigo flotando en olas de armonía

rumor de besos y batir de alas,

mis párpados se cierran...¿ Qué sucede?

¿Dime?... ¡Silencio!... ¿Es el amor que pasa?

Rima XIV

Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,

la imagen de tus ojos se quedó,

como la mancha obscura, orlada en el fuego,

que flota y ciega si se mira al sol.

Adondequiera que la vista fijo,

torno a ver tus pupilas llamear;

mas no te encuentro a ti; que es tu mirada:

unos ojos, los tuyos, nada más.

De mi alcoba en el ángulo los miro

desasidos fantásticos lucir;

cuando duermo los siento que se ciernen

de par en par abiertos sobre mí.

Yo sé que hay fuegos faustos que en la noche

llevan al caminante a perecer:

yo me siento arrastrado por mis ojos

pero a donde me arrastran, no lo sé.

Rima XXIV

Dos rojas lenguas de fuego que a

un mismo tronco enlazadas se

aproximan, y al besarse

forman una sola llama.

Dos notas que del laúd

a un tiempo la mano arranca,

y en el espacio se encuentran

y armoniosas se abrazan.

Dos olas que vienen juntas

a morir sobre una playa

y que al romper se coronan

con un penacho de plata.

Dos jirones de vapor que

del lago se levantan, y al

reunirse en el cielo

forman una nube blanca.

Dos ideas que al par brotan,

dos besos que a un tiempo estallan,

dos ecos que se confunden,

eso son nuestras dos almas.

Rima XXX

Asomaba a sus ojos una lágrima

y a mis labios una frase de perdón...

habló el orgullo y se enjugó su llanto,

y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino, ella por otro; pero

al pensar en nuestro mutuo amor, yo

digo aún: "¿Por que callé aquél día?"

y ella dirá. "¿Por qué no lloré yo?".

Rima XL

Su mano entre mis manos,

sus ojos en mis ojos,

la amorosa cabeza

apoyada en mi hombro,

¡Dios sabe cuántas veces,

con paso perezoso,

hemos vagado juntos bajo

los altos olmos

que de su casa prestan

misterio y sombra al pórtico!

Y ayer... un año apenas,

pasando como un soplo

con qué exquisita gracia

con qué admirable aplomo,

me dijo al presentarnos

un amigo oficioso:

“Creo que alguna parte

he visto a usted”

¡Ah, bobos que sois de los salones

comadres de buen tono,

y andáis por allí a caza

de galantes embrollos.

¡Qué historía habéis perdido!

¡Qué manjar tan sabroso!

para ser devorado “soto

voce” en un corro,

detrás de abanico

de plumas de oro!

¡Discreta y casta luna,

copudos y altos olmos,

paredes de su casa,

umbrales de su pórtico,

callad, y que en secreto

no salga con vosotros!

Callad;

que por mi parte

lo he vivido todo:

y ella..., ella...,

¡no hay máscara

semejante a su rostro!

Poemas sobre el arte y el genio artístico

Rima III

Sacudimiento extraño

que agita las ideas, como

huracán que empuja las

olas en tropel;

murmullo que en el alma

se eleva y va creciendo

como volcán que sordo

anuncia que va a arder;

deformes siluetas

de seres imposibles;

paisajes que aparecen

como un través de un tul;

colores que fundiéndose

remedan en el aire

los átomos del Iris que

nadan en la luz ideas sin

palabras palabras sin

sentido; cadencias que

no tienen ni ritmo ni

compás; memorias y

deseos

de cosas que no existen;

accesos de alegría

impulsos de llorar;

actividad nerviosa

que no halla en qué emplearse;

sin rienda que lo guíe caballo

volador;

locura que el espíritu

exalta y enardece

embriaguez divina

del genio creador...

¡Tal es la inspiración!

gigante voz que el caos

ordena en el cerebro,

y entre las sombras hace

la luz aparecer;

brillante rienda de oro

que poderosa enfrena

de la exaltada mente

el volador corcel; hilo

de luz que en haces los

pensamientos ata;

sol que las nubes rompe

y toca en el cenit;

inteligente mano

que en un collar de perlas

consigue las indóciles

palabras reunir;

armonioso ritmo

que con cadencia y número

las fugitivas notas encierra

en el compás;

cincel que el bloque muerde

la estatua moldeando

y la belleza plástica

añade a la ideal;

atmósfera en que giran

con orden las ideas,

cual átomos que agrupa

recóndita atracción;

raudal en cuyas ondas

su sed la fiebre apaga;

oasis que al espíritu

devuelve con vigor...

¡Tal es nuestra razón! Con

ambas siempre en lucha y de

ambas vencedor

tan sólo el genio puede

a un yugo atar las dos.

Rima IV

No digáis que agotado su tesoro, de

asuntos falta, enmudeció la lira:

Podrá no haber poetas; pero siempre

habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas;

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista;

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías;

mientras haya en el mundo primavera,

¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance

las fuentes de la vida,

Y en el mar o en el cielo haya un abismo

que al cálculo resista;

mientras la humanidad siempre avanzando,

no sepa a dó camina;

mientras haya un misterio para el hombre,

¡habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma

sin que los labios rían;

mientras se llora sin que el llanto acuda

a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan;

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡Habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran;

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira;

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas;

mientras exista una mujer hermosa,

¡Habrá poesía!

Rima V

Espíritu sin nombre,

indefinible esencia,

yo vivo con la vida

sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío

del sol tiemblo en la hoguera

palpito entre las sombras

y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro

de la lejana estrella,

yo soy de la alta luna

la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube

que en el ocaso ondea;

yo soy del astro errante

la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbre,

soy fuego en las arenas,

azul onda en los mares

y espuma en las riberas.

En el laúd soy nota,

perfume en la violeta,

fugaz llama en las tumbas

y en las ruinas hiedra.

Yo atrueno en el torrente,

y silbo en la centella

y ciego en el relámpago

y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores

susurro en la alta hierba,

suspiro en la onda pura

y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos

del humo que se eleva

y al cielo lento sube

en espiral inmensa.

Yo en los dorados hilos

que los insectos cuelgan

me mezclo entre los árboles

en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas

que en la corriente fresca

del cristalino arrollo

desnudas juguetean.

Yo en bosque de corales,

que alfombran blancas perlas,

persigo en el océano

las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas,

do el sol nunca penetra,

mezclándome a los nomos

contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos

las ya borradas huellas,

y sé de esos imperios

de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo

los mundos que voltean,

y mi pupila abarca

la creación entera.

Yo sé de esas regiones

a do rumor no llega,

y donde los informes astros

de vida y soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo

el puente que atraviesa;

yo soy la ignota escala

que el cielo une a la tierra.

Yo soy el invisible

anillo que sujeta

el mundo de la forma

al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy el espíritu,

desconocida esencia,

perfume misterioso

de que es vaso el poeta.

Rima VII

Del salón en el ángulo oscuro,

de su dueño tal vez olvidada,

silenciosa y cubierta de polvo

veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas

como el pájaro duerme en la rama

esperando la mano de nieve

que sabe arrancarlas!

¡Ay! -pensé-, ¡Cuántas veces el genio

así duerme en el fondo del alma,

y una voz, como Lázaro, espera

que le diga: “Levántate y anda”!

Rima XXVI

Voy contra mi interés al confesarlo;

no obstante, amada mía,

pienso cual tú que una oda solo es buena

de un billete del banco al dorso escrita.

No faltará algún necio que al oírlo

se haga cruces y diga:

Mujer al fin del siglo diez y nueve

material y prosaica...

¡Boberías!

¡Voces que hacen correr cuatro poetas

que en invierno se embozan con la lira!

¡Ladridos de los perros a la luna!

Tú sabes y yo sé que en esta vida,

con genio es muy contado el que la escribe,

y con oro cualquiera hace poesía.

Poemas sobre la muerte

Rima LVIII

Al ver mis horas de fiebre

e insomnio lentas pasar,

a la orilla de mi lecho,

¿quién se sentará?

Cuando la trémula mano

tienda próximo a expirar

buscando una mano amiga,

¿quién la estrechará?

Cuando la muerte vidríe

de mis ojos el cristal,

mis párpados aún abiertos,

¿quién los cerrará?

Cuando la campana suene

(si suena en mi funeral),

una oración al oírla,

¿quién murmurará?

Cuando mis pálidos restos

oprima la tierra ya,

sobre la olvidada fosa.

¿quién vendar a llorar?

¿Quién en fin al otro día,

cuando el sol vuelva a brillar,

de que pasé por el mundo,

¿quién se acordará?

Rima LXI

Este armazón de huesos y pellejo

de pasear una cabeza loca

cansado se halla al fin, y no lo extraño;

pues, aunque es la verdad que no soy viejo,

de la parte de vida que me toca

en la vida del mundo, por mi daño

he hecho un uso tal, que juraría

que he condensado un siglo en cada día.

Así, aunque ahora muriera,

no podría decir que no he vivido;

que el sayo, al parecer nuevo por fuera,

conozco que por dentro ha envejecido.

Ha envejecido, sí, ¡pese a mi estrella!,

harto lo dice ya mi afán doliente;

que hay dolor que al pasar su horrible huella

graba en el corazón, si no en la frente.

Rima LXIX

Al brillar un relámpago nacemos

y aún dura su fulgor cuando morimos;

tan corto es el vivir.

La gloria y el amor tras que corremos

sombras de un sueño son que perseguimos:

¡Despertar es morir!

Rima LXXVII

Es un sueño la vida,

pero un sueño febril que dura un punto;

Cuando de él se despierta,

se ve que todo es vanidad y humo...

¡Ojalá fuera un sueño muy

largo y muy profundo,

un sueño que durara hasta la muerte!...

Yo soñaría con mi amor y el tuyo.

Rima XCVIII

Nave que surca los mares,

y que empuja el vendaval,

y que acaricia la espuma,

de los hombres es la vida;

su puerto, la eternidad.

Poemas sobre la belleza femenina

Rima XII

Porque son niña,

tus ojos verdes como el mar, te quejas;

verdes los tienen las náyades, verdes

los tuvo Minerva,

y verdes son las pupilas

de las huris del profeta.

El verde es gala y ornato

del bosque en la primavera;

entre sus siete colores

brillante el Iris lo ostenta.

Las esmeraldas son verdes,

verde el color del que espera,

y las ondas del océano,

y el laurel de los poetas.

Es tu mejilla temprana

rosa de escarcha cubierta

en que el carmín de los pétalos

se ve a través de las perlas

Y, sin embargo, sé que te quejas,

porque tus ojos crees que la afean:

pues no lo creas;

que parecen tus pupilas,

húmedas, verdes e inquietas,

tempranas hojas de almendro,

que al soplo del aire tiemblan.

Es tu boca de rubíes

purpúrea granada abierta,

que en el estío convida

a apagar la sed en ella.

Y, sin embargo, sé que te quejas,

porque tus ojos crees que la afean:

pues, no lo creas que parecen,

si enojada tus pupilas centellean,

las olas del mar que rompen

en las cantábricas peñas.

Es tu frente que corona crespo

el oro en ancha trenza, nevada

cumbre en que el día su

postrera luz refleja.

Y, sin embargo, sé que te quejas,

porque tus ojos crees que la afean:

pues, no lo creas.

Que, entre las rubias pestañas,

junto a las sienes, semejan

broches de esmeralda y oro,

que un blanco armiño sujetan.

Rima XIX

Cuando sobre el pecho inclinas

la melancólica frente, una azucena tronchada

me pareces.

Porque al darte la pureza,

de que es símbolo celeste,

como a ella te hizo Dios

de oro y de nieve.

Rima XXII

¿Cómo vive esa rosa que has prendido

junto a tu corazón?

Nunca hasta ahora contemplé en la tierra

sobre el volcán la flor.

Rima XXXIV

Cruza callada y son sus movimientos

silenciosa armonía; suenan sus pasos,

y al sonar recuerdan

del himno alado la cadencia rítmica.

Los entreabre,

aquellos ojos tan claros como el día,

y la tierra y el cielo, cuando abarcan,

arden con nueva luz en sus pupilas.

Ríe, y su carcajada tiene notas

del agua fugitiva;

llora, y es cada lágrima un poema

de ternura infinita.

Ella tiene la luz,

tiene el perfume, el color y la línea,

la forma, engendradora de deseos,

la expresión, fuente eterna de poesía.

¿Que es estúpida?...

¡Bah!, mientras,

callando guarde obscuro el enigma,

siempre valdrá, a mi ver,

lo que ella calla más que lo que

cualquiera otra me lo diga.

Rima XLIX

¿A qué me lo decís?

Lo sé: es mudable,

es altanera y vana y caprichosa:

antes que el sentimiento de su alma

brotará el agua de la estéril roca.

Sé que en su corazón, nido de sierpes,

no hay una fibra que al amor responda;

que es una estatua inanimada...;

pero... ¡es tan hermosa!

Poemas sobre la soledad y el desasosiego

Rima II

Saeta que voladora

cruza, arrojada al azar,

sin adivinarse dónde

temblando se clavará;

hoja del árbol seca

arrebata el vendaval,

sin que nadie acierte el surco

donde a caer volverá;

gigante ola que el viento riza

y empuja en el mar,

y rueda y pasa, y no sabe

qué playa buscando va;

luz que en los cercos temblorosos

brilla, próxima a expirar,

ignorándose cuál de ellos

el último brillará;

eso soy yo, que al acaso

cruzo el mundo, sin pensar

de dónde vengo, ni a dónde

mis pasos me llevarán.

Rima XLIII

Dejé la luz a un lado, y en el borde

de la revuelta cama me senté.

Mudo, sombrío, la pupila inmóvil

clavada en la pared.

¿Qué tiempo estuve así?

No sé: al dejarme

la embriaguez horrible de dolor,

expiraba la luz y en mis balcones

reía el sol.

Ni sé tampoco en tan terribles horas

en qué pensaba o que pasó por mí;

solo recuerdo que lloré y maldije,

y que en aquella noche envejecí.

Rima L

De lo poco de vida que me resta

diera con gusto los mejores años,

por saber lo que a otros

de mí has hablado.

Y esta vida mortal...

y de la eterna lo que me toque,

si me toca algo, por saber lo que a solas

de mí has pensado.

Rima LXIII

Como enjambre de abejas irritadas,

de un obscuro rincón de la memoria

salen a perseguirnos los recuerdos

de las pasadas horas.

Yo los quiero ahuyentar.

¡Esfuerzo tan inútil!

Me rodean, me acosan,

y unos tras otros a clavarme vienen el

agudo aguijón que el alma encona.

Rima LXVI

¿De dónde vengo...?

El más horrible y áspero

de los senderos busca:

Las huellas de unos pies ensangrentados

sobre la roca dura, los despojos de un alma

hecha jirones en las zarzas agudas,

te dirán el camino que conduce a mi cuna.

¿A donde voy?

El más sombrío y triste

de los páramos cruza,

valle de eternas nieves y de eternas

melancólicas brumas.

En donde esté una piedra solitaria

sin inscripción alguna, donde habite el olvido,

allí estará mi tumba.