Según Antonio Cornejo Polar, esta obra marcó el inicio de la difusión de la obra arguediana a nivel continental. Resalta que en ella, el autor desarrolla con plenitud el lenguaje lírico que ya había experimentado en sus anteriores novelas y convierte en eje de su relato la introspección de un adolescente que tiene una carga autobiográfica. La angustiosa reflexión que hace es sobre la doble realidad en la que se halla escindido: el mundo serrano u andino y el mundo costeño u occidentalizado, y la manera en la que ambos se deben conectar.[34]
Uno de los méritos de la obra es haber logrado coherencia entre esas dos facetas mencionadas. Siguiendo la tendencia ya mostrada en sus anteriores obras, el personaje-narrador se ubica dentro del mundo andino, hace énfasis en la oposición entre este mundo y el costeño, y reafirma el poder de la raza quechua y de la cultura andina. Ejemplos de ello son los episodios de la rebelión de las chicheras y el levantamiento de los colonos. Arguedas gustaba señalar que la irrupción de los colonos, aunque en la novela aparece impulsaba por un componente mágico, prefiguraba los alzamientos campesinos que se produjeron poco años después en los andes del sur.[34]
«El lado subjetivo de Los ríos profundos está centrado en el empeño del protagonista por comprender el mundo que lo rodea y, por insertarse en él como en una totalidad viviente», continua diciendo Cornejo.[34] Y finaliza así: «Los ríos profundos no es la obra más importante de Arguedas; es, sí, sin duda, la más hermosa y perfecta».[35]