Los ríos profundos

Los ríos profundos Temas

La identidad

Así como sucede en toda la obra de Arguedas, la identidad es uno de los temas centrales del texto. En este caso, por supuesto, la identidad andina. Recordemos que Arguedas es, junto con el escritor Juan Rulfo, uno de los más célebres escritores neoindigenistas de América.

En Los ríos profundos, la identidad no es algo dado por la sangre, sino que se asume. A su vez, tampoco es dada por el localismo: la de Ernesto es una identidad andina errante; viajar es el modo en que comulga con la naturaleza y la cultura, que son, desde su punto de vista, inescindibles. Hijo de blancos, criado en una “cocina de indios” en una hacienda, llevado por su padre a más de doscientos pueblos en sus viajes y luego enviado al Colegio de pupilo, Ernesto tiene, de por sí, una historia particular.

La identidad se pone en jaque constantemente en la novela, para finalmente afirmarse con vehemencia ante la injusticia social, la violencia racial, la imposición idiomática y cultural de algunos compañeros, el ejército, los costeños y los Padres.

Hay mucho debate alrededor de si Los ríos profundos es o no una novela de aprendizaje. Por un lado, corrientes más tradicionales afirman que participa de este género, mientras otros sostienen que se trata de una novela que tiene como centro el rito de iniciación. Para conciliar ambas posturas, podemos aseverar que Ernesto, personaje principal, atraviesa una serie de situaciones a través de las cuales ingresa al mundo adulto, constituyendo así su identidad como tal. Al hacerlo, sin dudas incorpora y reafirma su identidad andina.

Magia y creencias

El pensamiento mágico en Los ríos profundos tiene raíces mestizas en términos culturales. Ese es el caso de la campana María Angola, construida con oro inca por manos españolas, y que suena en una iglesia cristiana al mismo tiempo que repica y aviva la memoria de los protectores indios. Esta campana simboliza de alguna manera el sincretismo propio de las creencias que atraviesan a Ernesto.

Aún así, el pensamiento de Ernesto se apoya mucho más en creencias andinas que en el discurso cristiano, al que escucha muchas veces con recelo. La naturaleza animada, esta mirada de ensoñación, es un lugar al que Ernesto llega intuitivamente. Su sensibilidad es la que lo integra de este modo al mundo que lo rodea y no la enseñanza racional de un paradigma.

Las creencias son espontáneas; la adhesión se da a través del sentimiento. Esto lo vemos con claridad cuando los tres jóvenes, Ernesto, Palacios y Romero, debaten sobre el mejor modo de mandarle un mensaje al padre de Ernesto. A pesar de que tiene sentido dentro del sistema de creencias andinas, Ernesto no elige hacerlo susurrando al agua como le sugiere Palacios, sino que construye su propio rito: el mensaje se enviará mediante el sonido de un carnaval tocado por su amigo y el canto del trompo mágico, el zumbayllu. El pensamiento mágico, entonces, se actualiza y se va construyendo a través de la experiencia inmediata, por contraste con las creencias que se imparten en espacios y momentos delimitados, como sucede con la misa cristiana.

La religión católica aparece, en relación a este tema, de dos modos bastante discernibles. Por un lado, como es el caso de la María Angola, es asimilado al sistema de creencias andino. Lo mismo sucede, en este sentido, con la presencia del indio errante Kimichi, que por un lado encarna la fe andina pero, por el otro, lleva la imagen de la Virgen de pueblo en pueblo.

Por otro lado, hay una mirada crítica de Ernesto con respecto a la fe impartida por el Padre Linares: es la misa cristiana lo que garantiza la sumisión de los indios colonos de la hacienda luego del motín; es la misa del Hermano Miguel la que le quita el poder mágico al zumbayllu winku. En este sentido, el catolicismo se incorpora parcial y problemáticamente al sistema de creencias de Ernesto y de la comunidad andina en general.

La errancia

La errancia es un tema que, en la novela, se encuentra estrechamente vinculado a la identidad. La errancia en Los ríos profundos no es un mero accidente sino un estilo de vida, un modo de habitar el mundo que rodea a Ernesto. Es una forma de vida adquirida por su padre que, por su trabajo como abogado, lo llevó desde niño por más de doscientos pueblos andinos.

Para Ernesto, el viajero tiene una mirada privilegiada sobre las cosas que lo diferencia de los locales. Él es capaz de archivar en su memoria hasta los más pequeños detalles, de forma tal que, tiempo después, puede rememorar todo ese depósito de información. Es a través de este modo de vida que se construye una identidad; en el caso de Ernesto y su padre el sentimiento de pertenencia proviene, paradójicamente, del viaje interminable.

“Volar planeando” como las aves es el modo en que Ernesto desea vivir su vida. Mientras sus compañeros hablan sobre los estudios en Cuzco o el posible retorno a sus pueblos de origen, él solo piensa en caminar, en seguir recorriendo las sierras. La figura del río y la identificación de Ernesto con él son recurrentes. El constante movimiento del Pachachaca se opone a la quietud del pueblo; Abancay es un pueblo “cautivo”, en palabras de Ernesto, en tierra ajena.

La memoria

Ernesto tiene, como su padre, una memoria prodigiosa. A través de los viajes, el niño archiva paisajes, sensaciones, olores, comportamientos de animales, personas, ríos, caminos. La memoria de esta felicidad, de la “impagable ternura” en que vive, funciona como un escudo en los momentos de soledad y desesperación en el Colegio. La memoria cumple un rol fundamental en Los ríos profundos a la hora de contrarrestar la oscuridad que acecha al pueblo de Abancay en la mirada de Ernesto.

En muchos pasajes percibimos que el concepto de memoria podría ser reemplazado por el de cultura. De algún modo, Ernesto es depositario de un gran saber: recuerda huaynos de los rincones más remotos, diferentes acentos del quechua, vestimentas, costumbres, creencias. Asimismo, posee un gran conocimiento geográfico de la zona. La memoria excede los límites de la propia vida de Ernesto y lo pone en contacto con el pasado remoto de esa identidad que pretende asumir.

La memoria para Ernesto es por momentos un refugio al que accede de forma voluntaria para evadirse de las situaciones dolorosas y para soportar la soledad. Por otra parte, hay veces en que lo toma por sorpresa: la observación del comportamiento de un ave puede traer al recuerdo otra información, a primera vista lejana. La asociación de ideas aparentemente libre es en realidad parte de una comprensión profunda y compleja del mundo, que tiene a la memoria como una de sus protagonistas.

La naturaleza animada

La naturaleza en Los ríos profundos no es un mero escenario donde transcurre la acción. Hay una visión animista de la naturaleza que la convierte casi en un personaje. Las montañas son dioses; el río tiene voluntad propia y beneficia o perjudica a quienes se acercan a él. Inclusive las piedras utilizadas por los hombres para construir el muro antiguo con el que se enfrenta Ernesto en el Capítulo I rebosan de vitalidad y se mueven como un río de sangre.

Podríamos decir, utilizando una expresión “colonial” para un pensamiento que la antecede, que hay una mirada panteísta sobre la naturaleza. Dios, en este caso podemos decir lo divino, es inmanente a todo cuanto existe, y se manifiesta de modo contundente en la naturaleza animada. El río, por ejemplo, tiene voluntad divina; es capaz de beneficiar o perjudicar a quienes lo habitan; el Pachachaca puede proteger a Doña Felipa a la vez que arrastrar al Lleras.

La alegría de Ernesto generalmente viene asociada a la posibilidad de comulgar con esta naturaleza, mayormente a través de la contemplación del río o las aves. Esta integración se da generalmente a través de la empatía, como sucede también en el primer capítulo con el árbol de cedrón lastimado en su tronco con el que Ernesto empatiza.

La violencia social y racial

Uno de los primeros indicios de este tema se da ya en el capítulo I con la aparición del pongo, indio colono que sirve en la casa de la hacienda. Ernesto se sorprende por su vestimenta, su limpieza, pero también por su extrema sumisión, que le recuerda a un gusano.

En el Colegio Ernesto conoce la violencia racial y social en numerosas situaciones. Esta violencia organiza los vínculos entre compañeros e impone una mirada sobre la lengua quechua, que incluso algunos no utilizan. Ernesto finalmente tendrá como amigos a Romero y Palacitos, el primero de rasgos aindiados y conocimiento de la cultura andina, y el segundo, el único estudiante indio proveniente de un ayllu, mientras que quien era su amigo Ántero establece una distancia con él.

Ser dueño es el modo que tiene Ántero de explicar por qué Ernesto no comprende la violencia que debe ejercerse contra los indios colonos en las haciendas como la de su padre, y él sí. Ernesto no solo no es dueño sino que está en ese debate discursivamente del lado de Doña Felipa, que combate esta injusticia social y el racismo de la ciudad con las armas.

Además, hay un retrato amplio del entramado que permite el ejercicio de esta violencia en el Colegio, en la hacienda, en Abancay en general. Destaca, por supuesto, el rol de los Padres y, sobre todo, del Padre Director. Los sermones que brinda a los colonos garantizan su sumisión y explotación, y sostiene desde el temor la estructura social vertical en que se vive.

A la sumisión del pongo y de los indios de la hacienda Ernesto opone su recuerdo de los indios libres de los ayllus que conoció de niño, la figura de Doña Felipa y la del kimichu, limosnero errante.

El mal

En encuentro con el mal que acecha el mundo atraviesa la experiencia de Ernesto en el Colegio. Ya desde la despedida de su Padre, Ernesto anticipa que los niños en su primera soledad deben enfrentar monstruos y fuego.

Este mal por momentos tiene forma de injusticia social, y es por eso que se involucra con la rebelión de las chicheras. Otras veces, lo maligno es la lascivia de los adolescentes crecidos y sus abusos contra “la opa” Marcelina, y es por eso que Ernesto precisa purificarse en el río. El mal puede también reflejarse en los ojos del Padre Director, en otros momentos tan misericordioso, pero con estos arrebatos de miradas cargadas de fuego y sospecha, o mismo en los ojos de su amigo Ántero, convertido en un desconocido, un “perro rabioso”. Además, el mal habita también en su interior: Ernesto siente que se contamina mirando a los estudiantes abusar de Marcelina y que se aísla del mundo que conoce y habita.

Ese mundo de ensueño en el que Ernesto circula, esa “impagable ternura” que dice habitar gracias a la protección del recuerdo de Pablo Maywa y otros indios que lo han acogido, se pone en jaque en el Colegio. Ernesto debe resolver en este tiempo en Abancay cómo integrar esa oscuridad, ese mal que descubre, a su visión y su pensamiento.